CAPÍTULO VEINTINUEVE

(Tomado del libro “La pascua Cristiana”)

 

EL SACRIFICIO ÚNICO DE JESÚS LOS CUMPLIÓ TODOS

 

Por

Fred Coulter

www.laverdaddedios.org

 

          Jesucristo se ofreció a Sí mismo como el sacrificio supremo de Dios el Padre por los pecados de la humanidad. A través de Su único sacrificio perfecto, Jesús compró la redención del pecado para siempre. El Nuevo Testamento revela que Su muerte cumplió no sólo el sacrificio de la Pascua, sino también todos los sacrificios animales que eran requeridos por las leyes que Dios le había dado a Moisés. Todos fueron cumplidos cuando Jesús murió en el día de Pascua. No era obligatorio que cada uno de estos sacrificios fuera cumplido por separado en el tiempo específico ordenado en la Ley de Dios. Para que Jesús cumpliera cada sacrificio de manera individual, habría requerido que Él muriera muchas veces. Pero el apóstol Pablo nos dice que Jesús ofreció “UN SACRIFICIO por los pecados para siempre” (Hebreos 10:12). Ese único sacrificio perfecto cumplió TODOS los sacrificios animales requeridos y compró la redención eterna: “Por Cuya voluntad somos santificados a través de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo UNA VEZ POR TODAS” (Hebreos 10:10).

          Pablo ilustra esta verdad en su epístola a los hebreos, al destacar que el sacrificio de Jesucristo cumplió las ofrendas de pecado para el Día de Expiación (Hebreos 9:24-26; 10:1-4). El Día de Expiación es el día 10 del séptimo mes, pero Jesús murió el día de la Pascua, el cual es el día 14 del primer mes. Aunque Jesús no murió en el tiempo señalado para los sacrificios de expiación, Su muerte cumplió los sacrificios que eran sacrificados en ese día. De igual forma, TODOS los sacrificios animales que eran ofrecidos en el tabernáculo y en el templo fueron cumplidos en el sacrificio único y perfecto de Jesucristo.

          Esta revelación Escritural por el apóstol Pablo tiene gran relación con el tiempo de la muerte de Jesús. Aunque Jesucristo fue sacrificado en el día de la Pascua, Él no murió en el tiempo que Dios había señalado para la matanza de los corderos de la Pascua de Éxodo 12. Algunos, quienes miran este sacrificio solo como un cumplimiento de la Pascua, afirman que Su muerte estaba programada para ocurrir durante el sacrificio de los corderos de la Pascua en el templo. Ellos creen que Jesús murió en el tiempo exacto en que los corderos de la Pascua estaban siendo matados por los sacerdotes. Pero los registros Escriturales e históricos de los eventos que sucedieron en ese día de la Pascua no respaldan esta afirmación. Al contrario, la evidencia indica que ningún cordero de la Pascua estaba siendo sacrificado en el tiempo que murió Jesús. Examinemos los registros del Evangelio de la muerte de Jesucristo.

Los escritores de los Evangelios confirman la hora de la muerte de Jesús

          El Evangelio de Mateo claramente registra la hora en que Jesús murió: “Y cerca de la hora novena [aproximadamente 3 PM], Jesús gritó con una fuerte voz, diciendo, “Eli, Eli, ¿lama sabachthani?” Eso es, “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has abandonado?” Y algunos de aquellos que estaban allí escucharon y dijeron, “Éste está llamando a Elías.” E inmediatamente uno de ellos corrió y, tomando una esponja, la llenó con vinagre y la puso en un palo, y se la dio a Él para beber. Pero el resto dijo, “¡Déjenlo solo! Veamos si Elías viene a salvarlo.” Luego otro tomó una lanza y la clavó en Su costado, y salió agua y sangre. Y tras gritar de nuevo con una fuerte voz, Jesús entregó Su espíritu” (Mateo 27:46-50). Para evidencia textual para respaldar el registro de Mateo, ver apéndice W.

          Marcos confirma que Jesús murió hacia el final del día de la Pascua: “Y después de gritar con fuerte voz, Jesús expiró. Ahora, la noche [ocaso] estaba llegando, y ya que era una preparación (esto es, el día antes de un Sábado [el primer día de la Fiesta de Panes sin Levadura]).…” (Marcos 15:37, 42).

          El apóstol Juan es el tercer testigo en confirmar la hora de la muerte de Jesús: “Y así, cuando Jesús había recibido el vinagre, dijo, “Está terminado.” E inclinando Su cabeza, rindió Su espíritu. E inclinando Su cabeza, rindió Su espíritu. Los judíos por tanto, para que los cuerpos no pudieran permanecer sobre la cruz en el Sábado anual, porque era un día de preparación (porque ese Sábado [el cual empezaría al ocaso] anual era un día alto [el día 15 del primer mes, el primer día de la Fiesta de Panes sin Levadura]), requirieron a Pilato que sus piernas pudieran ser rotas y los cuerpos fueran quitados” (Juan 19:30-31).

          El Evangelio de Lucas también confirma que Jesús murió en las últimas horas del día de la Pascua. Además, el registro de Lucas muestra que el cuerpo de Jesús fue colocado en la tumba mientras estaba por comenzar el primer día de la Fiesta de Panes sin Levadura: “Y he aquí, vino un hombre llamado José, un miembro del consejo, un hombre bueno y justo, (Él no consintió con el consejo y su acto) de Arimatea, una ciudad de los judíos, y quien también él mismo estaba esperando el reino de Dios. Él, después de ir a Pilato, rogó por el cuerpo de Jesús. Y después de bajarlo, lo envolvió en tela de lino y lo puso en una tumba tallada en una roca, en la cual nadie había sido puesto jamás. Ahora, era un día de preparación [el 14], y un Sábado [el 15] anual estaba llegando” (Lucas 23:50-54).

          No hay duda de que Jesús murió alrededor de la hora novena o a las 3 PM en la tarde del 14. Por el sacrificio de Su cuerpo y Su sangre, Él selló el Nuevo Pacto, a través del cual todas las naciones pueden convertirse en los hijos de Abraham por fe y recibir el regalo de la vida eterna. Recuerden que la promesa de la semilla espiritual le fue entregada a Abraham en la noche, en el día 14 del primer mes. El pacto que garantizó esta promesa fue sellado por la sangre de un sacrificio animal, el cual Abraham fue ordenado que preparara en la porción diurna del 14. Abraham completó sus preparativos en la tarde del 14—presagiando el tiempo mismo en que sería completado el sacrificio de Jesucristo. Jesús murió a las 3 PM en la tarde del día 14 del primer mes, como está registrado en el Evangelio de Mateo y confirmado por los registros de los Evangelios de Marcos, Lucas y Juan. Su único sacrificio en el día de la Pascua cumplió todos los sacrificios animales que eran ofrecidos en tiempos señalados a lo largo del año.

Jesús es nuestra Ofrenda por el pecado

          Los primeros cristianos hebreos no entendieron que la muerte de Jesucristo había cumplido los sacrificios animales que estaban ordenados bajo el Antiguo Pacto. Ellos seguían observando los sacrificios del templo para la santificación del pecado. El apóstol Pablo escribió su epístola a los hebreos, para explicarles que estos sacrificios por el pecado ya no eran requeridos. En su epístola, Pablo muestra que el sacrificio de Jesucristo había cumplido todos los requisitos de la Ley para las ofrendas del pecado que se hacían en el templo. Como requería la Ley, el cuerpo de Jesús había sido ofrecido afuera de las puertas de la ciudad. Pablo escribe: “Tenemos un altar del cual aquellos quienes están sirviendo en el tabernáculo terrenal presente no tienen autoridad para comer; Porque referente a esos animales cuya sangre es introducida a los lugares santos por el sumo sacerdote como ofrenda por el pecado, los cuerpos de todos estos son quemados fuera del campamento. Por esta razón, Jesús, para poder santificar al pueblo con Su propia sangre, también sufrió FUERA DE LA PUERTA” (Hebreos 13:10-12).

          El hecho que Jesús murió afuera de las puertas de Jerusalén, verifica que Su cuerpo fue una ofrenda por el pecado. La Ley de Dios específicamente ordenaba que todas las ofrendas por el pecado fueran quemadas “afuera del campamento” (Levítico 4:1-2, 11-12, 21; 16:27). Los cuerpos de las ofrendas por el pecado eran sacadas del templo y llevadas a través del valle Cedrón, a un lugar elevado en el monte de los Olivos al este de la ciudad de Jerusalén. En este lugar había un altar especial llamado el Altar Miphkad. Este altar estaba ubicado cerca de Gólgota, donde Jesús fue crucificado. Martin escribe: “…El Altar Miphkad y las ofrendas por el pecado las cuales eran sacrificadas en el fue una parte cardinal del complejo del Templo que existía en el tiempo de Cristo. Este altar no era uno con una rampa que llevaba a un área cuadrada elevada, sino que es descrito en la Misná como un pozo en el cual los animales podían ser quemados a cenizas (Parah 4:2). El Altar Miphkad estaba localizado afuera de los muros del templo (como declara Ezequiel 43:21), pero la calzada [el puente a través del Valle Cedrón] que llevaba al altar (incluyendo el altar mismo) eran parte de los accesorios de los rituales asociados con los servicios del templo…Cristo fue crucificado cerca del Altar Miphkad…” Martin, The Secrets of Golgotha, pp. 41).

          La ubicación de este altar en el Monte de los Olivos ofrecía una vista directa de toda el área del templo. En el Día de Expiación, aquellos que estaban en el sitio de este altar especial podían observar al sumo sacerdote mientras él estaba de pie cerca del velo del templo, listo para entrar al Lugar Santo. Después de que era ofrecida la sangre de los sacrificios expiatorios, los cuerpos de los animales eran llevados al altar del Monte de los Olivos: “Incluso el novillo y la cabra que eran sacrificados en el día de Expiación (Levítico 16) tenía que ser matado cerca del Altar de las Ofrendas Quemadas dentro del templo y después sus cadáveres debían ser sacados a la puerta del oriente al Altar Miphkad en el Monte de los Olivos y ahí debían quemar las cenizas (Levítico 4)” (Ibíd., pp. 246).

          Jesucristo ofreció Su cuerpo en el Monte de los Olivos, cerca del altar donde los cuerpos de todas las ofrendas por el pecado eran ofrecidos a Dios. Su muerte cumplió no solamente la ofrenda del pecado, sino cada sacrificio animal requerido en la Ley, como está simbolizado por el mandato de Dios acerca de las cenizas de todos estos sacrificios. Las cenizas de todos los animales que eran quemados en el altar en el templo, eran llevadas al mismo lugar donde eran quemadas las ofrendas por el pecado y eran mezcladas con las cenizas de las ofrendas por el pecado: “Aparte de eso, todas las cenizas de los animales matados y quemados en el templo tenían que ser llevados al área del Altar Miphkad en Olivos y derramadas en la base del Altar (Levítico 4:12, 21; 6:11) (donde las cenizas podían descender a través de un sistema de conducto hacia el Valle  Cedrón debajo)” (Ibíd., pp.246).

          Aparte de las ofrendas por el pecado, había dos notables excepciones al mandato de Dios de que todos los sacrificios animales fueran ofrecidos sobre el altar en el templo. La primera excepción era el sacrificio del cordero de la Pascua, el cual fue instituido antes que cualquier otro sacrificio. La Pascua fue inicialmente sacrificada por los hijos de Israel mientras seguían en Egipto y fue matado en las casas de los hijos de Israel. Esta ordenanza de la Pascua nunca fue alterada por Dios. La segunda excepción fue el sacrificio de la novilla roja, la cual era matada “sin el campamento” (Números 19:3). La novilla roja era matada y quemada en el Altar Miphkad. Las cenizas ceremoniales de su cuerpo completo eran usadas para santificar todo en el templo, así como aquellos que estaban impuros por varias razones. (Estas condiciones impuras están descritas en Levítico 19:9-22). El sacrificio de la novilla roja también fue cumplido por Jesucristo, Quien únicamente puede traer la santificación del pecado y la purificación del corazón.

          La epístola de Pablo a los hebreos muestra claramente que el sacrificio de Jesucristo cumplió todos los sacrificios animales del Antiguo Testamento. El cumplimiento de estos múltiples sacrificios por Su única muerte, fue presagiado por los animales mismos, los cuales eran requeridos para los distintos tipos de sacrificios. Cada sacrificio que Dios ordenó, con pocas excepciones, incluía la ofrenda de un cordero o cabrito, simbolizando el futuro sacrificio del Cordero de Dios por los pecados del mundo. Incluso las excepciones, como el sacrificio de la novilla roja, contenía elementos que apuntaban al sacrificio de Jesucristo.

Jesucristo es nuestro sacrificio de la Pascua

          Como el Cordero de Dios, Jesucristo fue sacrificado en el día de la Pascua. Las palabras de Pablo confirman que Su muerte cumplió el sacrificio del cordero de la Pascua: “Porque Cristo nuestra Pascua fue sacrificado por nosotros” (I Corintios 5:7).

          El sacrificio del cordero de la Pascua precedió a todos los demás sacrificios que eran ofrecidos bajo el Antiguo Pacto. Sin la Pascua, el Antiguo Pacto no habría podido ser establecido. La Pascua es obviamente de suma importancia. Cuando examinamos Levítico 23, encontramos listada la Pascua antes que todos los Sábados anuales con sus sacrificios. Todos estos días santos anuales están basados en el sacrificio de la Pascua.

          Bajo el Antiguo Pacto, los líderes de los hogares eran ordenados a sacrificar los corderos de Pascua. Este mandato de Dios demuestra que la observancia de la Pascua era una renovación individual y personal del Antiguo Pacto. Dios nunca alteró Su mandato de que los corderos de Pascua fueran matados por los jefes de familia. Los hijos de Israel debían participar en la renovación del pacto cada año, sin el requisito de ir al tabernáculo o al templo.

          Bajo el Nuevo Pacto, Jesucristo ha ordenado que Sus seguidores renueven individualmente su relación con Él y con el Padre cada año al participar del lavamiento de pies y los símbolos de Su cuerpo y Su sangre. La Pascua del Nuevo Pacto debe ser observada en el tiempo y de la forma que Jesús ordenó. Pablo declara que las instrucciones del Señor era observarla “en esa noche” cuando Jesús fue traicionado, la cual fue la noche del 14 de Nisán. Los cristianos deben renovar el Nuevo Pacto cada año en esa noche—la misma noche que Jesús la instituyó. De acuerdo a los mandatos de Jesucristo, deben participar en el lavamiento de pies, y compartir el pan sin levadura partido y la copa de vino. Es una renovación personal e individual del Nuevo Pacto: “…Esta copa es el Nuevo Pacto en Mi sangre, la cual es derramada por ustedes” (Lucas 22:20).

          La renovación de la relación de pacto por todo cristiano es esencial para permanecer en comunión con Jesucristo y Dios el Padre. El Nuevo Pacto santifica a cristianos individuales con Dios, así como el Antiguo Pacto santificaba al pueblo de Israel con Dios. La relación del Nuevo Pacto debe ser renovada cada año en el día de la Pascua, como fue ordenado por Jesucristo. Esta renovación anual era obligatoria para los descendientes físicos de Abraham bajo el Antiguo Pacto, y es obligatoria para la semilla espiritual de Abraham bajo el Nuevo Pacto.

          Como la Pascua del Antiguo Pacto comenzó el cumplimiento de las promesas de Dios a la semilla física, así la Pascua del Nuevo Pacto comenzó el cumplimiento de las promesas a la semilla espiritual. En la noche de la Pascua, Jesucristo instituyó los símbolos de Su cuerpo y Su sangre, los cuales sellarían el Nuevo Pacto e iniciarían el cumplimiento de las promesas de Dios para la semilla espiritual. Su sacrificio fue presagiado por el sacrificio del pacto que Abraham ofreció y por todos los sacrificios que le fueron ofrecidos a Dios bajo el Antiguo Pacto. Para realmente conmemorar Su sacrificio, debemos observarlo en el tiempo que Jesús ordenó. Al obedecer este mandato de Jesús, podemos llegar a un entendimiento pleno de Su sacrificio, el cual finalizó el Antiguo Pacto y estableció el Nuevo Pacto. A través de Su único sacrificio perfecto, Él cumplió no sólo la Pascua, sino todos los sacrificios animales que eran requeridos bajo el Antiguo Pacto. Jesucristo fue el sacrificio completo de Dios el Padre para cumplir las promesas del Nuevo Pacto—el único pacto que ofrece redención del pecado y el regalo de la vida eterna.

Por qué la muerte de Jesucristo finalizó el Antiguo Pacto

          ¿Por qué la muerte de Jesucristo dio por finalizado el Antiguo Pacto con Israel? ¿Cómo podía Su muerte romper este acuerdo obligatorio entre el Señor Dios y Su pueblo elegido? De acuerdo a la ley del pacto, un pacto que ha sido sellado con un sacrificio de sangre, no puede ser alterado ni abolido. Cuando Dios estableció el Antiguo Pacto con Israel, fue sellado con la sangre de los animales: “Y Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la mitad de la sangre la roció sobre el altar. Y tomó el libro del pacto, y leyó a los oídos de la gente. Y ellos dijeron, “Todo lo que el SEÑOR ha dicho haremos, y seremos obedientes.” Y Moisés tomó la sangre y la roció sobre la gente, y dijo, “He aquí la sangre del pacto, el cual el SEÑOR ha hecho con ustedes concerniente a todas estas palabras” (Éxodo 24:6-8). El Antiguo Pacto era un acuerdo legal obligatorio, porque el juramento de las personas fue ratificado por un sacrificio de sangre. La sangre fue esparcida sobre el pueblo, para simbolizar la muerte que el pacto impondría en todo el que desobedeciera.

          Cuando el pueblo de Israel entró en el Antiguo Pacto, prometieron permanecer fieles a Jehovah Elohim. A cambio, el Señor Dios prometió ser su protector y proveedor. Esta relación especial del pacto es asemejada a un contrato matrimonial: “‘…Y te juré y entré en un pacto contigo,” dice el Señor DIOS. “Y llegaste a ser Mía”” (Ezequiel 16:8). Dios es descrito como el esposo de Israel: “Porque tu Hacedor es tu esposo; el SEÑOR de los ejércitos es Su nombre; y tu Redentor es el Santo de Israel; Él será llamado el Dios de toda la tierra” (Isaías 54:5).

          Como una esposa promete obedecer a su esposo, así el pueblo de Israel había prometido obedecer las leyes y los mandamientos de Dios. Había bendiciones por la obediencia y maldiciones por la desobediencia. (Ver Deuteronomio 28). Como un contrato matrimonial, el Antiguo Pacto era obligatorio para ambas partes—el Señor Dios e Israel—hasta la muerte de alguno de los dos.

          Cuando el pueblo de Israel abandonó a Dios y rompieron su promesa de obediencia, cayeron bajo las maldiciones del pacto, las cuales incluían la pena de muerte. Pero Dios no eligió ejecutar la muerte de todo el pueblo de Israel. Más bien, el Señor Dios (Jehovah Elohim) eligió convertirse en carne y terminar el pacto a través de Su propia muerte. El apóstol Pablo muestra como la muerte de Jesucristo, Quien era Jehovah Elohim en la carne, trajo a su fin la relación del Antiguo Pacto: “¿Son ustedes ignorantes, hermanos (porque estoy hablando a aquellos que conocen ley), que la ley gobierna sobre un hombre por tanto tiempo como pueda vivir él? Porque la mujer que está casada está atada por ley al esposo mientras que él esté viviendo; pero si el esposo muriere, ella es liberada de la ley que la ató al esposo. Así entonces, si ella se casara con otro hombre mientras el esposo está viviendo, será llamada una adúltera; pero si el esposo muriere, ella es libre de la ley que la ató al esposo, así que ya no es más una adúltera si está casada con otro hombre.

          “En la misma manera, hermanos míos, ustedes también fueron hechos muertos a la ley de matrimonio del Antiguo Pacto por el cuerpo de Cristo  [Su muerte] para ser casados con otro, Quien fue resucitado de los muertos, para que demos a luz fruto para Dios. Pero ahora hemos sido liberados de la ley [la relación matrimonial del Antiguo Pacto] porque hemos muerto [al ser unidos en la muerte de Cristo en el bautismo]  a aquello en lo cual estábamos sujetos para poder servir en novedad de espíritu [bajo el Nuevo Pacto], y no en la vejez de la letra [como era requerido por el Antiguo Pacto]” (Romanos 7:1-6).

          Dado que Jesucristo el Hacedor del pacto—era Jehovah Elohim en la carne—Él fue capaz de terminar el Antiguo Pacto con Su muerte. Al tomar sobre Sí mismo “la maldición de la ley,” la cual requería la muerte de todo Israel, Él terminó el Antiguo Pacto y liberó al pueblo para entrar al Nuevo Pacto. Por medio de la fe en Su sacrificio, no sólo el pueblo de Israel sino todas las naciones de la tierra pueden entrar al Nuevo Pacto y convertirse en el Israel de Dios (Gálatas 3:13-14; 6:15-16).

          Aquellos que entran en el Nuevo Pacto por medio de la fe en Jesucristo son llamados el nuevo Israel porque son la semilla espiritual de Abraham: “Y si ustedes son de Cristo, entonces son semilla de Abraham, y herederos de acuerdo a la promesa” (Gálatas 3:29). La semilla espiritual de Abraham le pertenece a Jesucristo y son miembros de Su cuerpo, el cual es la Iglesia (I Corintios 12:27-28). Como la relación del Antiguo Pacto del Israel físico con Jehovah Elohim, la relación del Nuevo Pacto con Jesucristo es asemejada a un matrimonio. La Nueva Israel, la cual es la Iglesia, está cumpliendo el papel de una esposa al someterse a los mandatos de Jesucristo y obedeciéndole voluntariamente (Efesios 5:22, 24). Jesucristo, como la Cabeza de la Iglesia, está cumpliendo el papel de un esposo al nutrir y proteger a la Iglesia (versos 23, 25-27). En el presente, la Iglesia está comprometida con Jesucristo, como escribe Pablo, “…porque los he desposado con un esposo, para que pueda presentarlos como una virgen casta a Cristo” (II Corintios 11:2). El matrimonio de Jesucristo y la Iglesia sucederá en Su regreso (Apocalipsis 19:7).

          El futuro matrimonio de Jesucristo y la Iglesia no sería posible si Jesucristo no hubiera terminado el Antiguo Pacto. La muerte de Jesucristo terminó la relación matrimonial del Antiguo Pacto entre el Señor Dios e Israel físico, abriendo el camino para la relación del Nuevo Pacto con el Israel espiritual. Jehovah Elohim, el Dios del Antiguo Testamento murió, como había prometido en Su pacto con Abraham. La muerte de Jehovah Elohim finalizó el Antiguo Pacto y abrió el camino para el Nuevo Pacto.

          Los nombres de Dios del Nuevo Testamento muestran que el Nuevo Pacto está basado en una relación familiar. Aquellos que entran en el Nuevo Pacto son los hijos de Dios y son capaces de llamarlo su Padre. Su único Hijo engendrado, Jesucristo, es su Salvador y futuro esposo. Esta maravillosa relación con Dios el Padre y Jesucristo es ofrecida solamente por medio del Nuevo Pacto, el cual ha reemplazado al Antiguo Pacto con la semilla física de Abraham.

Significado de los eventos en el tiempo de la muerte de Jesús

          Los eventos sin paralelo que sucedieron durante la crucifixión de Jesucristo fueron una manifestación divina de la terminación del Antiguo Pacto. Mientras Jesús estaba muriendo en la cruz en dolor y agonía, sucedieron cuatro eventos espectaculares. Estos cuatro eventos fueron:

1.     La oscuridad cubrió Jerusalén y toda el área geográfica.

2.     El velo del templo se rompió por la mitad de arriba abajo.

3.     Un gran terremoto sacudió a Jerusalén.

4.     Las grandes puertas de latón del Lugar Santo detrás del velo fueron abiertas por manos invisibles.

          Todos estos eventos tuvieron un gran impacto en las ceremonias del templo que estaban programadas para ese día, incluyendo el sacrificio tradicional de los corderos de la Pascua. Mateo y Lucas registran la hora aproximada de estos eventos fenomenales. El primer evento fue una oscuridad tremenda, la cual bloqueo al sol: “Ahora, desde la hora sexta [mediodía] hasta la hora novena [aproximadamente las 3 PM], hubo obscuridad sobre toda la tierra” (Mateo 27:45).

          Esta gran oscuridad era más que nubes pesadas y oscuras cubriendo el sol. Está registrado que la oscuridad cubrió la tierra. La oscuridad se debió asemejar a la oscuridad de la noche. Esta oscuridad terminó “alrededor de la novena hora,” que era aproximadamente 3 PM después de que Jesús había muerto. Como hemos aprendido previamente, esa era la hora cuando los corderos de la Pascua estaban programados para ser matados en el templo para la Pascua tradicional del 14/15. El largo periodo de oscuridad en medio de la tarde debe haber causado gran dificultad para aquellos que estaban preparando el sacrificio del templo de los corderos de Pascua.

          Desde una perspectiva espiritual, estas fueron las horas más oscuras en la historia del mundo. Dios en la carne estaba sufriendo la muerte lenta y agonizante de la crucifixión. Mientras Jesús colgaba en la cruz, sufriendo una muerte sumamente oprobiosa, estaban aquellos que estaban llevando a sus corderos de Pascua al templo para sus sacrificios. Martin escribe: “…las personas que estaban llevando sus corderos de Pascua para ser matados en el templo a la hora de la crucifixión de Cristo, le estaban dando la espalda al individuo a quien tenían la intención de presentarle esos corderos de la Pascua. Esto es porque la calzada que llevaba a la puerta oriental del templo descendía de la cima del Monte de los Olivos. El pueblo habría pasado directamente al lado de Cristo colgando del árbol de la crucifixión. Y mientras que los adoradores estaban entrando al templo para rendir tributo al que estaba sentado dentro del Lugar Santísimo (originalmente entronado entre dos querubines), las multitudes en realidad le estaban dando la espalda al verdadero Cristo del cielo…” (Martin, The Secrets of Golgotha, pp. 263).

          Los eventos fenomenales que siguieron el periodo de oscuridad debe haber interrumpido por completo la matanza programada de los corderos de Pascua. Estos eventos ocurrieron al mismo tiempo que Jesús murió—cerca de la novena hora. La palabra “cerca” implica que fue inmediatamente antes de la novena hora, justo antes de que terminara la oscuridad: “Y cerca de la hora novena, Jesús gritó con una fuerte voz, diciendo, “Eli, Eli, ¿lama sabachthani?” Eso es, “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has abandonado?”Pero el resto dijo, “¡Déjenlo solo! Veamos si Elías viene a salvarlo.” Luego otro tomó una lanza y la clavó en Su costado, y salió agua y sangre. Y tras gritar de nuevo con una fuerte voz, Jesús entregó Su espíritu. Y de repente el velo del templo fue rasgado en dos de arriba abajo, y la tierra tembló, y las rocas fueron partidas…” (Mateo 27:46-51). Ver Apéndice W.

          El terremoto que golpeó el área de Jerusalén a la hora de la muerte de Jesús fue de tal magnitud que hizo que grandes rocas se partieran. La fuerte sacudida de la tierra abrió las tumbas de muchos santos que habían muerto recientemente. Fueron restaurados a la vida milagrosamente después de la resurrección de Jesús por el poder de Dios y se les aparecieron a muchos en la ciudad de Jerusalén (Mateo 27:52-53).

          El terremoto y la ruptura del velo ocurrieron inmediatamente después de que Jesús murió, justo antes de que estuviera programado el matar los corderos en el templo. Estos eventos fenomenales tuvieron un efecto significativo en funciones que estaban en progreso en el templo. Cuando se dividió el velo del templo, aquellos que se estaban congregando para matar sus corderos de la Pascua tenían que dejar el área inmediatamente, porque el Lugar Santo estaba expuesto ante su vista.

Ningún cordero de Pascua pudo ser sacrificado en el templo en ese día

          Con el velo partido en dos, y las puertas de latón abiertas exponiendo el Lugar Santo a la vista de todos, toda el área del templo debe haber entrado en completo desorden. Los judíos que se estaban preparando para sacrificar sus corderos de la Pascua, tuvieron que despejar el área del templo. Era imposible que los sacerdotes empezaran el sacrificio de los corderos de la Pascua. Por ley, el área del templo era considerada ceremonialmente impura y no apta para el servicio desde el momento que el velo se rompió en dos y las puertas de latón del Lugar Santo se abrieron, exponiéndolo a la vista pública. Además, el terremoto violento había roto el gran dintel de piedra del cual estaba colgado el velo y algunos de los sacerdotes pudieron haberse herido por pedazos de piedra. Si alguna de las heridas hubiera derramado siquiera una gota de sangre humana en el área del templo, el área entera habría sido impura y no apta para que se realizara sacrificio alguno.

          Desde el momento que golpeó el terremoto, todas las operaciones del templo tuvieron que cesar inmediatamente hasta que el daño pudiera ser reparado y el templo pudiera ser limpiado y re-dedicado ceremonialmente. Tan solo la re-dedicación habría tomado por lo menos 7 días. El servicio del templo no podía continuar inmediatamente después del terremoto, con todos los daños sin reparar.

          Consideren el efecto que el terremoto debe haber tenido en los judíos que estaban congregados en el área del templo, esperando que comenzara el sacrificio de los corderos de la Pascua. Ellos ya habrían experimentado un sentido de premonición por las horas de oscuridad inquietante. Cuando sintieron la tierra temblar y vieron la asombrosa escena del velo rompiéndose en dos, mientras el gran dintel de piedra cayó sobre el suelo, deben haberse llenado de miedo. No podía haber duda en sus mentes de que esta era la mano de Dios. Debe haberse desatado un gran éxodo a punto de histeria desde el área del templo, mientras las personas escapaban aterrorizadas. (La descripción del autor del comportamiento de la gente durante este evento terrorífico está basada en su experiencia personal, como un residente de California. El autor vive cerca de la línea de la falla de San Andrés y ha presenciado las reacciones de muchas personas durante los terremotos. Su descripción de las personas presentes en el templo durante el terremoto que partió el velo en dos no es una exageración de los eventos Escriturales. Es una representación realista de los eventos que sucedieron en el templo cuando ese terremoto de tal magnitud golpeó sin advertencia).

          Para comprender la magnitud de la fuerza que partió el velo del templo, es importante que entendamos como fue hecho este velo. No era una cortina fina de encaje, como muchas personas han asumido. El velo del templo era enorme, como muestra la descripción del rabí Alfred Edersheim: “Los velos delante del Lugar Santísimo eran 40 codos (18 metros) de largo, y 20 codos (9 metros) de ancho, del grosor de la palma de la mano [10-15 centimetros], y forjado en 72 cuadros, los cuales estaban unidos y estos velos eran tan pesados, que, en el lenguaje exagerado de ese tiempo, se necesitaban 300 sacerdotes para manipularlo. Si el velo era algo como se describe en el Talmud, no podría haber sido rasgado en dos por un simple terremoto o la caída del dintel, aunque su composición en cuadros sujetados juntos podría explicar, como la rasgadura podría ser descrita en el Evangelio.

          “Efectivamente, todo parece indicar que, aunque el terremoto podría afectar la base física, la rasgadura del velo del templo fue—con reverencia sea dicho—realmente hecha por la mano de Dios” (La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, pp. 611).

          Este hermoso y enorme (9x18 metros) velo estaba colgando afuera del templo del lado del oriente, sobre la entrada al Lugar Santo. Colgaba de un tremendo dintel de piedra, el cual tenía aproximadamente 9 metros de largo y pesaba alrededor de treinta toneladas. Este dintel de piedra estaba 18 metros (aproximadamente seis u ocho pisos) por encima de la entrada al Lugar Santo. Detrás de este grueso (10-15 centimetros) velo había puertas gigantes de latón las cuales se abrían al Lugar Santo, la primera parte de los Santísimos. Estas puertas de latón se abrían solamente una vez al día cuando el incienso se quemaba en el altar de incienso. Tan pronto como entraba el sacerdote, se cerraban inmediatamente hasta que él estaba listo para salir después de ofrecer el incienso. La única otra ocasión cuando se abrían era en el Día de Expiación, cuando el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo. Pero al momento de la muerte de Jesús, fueron abiertas milagrosamente cuando ocurrió el terremoto. Aquí está la opinión de Edersheim de los registros históricos sobre la apertura de esas gigantescas puertas de latón sin manos humanas:

          “Que una gran catástrofe, presagiando la inminente destrucción del templo, había ocurrido en el santuario alrededor de este mismo tiempo, está confirmado por no menos de cuatro testimonios mutualmente independientes: aquellos de Tácito (Hist. v. 13), de Josefo (War 6.5.3), del Talmud (Jer. Yoma 43c; Yoma 39b) y primeramente de tradición cristiana. Los más importantes de estos son, por supuesto, el Talmud y Josefo. El último habla de la misteriosa extinción de la luz principal y la del medio en el Candelabro dorado, 40 años antes de la destrucción del templo; y tanto él como el Talmud se refieren a una apertura supernatural por sí mismas de las grandes puertas del templo [las puertas gigantes de latón detrás del velo] que habían sido previamente cerradas, lo cual fue considerado como un presagio de la destrucción venidera del templo. Podemos dudar escasamente que algún hecho histórico debe sustentar una tradición tan peculiar y esparcida, y no podemos evitar sentir que pudiera ser una versión distorsionada del suceso de la ruptura del velo del templo (o de su reporte) en la crucifixión de Cristo” (Ibíd., pp. 610).

          Hablando de las conclusiones de Edersheim, Martin dice “Esta sería la conclusión lógica porque ¡las puertas estaban posicionadas directamente detrás de la cortina misma! Para que la ruptura de la cortina fuera un gesto simbólico de que Dios el Padre ahora había ‘destruido’ la barrera hacia el Lugar Santísimo, entonces el símbolo habría sido sin sentido si las puertas de detrás de la cortina hubieran permanecido cerradas. De hecho, para que el símbolo deseado tuviera alguna relevancia, los dos eventos habrían tenido que suceder simultáneamente.

          “Tan espectaculares habrían sido ambos eventos (la ruptura de la cortina y la apertura de las puertas) que habría sido demasiado inusual que tales circunstancias sucedieran en distintos tiempos en el mismo año. Solamente un suceso simultaneo tendría sentido alguno…” (Secrets of Golgotha, pp. 229-230).

          A diferencia de Edersheim, Martin sostiene que el terremoto y la caída del dintel fueron fuerzas suficientes para romper el velo y abrir las puertas detrás de el: “…Los dos eventos tuvieron que haber ocurrido al mismo tiempo. Pero, ¿cómo fue posible que se abrieran las puertas del Lugar Santo? Una obra judía cristiana de la primera parte del segundo siglo llamada ‘El Evangelio de los Nazarenos’ decía que el gran dintel de piedra que soportaba la cortina (que sin duda tenía las puertas internas sujetadas para la estabilidad) se partió en dos cuando la cortina fue cortada (cf. Hennecke-Schneemelcher, The New Testament Apocrypha, vol. I, pp. 150, 153). Recuerden que hubo un gran terremoto en el momento preciso de la muerte de Cristo, y esto [la fuerza de esta agitación] pudo haber sido la causa de la fractura del dintel de piedra. No hay razón para negar la posibilidad de que el colapso del dintel superior (el cual era una piedra enorme de al menos 9 metros de largo y pesando probablemente 30 toneladas) fue la ‘causa natural’ de que la cortina se rompiera en dos. El hecho de que la cortina se rompió desde arriba hasta abajo, también sugiere que fue la fuerza del dintel cayendo lo que causó que la cortina se rompiera. Este colapso también podría haber sido el medio por el cual las puertas interiores al lado de la cortina se abrieron. La caída de 30 toneladas de piedra desde una altura de un edificio de ocho pisos ciertamente pudo haber abierto las dos puertas que estaban directamente al lado de la piedra que cayó” (Ibíd., pp. 18-19).

          Significativamente, el terremoto y la ruptura del velo fueron vistos por el centurión y por otros soldados que estaban vigilando a Jesús en el momento de Su muerte. Aunque Jesús fue crucificado en el Monte de los Olivos, como a 400 metros del templo, la vista desde la montaña ofrecía una línea de vista directa al área del templo. Cuando la tierra se estremeció y el gran dintel se rompió y cayó, el centurión y sus tropas podían ver el velo del templo romperse desde arriba hasta abajo. Al mismo tiempo, las grandes puertas de latón directamente detrás del velo fueron abiertas. Tan asombroso fue este espectáculo que “…el centurión y aquellos con él quienes habían estado manteniendo guardia sobre Jesús, tras ver [y sin duda escuchar] el terremoto y las cosas que tuvieron lugar [el dintel cayéndose y la ruptura del gran velo en el templo de Dios], estuvieron llenos de temor, y dijeron, “¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!”” (Mateo 27:54).

          Edersheim da esta descripción de lo que estaba sucediendo en el templo: “Como calculamos, pudo haber sido solamente el tiempo cuando, en el sacrificio de la tarde [el cual siempre se completaba antes de que empezara el sacrificio de los corderos de Pascua en el templo], el sacerdocio que iba a oficiar entraba al Lugar Santo, ya sea para quemar el incienso o para hacer otro servicio sagrado ahí. El ver delante ellos…el velo del Lugar Santo rasgarse de arriba abajo—que más allá ellos escasamente podían haber visto—y colgando en dos partes de sus sujetadores arriba y al costado, fue, en efecto, un terrible presagio el cual pronto sería conocido generalmente y debe, de alguna forma u otra, haber sido preservado en la tradición. Y todos ellos deben haber entendido, que significaba que la propia mano de Dios había rasgado el velo y abandonado por siempre y abierto de par en par ese Lugar Santo…” (La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, pp. 611-612).

          Ya que la rasgadura del velo y la apertura de las puertas de latón al Lugar Santo ocurrieron antes de la novena hora, cuando la matanza de los corderos de la Pascua estaba programada a comenzar, es evidente que ningún cordero de la Pascua fue matado en el templo en el día que murió Jesús. Dios el Padre intervino abiertamente y repudió el sacrificio tradicional del templo de los corderos de Pascua. ¡Dios nunca lo había ordenado en primer lugar! La Pascua tradicional del 14/15 no honraba a Dios. Era una tradición auto-justa que los judíos estaban observando en lugar de los mandatos de Dios, y Él lo rechazó de manera poderosa y dramática.

          Ya sea por el terremoto o por intervención directa, fue el poder de Dios lo que causó el colapso del dintel de 30 toneladas, el cual se estrelló sobre la corte de los sacerdotes cerca del altar de la ofrenda quemada, resultando en gran daño al área del templo. Hay evidencia histórica de que hubo, de hecho, daño al salón de juicio del Sanedrín, el cual estaba ubicado en el templo cerca de la corte de los sacerdotes. El Dr. Martin relata lo siguiente:

          “Pero ¿qué tiene que ver esto [la ruptura del velo y la caída del dintel] con que el Sanedrín tuviera que abandonar la Sala de Piedras Talladas en la cual se reunían normalmente? Tiene mucho que ver. Si un terremoto de la magnitud capaz de romper el dintel de piedra arriba de la entrada al Lugar Santo estaba ocurriendo exactamente al mismo tiempo que la muerte de Cristo, entonces ¿qué le habría hecho un terremoto tan grande a la Sala de Piedras Talladas (una estructura abovedada y con columnas) que estaba a no más de 36 metros de distancia de donde cayó el dintel de piedra y la cortina se rasgó en dos?

          “Hay toda razón para creer, aunque la evidencia es circunstancial, que la Sala de Piedras Talladas quedó tan dañada en el mismo terremoto que se volvió estructuralmente peligrosa desde ese momento en adelante. Algo así tendría que haber pasado porque el Sanedrín no habría dejado esta sala majestuosa (para tomar residencia en el insignificante ‘Lugar de Comercio’) a menos que sucediera algo relacionado con esta explicación.

          “Si esto fue lo que sucedió en realidad (y no tengo duda de que fue así), entonces tenemos un testigo excepcional de que Dios el Padre dirigió cada acción sucediendo en el día del juicio y crucifixión de Cristo. Significa que el juicio hecho por el Sanedrín oficial en contra de Jesús dentro de la Sala de Piedras Talladas fue ¡EL ÚLTIMO JUICIO que se dio por el Sanedrín oficial en sus majestuosas salas dentro del templo! Eso mostraría que Dios el Padre demostró por el terremoto en la muerte de Cristo, que la sentencia del Sanedrín contra Jesús ¡sería el último juicio que haría en ese lugar autorizado!” (The Secrets of Golgotha, pp. 230-231).

          Mientras que esta evidencia de destrucción adicional en el templo es circunstancial, no hay duda que el área de sacrificios del templo se hizo inoperable. Estaba ceremonialmente impura por la exhibición del Lugar Santo, lo cual impidió el sacrificio de los corderos de la Pascua en el día que Jesús murió. Dios no permitió nada de tiempo para el sacrificio tradicional de los corderos cuando Él rasgó el velo en dos y abrió las puertas de latón hacia el Lugar Santo. Estos eventos asombrosos, los cuales ocurrieron en el momento exacto de la muerte de Jesús, demostraron que el templo y su sacerdocio ya no eran necesarios. Todos los sacrificios y las ofrendas que eran requeridas por el Antiguo Pacto ¡habían sido cumplidas en Cristo!

Factores importantes en el tiempo de la muerte de Jesús

          El Nuevo Testamento no respalda la afirmación de que la muerte de Jesús fue cronometrada para coincidir con el sacrificio de los corderos de la Pascua en el templo. Al contrario, los registros de los Evangelios dejan bastante claro que Dios repudiaba esta tradición judía, y no permitió que compitiera con el sacrificio de Su único Hijo engendrado. Recuerden que, durante este periodo en la historia, la mayoría de los judíos estaban observando una Pascua doméstica, con los corderos siendo matados en ben ha arbayim, o “entre las dos noches,” al principio del 14. Aunque este era el tiempo mandado para la matanza de los corderos de la Pascua, Jesús no murió a esa hora. Tampoco murió mientras tenía lugar el sacrificio de los corderos de la Pascua en el templo. Él no murió cuando estaban siendo matados los corderos de la Pascua.

          Las Escrituras revelan que Jesucristo, como Jehovah Elohim en la carne, murió para cumplir las promesas que Él había hecho cuando pactó con Abraham. Aquellas promesas fueron dadas en la noche que comenzó el día 14 del primer mes—la misma noche que Jesús entregó las promesas del Nuevo Pacto. El sacrificio que selló el pacto con Abraham fue preparado en la porción diurna del 14 y fue completado en la tarde—al mismo tiempo que Jesús completó Su sacrificio en la cruz, el cual selló el Nuevo Pacto (Génesis 15:9-11, Mateo 27:46-50).

          Las Escrituras revelan un numero de razones por las que Jesús no murió al principio del día de la Pascua, durante el tiempo que Dios ordenó para la matanza de los corderos de la Pascua: Primero, Jesús no sólo cumplió el sacrificio de la Pascua, sino también todos los sacrificios que fueron ordenados bajo el Antiguo Pacto (Hebreos 10:5-9). Por esta razón, Él no murió en el tiempo establecido para ningún sacrificio. Segundo, era esencial que el Nuevo Pacto fuera instituido en la noche de la Pascua (Mateo 26:28, Lucas 22:20). Jesús no podría haber hecho esto si Él hubiera sido matado en ben ha arbayim, o “entre las dos noches.” Tercero, Jesús tenía que sufrir una muerte pública y ser exhibida en mala fama ante el mundo (Isaías 52:14; 53:4-12). Habría habido pocos testigos oculares si Él hubiera muerto al mismo tiempo que los corderos para la Pascua doméstica estaban siendo matados—al principio del 14, durante ben ha arbayim.

          Se ha hecho otra pregunta acerca del tiempo de la muerte de Jesús: Ya que Dios pasó sobre los hijos de Israel a la medianoche en el día de la Pascua, ¿por qué Jesús no fue matado a la medianoche? La primera razón es que a la medianoche no habría suficientes testigos oculares para que Su muerte fuera pública. La segunda razón es que Jesús tenía que ser juzgado por las autoridades romanas, quienes no tenían juicios a la medianoche.

          Todas las preguntas acerca del tiempo de la muerte de Jesús se resuelven cuando entendemos que Su muerte fue presagiada por el sacrificio que selló Su pacto con Abraham. Todas las profecías acerca de Sí Mismo—Sus pruebas, azotes, su sufrimiento, su crucifixión y muerte—fueron cumplidas durante las mismas horas que Abraham había preparado el sacrificio del pacto.

          Hay otra razón muy importante por la que Jesús murió después del mediodía. Para poder cumplir la señal de que Él era el Mesías—que Él estaría en la tumba exactamente tres días y tres noches—era necesario que Él muriera en las últimas horas del día. Su muerte en la tarde permitió que Su cuerpo fuera puesto en la tumba antes del final del día de la Pascua. Si Él hubiera sido puesto en la tumba antes del final del día, no habría cumplido la señal de estar en el corazón de la tierra por tres días enteros y tres noches enteras.

          Aunque Jesús murió en el día de la Pascua, Él cumplió mucho más que el sacrificio de la Pascua. La muerte de Jesucristo fue el máximo sacrificio de Dios el Padre. El tiempo de Su muerte fue determinado por Dios el Padre y fue presagiado por el sacrificio del pacto que Abraham fue ordenado preparar. Su muerte fue prometida en los días de Abraham y fue ilustrada en todos los sacrificios y las ofrendas que fueron ordenadas bajo el Antiguo Pacto. Su único sacrificio perfecto los cumplió todos. Ahora Él es el Cristo resucitado, sentado a la diestra de Dios el Padre en el cielo como el Salvador viviente, habilitando a todos los que aceptan Su sacrificio, a convertirse en la semilla espiritual de Abraham y recibir el regalo de la vida eterna. Él es el mediador del Nuevo Pacto—el Sumo Sacerdote inmortal, Quien continuamente intercede por la semilla espiritual de Abraham ante el trono de Dios el Padre.

          La promesa de la vida eterna por medio del Nuevo Pacto fue sellada por el cuerpo golpeado, azotado de Jesucristo y el derramamiento de Su sangre en el día de la Pascua. La ceremonia que conmemora Su sacrificio supremo por los pecados del mundo fue instituida en la noche que Él fue traicionado. Ahí es cuando Sus discípulos participaron de los símbolos de Su cuerpo y de Su sangre y ahí es cuando todos Sus seguidores son ordenados a participar de estos símbolos.

          Al participar del lavamiento de pies, el pan y el vino durante la ceremonia de la Pascua cristiana, los verdaderos cristianos están conmemorando la muerte de Jesucristo como el sacrificio que selló el Nuevo Pacto, el cual ofrece el perdón del pecado y el regalo de la vida eterna. Cada cristiano que toma parte en esta ceremonia, está confirmando su aceptación del sacrificio de Jesucristo y está renovando su compromiso de vivir por las palabras del Nuevo Pacto. El Nuevo Pacto solo puede ser renovando en el tiempo y de la forma que Jesucristo instituyó.

          Cada cristiano que renueva el Nuevo Pacto personalmente, es capaz de recibir perdón continuo y gracia de Dios el Padre, