CAPÍTULO VEINTICINCO

(Tomado del libro “La pascua Cristiana”)

 

LA ORDENANZA DEL LAVAMIENTO DE PIES

 

Por

Fred Coulter

www.laverdaddedios.org

 

          El Evangelio de Juan muestra que la observancia de la Pascua cristiana incluye la ordenanza del lavamiento de pies. Jesucristo instituyó el lavamiento de pies antes de instituir el pan y el vino como los símbolos de Su cuerpo y Su sangre. Como Jesús nos ordena que participemos del pan y del vino, así Él nos ordena que participemos del lavamiento de pies. La ceremonia del lavamiento de pies es esencial para entender nuestra relación con Jesucristo y de unos con otros como cristianos bajo el Nuevo Pacto. Podemos aprender muchas lecciones de esta ceremonia simple pero profunda.

          Los discípulos de Jesucristo necesitaban aprender estas lecciones. En los días anteriores a la última Pascua de Jesús, el espíritu de competencia y auto-exaltación fue agitado entre los discípulos, causando conflicto sobre quién sería el mayor. La madre de Juan y Santiago se metió en medio de esta discusión. Ella le pidió personalmente a Jesús que les otorgara a sus hijos los asientos a Su mano izquierda y derecha en Su reino (Mateo 20:20-23). Después de reprobar a Santiago y a Juan por buscar exaltarse a sí mismos sobre sus hermanos, Jesús les enseñó a Sus discípulos una lección vital de la humildad:

          “Y después de escuchar esto, los diez estuvieron indignados contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y dijo, “Ustedes saben que los gobernantes de las naciones ejercen señorío sobre ellas [las masas de personas bajo su dominio], y los grandes [los líderes religiosos exaltados] ejercen autoridad sobre ellas. Sin embargo, no será de esta forma entre ustedes; sino cualquiera que llegue a ser grande entre ustedes, sea su siervo; y cualquiera que esté primero entre ustedes, sea su esclavo [siervo]; así como el Hijo de hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar Su vida como un rescate por muchos”” (Mateo 20:24-28).

          En Su última Pascua, Jesús enseñó esta lección de humildad y servicio, al asumir una de las labores más bajas de un esclavo. Él lavó los pies de los discípulos. Este humilde acto de servicio de Jesús revela el amor y la humildad de Dios Mismo. Ya que este servicio era habitualmente realizado por siervos, Pedro protestó cuando Jesús comenzó a lavar sus pies. Él pensó que no era apropiado que Jesús hiciera una tarea tan modesta y declaró fuertemente que él nunca lo permitiría. Noten la respuesta de Jesús: “Jesús le respondió. “Si no te lavo, no tienes parte Conmigo,” Simón Pedro le dijo, “Señor, no sólo mis pies, sino también mis manos y mi cabeza.” Jesús le dijo, “Aquel que ha sido lavado no necesita lavarse ninguna otra cosa sino los pies, pues está completamente limpio; y ustedes están limpios, pero no todos.” Porque sabía quién estaba traicionándolo; esta fue la razón por la que Él dijo, “No todos ustedes están limpios”” (Juan 13:8-11).

          La respuesta de Jesús a Pedro tiene otra lección vital para los cristianos. Para participar en la relación del Nuevo Pacto con Jesucristo, debemos someternos a Su voluntad en todo. Las siguientes palabras que Jesús habló, claramente revelan Su voluntad acerca del lavamiento de pies: “Por tanto, cuando Él les había lavado los pies, y había tomado Sus vestidos, y se había sentado nuevamente, les dijo, “¿Saben lo que les he hecho? Ustedes Me llaman el Maestro y el Señor, y hablan correctamente, porque lo Soy. Por tanto, si Yo, el Señor y el Maestro, he lavado sus pies, ustedes también están obligados a lavarse los pies los unos a los otros; Porque les he dado un ejemplo, para mostrarles que también deberían hacer exactamente como Yo les he hecho.

          “Verdaderamente, verdaderamente les digo, un siervo no es más grande que su señor, ni un mensajero más grande que el que lo envió. Si saben estas cosas, benditos son SI LAS HACEN”” (versos 12-17).

