CAPÍTULO VEINTICUATRO

(Tomado del libro “La pascua Cristiana”)

 

LA SUPERIORIDAD DEL NUEVO PACTO

 

Por

Fred Coulter

www.laverdaddedios.org

 

          Como hemos aprendido, tanto el Antiguo Pacto como el Nuevo Pacto fueron establecidos sobre las promesas de Dios a Abraham. Las promesas fueron entregadas en la noche de Nisán 14, el cual se convirtió en el día de la Pascua y el pacto entre Dios y Abraham fue ratificado al siguiente día—el primer día de la Fiesta de Panes sin Levadura.

          Cuatrocientos treinta años más tarde, en el mismísimo día, Dios cumplió Su promesa de sacar a los descendientes de Abraham de su aflicción. En este tiempo, Dios empezó a establecer Su pacto con ellos. Las instrucciones que Dios dio para la Pascua en Egipto fueron las primeras palabras del Antiguo Pacto entre Dios e Israel. Después del Éxodo de Egipto, Dios entregó todas las palabras del Antiguo Pacto en el Monte Sinaí en el día de Pentecostés. Al siguiente día, el pacto fue ratificado por el pueblo con la sangre de bueyes (Éxodo 24:3-8).

          Para los hijos de Israel bajo el Antiguo Pacto, la Pascua requería el sacrificio del cordero y poner su sangre sobre los postes de las puertas de las casas. Esta ceremonia conmemoraba cuando Dios pasó sobre las casas de los hijos de Israel en Egipto, salvando a sus primogénitos, pero matando a los primogénitos de los egipcios. En ese mismo día, los hijos de Israel fueron liberados del cautiverio de Egipto.

          Para los hijos de Abraham por la fe, quienes están bajo el Nuevo Pacto, no hay necesidad del sacrificio de un cordero de Pascua. La Pascua del Nuevo Pacto es una conmemoración del sacrificio de Jesucristo, el Cordero de Dios. Su único sacrificio perfecto abrió el camino para que toda la humanidad fuera liberada de la esclavitud del pecado y recibiera el regalo de la vida eterna.

          El Nuevo Pacto, el cual fue ratificado en el día de la Pascua por la sangre de Jesucristo, está cumpliendo la promesa de Dios a Abraham de bendiciones para todas las naciones. Las bendiciones espirituales que son otorgadas por medio del Nuevo Pacto nunca fueron ofrecidas por medio del Antiguo Pacto. El Antiguo Pacto, el cual estaba basado en la sangre de sacrificios animales, prometía solamente bendiciones físicas y temporarias de Dios. Para recibir estas bendiciones, los hijos de Israel debían obedecer a Dios al guardar Sus mandamientos, estatutos y juicios en la letra de la ley. Obediencia en el espíritu de la ley no era posible bajo el Antiguo Pacto, porque el pueblo de Israel no había recibido el Espíritu Santo.

          De acuerdo a los términos del Antiguo Pacto, si los hijos de Israel obedecían a Dios, recibirían bendiciones físicas. Si le desobedecían y rechazaban Sus mandamientos, sufrirían la corrección y maldiciones de Dios. Deuteronomio 28 da un resumen completo de las bendiciones que les fueron prometidas a los hijos de Israel bajo el Antiguo Pacto y las maldiciones que los asolarían si abandonaban su pacto con Dios. Cuando leemos Deuteronomio 28, podemos ver claramente que la promesa de vida eterna no era una promesa del Antiguo Pacto. La promesa de vida eterna a través del perdón de los pecados no fue ofrecida hasta que el Nuevo Pacto fue establecido por Jesucristo. El apóstol Juan deja eso muy claro: “Y de Su plenitud [de Jesucristo] todos hemos recibido, y gracia sobre gracia [el regalo de salvación]. Porque la ley [el Antiguo Pacto] fue dada a través de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron a través de Jesucristo” (Juan 1:16-17).

          El Antiguo Pacto con sus sacrificios animales, los cuales continuamente les recordaban a las personas sus pecados, señalaba la necesidad de un mejor pacto que traería libertad del pecado. Aquel pacto fue establecido por Jesucristo, Quien se ofreció a Sí Mismo como el sacrificio completo y perfecto por el pecado por todos los tiempos. La redención del pecado a través de la sangre de Jesucristo, la cual es la sangre del Nuevo Pacto, está plenamente revelada en el Nuevo Testamento. Esta salvación fue anunciada en el Antiguo Testamento, el cual registra las maldiciones por el pecado y las profecías de un Salvador, pero no fue revelado sino hasta la venida de Jesucristo: “La Ley y los Profetas fueron hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es predicado,…” (Lucas 16:16).

          Jesucristo vino al mundo a predicar la salvación completa de Dios el Padre, por medio del Nuevo Pacto. El Nuevo Pacto, como fue revelado por Jesucristo en el Nuevo Testamento, es mucho más grandioso que el Antiguo Pacto. El Nuevo Pacto fue confirmado con la sangre de Jesucristo como el Cordero de Dios—¡el máximo sacrificio de Dios! Fue sellado en el día de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo como un regalo de Dios el Padre. Todos los que entran al Nuevo Pacto reciben el poder del Espíritu Santo, el cual los habilita a vencer el pecado en la carne y a crecer en la justicia de Jesucristo, con la promesa de vida eterna en la resurrección (Hechos 2:1-11, 16-18, 21-39).

          A diferencia del Antiguo Pacto, ¡el Nuevo Pacto ofrece promesas espirituales y bendiciones eternas! Las bendiciones del Nuevo Pacto incluyen el regalo de la salvación y la promesa de la vida eterna con una herencia eterna en el reino de Dios. Jesucristo establecerá ese reino en la tierra en su retorno. El apóstol Juan describe Su venida en el libro de Apocalipsis: “He aquí, Él viene con las nubes, y todo ojo lo verá, y aquellos que lo traspasaron; y todas las tribus de la tierra gemirán por causa de Él. Aun así, Amén. “Yo soy el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin,” dice el Señor, “Quien es, y Quien era, y Quien debe venir—el Todopoderoso”” (Apocalipsis 1:7-8). En ese tiempo de Su segunda venida, Sus santos serán resucitados a inmortalidad y reinarán con Él en la tierra (Apocalipsis 5:8-10; 20:4-6). Todos los verdaderos cristianos esperan la resurrección de los muertos y la transformación a la gloriosa vida eterna al retorno de Jesucristo.

