CAPÍTULO VEINTIDÓS

(Tomado del libro “La pascua Cristiana”)

 

LOS PACTOS DE DIOS CON LOS DESCENDIENTES DE ABRAHAM

 

Por

Fred Coulter

www.laverdaddedios.org

 

          Abraham tenía 85 años de edad cuando Dios se le apareció en la tierra de Canaán y estableció el pacto unilateral que está registrado en Génesis 15. Después de que habían pasado 14 años, Dios se le volvió a aparecer a Abraham para asegurarle que Él no se olvidaría de Su pacto. Dado que pasarían muchos años más antes de que Dios empezara a cumplir Sus promesas, Él instituyó la señal de la circuncisión para cada generación venidera. La circuncisión era un símbolo carnal—una señal del pacto que Dios había hecho con Abraham, el cual sería cumplido en su tiempo.

          La institución de la circuncisión en ninguna manera alteró las promesas que Dios le había dado a Abraham, las cuales fueron ratificadas por el pacto más de una década antes. El registro Escritural muestra que la ratificación requería un sacrificio de sangre (Génesis 15:8-10). Dios Mismo caminó entre las partes de este sacrificio, indicando que Él había ratificado Su pacto con Abraham (versos 17-18). Como hemos visto, este acto era un juramento maldiciente representando la muerte simbólica del ratificador.

          Cuando un pacto ha sido ratificado por un juramento maldiciente, toma efecto y permanece obligatorio hasta la muerte del ratificador o los ratificadores. A un pacto que ha entrado en efecto no se le puede agregar ni quitar nada y tampoco puede ser anulado. El apóstol Pablo confirma este principio básico de la ley del pacto: “Hermanos (estoy hablando desde una perspectiva humana), incluso cuando un pacto de hombres ha sido ratificado, nadie lo invalida, ni le añade un codicilo. Ahora, para Abraham y para su Semilla fueron habladas las promesas.…” (Gálatas 3:15-16).

          Ya que el pacto que Dios hizo con Abraham fue ratificado por un juramento maldiciente, no podía ser cambiado de ninguna manera. La circuncisión de la carne, la cual fue instituida más adelante por los descendientes físicos de Abraham, no podía ser agregada al pacto y hecha obligatoria para los hijos espirituales de Abraham, quienes recibirían las promesas por medio de la fe en Jesucristo—la verdadera Semilla de Abraham. Dios había garantizado el cumplimiento de las promesas por medio de Su pacto unilateral con Abraham.

Dios instituye la circuncisión como una señal de Su Pacto

          La institución de la circuncisión como requisito para los descendientes físicos de Abraham está registrada en Génesis 17. Al comenzar el registro de este requisito físico, las Escrituras revelan un principio espiritual muy importante. Esta verdad se encuentra en las primeras palabras que Dios habló cuando se le apareció a Abraham: “Y cuando Abram tenía noventa y nueve años de edad, el SEÑOR se le apareció a Abram y le dijo, “¡Yo soy el Dios Todopoderoso! Camina delante de Mí y sé perfecto” (Génesis 17:1).

          Cuando Dios le ordenó a Abraham que fuera perfecto [de corazón integro], Él se estaba refiriendo a una actitud de obediencia perfecta. Dios requería que Abraham obedeciera Su voz y que guardara Sus mandamientos y Sus leyes con una actitud amorosa, devota y sincera hacia Él. Las Escrituras claramente revelan que los mandamientos, las leyes y estatutos de Dios estaban en su totalidad y en vigencia en los días de Abraham. De hecho, la obediencia de Abraham a las leyes de Dios era la razón misma que las promesas del pacto fueron traspasadas a sus descendientes. Las palabras de Dios a Isaac después de la muerte de Abraham confirman esta verdad: “Y el SEÑOR se le apareció [a Isaac] y dijo, “No desciendas a Egipto. Vive en la tierra la cual Yo te diré. Permanece en esta tierra, y estaré contigo y te bendeciré, porque a ti y a tu descendencia, daré todas estas tierras; y estableceré el juramento el cual juré a Abraham tu padre.

          “Y multiplicaré tu descendencia como las estrellas de los cielos y daré a tu descendencia todas estas tierras. Y en tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra, PORQUE ABRAHAM OBEDECIÓ MI VOZ Y GUARDÓ MI ENCARGO, MIS MANDAMIENTOS, MIS ESTATUTOS Y MIS LEYES”” (Génesis 26:2-5).

          Contrario a las enseñanzas de la mayoría de los teólogos, las leyes de Dios han estado en vigencia desde el tiempo de la creación. Dios siempre ha requerido obediencia a Sus leyes y mandamientos. Adán y Eva entendieron que habían leyes y mandamientos que Dios les requería que obedecieran. Las Escrituras registran que Adán y Eva pecaron al desobedecer las leyes de Dios (Romanos 5:14; I Timoteo 2:14). Por medio del pecado, ellos se pusieron debajo de la pena de muerte, como lo hicieron todos sus descendientes (Romanos 5:12). El hecho que “la muerte reinó desde Adán hasta Moisés” muestra que las leyes de Dios estaban en vigencia durante todo este periodo de la historia de la humanidad (verso 14). Los mandamientos, estatutos y juicios que Dios le entregó a Moisés en el Monte Sinaí eran las mismas leyes que Dios le ordenó a Abraham que obedeciera.

          Cuando Dios le dio este mandato a Abraham, Él prometió que cumpliría el pacto que había establecido con él. Una de las promesas del pacto era que Él multiplicaría los descendientes de Abraham. Mucho antes de que se diera esta promesa, Dios le dijo a Abraham que él se convertiría en una gran nación (Génesis 12:2). En el registro en Génesis 17, Dios expandió esa promesa. Noten lo que Dios le dijo a Abraham: ““¡Yo soy el Dios Todopoderoso! Camina delante de Mí y sé perfecto. Y haré Mi pacto entre tú y Yo, y te multiplicaré excesivamente.” Y Abram cayó sobre su rostro. Y Dios habló con él, diciendo, “En cuanto a Mí, he aquí, Mi pacto es contigo, y tú serás un padre de muchas naciones” (Génesis 17:1-4).

          Las Escrituras declaran que Dios “llama las cosas que no son como si fueran” (Romanos 4:17). En términos modernos, la palabra de Dios era “como si estuviera hecho.” Dado que las promesas ciertamente se cumplirían, Dios cambió el nombre de Abram a Abraham, el cual significa “el padre de las naciones.” Noten: “Ni tu nombre será más llamado Abram, sino tu nombre será Abraham; porque te he hecho un padre de muchas naciones. Y te haré excesivamente fructífero, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti. Y ESTABLECERÉ MI PACTO entre tú y Yo y tu semilla después de ti en sus generaciones por un pacto perpetuo, para ser Dios a ti y a tu semilla después de ti” (Génesis 17:5-7).

          En ese momento, Dios confirmó que el pacto que Él había hecho con Abraham se extendería a sus descendientes de todas las generaciones a través de las eras. La tierra de Canaán, donde Abraham había morado como un extranjero, se volvería parte de su posesión para siempre: “Y te daré la tierra en la cual eres un peregrino, y a tu semilla después de ti, toda la tierra de Canaán, por una posesión eterna. Y seré su Dios.” Y Dios le dijo a Abraham, “Y tú guardarás Mi pacto, tú y tu semilla después de ti en sus generaciones” (versos 8-9).

          Cuando Dios estableció el pacto con Abraham, Él no requirió ninguna participación activa de Abraham. Abraham no participó en la ratificación del pacto al caminar entre las partes. La única participación de Abraham fue su fe activa creyente en Dios, la cual “Él se lo contó por justicia” (Génesis 15:6). Dios había determinado anteriormente que las promesas que Él le hizo a Abraham serían cumplidas por medio de la justicia de la fe—no por medio de requisitos físicos o rituales. La circuncisión de la carne, la cual siguió el pacto, no reemplazaron la fe como una condición para recibir las promesas. Por el contrario, este requisito físico fue instituido por Dios como una demostración externa de la fe que traería el cumplimiento del pacto. Era “un sello de la justicia de la fe” por el cual serían recibidas las promesas (Romanos 4:11).

          La circuncisión de la carne presagiaba la futura circuncisión del corazón, la cual le sería concedida a todas las naciones por medio de la fe en Jesucristo, la Semilla prometida. Ya que el pacto sería finalmente extendido a todas las naciones por medio de la fe, la señal de la circuncisión no estaba limitada exclusivamente al linaje físico de Abraham. Cada hombre en su casa, ya fuera descendiente de Abraham o de sangre extranjera, era requerido soportar el símbolo del pacto. Estas son las instrucciones de Dios:

          “Este es Mi pacto, el cual guardarás, entre tú y Yo y tu semilla después de ti. Todo niño varón entre ustedes será circuncidado. Y circuncidarás la carne de tu prepucio. Y será una señal del pacto entre tú y Yo. Y un hijo de ocho días será circuncidado entre ustedes, todo niño varón en sus generaciones; el que es nacido en la casa, o comprado con plata de cualquier extranjero quien no es de tu semilla. El que es nacido en tu casa, y el que es comprado con tu plata, debe ser circuncidado. Y Mi pacto estará en tu carne por un pacto eterno. Y el niño varón incircunciso cuya carne de su prepucio no está circuncidada, esa alma será cortada de su puebloporque ha quebrantado Mi pacto”(Génesis 17:10-14).

          Noten que cada varón que no era circuncidado era “cortado de su pueblo.” Ser cortado del pueblo del pacto significaba que él también era cortado de las bendiciones de Dios. Ya que él no llevaba el símbolo del pacto en su carne, no podía participar de las bendiciones que traería el pacto.

          La señal de la circuncisión más adelante se volvió en una ordenanza de la Pascua. Desde el tiempo de la primera Pascua de Israel, se requería que todos los varones participantes fueran circuncidados. Este mandato de Dios está registrado en Éxodo 12: “Y el SEÑOR dijo a Moisés y Aarón, “Esta es la ordenanza de la Pascua. Ningún extraño comerá de ella. Pero todo siervo de hombre que es comprado por plata, cuando lo haya circuncidado, entonces él comerá de ella.Toda la congregación de Israel la guardará. Y cuando un extraño viviere con ustedes, y desee guardar la Pascua al SEÑOR, que todos sus varones sean circuncidados, y luego déjenlo acercarse y guardarla. Y él será como uno que es nacido en la tierra. Y ninguna persona incircuncisa comerá de ella” (versos 43-44, 47-48).

El Pacto es confirmado a Isaac

          Cuando Dios estableció el pacto, Él prometió darle un hijo a Abraham. En ese tiempo, Dios no le reveló a Abraham como nacería este hijo. La esposa de Abraham, Saraí, quien nunca había concebido un hijo, ya había pasado la edad para tener hijos. Tras su sugerencia, Abraham tomó a su sierva Hagar para ser su esposa. Hagar dio a luz un hijo, a quien Abraham nombró Ismael.

          Ismael tenía 13 años cuando Dios se le apareció a Abraham y le dio el mandato de la circuncisión. Aunque Ismael recibió la señal de la circuncisión, él no era el hijo que Dios había prometido. Ya que Abraham consideraba a Ismael su heredero legítimo, Dios reveló que el hijo que Él había prometido darle a Abraham sería concebido por Saraí: “Y Dios le dijo a Abraham, “En cuanto a Saraí tu esposa, no llamarás su nombre Saraí, sino su nombre será Sara. Y la bendeciré, y te daré un hijo también de ella. Si, la bendeciré, y ella será madre de naciones—reyes de pueblos serán de ella.” Y Abraham cayó sobre su cara y rió, y dijo en su corazón, “¿Será un niño nacido al que tiene cien años de edad? ¿Y Sara, quien tiene noventa años de edad, dará a luz? Y Abraham le dijo a Dios, “¡Oh, que Ismael pueda vivir delante de Ti!” Y Dios dijo, “Sara tu esposa ciertamente te dará a luz un hijo. Y tú llamarás su nombre Isaac. Y Yo estableceré Mi pacto con él como un pacto eterno, y con su semilla después de él” (Génesis 17:15-19).