          Jesús ordenó a todos los que lo profesan a Él como su Señor, que participen de la ceremonia del lavamiento de pies de la Pascua cristiana. Las palabras que Él le dijo a Pedro, muestran que nuestra participación es esencial para la relación del Nuevo Pacto. Una mirada más de cerca a las palabras de Jesús en el texto griego nos permitirá entender plenamente la importancia de participar en el lavamiento de pies.

¿Qué significa tener parte con Jesucristo?

          Jesús le dijo a Pedro, “Si no te lavo, no tienes parte Conmigo.” Estas palabras tienen un significado profundo para cada cristiano. La palabra en español “parte” es traducida de la palabra griega meros, la cual significa “una parte de algo—como un componente, un asunto, una posición, una participación, un lugar con alguien” (Arndt and Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament).

          Tener parte con Jesucristo significa participar de las bendiciones del Nuevo Pacto, el cual ofrece compañerismo con Jesucristo y Dios el Padre en esta vida y la promesa de vida eterna en el reino de Dios. Durante la última Pascua de Jesús, Él les prometió a Sus discípulos una recompensa específica en el reino de Dios: “Ahora ustedes son los que han continuado Conmigo en Mis tentaciones. Y Yo les asigno, como Mi Padre Me ha asignado, un reino; para que puedan comer y beber en Mi mesa en Mi reino, y puedan sentarse sobre tronos juzgando las doce tribus de Israel” (Lucas 22:28-30).

          Los discípulos entendieron que tener parte con Jesús significaba gobernar con Él en el reino de Dios. Ellos también sabían que Jesús los había llamado para tener parte en el ministerio de predicar el evangelio durante la era actual. Como Sus apóstoles, ellos serían enviados a las doce tribus de Israel, las cuales estaban esparcidas (Santiago 1:1), y a todas las naciones en el mundo (Mateo 24:14; 28:18-20). Cuando Judas Iscariote demostró ser infiel a su llamamiento, los once discípulos restantes fueron inspirados por el Espíritu Santo para seleccionar un reemplazo para Judas y así tener doce apóstoles fundadores. La selección de Matías por suertes completó el número (Hechos 1:15-26). Cuando examinamos el registro en el libro de Hechos, está claro que Matías recibió una parte en el ministerio de los apóstoles: “Y ellos oraron, diciendo, “Tú, Señor, el Conocedor de los corazones de todos, muestra cuál de estos dos Tú has escogido personalmente para recibir la parte [griego kleeros, “porción” o “parte,” frecuentemente usada en conexión con meros] de este ministerio y apostolado,…” (versos 24-25).

          Este registro en el libro de Hechos aclara el significado de las palabras de Jesús a Pedro durante el lavamiento de pies. Cuando Jesús le dijo a Pedro que Él debía lavar sus pies o Pedro no tendría parte con Él, Pedro entendió que él estaba en peligro de perder su apostolado. Con razón Pedro respondió diciendo, “Señor, no sólo mis pies, sino también mis manos y mi cabeza.” Pedro pudo haber estado refiriéndose a los requisitos sacerdotales para lavarse y bañarse antes de servir en el tabernáculo (Éxodo 30:17:21; Levítico 16:1-4).

          Para Pedro, tener parte con Jesús incluía tener una porción en Su ministerio con los otros apóstoles. Después de convertirse en apóstol, Pedro reprendió a Simón el mago, un hechicero en Samaria que era venerado como un gran líder religioso, por intentar comprar un apostolado. La condenación de Pedro a Simón muestra que su corazón malvado y codicioso lo descalificó no sólo de un apostolado sino de cualquier parte en el ministerio de Jesucristo. Pedro condenó fuertemente: “Pueda tu dinero ser destruido contigo porque pensaste que el regalo de Dios puede ser comprado con dinero. Tú no tienes [griego ouk, la imposibilidad de tal cosa] parte [griego: meros] ni porción [griego kleeros] en este asunto [ministerio], porque tu corazón no es recto delante de Dios” (Hechos 8:20-21). Simón el mago fue excluido de todas las partes en el ministerio de Jesucristo, el cual él había buscado usar para sus propósitos personales malvados.

          Tener parte con Jesucristo no se refiere exclusivamente a servir en el ministerio. El Nuevo Testamento enseña que todos los que pertenezcan a Jesucristo tienen parte o meros con Él. Todos los que tengan parte con Jesucristo ahora, también tendrán parte en la primera resurrección, la cual tomará lugar en Su retorno. También serán levantados a inmortalidad y reinarán con Cristo durante el Milenio: “Bendito y santo es aquel que tiene parte [griego: meros] en la primera resurrección; sobre este la segunda muerte no tiene poder. Sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años” (Apocalipsis 20:6).

          La resurrección a inmortalidad al retorno de Jesucristo es la esperanza y la meta de todo cristiano verdadero. Tener parte en esa resurrección es simbolizado por el acto del bautismo por agua. El apóstol Pablo muestra como la sepultura simbólica y resurrección del bautismo lleva a una parte en la primera resurrección: “Por tanto, si ustedes han sido levantados [fuera del sepulcro de agua del bautismo] junto con Cristo, busquen las cosas que están arriba [su parte con Cristo], donde Cristo está sentado a la mano derecha de Dios. Coloquen su afección en las cosas que están arriba, y no en las cosas que están sobre la tierra. Porque han muerto [a la naturaleza vieja, como está simbolizada por el bautismo], y sus vidas han sido ocultas junto con Cristo en Dios. Cuando Cristo, Quien es nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria [su parte eterna con Cristo]” (Colosenses 3:1-4).

          Para tener parte con Jesucristo y compartir Su semejanza por la eternidad, debemos aprender a ser como Él en esta vida. Si participamos en los sufrimientos que Él experimentó, luchando por vencer la naturaleza carnal del pecado, también seremos glorificados como los hijos de Dios: “Al sediento, Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de vida. Aquel que venza [quien gane la victoria sobre el pecado a través del poder del Espíritu Santo] heredará todas las cosas; y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo” (Apocalipsis 21:6-7). ¡Qué destino tan glorioso! Aquellos que venzan el pecado en la carne ¡recibirán la vida eterna como los hijos e hijas de Dios glorificados!

          Para poder ser glorificados como los hijos de Dios, debemos amar a Dios con todo nuestro corazón y estar guardando Sus mandamientos. Aquellos que hacen una práctica de quebrantar los mandamientos están demostrando que no aman a Jesucristo y a Dios el Padre (Juan 14:15, 23-24; I Juan 5:3). Su desobediencia llevará a tener parte en el lago de fuego: “Pero el cobarde, e incrédulo, y abominable, y asesinos, y fornicarios, y hechiceros, e idólatras, y todos los mentirosos, tendrán su parte [griego: meros] en el lago que quema con fuego y azufre; el cual es la segunda muerte” (Apocalipsis 21:8).

          Usted como individuo, debe escoger día a día vivir en obediencia a los mandamientos de Dios. Si usted elige vivir en pecado, no tendrá parte con Jesucristo y su fin vendrá en el lago de fuego. ¡No hay punto medio! Aquellos que claman estar sirviendo a Jesús, pero se están entregando a prácticas pecaminosas, deberían prestar atención a Su advertencia: “Pero si ese siervo malo dijera en su corazón, ‘Mi señor demora su venida,’ y comienza a golpear a sus consiervos, y come y bebe con el borracho [Apocalipsis 17:1-6], el señor de ese siervo vendrá en el día que no espera, y a la hora que no sabe. Y lo cortará en pedazos y señalará su porción [griego: meros, una parte] con los hipócritas. Allí será el lloro y crujir de dientes” (Mateo 24:48-51). Si ignoran Su advertencia, tendrán parte con Satanás y los demonios en el lago de fuego: “…Apártense de Mí, ustedes malditos, al fuego eterno, el cual ha sido preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41).

          Todo individuo que quiera una parte con Jesucristo ahora y en el reino de Dios, debe estar guardando los mandamientos de Dios. Jesús mismo muestra quien tendrá parte en Su Reino: “Y he aquí, Yo vengo prontamente; y Mi recompensa [porciones para Sus siervos (Mateo 25:14-30)] está Conmigo, para hacer a cada uno de acuerdo a como será su obra. Yo soy Alfa y Omega, el Principio y el Fin, el Primero y el Último. Benditos son aquellos que guardan Sus mandamientos, para poder tener el derecho a comer del árbol de vida, y poder entrar por las puertas a la ciudad. Pero excluidos [no tienen parte] son los perros [prostitutos masculinos], y hechiceros, y fornicarios, y asesinos, e idólatras, y todo aquel que ame e idee una mentira.Porque yo conjuntamente testifico a todo el que oiga las palabras de la profecía de este libro, que si cualquiera añade a estas cosas, Dios le añadirá las plagas que están escritas en este libro. Y si cualquiera quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte [griego: meros] del libro de la vida, y de la santa ciudad, y de las cosas   [las bendiciones y promesas de Dios] que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22:12-15, 18-19).