          La promesa de la vida eterna hace al Nuevo Pacto inmensurablemente superior al Antiguo Pacto. El Nuevo Pacto revela el amor y la gracia de Dios el Padre a toda la humanidad por medio de Jesucristo, Su único Hijo engendrado. La promesa de salvación por medio del Nuevo Pacto está fundada en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Dios el Padre mismo nos llama a la salvación, por medio de Su Hijo (Juan 6:44, 65). Dios el Padre nos guía al arrepentimiento por medio de Su bondad y gracia (Romanos 2:4). El arrepentimiento significa que nosotros nos volvemos del camino del pecado—de nuestras transgresiones de las leyes y mandamientos santos, justos y perfectos de Dios (I Juan 3:4). Después de arrepentirnos de nuestros pecados, se nos ordena ser bautizados por completa inmersión en agua (Hechos 2:38). Entonces Dios el Padre da el regalo del Espíritu Santo a través de la imposición de manos (Hechos 8:14-17; 19:5-6). Desde ese momento en adelante, debemos andar en novedad de vida, rindiéndonos a Dios al practicar la justicia (Romanos 6:3-6, 11-13). La justicia que debemos practicar está claramente definida en la Escritura por los mandamientos de Dios (Salmos 119:172). Como muestra el apóstol Juan, se requiere la obediencia a los mandamientos de Dios por todos los que profesan conocer y amar a Dios (I Juan 2:3-4; 3:24; 5:2-3).

          Bajo el Nuevo Pacto, las leyes y los mandamientos de Dios están escritos en nuestras mentes e inscritos en nuestros corazones (hebreos 8:10; 10-16). Por medio del regalo del Espíritu Santo, el cual imparte la mente de Jesucristo, somos capaces de entender y obedecer las leyes de Dios en su significado espiritual y su aplicación. Aunque nuestra obediencia requiere acciones y esfuerzos físicos, el resultado es espiritual y eterno. Tenemos la promesa de Dios de que, si somos moldeados a la justicia de Su Hijo Jesucristo, compartiremos Su gloria e inmortalidad (Colosenses 1:27-28; 3:1-4; Romanos 8:29). La promesa de vida eterna en el reino de Dios es hecha posible por la gracia de Dios a través del regalo del Espíritu Santo.

          A diferencia del pueblo de Israel bajo del Antiguo Pacto, a quienes se les otorgó acceso limitado a Dios como miembros de una nación física, aquellos que entran al Nuevo Pacto disfrutan de compañerismo continuo con Dios como miembros de Su propia familia. Son los hermanos y hermanas de Jesucristo y los hijos de Dios el Padre. Cuando entendemos plenamente esta relación y las promesas maravillosas y fantásticas que Dios ha dado de la vida eterna, amor eterno y gloria eterna en Jesucristo, ¡es verdaderamente abrumador! Este conocimiento y entendimiento es impartido y entendido solamente por medio del Espíritu Santo de Dios (I Corintios 2:6-13). El intelecto humano y el racionalismo no pueden comprender este misterio supremo de Dios— ¡Que en realidad podamos convertirnos en los hijos e hijas de Dios! Solo aquellas mentes que son iluminadas por el Espíritu Santo pueden comprender el plan magnífico que Dios está llevando a cabo por medio del Nuevo Pacto.

La superioridad del Sacerdocio del Nuevo Pacto

          Bajo el Nuevo Pacto, Jesucristo es el Sumo Sacerdote y el Mediador ante el trono del Padre, continuamente intercediendo por cada hijo de Dios. Por medio de Su intercesión, cada uno recibe perdón diario por los pecados y permanece en un estado de gracia, teniendo comunión con el Padre y siendo fortalecido por el Espíritu Santo. Este proceso diario de vencer el pecado y crecer en gracia por medio del poder del Espíritu Santo guía a cada hijo de Dios a la perfección espiritual.

          En su epístola a los hebreos, el apóstol Pablo muestra que el sacerdocio de Jesucristo del Nuevo Pacto ha reemplazado al antiguo sacerdocio de Aarón del Antiguo Pacto: “Entonces aquí hay un resumen de las cosas siendo discutidas: Nosotros tenemos tal Sumo Sacerdote Quien se sentó a la mano derecha del trono de la Majestad en los cielos; un Ministro del santuario y del verdadero tabernáculo, el cual el Señor estableció, y no hombre” (Hebreos 8:1-2).

          Pablo explica que el verdadero santuario es el trono de Dios en el cielo, donde Jesucristo ministra como Sumo Sacerdote. El ministerio del Jesucristo resucitado, ministrando ante el trono mismo de Dios el Padre, es MUCHO MÁS SUPERIOR que el sacerdocio terrenal, el cual ministraba en el tabernáculo que Dios le instruyó a Moisés que construyera (versos 2-5). Pablo muestra que la superioridad del sacerdocio celestial es igualada a la superioridad del pacto al cual ministra:

          “Pero de otro lado, Él [el Sumo Sacerdote celestial] ha obtenido un ministerio supremamente más excelente, tan grandioso como el pacto superior del cual Él es también Mediador, el cual fue establecido sobre promesas superiores. Porque si el primer pacto hubiera sido impecable, entonces ninguna provisión para un segundo pacto habría sido hecha. Pero ya que Él encontró falta con ellos, Él dice, “He aquí, los días vienen,’ dice el Señor, ‘cuando estableceré un nuevo pacto con la casa de Israel y la casa de Judá; no de acuerdo al pacto que hice con sus padres en el día que tomé de sus manos para guiarlos fuera de la tierra de Egipto, porque ellos no continuaron en Mi pacto, y Yo los ignoré,’ dice el Señor. ‘Porque este es el pacto que estableceré con la casa de Israel después de esos días,’ dice el Señor: ‘Daré Mis leyes en sus mentes, y las inscribiré sobre sus corazones; y Yo seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo. Y ellos no enseñarán más cada hombre a su prójimo, y cada hombre a su hermano, diciendo, “Conoce al Señor” porque todos Me conocerán, desde el menor hasta el más grande de ellos; porque seré misericordioso hacia sus injusticias, y sus pecados y sus ilegalidades no recordaré jamás.’ ” Al hablar de un nuevo pacto, Él ha hecho el primer pacto obsoleto.  Ahora, eso lo cual ha llegado a ser viejo y obsoleto está a punto de desaparecer” (Hebreos 8:6-13).

          El nuevo Pacto, el cual es mediado por Jesucristo desde el trono de Dios el Padre, es ampliamente superior al Antiguo Pacto, el cual era ministrado desde el santuario del tabernáculo en la tierra. Bajo el Antiguo Pacto, el sacerdocio ofrecía sacrificios animales que no podían quitar los pecados y traer la santificación ante Dios el Padre en el cielo. La purificación ceremonial de los hijos de Israel les permitía el acceso al tabernáculo terrenal, pero no los podía purificar del pecado. Este hecho es confirmado por las palabras de Pablo en Hebreos 10: “Porque es imposible por la sangre de toros y machos cabríos quitar pecados” (verso 4). Los sacrificios animales que eran ofrecidos en el tabernáculo terrenal y en el templo no podían quitar el pecado de los corazones de las personas, sino que solamente los purificaba en la carne. Esta purificación carnal permitía a quienes los ofrecían continuar en la relación del Antiguo Pacto con Dios y participar de las bendiciones físicas del pacto. Los sacrificios animales eran un recordatorio de los pecados, porque eran repetidos una y otra vez, año tras año (verso 3). Señalaban la necesidad de un sacrificio más grande que pudiera quitar todos los pecados para siempre (versos 5-7). Ese mayor sacrificio fue cumplido en el cuerpo de Jesucristo, Quien se ofreció a Si Mismo una vez para expiar por los pecados de toda la humanidad (verso 10).

          El Antiguo Pacto con sus sacrificios animales terminaron cuando el sacrificio de Jesucristo dio lugar al Nuevo Pacto. A diferencia de las ofrendas de sacrificio del Antiguo Pacto, las cuales solo podían purificar la carne, el sacrificio de Jesucristo es capaz de purificar la mente y el corazón: “Pero Cristo mismo se ha convertido en Sumo Sacerdote de las buenas cosas venideras, a través de un tabernáculo más grande y perfecto, no hecho por manos humanas (esto es, no de esta creación física presente [el templo en Jerusalén, que existía en ese tiempo]). No por la sangre de machos cabríos y terneros, sino por los medios de Su propia sangre, Él entró una vez por todas en el santísimo [el santuario celestial], habiendo por Sí mismo asegurado redención eterna para nosotros. Porque si la sangre de machos cabríos y toros, y las cenizas de una novilla rociadas sobre aquellos quienes están profanados, santifica para la purificación de la carne, A un grado mucho más grande, la sangre de Cristo, Quien a través del Espíritu eterno se ofreció a Si mismo sin mancha a Dios, purificará sus conciencias de obras muertas para servir al Dios vivo. Y por esta razón Él es el Mediador del Nuevo Pacto…” (Hebreos 9:11-15).

          Pablo deja claro que la obra de Jesucristo como Sumo Sacerdote y Mediador del Nuevo Pacto, es traer la santificación completa del pecado. Pablo muestra que esta obra es lograda a través del poder del Espíritu Santo de Dios. Así como Jesús fue empoderado por el Espíritu Santo para vivir sin pecado ante Dios, así Él habilita a cada creyente verdadero a vencer el pecado. A través de Su sangre, cada creyente es reconciliado con Dios el Padre y se le otorga el regalo del Espíritu Santo, el cual empodera al creyente a obedecer a Dios desde el corazón, como lo hizo Jesús: “Esté esta mente en ustedes, la cual estuvo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Cada creyente engendrado en el Espíritu aprende a caminar en novedad de vida, desechando sus prácticas y pensamientos anteriores. La morada del Espíritu Santo comienza a producir frutos de justicia: “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, Mansedumbre, autocontrol; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23). Este proceso de santificación y crecimiento espiritual es logrado mientras el Espíritu Santo es suplido diariamente a cada creyente por medio de la continua mediación de Jesucristo.

Jesús prometió cumplir el pacto con Abraham

          Como hemos aprendido, el pacto entre Dios y Abraham estableció el fundamento para el Nuevo Pacto a través de Jesucristo. Cuando analizamos el juramento maldiciente del pacto de Dios con Abraham, encontramos una relación asombrosa con el sacrificio de Jesucristo. Noten el mandato de Dios a Abraham: “Y Él le dijo a él, “Tómame una novilla de tres años de edad, y una cabra de tres años de edad, y un carnero de tres años de edad, y una tórtola, y una paloma joven.” Y él tomó todos estos para sí mismo, y los dividió por la mitad [las partió de la cabeza a la cola], y colocó cada pieza opuesta a la otra, pero no dividió las aves” (Génesis 15:9-10).

          Los animales para este sacrificio especial del pacto—una novilla del ganado, una cabra y un carnero de la manada y las dos aves—representaban a los varios tipos de animales que fueron ofrecidos más adelante en los sacrificios que Dios ordenó para el tabernáculo. Estos animales simbolizaban todo el sistema de sacrificios, cubriendo cada categoría de sacrificio animal. Como aprendimos en capítulos anteriores, estos animales fueron matados durante la porción diurna del día 14 de Nisán—el día de la Pascua. Al caminar entre las partes de los animales matados, el ratificador comprometía su vida para cumplir las promesas del pacto. Este acto era llamado “cortar el pacto.” Una vez cortado, el pacto estaba vigente y no podía ser cambiado de ninguna manera, mientras el ratificador viviera.

          Como muestra el registro, el pacto con Abraham fue ratificado después de que el sol se había metido y había llegado la oscuridad: “Y sucedió, mientras el sol estaba bajando [terminando el 14], que un profundo sueño cayó sobre Abram. Y he aquí, ¡un horror de gran oscuridad cayó sobre él!... Y sucedió—cuando el sol bajó [empezando el 15] y era oscuro—he aquí, un horno humeante y una lámpara ardiente pasó por entre aquellas piezas” (versos 12, 17).

          Este registro es muy significativo. El horno humeante y la antorcha en llamas que pasó entre las partes de los animales del sacrificio mostró que Dios estaba ratificando el pacto con un juramento maldiciente. Por medio de este acto, Dios no solamente garantizó el cumplimiento de Sus promesas a Abraham, sino que también profetizó Su propia muerte. Recuerden que el Dios que se le apareció a Abraham era la Palabra, Quien más adelante vino en la carne como Jesucristo a morir en la cruz (Juan 1:1-14, Filipenses 2:5:11). Cuando Él estableció el pacto con Abraham, ¡Él prometió sacrificar Su vida! Él se obligó a Sí mismo por medio de un juramento maldiciente a cumplir las promesas que Él le hizo a Abraham. Aquellas promesas no podían ser cumplidas por medio del Antiguo Pacto con los hijos de Israel, el cual solamente podía traer bendiciones físicas. La promesa de la semilla espiritual requería un mejor pacto que llevaría a la vida eterna. Ese pacto solamente podía ser ratificado a través del sacrificio supremo por el pecado—la muerte del Hijo de Dios.

Hebreos 9 confirma la promesa del pacto

          Las palabras de Pablo confirman que Dios prometió sacrificar Su vida cuando Él ratificó Su pacto con Abraham con un juramento maldiciente. En Hebreos 9, Pablo presenta una explicación detallada de este principio de la ley del pacto. Antes de que examinemos las declaraciones de Pablo, necesitamos entender el error en la traducción de la Reina Valera de un pasaje en este capítulo. Ya que los traductores de la Version Reina Valera no entendieron la ley del pacto, malinterpretaron completamente este pasaje en la Escritura. Las palabras que eligieron para su traducción no se aplican a la ley del pacto, sino a la ley del testamento. Esta es la traducción de la Reina Valera de este pasaje en Hebreos 9: “Así que, por eso es mediador del nuevo testamento, para que interviniendo muerte para la remisión de las rebeliones que había bajo del primer testamento, los que son llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, necesario es que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte es confirmado; de otra manera no es válido entre tanto que el testador vive” (versos 15-17, VRV).

          La traducción Reina Valera de las palabras de Pablo no expresa el significado del texto griego. La palabra en español “testamento” es traducida de la palabra griega diatheekee la cual significa “pacto.” En pasajes anteriores en la misma epístola, diatheekee es traducida correctamente como “pacto” (Hebreos 8:6, 8, 9, 10 y 9:4). Pero en Hebreos 9:5, la traducción cambia abruptamente de “pacto” a “testamento,” aunque se usa la misma palabra griega diatheekee. Diatheekee es traducida incorrectamente como “testamento” en los versos 15 a 17. Cada vez después del verso 17, diatheekee es traducida correctamente como “pacto.” Además, en la epístola de Pablo a los Gálatas, los traductores de la Reina Valera han traducido diatheekee correctamente como “pacto” (Gálatas 3:15, 17).

          No hay ninguna justificación en el texto griego para traducir diatheekee como “testamento.” Esta traducción incorrecta de diatheekee en Hebreos 9:15-17 ha llevado a mucha confusión y debate innecesario. Una disertación por John J. Hughes titulada Hebreos IX 15ff y Gálatas 3:15ff, publicada en Novum Testamentum, muestra el error en traducir diatheekee como “testamento.” Hughes presenta la interpretación apropiada de este pasaje de acuerdo a la ley del pacto. Como muestra Hughes, la ley del pacto entra en vigencia a partir de la muerte simbólica del ratificador por un juramento maldiciente. El pacto permanece en vigencia hasta la muerte del ratificador. A diferencia de un testamento, un pacto no tiene fuerza cuando el ratificador está muerto. Más bien, la muerte del ratificador extingue el pacto. Mientras el ratificador vive, el pacto es obligatorio y no puede ser cambiado ni alterado de ninguna manera.

          Un testamento sigue el principio opuesto. Los términos de un testamento final no tomarán efecto sino hasta la muerte del testador. Además, un testamento se puede cambiar en cualquier momento mientras el testador vive. El testador puede agregar o eliminar beneficiarios cuantas veces se desee. Ya que un testamento se puede cambiar por el testador, los beneficiarios no tienen ninguna seguridad de que lo que ha sido escrito entrará en vigencia. La herencia que espera recibir el beneficiario puede ser dada a otros.

          Dios, Quien es fiel, no altera Sus promesas como en la ley del testamento. Dios usa solamente la ley del pacto, para que Sus promesas sean garantizadas a Su pueblo. Cuando Dios establece un pacto, las promesas permanecen en vigencia completa; no pueden ser cambiadas. La gran diferencia entre la ley del pacto y la ley del testamento no deja espacio para intercambiar los términos “pacto” y “testamento,” como lo han hecho los traductores de la Reina Valera. John J. Hughes claramente condena su error: “Por consiguiente, traducir e interpretar diatheekee en [Hebreos] ix 16, 17 como ‘testamento’ hace gran violencia al contexto más grande del argumento [el cual concierne la transición del Antiguo Pacto al Nuevo Pacto, como se encuentra] de ix 1-x 18 [Hebreos 9:1-10:18]…” (Novum Testamentum—An International Quarterly for New Testament and Related Studies, Vol. XXI, facs. 1, pp. 59, énfasis agregado).

          Además de traducir diatheekee incorrectamente como “testamento,” los traductores de la King James cometieron un segundo error en Hebreos 9:17. Aquí está la traducción de este verso en la Version Reina Valera: “Porque el testamento [griego diatheekee, que significa “pacto”] con la muerte es confirmado; de otra manera no es válido entre tanto que el testador vive.”

          La palabra griega diatheekee muestra que Pablo está hablando de la ley del pacto, no de la ley del testamento. Sin embargo, el principio que está declarado en este verso se aplica solamente a la ley del testamento. Esta aparente contradicción se resuelve cuando entendemos que la frase “con la muerte es confirmado” es una gran malinterpretación del texto griego. Esta frase en español es traducida del griego epi nikrois, la cual literalmente significa “sobre los muertos.” Las palabras epi nikrois se refieren a los animales que fueron matados para ratificar el pacto, no a la muerte del ratificador. La frase “es confirmado,” traducida del griego bebaia, también es una traducción incorrecta. La palabra bebaia significa “establecer, confirmar o arreglar” (Arndt and Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament). En Hebreos 9:17, bebaia debería ser traducida como “ratificado.”

          Aquí está una traducción más precisa del texto griego: “Ahora, donde hay un pacto, es obligatorio producir [representar] un sacrificio simbólico para representar la muerte del que personalmente ratifica el pacto [por medio de un sacrificio simbólico]; porque un pacto es ratificado solamente sobre los animales muertos sacrificatorios, ya que no hay forma de que esté legalmente en vigor hasta que el ratificador vivo [el que hace el pacto] haya representado simbólicamente su muerte” (Hebreos 9:16-17).

          Cuando son traducidos correctamente, estos versos claramente expresan los principios de una ley de pacto y los medios por los cuales los pactos se hacen legalmente obligatorios. La frase epi nikrois (“sobre los muertos”) se aplica igualmente al pacto entre Dios y Abraham y al pacto entre Dios e Israel. Ambos pactos fueron confirmados o ratificados sobre los cuerpos de los animales del sacrificio, los cuales representaban la muerte de los ratificadores. Los siguientes versos en Hebreos 9 describen la ratificación del pacto entre Dios e Israel: “Por esta misma razón [el requisito de un sacrificio para confirmar o ratificar un pacto], tampoco el primer pacto [el Antiguo Pacto] fue inaugurado sin sangre Porque después de que Moisés hubo dicho cada mandamiento de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de becerros y cabras, con agua y lana escarlata e hisopo, y roció el libro del pacto mismo y a todo el pueblo, diciendo, “Esta es la sangre del pacto que Dios ha ordenado para ustedes”” (Hebreos 9:18-20).

          Como muestra Pablo, el Antiguo Pacto fue ratificado sobre los cadáveres de becerros y cabras. El sacrificio de estos animales cumplió los requisitos de la ley del pacto y le dio al pacto vigencia y fuerza plena. Después de establecer este hecho, Pablo muestra que el sacrificio de Jesucristo cumplió con los requisitos para la ratificación del Nuevo Pacto: “Por tanto, ciertamente era obligatorio para los modelos de las cosas celestiales [los recipientes en el santuario terrenal] ser purificados con la sangre de estos animales, pero [era obligatorio purificar] las cosas mismas en el cielo [en el santuario celestial] con sacrificios superiores a estos. Porque Cristo no ha entrado en los lugares santos hechos por manos humanas, las cuales son meras copias del verdadero; sino Él ha entrado en el cielo mismo, ahora para aparecer en la presencia de Dios por nosotros; no que Él debería ofrecerse a Sí mismo muchas veces, incluso como el sumo sacerdote entra en el santo de santos año a año con la sangre de otros; Porque entonces habría sido necesario para Él sufrir muchas veces desde la fundación del mundo. Pero ahora, una vez y por todas, en la terminación de las eras, Él ha sido manifestado para el propósito de remover el pecado a través de Su sacrificio de Sí mismo” (Hebreos 9:23-26).

 

 

 

 

 

La promesa del pacto presagia el sacrificio del Nuevo Pacto

          Al sacrificar Su propio cuerpo y sangre, Jesucristo cumplió los requisitos de la ley del pacto, confirmando y ratificando el Nuevo Pacto. Como el Mediador del Nuevo Pacto, Él ofrece redención del pecado y el regalo de la vida eterna a todas las naciones. Aquellos que aceptan Su sacrificio, se convierten en los hijos de Abraham por medio de la fe, cumpliendo la promesa de la semilla espiritual. Recuerden que esta promesa fue entregada a Abraham en la noche del 14 de Nisán—el tiempo que Dios había señalado para la Pascua. En el mismo día fueron matados los animales para el sacrificio del pacto. El sacrificio sangriento que Abraham fue ordenado a preparar, cortando a esos animales y haciendo un camino para que Dios pasara entre las partes, presagiaba la muerte agonizante que Jesucristo sufriría cuando Él fuera golpeado y crucificado en el día de la Pascua.

          Abraham preparó su sacrificio durante el mismo tiempo que la carne de Jesucristo sería desgarrada y mutilada por los latigazos y perforada por los clavos de la cruz. Este es el registro de Mateo del tiempo del sufrimiento de Jesús: “…tras flagelar a Jesús, lo entregó para que pudiera ser crucificado.Y lo desnudaron y pusieron una capa escarlata alrededor de Él. Y tras trenzar una corona de espinas, la pusieron sobre Su cabeza,Luego, tras escupirlo, tomaron la vara y lo golpearon en la cabeza. Cuando terminaron de burlarse de Él,lo llevaron para crucificarlo.Ahora, desde la hora sexta hasta la hora novena, hubo obscuridad sobre toda la tierra. Y cerca de la hora novena, Jesús gritó con una fuerte voz, diciendo, “Eli, Eli, ¿lama sabachthani?” Eso es, “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has abandonado?”… Y tras gritar de nuevo con una fuerte voz, Jesús entregó Su espíritu.Y cuando la noche estaba llegando, un hombre rico de Arimatea vino, llamado José, quien era él mismo un discípulo de Jesús. Después de ir a Pilato, le rogó tener el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato ordenó que el cuerpo fuera entregado a él” (Mateo 27:26, 28-31, 45-46, 50, 57-58).

          El sufrimiento de Jesucristo terminó cuando Él murió en la tarde del 14 de Nisán—el mismo tiempo que Abraham completó su preparación del sacrificio del pacto. Noten el registro en Génesis 15: “Y cuando las aves de presa bajaban sobre los cadáveres de los animales, Abram las ahuyentaba. Y sucedió, mientras el sol estaba bajando,…” (versos 11-12). Mientras los cuerpos sangrientos de los animales permanecían en el mismo lugar durante la tarde del día, así el cuerpo de Jesús permanecía en la cruz. Cerca del final del día de la Pascua, José de Arimatea bajó el cuerpo de Jesús y Nicodemo vino con especias de sepultura. Juntos enrollaron lino de sepultura alrededor del cuerpo de Jesús, envolviendo las especias con el lino. Ellos pusieron Su cuerpo en la tumba mientras el sol se ponía, terminando el día 14y comenzando el 15.

          El entierro de Jesús en la tumba fue presagiado por el sueño profundo que Abraham experimentó mientras el sol se ponía. Noten: “Y sucedió, mientras el sol estaba bajando, que un profundo sueño cayó sobre Abram. Y he aquí, ¡un horror de gran oscuridad cayó sobre él!” (Génesis 15:12).

          Después de que el sol se había puesto, el Dios Quien se convertiría en Jesucristo en la carne pasó entre las partes del sacrificio del pacto en un juramento maldiciente, pactando Su futura muerte por el sacrificio de Sí mismo, para cumplir las promesas del pacto: “Y sucedió—cuando el sol bajó [empezando el 15] y era oscuro—he aquí, un horno humeante y una lámpara ardiente pasó por entre aquellas piezas” (Génesis 15:17).

          Este evento ocurrió al principio del 15 de Nisán—el mismo tiempo que el cuerpo de Jesús fue sellado en la oscuridad de la tumba. El Evangelio de Lucas confirma el tiempo del entierro de Jesús: “Y he aquí, vino un hombre llamado José [de Arimatea]… después de ir a Pilato, rogó por el cuerpo de Jesús. Y después de bajarlo, lo envolvió en tela de lino y lo puso en una tumba tallada en una roca, en la cual nadie había sido puesto jamás. Ahora, era un día de preparación, y un Sábado anual [el primer día de la Fiesta de Panes sin Levadura] estaba llegando [al ocaso]” (Lucas 23:50-54). El cuerpo de Jesús fue puesto en la tumba mientras el sol se ponía, terminando el 14 y comenzando el 15. Para el tiempo en que el sol se había puesto, la tumba había sido sellada al rodar una piedra gigante sobre la entrada. Esa noche—la noche del 15 de Nisán—era el principio del entierro de tres días de Jesús en el corazón de la tierra.

          Fiel al juramento maldiciente de Su pacto con Abraham, el Dios del Antiguo Testamento sacrificó Su vida para levantar la semilla espiritual que Él había prometido. Como Dios en la carne, Jesús murió para ratificar el Nuevo Pacto y asegurar la promesa de la vida eterna para la semilla espiritual la cual sería agregada a través de las eras. Él sacrificó Su cuerpo y sangre en el día de la Pascua—el 14 de Nisán—y Él estaba en la tumba cuando comenzó el 15. Por Su único sacrificio perfecto, Jesucristo expió por todo pecado para siempre. Después de tres días y tres noches en el corazón de la tierra, Él fue levantado de los muertos y restaurado a Su gloria anterior. En ese tiempo, Él se convirtió en el Mediador del Nuevo Pacto—el único Mediador entre Dios y el hombre (I Timoteo 2:5).

El Nuevo Pacto ofrece santificación del pecado

          El sacerdocio espiritual de Jesucristo, el cual ministra la vida eterna por medio del Nuevo Pacto, es mucho más glorioso que el sacerdocio terrenal del Antiguo Pacto, el cual ofrecía sacrificios animales en el tabernáculo del templo. Los sacrificios animales del rebaño y de la manada fueron instituidos para hacer notar los pecados del pueblo. Estos sacrificios eran repetidos año tras año porque el pueblo continuaba pecando. Ningún sacrificio animal podía quitar sus pecados al purificar sus corazones. El único sacrificio que podía quitar el pecado y traer perfección espiritual era el sacrificio de Jesucristo, el cual fue profetizado para un tiempo futuro. Toda la historia del Antiguo Testamento revela la necesidad del VERDADERO SACRIFICIO.

          Cuando sus corazones fueron endurecidos por el pecado, los hijos de Israel perdieron la perspectiva del propósito de los sacrificios de animales. Como resultado, los sacrificios se degeneraron a un simple ritual sin ningún significado en absoluto. Las palabras del profeta Isaías muestran que a Dios no le agradaban estos sacrificios: “¿Con qué propósito es la multitud de sus sacrificios a Mi?” dice el SEÑOR; “Estoy saciado de las ofrendas quemadas de carneros, y lo gordo de bestias alimentadas; y no Me deleito en la sangre de toros, o de corderos, o de machos cabríos” (Isaías 1:11).

          Peor aún, algunos trataron de cubrir sus pecados al usar el templo terrenal con su sistema de sacrificios para justificarse a sí mismos ante Dios. Los sacrificios que ellos ofrecieron eran una abominación, porque no había arrepentimiento ni reverencia por Dios en sus corazones. Esta es la feroz reprensión de Dios por sus actitudes tercas e impenitentes: “Quien mata un buey es como si matara un hombre; quien sacrifica un cordero es como si rompiera el cuello de un perro; quien ofrece una ofrenda de grano es como si ofreciera sangre de cerdo; quien quema incienso es como si bendijera un ídolo. Sí, ellos han escogido sus propios caminos, y su alma se deleita en sus abominaciones. Yo también escogeré sus ilusiones, y traeré sus temores sobre ellos porque cuando llamé, nadie respondió; cuando hablé, ellos no oyeron. Sino hicieron mal delante de Mis ojos y escogieron eso en lo cual Yo no Me deleité” (Isaías 66:3-4).

          Aunque estas ofrendas eran parte del sistema de sacrificios que Dios había instituido, Él los rechazaba porque eran ofrecidos con una actitud sin arrepentinmiento y con orgullo. Dios no acepta tales sacrificios, así como Él no aceptó el sacrificio de Caín porque el corazón de Caín no estaba bien delante de Él (Génesis 4:5-7). Dios el Padre desea un corazón y una mente arrepentidos y maleables: “Así dice el SEÑOR, “El cielo es Mi trono, y la tierra es Mi taburete. ¿Dónde, entonces, está la casa que construyes para Mí? ¿Y dónde está el lugar de Mi descanso? Porque todas estas cosas Mi mano ha hecho, y estas cosas llegaron a ser,” dice el SEÑOR. “Pero a éste miraré, a aquel que es de espíritu pobre y arrepentido y que tiembla a Mi Palabra” (Isaías 66:1-2).

          El rey David entendió que Dios desea un corazón humilde y contrito. Siendo un profeta, él predijo un tiempo en el que los sacrificios animales, los cuales no podían limpiar el corazón necio y rebelde del hombre, serían reemplazados por el sacrificio de Jesucristo: “Sacrificio y ofrenda no deseaste; Mis oídos has abierto; holocausto y ofrenda por el pecado no requeriste. Entonces dije, “He aquí, Yo vengo; en el rollo del libro está escrito de Mi; Me delito en hacer Tu voluntad, Oh Mi Dios; y Tu ley está dentro de Mi corazón”” (Salmo 40:6-8).

          El único sacrificio perfecto de Jesucristo ha logrado lo que todos los sacrificios animales del Antiguo Pacto no pudieron hacer. Al ofrecer Su propio cuerpo y sangre, Jesucristo estableció el Nuevo Pacto, el cual quita el pecado por medio de la santificación del corazón: “En el dicho arriba, Él dijo, “Sacrificio y ofrenda y ofrendas quemadas y sacrificios por el pecado (los cuales son ofrecidos de acuerdo a la ley sacerdotal) no deseaste ni te deleitaste”; Entonces Él dijo, “He aquí, Yo vengo para hacer Tu voluntad, Oh Dios.” Él quita el primer pacto para poder establecer el segundo pacto; por Cuya voluntad somos santificados a través de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo una vez por todas.

          “Ahora, cada sumo sacerdote permanece ministrando día a día, ofreciendo los mismos sacrificios repetidamente, los cuales nunca son capaces de remover los pecados; pero Él, después de ofrecer un sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la mano derecha de Dios. Desde ese tiempo, está esperando hasta que Sus enemigos sean colocados como taburete para Sus pies. Porque por una ofrenda Él ha obtenido perfección eterna para aquellos que son santificados” (Hebreos 10:8-14).

          El sistema de sacrificios del Antiguo Pacto no podía purificar los corazones tercos y pecaminosos del pueblo. Solamente el sacrificio de Jesucristo puede purificar el corazón y quitar el pecado. Por medio de la fe en Su único sacrificio perfecto, todos pueden entrar al Nuevo Pacto y ser redimidos del poder del pecado. Son simbólicamente crucificados con Cristo, poniendo a muerte la vieja naturaleza de pecado, y levantándose con Él en novedad de vida. Como escribe Pablo: “He sido crucificado con Cristo, aun así vivo. Ciertamente, ya no soy más yo; sino Cristo vive en mí. Porque la vida que estoy ahora viviendo en la carne, la vivo por fe—esa misma fe del Hijo de Dios [la fe misma de Cristo impartida a él], Quien me amó y Se dio a Si mismo por mí” (Gálatas 2:20).

          La relación del creyente individual con Jesucristo y Dios el Padre por medio del Nuevo Pacto, es mucho más superior que la relación entre Dios y los hijos de Israel bajo el Antiguo Pacto. La relación del Nuevo Pacto comienza cuando cada creyente se arrepiente del pecado y es bautizado en el nombre de Jesucristo (Hechos 2:38). Al creyente se le otorga reconciliación con Dios el Padre y recibe acceso directo a Su trono por medio de Jesucristo como Sumo Sacerdote. Dios el Padre entonces otorga el regalo del Espíritu Santo para morar dentro del creyente. El Espíritu Santo imparte la mente de Dios e inscribe Sus leyes en el corazón del creyente: “Y el Espíritu Santo también nos da testimonio; porque después que Él había previamente dicho, “ ‘Este es el pacto que estableceré con ellos después de aquellos días [los días del ministerio de Jesucristo],’ dice el Señor: ‘Yo daré Mis leyes dentro de sus corazones, y las inscribiré en sus mentes; y sus pecados e ilegalidad no recordaré nunca más’ ”” (Hebreos 10:15-17).

          Contrario a la enseñanza de muchos ministros y teólogos, el Nuevo Pacto no anula los mandamientos y leyes de Dios. ¡Las Escrituras enseñan lo contrario! Bajo el Nuevo Pacto, las leyes de Dios son inscritas en el corazón, y la esclavitud al pecado es abolida. El creyente ya no está esclavizado a la naturaleza pecaminosa de la carne, sino que es empoderado para vencer el pecado por medio de la morada del Espíritu Santo de Dios—el mismo Espíritu que habilitó a Jesucristo a vivir sin pecado: “Sin embargo, ustedes no están en la carne, sino en el Espíritu, si el Espíritu de Dios está ciertamente viviendo dentro de ustedes. Pero si cualquiera no tiene el Espíritu de Cristo, no pertenece a Él. Pero si Cristo está dentro de ustedes, el cuerpo ciertamente está muerto por causa del pecado [crucificado con Cristo]; sin embargo, el Espíritu es vida por causa de justicia [levantado con Cristo para andar en novedad de vida]. Entonces si el Espíritu de Quien levantó a Jesús de los muertos está viviendo dentro de ustedes, Quien levantó a Cristo de los muertos también resucitará sus cuerpos mortales [transformarlos a espíritu inmortal en la resurrección] por causa de Su Espíritu que vive dentro de ustedes.

          “Entonces, hermanos, no somos deudores a la carne, para vivir de acuerdo a la carne; porque si están viviendo de acuerdo a la carne, morirán; pero si por el Espíritu están condenando a muerte los hechos del cuerpo, vivirán. Porque tantos como son guiados por el Espíritu de Dios, esos son los hijos de Dios. Ahora, ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud otra vez hacia temor, sino han recibido el Espíritu de filiación, por el cual gritamos, “Abba, Padre.” El Espíritu mismo da testimonio conjuntamente con nuestro propio espíritu, testificando que somos hijos de Dios. Entonces si somos hijos, somos también herederos—verdaderamente, herederos de Dios y coherederos con Cristo—si ciertamente sufrimos junto con Él, para poder también ser glorificados junto con Él” (Romanos 8:9-17).

          El engendramiento espiritual que hace del creyente un hijo de Dios, lo habilita a él o ella a resistir las tentaciones de la carne y a obedecer a Dios de corazón. Cada creyente que camine en obediencia diaria a Sus leyes está siendo conformado a la imagen de Su Hijo Jesucristo, con la promesa de que él o ella será resucitado a vida eterna como Él (Romanos 8:29). La promesa de gloria e inmortalidad para los hijos de Dios es garantizada por el Nuevo Pacto y está siendo lograda por medio del poder del Espíritu Santo, el cual es concedido a todos los que aceptan el sacrificio de Jesucristo—el Cordero de Dios, Quien quita el pecado del mundo (Juan 1:29).

La circuncisión del Nuevo Pacto es del corazón

          La circuncisión de la carne, la cual fue instituida como símbolo del pacto entre Dios y Abraham, presagió la futura circuncisión del corazón por medio del Nuevo Pacto. Bajo el Antiguo Pacto, la circuncisión de todos los varones era obligatoria y cualquier varón que no estuviera circuncidado no podía participar de la Pascua. Cuando Jesucristo estableció el Nuevo Pacto, la circuncisión de la carne fue sustituida por la circuncisión del corazón.

          Incluso bajo el Antiguo Pacto, la circuncisión del corazón era más importante para Dios que la circuncisión de la carne: “Y entonces, Israel, ¿Qué requiere de ustedes el SEÑOR su Dios, sino temer al SEÑOR su Dios, caminar en todos Sus caminos, y amarlo, y servir al SEÑOR su Dios con todo su corazón y con toda su alma, guardar los mandamientos del SEÑOR, y Sus estatutos los cuales yo les ordeno hoy para su bien? He aquí, el cielo y el cielo de los cielos pertenecen al SEÑOR su Dios, la tierra también, con todo lo que está en ella. Solamente el SEÑOR tuvo deleite en sus padres para amarlos, y escogió su semilla después de ellos, ustedes sobre todo pueblo, como lo es hoy.

          “Por tanto, circunciden el prepucio de su corazón, y ya no sean tercos, porque el SEÑOR su Dios es Dios de dioses, y Señor de señores, un gran Dios, el poderoso e imponente Dios Quien no hace acepción de personas ni toma soborno” (Deuteronomio 10:12-17).

          Bajo el Nuevo Pacto, la circuncisión de la carne no es requerida por Dios y no tiene ningún significado espiritual. Noten: “Porque no es judío quien lo es exteriormente, ni es esa circuncisión la cual es externa en la carne; sino, es judío quien lo es interiormente, y la circuncisión es del corazón, en el espíritu y no en la letra; cuya alabanza no es de hombres sino de Dios” (Romanos 2:28-29).

          Cuando los judíos en los tiempos del Antiguo Testamento se desviaron de los mandamientos de Dios y empezaron a practicar las tradiciones de los hombres, exaltaron la señal de la circuncisión. Pero este símbolo físico no justificaba sus pecados ante Dios. Como muestra el apóstol Pablo, la obediencia dispuesta a los mandamientos de Dios es mucho más importante, que la condición de la carne: “Porque la circuncisión es nada, y la incircuncisión es nada; más bien, el guardar los mandamientos de Dios es esencial” (I Corintios 7:19).

          En su epístola a los colosenses, Pablo revela que la circuncisión espiritual sucede en el corazón de cada creyente que ha sido bautizado en el nombre de Jesucristo: “Porque en Él [Cristo] vive corporalmente toda la plenitud de la Divinidad; y ustedes están completos en Él, Quien es la Cabeza de todo principado y poder en Quien también han sido circuncidados con la circuncisión no hecha por manos, quitando el cuerpo de los pecados de la carne por la circuncisión de Cristo; habiendo sido sepultados con Él en el bautismo, por el cual también han sido levantados con Él a través de la obra interna de Dios, Quien lo levantó a Él de los muertos. A ustedes, quienes estaban una vez muertos en sus pecados y en la incircuncisión de su carne, ahora Él los ha hecho vivos con Él, habiendo perdonado todas sus ofensas.” (Colosenses 2:9-13).

          La circuncisión que lleva a la vida eterna no es de la carne sino del corazón. A través de la fe en Jesucristo, cada pecador puede ser reconciliado con Dios y recibir el engendramiento del Espíritu Santo, el cual es la verdadera circuncisión del corazón. Es esta circuncisión—no la circuncisión de la carne—la que se requiere para participar en el Nuevo Pacto y en su renovación anual en la Pascua cristiana. Esta ceremonia es un homenaje del sacrificio de Jesucristo, para ratificar el Nuevo Pacto para poder cumplir las promesas que le fueron entregadas a Abraham.

          Jesús estableció el Nuevo Pacto en la noche del 14 de Nisán, la misma noche que Él había entregado la promesa de la semilla espiritual a Abraham. El Nuevo Pacto está cumpliendo esta promesa, al ofrecer salvación del pecado y el regalo de la vida eterna a aquellos que Dios llama de cada nación. A todos los que entran al Nuevo Pacto por medio de la fe en Jesucristo, se les ordena observar la Pascua cristiana cada año en la noche del 14 de Nisán.

          Aunque la Pascua del Nuevo Pacto es observada en el día que Dios ordenó para la Pascua del Antiguo Pacto, la ceremonia de la Pascua fue profundamente cambiada por Jesucristo. La Pascua cristiana no conmemora la salvación de los primogénitos de Israel de la muerte, sino la salvación de pecadores arrepentidos de la muerte eterna. Ya que Jesucristo compró redención completa del pecado con Su propio cuerpo y sangre, por lo tanto, el sacrificio del cordero de la Pascua ya no es necesario. Las ordenanzas que Jesucristo instituyó para la Pascua cristiana son la ceremonia del lavamiento de pies y los nuevos símbolos del pan y el vino, los cuales representan Su cuerpo y Su sangre.

          En el Capítulo Veinticinco, aprenderemos el significado de la ceremonia del lavamiento de pies y la razón por la que Jesucristo ordena que todos los verdaderos cristianos participen en esta ordenanza.