          Dios eligió a Isaac para ser el heredero del pacto, por el cual vendrían bendiciones para todas las naciones. Fue a través de los descendientes de Isaac que nació Jesucristo, la Semilla prometida. Él era de la tribu de Judá, uno de los 12 hijos de Jacob el hijo de Isaac. Los descendientes de Jacob se multiplicaron en una gran nación, conocida como las 12 tribus de Israel. Dos de estas tribus descendieron de los hijos de José, quienes eran llamados Efraín y Manases. Años después, las 12 tribus fueron divididas en dos reinos—el reino de Israel, el cual estaba compuesto de 10 tribus, y el pequeño reino de Judá, compuesto de solo dos tribus. Ambos reinos fueron conquistados por ejércitos extranjeros y el pueblo fue llevado en cautiverio. En los siguientes siglos, fueron dispersados a muchas partes del mundo.

          La comparativamente pequeña nación de judíos, conocida actualmente como Israel, representa solamente una fracción del número total de Israelitas modernos. El reino de Judá, del cual vinieron los ancestros de los judíos, estaba compuesto de solamente dos de las tribus de Israel. El pueblo judío no es el cumplimiento de las promesas de Dios, de que los descendientes de Isaac se volverían una multitud de naciones y producirían reyes de muchos pueblos. Noten de nuevo las palabras de Dios a Abraham y a Sarah: “…tu nombre será Abraham; porque te he hecho un padre de muchas naciones. Y te haré excesivamente fructífero, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti.su nombre será Sara.y ella será madre de naciones—reyes de pueblos serán de ella” (versos 5-6, 15-16).

          Los descendientes de Abraham y Sara están contados entre las naciones más poderosas del mundo. Crecieron hasta convertirse en un pueblo más grande y poderoso que los descendientes de Ismael. Pero, a diferencia de los descendientes de Ismael, quienes han retenido el conocimiento de su ascendencia, la mayoría de los israelitas modernos no se identifican a sí mismos como los descendientes de Isaac. Aquellos que han estudiado la historia de las “10 tribus perdidas de Israel” reconocen que las naciones del noroeste de Europa, la mancomunidad británica, los Estados Unidos de América, Australia, Nueva Zelanda y Canadá están poblados por los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. ¡Estas naciones son el cumplimiento de la promesa del pacto!

Dios bendice a Ismael

          Dios no estableció Su pacto con Ismael sino con Isaac. Sin embargo, dado que Abraham suplicó a Dios en nombre de Ismael, Dios le dio a Ismael y a sus descendientes una bendición y la promesa de convertirse en una gran nación: “Y en cuanto a Ismael, Te he escuchado. He aquí, lo he bendecido, y lo haré fructífero, y lo multiplicaré excesivamente. Él engendrará doce príncipes, y lo haré una gran nación. Pero estableceré mi pacto con Isaac, a quien Sara te dará a luz en este tiempo establecido en el próximo año.” Y dejó de hablar con él, y Dios subió de Abraham” (versos 20-22).

          Dios cumplió Su promesa de bendecir a Ismael y multiplicar a sus descendientes. Todos los pueblos árabes del Medio Oriente son un cumplimiento de esa bendición. Estos cientos de millones de ismaelitas modernos son un testimonio de la veracidad de la Palabra de Dios.

Isaac—el hijo prometido

          Cuando fue dada la promesa del nacimiento de Isaac, Abraham tenía 99 años. En el mismo día, Abraham recibió el mandato de ser circuncidado. De acuerdo a las instrucciones de Dios, Abraham y todos los varones en su casa fueron circuncidados ese mismo día (versos 23-27). Desde ese tiempo en adelante, a sus descendientes de todas las generaciones se les requería que circuncidaran a sus varones.

          Isaac, el hijo de Abraham, quien nació el siguiente año, fue circuncidado en el octavo día después de su nacimiento: “Y el SEÑOR visitó a Sara como había dicho. Y el SEÑOR hizo a Sara como había hablado, porque Sara concibió y dio a luz un hijo a Abraham en su edad vieja, en el tiempo fijado el cual Dios le había hablado a él. Y Abraham llamó el nombre de su hijo que le nació (a quien Sara le dio a luz) Isaac. Y Abraham circuncidó a su hijo Isaac, cuando tenía ocho días de edad, como Dios le había ordenado. Y Abraham tenía cien años de edad cuando su hijo Isaac le nació” (Génesis 21:1-5).

          Cuando Isaac tenía 5 años, Ismael y su madre Hagar fueron enviados lejos. Desde ese tiempo, Isaac fue reconocido como el único hijo y heredero de Abraham (Génesis 21:8-12). Pero antes de que Isaac alcanzara la adultez, Dios le dio un mandato a Abraham que parecía contradecir la promesa que Él había hecho. Aunque Dios le dijo a Abraham que Él establecería Su pacto con Isaac, Él le ordenó a Abraham que llevara a Isaac y lo sacrificara como ofrenda encendida. Dios había determinado probar a Abraham al poner su fe en la prueba máxima: “Y sucedió después de estas cosas que Dios probó a Abraham, y le dijo, “¡Abraham!” Y él dijo, “Aquí estoy.” Y Él dijo, “Toma ahora a tu hijo, tu único hijo Isaac, a quien amas, y entra a la tierra de Moriah. Y ofrécelo allí como un holocausto sobre una de las montañas la cual te diré”” (Génesis 22:1-2).

          En la King James Version, el registro comienza con estas palabras: “Y aconteció después de estas cosas, que tentó Dios a Abraham…” (Génesis 22:1, KJV). Esta traducción ha engañado a algunos a creer que Dios estaba tentando a Abraham para pecar. Pero las palabras del apóstol Santiago muestran la completa imposibilidad de tal acto por Dios: “Ninguno que sea tentado diga, “Estoy siendo tentado por Dios” porque Dios no es tentado por el mal, y Él mismo no tienta a nadie con mal” (Santiago 1:13). Dios no puede ser acusado de tentar a Abraham a cometer el mal, y tampoco hubo algo equivocado o injusto sobre la manera en que Dios eligió probar a Abraham. El apóstol Pablo escribió acerca de aquellos que acusan a Dios: “¿Qué diremos entonces? ¿Hay injusticia con Dios? ¡DE NINGUNA MANERA!” (Romanos 9:14).

          No le corresponde al hombre criticar o cuestionar lo que Dios elige para llevar a cabo Su propósito. El apóstol Pablo deja muy en claro este punto: “Sí, ciertamente, Oh hombre, ¿quién eres para responder contra Dios? ¿Dirá la cosa que es formada a quien lo formó, “¿Por qué me hiciste de esta forma?” ¿O no tiene autoridad el alfarero sobre la arcilla para hacer de la misma masa de arcilla una vasija hacia honra, y otra vasija hacia deshonra? ¿Y quién se atreve a cuestionar Su propósito si Dios, dispuesto a mostrar Su ira y hacer conocido Su poder, escogió aguantar con mucha paciencia las vasijas de ira las cuales fueron creadas para destrucción; para poder hacer conocidas las riquezas de Su gloria hacia las vasijas de misericordia, las cuales preparó antes para gloria, aquellos de nosotros quienes también llamó,…” (Romanos 9:20-24).

          Dios, Quien es tanto Creador como Dador de la ley, tiene el poder de impartir vida y la autoridad de quitar la vida (Santiago 4:12). Estaba completamente dentro de Su autoridad el pedirle a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac. Sin embargo, como muestra el registro en el libro de Génesis, no era el propósito de Dios tomar la vida de Isaac. El propósito de Su mandato era probar la fe de Abraham por su disposición de obedecer.

          A diferencia de algunos que leen el registro en la actualidad, Abraham no cuestionó el mandato de Dios. Con completa fe en el poder y en la sabiduría de Dios, él obedeció humildemente: “Y Abraham se levantó temprano en la mañana y ensilló su burro, y tomó dos de sus hombres jóvenes con él, y a Isaac su hijo. Y dividió la madera para el holocausto, y se levantó y fue al lugar del cual Dios le había dicho. Entonces en el tercer día Abraham levantó sus ojos y vio el lugar lejos. Y Abraham dijo a sus hombres jóvenes, “Ustedes permanezcan aquí con el burro, y el niño y yo iremos allá y adoraremos, y volveremos de nuevo a ustedes”” (Génesis 22:3-5).

          Aunque el registro no da la edad exacta de Isaac, se le refiere como un “jóven” o un chico. De la cronología de la vida de Abraham y el nacimiento de Isaac está claro que tenía 15 años. En este punto de su vida, Isaac ya había visto a su padre ofrecerle muchos sacrificios a Dios. Él sabía que Abraham había hecho preparativos para este sacrificio, pero no se había escogido ningún animal del rebaño ni de la manada. Sin saber que Dios Mismo había señalado el sacrificio, Isaac se preguntaba dónde su padre esperaba encontrar un animal para la ofrenda: “Y Abraham tomó la madera del holocausto y la colocó sobre Isaac su hijo. Y tomó la antorcha de fuego en su mano, y un cuchillo. Y ambos fueron juntos. E Isaac le habló a Abraham su padre y dijo, “Padre mío.” Y él dijo, “Aquí estoy, hijo mío.” Y él dijo, “He aquí el fuego y la madera.  ¿Pero dónde está el cordero para un holocausto?” Y Abraham dijo, “Hijo mío, Dios se proveerá a Sí mismo de un cordero para un holocausto.” Entonces ambos continuaron juntos” (versos 6-8).

          Desde una perspectiva humana, probar a Abraham al ordenarle que sacrifique a su hijo pareciera irrazonable—incluso impensable. Pero al dar este mandato, Dios no estaba pidiendo más de lo que Él Mismo estaba dispuesto a hacer. El mandato que recibió Abraham fue emitido por el Dios Quien se convertiría en el Padre, y fue dado por el Dios Quien se convertiría en el Hijo. Desde la fundación del mundo, fue ordenado que la vida del Hijo sería sacrificada (Apocalipsis 13:8). Él se convertiría en “el Cordero de Dios, Quien quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Las palabras de Abraham mientras él se preparaba para ofrecer a su hijo Isaac eran una profecía de este mismo evento: “Hijo mío, Dios se proveerá a Sí mismo de un cordero para un holocausto” (Génesis 22:8).

          Como el futuro Cordero de Dios sería resucitado de la muerte, así también Abraham creyó que Dios restauraría a su hijo Isaac después de que hubiera sido sacrificado. El apóstol Pablo revela los pensamientos de Abraham mientras él llevaba a cabo el mandato de Dios: “Por fe Abraham, cuando estaba siendo probado, ofreció a Isaac; y él quien había recibido las promesas ofreció su único hijo engendrado de quien fue dicho, “En Isaac tu Simiente será llamada”; porque él reconoció que Dios era capaz de levantarlo incluso de entre los muertos, de lo cual también él lo recibió en una forma figurativa” (Hebreos 11:17-19). La fe de Abraham en el poder de Dios de resucitar a Isaac está claramente expresada en las palabras que él habló a sus dos siervos jóvenes: “…el niño y yo iremos allá y adoraremos, y volveremos de nuevo a ustedes” (Génesis 22:5).

          Cuando Isaac se dio cuenta de que Dios lo había asignado a él para ser el sacrificio, se sometió humildemente a las instrucciones de Abraham su padre. Sin nada de resistencia, Isaac permitió ser atado y acostado sobre el altar que Abraham había construido para la ofrenda: “Y vinieron al lugar del cual Dios le había dicho. Y Abraham construyó un altar allí y colocó la madera en orden. Y ató a su hijo Isaac y lo acostó sobre la madera, sobre el altar. Y Abraham estiró su mano y tomó el cuchillo para matar a su hijo” (Génesis 22:9-10).

          Por su humilde obediencia y completa sumisión a la voluntad de Dios, Abraham había demostrado su fe. El mandato de Dios había cumplido su propósito. En este punto, Dios intervino para prevenir que Abraham hiriera a su hijo: “Y el ángel del SEÑOR lo llamó desde los cielos y dijo, “¡Abraham! ¡Abraham!” Y él dijo, “Aquí estoy.” Y Él dijo, “No coloques tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada, porque ahora sé que temes a Dios, viendo que no has retenido a tu hijo, tu único hijo, de Mi” (versos 11-12).

          Abraham le había dicho a Isaac que Dios proveería el cordero para la ofrenda encendida, y Dios sí proveyó. ¡Dios proveyó el cordero milagrosamente! Ya que Abraham e Isaac no habían visto al carnero atrapado en el matorral hasta ese momento, es evidente que este carnero fue enviado directamente por Dios como un sacrificio sustituto por Isaac, el primogénito de Abraham por Sara. Noten: “Y Abraham levantó sus ojos y miró. Y, he aquí, detrás de él un carnero estaba enredado en un matorral por sus cuernos. Y Abraham fue y tomó el carnero y lo ofreció como holocausto en lugar de su hijo. Y Abraham llamó el nombre del lugar, el SEÑOR Proveerá [Adonai-jireh]; así es eso dicho hasta este día, “En el monte del SEÑOR será provisto”” (versos 13-14).

          Las obras que hizo Abraham cuando fue ordenado ofrecer a Isaac, fueron una manifestación externa de su fe y creencia en Dios. El apóstol Santiago muestra como esta combinación de fe y obras pusieron a Abraham en buena posición ante Dios: “¿Pero está dispuesto a entender, Oh hombre tonto, que fe sin obras es muerta? ¿No fue Abraham nuestro padre justificado por obras cuando ofreció a Isaac, su propio hijo, sobre el altar? ¿No ven que la fe estaba trabajando juntamente con sus obras, y por obras su fe fue perfeccionada? Y la escritura fue cumplida la cual dice, “Ahora, Abraham le creyó a Dios, y le fue contado por justicia”; y fue llamado un amigo de Dios. Ven, entonces, que un hombre es justificado por obras, y no por fe solamente.Porque como el cuerpo sin el espíritu está muerto, en la misma forma también, la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:20-26).

          Las obras de Abraham, las cuales fueron logradas por medio de la fe, mostraron que él amaba a Dios más que a su propio hijo. Al manifestar su amor hacia Dios por su disposición de ofrecer a Isaac, Abraham cumplió uno de los requisitos para recibir la vida eterna: “Aquel que ame a padre o madre más que a Mí no es digno de Mí; y el que ame a hijo o hija más que a Mí no es digno de Mí” (Mateo 10:37).

          Dios había puesto a prueba a Abraham, y Abraham había permanecido firme en su fe y amor hacia Dios. Ya que él resistió la prueba, Abraham recibirá el don de la vida eterna: “Bendito es el hombre que aguanta pruebas porque, después que haya sido probado, recibirá una corona de vida, la cual el Señor ha prometido a aquellos que lo aman” (Santiago 1:12).

          La fe que Abraham ejerció, es el tipo de fe que se requiere para la salvación. Todos aquellos que desean recibir la salvación, deben demostrar esta misma fe al obedecer a Dios con disposición, como lo hizo Abraham. Como el pacto de Dios con Abraham fue establecido sobre este tipo de fe, así también lo es el Nuevo Pacto. Por eso es que aquellos que entran en el Nuevo Pacto son llamados “los hijos de Abraham.”

Un tipo del sacrificio sustituto por los primogénitos

          Así como Dios había provisto un sacrificio sustituto para Isaac, el primogénito de Abraham con Sara, así también la Pascua fue instituida como un sacrificio sustituto por los primogénitos de Israel. Cuando fue el tiempo de Dios para liberar de Egipto a los hijos de Israel, Él les ordenó que sacrificaran la Pascua. El cordero de la Pascua se convirtió en el sacrificio sustituto por los primogénitos de los hijos de Israel. En la medianoche de la noche de la Pascua, Dios pasó sobre las casas de los hijos de Israel, salvando a sus primogénitos y matando a todos los primogénitos de Egipto, hombre y bestia, en Su juicio final contra los egipcios y sus dioses.

          Desde ese tiempo, ofrecer un sacrificio sustituto por los primogénitos se convirtió en una ordenanza duradera: “Entonces el SEÑOR habló a Moisés, diciendo, “Santifica todos los primogénitos para Mí, cualquier cosa que abra la matriz entre los hijos de Israel, de hombre y de bestia.apartarán para el SEÑOR todo lo que abre la matriz, y todo primogénito que venga de cualquier animal que tengan; los machos serán del SEÑOR. Y todo primogénito de burro redimirán con un cordero. Y si no lo redimieren, entonces quebrarán su cuello. Y todo el primogénito de hombre entre sus hijos varones redimirán [con un sacrificio sustituto]. Y será cuando su hijo le pregunte en el tiempo por venir, diciendo, ‘¿Qué significa esto? le dirán, ‘El SEÑOR nos sacó de Egipto por la fuerza de Su mano, de la casa de esclavitud. Y sucedió que cuando Faraón difícilmente nos dejaría ir, el SEÑOR mató a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, ambos el primogénito del hombre, y el primogénito de los animales. Por tanto sacrifico al SEÑOR todo lo que abre la matriz, que sean machos. Pero todos los primogénitos de mis hijos varones redimo” (Éxodo 13:1-2, 12-15).

          El sacrificio sustituto por el primogénito, como el sacrificio del cordero de la Pascua, fue cumplido por la muerte de Jesucristo. Como el Cordero de Dios, Él ofreció Su propio cuerpo y sangre para redimir no solamente a los primogénitos, sino a todo Israel y a toda la humanidad. Por medio de la fe en Jesucristo, la Simiente prometida, todas las naciones se pueden convertir en los hijos de Abraham y recibir las bendiciones del pacto.

Dios confirma las promesas por un juramento incondicional

          Abraham había demostrado que él obedecería a Dios incondicionalmente, sin importar lo grande de la prueba. Dado que él no titubeó en su obediencia, Dios hizo incondicionales e irrevocables las promesas que Él le había dado a Abraham. Noten el juramento que Dios le hizo a Abraham: “Y el ángel del SEÑOR llamó a Abraham desde el cielo la segunda vez, y dijo, “ ‘Por Mí mismo he jurado,’ dice el SEÑOR, ‘porque has hecho esta cosa, y no has retenido a tu hijo, tu único hijo; Que en bendición Yo te bendeciré, y en multiplicación Yo multiplicaré tu semilla como las estrellas de los cielos, y como la arena la cual está sobre la orilla del mar. Y tu semilla poseerá la puerta de sus enemigos. Y en tu semilla serán benditas todas las naciones de la tierra, porque has obedecido Mi voz’ ”” (Génesis 22:15-18).

          No puede haber mayor juramento que el que Dios le dio a Abraham. ¡El Dios eterno juró por Su existencia misma y por todo lo que Él es! Hay dos aspectos distintivos de este juramento de Dios: la garantía de hijos espirituales como las estrellas del cielo, y de descendientes físicos como la arena de la orilla del mar. Están incluidas dos promesas adicionales: “tu semilla poseerá la puerta de sus enemigos” y “en tu semilla serán benditas todas las naciones de la tierra.” A través de este juramento incondicional, todas las promesas estaban aseguradas eternamente. El plan de Dios de la liberación de los descendientes físicos de Abraham y Su plan de salvación para la semilla espiritual de Abraham se cumpliría como Él había prometido.

          En este capítulo, hemos visto que el pacto entre Dios y Abraham fue confirmado a Isaac y sus descendientes a través de la señal de la circuncisión. También hemos visto que las promesas de Dios a Abraham fueron confirmadas tanto a sus descendientes físicos como a su semilla espiritual por un juramento irrevocable. En el Capítulo Veintitrés, aprenderemos como el pacto de Dios con Abraham y Su juramento irrevocable están siendo cumplidos por medio del Nuevo Pacto.