          Para tener parte con Jesucristo en el reino de Dios, primero debemos aceptar Su sacrificio como pago por nuestros pecados. Después debemos demostrar que le amamos, al guardar Sus mandamientos, sin añadirles ni quitarles. Tener parte con Jesucristo requiere obediencia total y completa—sin variaciones ni excepciones. Por eso es que Jesús requería que Pedro participara del lavamiento de pies. También es la razón por la que Jesús no lavó las manos ni la cabeza de Pedro, como él había solicitado. En el entusiasmo de Pedro de seguir a Jesús, le pareció correcto que también se lavaran sus manos y su cabeza además de sus pies. Pero Jesús no permitió que Pedro añadiera o quitara de lo que Él estaba haciendo. Jesús lavó solamente sus pies. Jesús le mostró a Pedro que, para poder tener parte con Él, él debe conformarse al camino de Jesús. Solo al someterse a Su camino Pedro podía calificar para servir como apóstol y hacer discípulos de otros.

          Así como Pedro aprendió a someterse a Jesucristo, así debemos hacerlo nosotros. Debemos aprender a seguirlo, ajustando nuestras vidas a Su enseñanza y a Su camino, para poder tener parte con Él. No podemos añadir ni quitar de lo que Jesús ordenó. El mandato de Jesús de lavar los pies unos a otros durante la Pascua cristiana no es la excepción. Incluso si lo consideramos el más pequeño de Sus mandatos, debemos obedecer Sus palabras y seguir Su ejemplo.

Lavamiento de pies y limpieza espiritual

          Cuando examinamos las palabras que Jesús habló acerca del lavamiento de pies, encontramos una referencia directa a la limpieza espiritual que sucede cuando los creyentes arrepentidos son bautizados. Noten la declaración de Jesús a Pedro: “Aquel que ha sido lavado no necesita lavarse ninguna otra cosa sino los pies” (Juan 13:10). La frase “ha sido lavado” es traducida de la palabra griega louoo, la cual significa “lavar, como regla todo el cuerpo; bañarse, de lavamientos religiosos…con la alusión a la limpieza de todo el cuerpo en bautismo” (Arndt and Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament). Otros usos de la palabra griega louoo en el Nuevo Testamento demuestran que Jesús no se estaba refiriendo a lavar como en un baño, sino al lavamiento del bautismo. Esta misma palabra es usada por apóstol Pablo en Hebreos 10: “Aproximémonos a Dios [el Padre en el cielo, con Jesús a Su diestra] con un corazón verdadero, con completa convicción de fe, habiendo sido purificados [santificados por la sangre de Cristo] nuestros corazones de una conciencia maligna, y nuestros cuerpos habiendo sido lavados [griego louoo] con agua pura [las aguas purificadoras del bautismo]” (Hebreos 10:22). Las palabras de Pablo a Tito no dejan ninguna duda de que él se está refiriendo al lavamiento del bautismo, el cual trae limpieza espiritual: “…de acuerdo a Su misericordia Él nos salvó, a través del lavado [griego louoo] de regeneración y la renovación del Espíritu Santo” (Tito 3:5).

          El apóstol Pedro muestra que el bautismo en el nombre de Jesucristo es un requisito para recibir el regalo del Espíritu Santo. En el día de Pentecostés, Pedro fue inspirado a proclamar, “Arrepiéntanse y sean bautizados [por inmersión completa en agua] cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para la remisión de pecados, y ustedes mismos recibirán el regalo del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

          Los doce apóstoles, quienes se habían arrepentido y habían sido bautizados en los días del ministerio de Jesús, fueron los primeros en recibir el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés (Hechos 2:1-4). Su predicación inspirada llevó a muchos otros a creer y a ser bautizados (versos 41-42). Todos estos recibieron el regalo del Espíritu Santo por la imposición de manos, como lo hicieron otros creyentes quienes fueron agregados en los siguientes meses (Hechos 8:15-17). La conversión de Saulo, quien se convirtió en el apóstol Pablo sucedió durante este tiempo (Hechos 9:1-6). Al testificar de su conversión ante los judíos incrédulos, Pablo repitió las palabras de Ananías, quien le impuso manos a él: “El Dios de nuestros padres te ha escogido personalmente para saber Su voluntad, y para ver al Justo, y oír la voz de Su boca; porque serás un testigo para Él a todos los hombres de lo que has visto y oído. ¿Y ahora por qué te demoras? Levántate y se bautizado, y lava [griego louoo] tus pecados, acudiendo al nombre del Señor” (Hechos 22:14-16).

          La palabra “bautizar” es traducida del griego baptizoo, la cual significa “meter, sumergir, clavado, hundir, empapar, abrumar” (Arndt & Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament). El bautismo requiere completa inmersión en el agua porque simboliza la sepultura de la naturaleza vieja pecaminosa. El creyente que desea ser limpiado del pecado, debe ser bautizado en la muerte de Jesucristo, muriendo simbólicamente a la antigua naturaleza pecaminosa. El creyente es levantado de la sepultura de agua para andar en novedad de vida: “¿O son ustedes ignorantes que nosotros, tantos como fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en Su muerte? Por tanto, fuimos sepultados con Él a través del bautismo en la muerte [muriendo a la antigua naturaleza]; para que, así como Cristo fue levantado de los muertos por la gloria del Padre, en la misma forma, deberíamos también caminar en novedad de vida” (Romanos 6:3-4).

          El Nuevo Testamento deja muy claro que el bautismo por inmersión completa en el agua es requerido a todo creyente que se ha arrepentido del pecado. Un llamado “bautismo” rociando agua en la cabeza de la persona ¡no es el bautismo que es ordenado en el Nuevo Testamento! Ya que el bautismo representa la sepultura del antiguo ser pecaminoso en un sepulcro de agua, se puede comparar al entierro de una persona muerta. Una persona muerta no es enterrada al rociar un poco de tierra sobre el cuerpo. Los muertos son puestos en sepulturas y son completamente cubiertos con tierra. De la misma manera en que una persona muerta es colocada en la tumba y completamente cubierta con tierra, el que es bautizado debe ser completamente cubierto con agua por inmersión.

          Dado que Jesucristo pagó la pena por los pecados de cada ser humano, Su muerte es aceptada por Dios el Padre en lugar de cada pecador arrepentido que es bautizado. El bautismo es la manifestación externa del arrepentimiento del pecador y su fe en el sacrificio de Jesucristo para el perdón de los pecados y la purificación del corazón. La limpieza espiritual que sucede en el bautismo, libera a cada uno de la pena por el pecado, la cual es la muerte, y lo habilita a recibir el regalo de la vida eterna de Dios el Padre (verso 23). La muerte simbólica del bautismo es el juramento maldiciente por el cual el creyente entra al Nuevo Pacto, el cual ofrece la promesa de la vida eterna.

          El texto griego se refiere al bautismo como “el bautismo,” porque es la sepultura del pecador arrepentido hacia la muerte del pacto de Jesucristo, demostrando que él o ella ha aceptado la muerte de Jesucristo como pago por sus pecados: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre [la antigua naturaleza pecaminosa] fue co-crucificado con Él, para que el cuerpo de pecado pudiera ser destruido, para que ya no pudiéramos ser esclavizados al pecado; porque aquel que ha muerto al pecado [la muerte simbólica del bautismo] ha sido justificado del pecado” (Romanos 6:6-7).

          Esta es la limpieza espiritual a través de la muerte de la antigua naturaleza de pecado, a la cual se refería Jesús cuando Él dijo, “Aquel que ha sido lavado…” (Juan 13:10). Esta referencia al bautismo durante la ceremonia del lavamiento de pies de la Pascua cristiana es muy significativa. Jesús estaba mostrando que la participación en el lavamiento de pies confirma que el creyente ha sido limpiado del pecado y ha muerto a la antigua naturaleza. La muerte del viejo ser pecaminoso es el principio de una nueva forma de vida, la cual es representada al ser levantado de la sepultura de agua. El creyente que ha muerto simbólicamente y ha sido levantado con Jesucristo, ha entrado al Nuevo Pacto, por medio del cual las leyes de Dios son escritas en su corazón. Cada uno ha llegado a estar bajo la sangre del Nuevo Pacto, la cual garantiza el perdón del pecado y el regalo del Espíritu Santo, habilitando al creyente a obedecer a Dios de corazón.

          Cuando un creyente es co-unido en la muerte de Jesucristo en el bautismo, él o ella está prometiendo guardar fielmente los mandamientos de Jesucristo y Dios el Padre, los cuales son las palabras del Nuevo Pacto. Todo el que permanece fiel hasta la muerte, será resucitado a la vida eterna y a la gloria. Pero aquellos que abandonen las enseñanzas de Jesucristo, serán quitados de la gracia de Dios bajo el Nuevo Pacto. Si se rehúsan a arrepentirse, sufrirán el juicio de la muerte eterna en el lago de fuego.

          Para ser resucitado a inmortalidad, debemos continuar caminando en el nuevo camino de vida que comienza en el bautismo. Esta novedad de vida es simbolizada por la ceremonia del lavamiento de pies en la Pascua cristiana. Mientras participamos en el lavamiento de pies cada año, estamos renovando nuestra promesa de caminar en el nuevo camino de vida que Dios ha ordenado para nosotros (Efesios 2:10). Dado que ya hemos sido completamente lavados por las aguas del bautismo, solamente necesitamos lavar nuestros pies como renovación de nuestra promesa.

          ¡Que tremendo significado hay en la ceremonia del lavamiento de pies de la Pascua cristiana! Cuando lavamos los pies unos a otros como Jesús ordenó, nos estamos re-dedicando a andar en el camino de vida de Dios. Mientras busquemos andar en Su camino, seremos guiados por el Espíritu Santo para resistir los deseos pecaminosos de la carne (Gálatas 5:16). El Espíritu Santo impartirá el amor de Dios y nos motivará a guardar Sus mandamientos: “Y este es el amor de Dios: que caminemos de acuerdo a Sus mandamientos…” (II Juan 6). Estaremos aprendiendo a vivir por cada palabra de Dios, la cual es verdad: “Porque me regocijé excesivamente a la llegada de los hermanos quienes testificaron de ti en la verdad, incluso cómo estás caminando en la verdad. No tengo ningún gozo más grande que estos testimonios que estoy oyendo—que mis hijos están caminando en la verdad” (III Juan 3:4). Mientras caminemos en la luz de la Palabra de Dios, la sangre de Jesucristo nos limpiará de todo pecado (I Juan 1:7).

          La limpieza espiritual, la cual recibimos por medio de la sangre del Nuevo Pacto, es representada por la ceremonia del lavamiento de pies de la Pascua cristiana. Al participar en el lavamiento de pies, confirmamos nuestro deseo de permanecer bajo el Nuevo Pacto y renovamos nuestra promesa de amar de Dios y guardar Sus mandamientos y andar en Su Verdad.

Lavamiento de pies y la humildad

          Mientras seguimos el ejemplo de Jesucristo al lavarnos los pies unos a otros, también estamos aprendiendo la lección de humildad que Jesús les enseñó a Sus discípulos, como Él dijo: “Así como el Hijo de hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar Su vida como un rescate por muchos” (Mateo 20:28). Jesús dijo estas palabras unos días antes de Su última Pascua. En la noche de la Pascua, antes de que fuera traicionado, Él instituyó la ceremonia del lavamiento de pies. Al lavar los pies de Sus discípulos, demostró la actitud de servicio y humildad que Él requiere de todos aquellos que profesan seguirlo. Cuando Él terminó de lavar los pies de los discípulos, les dijo, “Ustedes Me llaman el Maestro y el Señor, y hablan correctamente, porque lo Soy.Verdaderamente, verdaderamente les digo, un siervo no es más grande que su señor, ni un mensajero más grande que el que lo envió” (Juan 13:13-16).

          La lección vital de la humildad se aplica a cada siervo de Jesucristo. Nadie que esté sirviendo verdaderamente a Jesucristo, como mensajero trayendo la Palabra de Dios, debe exaltarse sobre los hermanos. Estas palabras de Jesús muestran claramente que cualquier hombre que clame sentarse en el asiento de Dios, como un pontífice exaltado, ¡no es un verdadero siervo de Jesucristo!

          El apóstol Pablo no se exaltó a sí mismo sobre los hermanos. Más bien, él siguió el ejemplo de Jesucristo y les enseñó a otros a practicar la misma humildad. Pablo escribió, “Nada sea hecho a través de [motivado por] contienda o vanagloria, sino en humildad, cada uno estimando a los otros sobre sí mismo.

          Cada uno ocúpese no solo de sus propias cosas, sino cada uno también considere las cosas de otros. Esté esta mente en ustedes, la cual estuvo también en Cristo Jesús; Quien, aunque existió [pre-existió]  en la forma de Dios, no lo consideró robo ser igual con Dios, sino se vació a Sí mismo [renunciando a Su gloria como Dios], y fue hecho en la semejanza de hombres, y tomó la forma de un siervo; y habiéndose encontrado en la forma de hombre, SE HUMILLÓ A SÍ MISMO, y llegó a ser obediente hasta la muerte, incluso la muerte de la cruz” (Filipenses 2:3-8).

          El apóstol Juan también escribió de la pre-existencia de Jesucristo como Dios (Juan 1:1-3, 14). Juan sabía que Jesús había renunciado a Su poder, Su gloria y Su inmortalidad para convertirse en hombre, hecho en la semejanza de la carne humana, para el propósito de convertirse en el sacrificio perfecto de Dios el Padre para el perdón de los pecados— ¡nuestros pecados y los del mundo entero! (I Juan 2:2). ¡No puede haber mayor acto de humildad y servicio que este!

          Jesús lavó los pies de los discípulos para demostrar Su actitud de humildad verdadera. Entonces Él les dijo, “Por tanto, si Yo, el Señor y el Maestro, he lavado sus pies, ustedes también están obligados a lavarse los pies los unos a los otros; porque les he dado un ejemplo, para mostrarles que también deberían hacer exactamente como Yo les he hecho.Si saben estas cosas, benditos son SI LAS HACEN” (Juan 13:14-15, 17).

          Jesucristo, nuestro Señor y Salvador dijo que Sus seguidores están obligados a lavarse los pies unos a otros. Si verdaderamente estamos siguiendo a Jesucristo, participaremos en la ceremonia del lavamiento de pies de la Pascua cristiana, como Jesús ordenó. Jesucristo promete que seremos bendecidos, si obedecemos Su mandato de lavarnos los pies unos a otros.

          Como muestra el Nuevo Testamento, el lavamiento de pies era una práctica común en las primeras iglesias de Dios. Una de las calificaciones para que una viuda recibiera asistencia de la iglesia era que “ella haya lavado los pies de los santos” (I Timoteo 5:10). Sin embargo, parece que en los últimos años del apóstol Juan, cuando muchas de las primeras iglesias estaban desviándose de las enseñanzas de Jesucristo, la práctica del lavamiento de pies estaba siendo abandonada. Eso explicaría por qué el apóstol Juan, quien escribió su Evangelio muchos años después de los otros Evangelios, relata el lavamiento de pies en la última Pascua de Jesús en gran detalle. Sin el testimonio de Juan, no tendríamos el conocimiento de guardar esta parte vital de la Pascua cristiana.

          Jesucristo nos ordena observar la ceremonia del lavamiento de pies por las siguientes razones:

1.     Para tener parte con Él ahora y en el reino de Dios por la eternidad

2.     Para renovar nuestra promesa de bautismo de andar en el camino de Dios

3.     Para aprender la lección de humildad y servicio amoroso

          Recuerden lo que dijo Jesús en Su última noche de Pascua: “Si Me aman, guarden los mandamientos—a saber, Mis mandamientos” (Juan 14:15). Uno de Sus mandamientos es lavarse los pies unos a otros en la Pascua cristiana. ¿Está usted dispuesto a observar la Pascua cristiana de acuerdo a los mandatos de Jesucristo? O ¿seguirá los mandamientos y tradiciones de los hombres? El camino de los hombres no lleva a la vida eterna, sino a la muerte, como advierten las Escrituras: “Hay un camino el cual parece recto a un hombre, pero el fin del mismo es el camino de muerte” (Proverbios 14:12). ¡La decisión es suya!

          Después de instituir el lavamiento de pies en Su última Pascua, Jesucristo instituyó las ordenanzas del pan y el vino. En el siguiente capítulo, aprenderemos el significado de la segunda ordenanza de la Pascua cristiana—participando del pan como símbolo del cuerpo de Jesucristo.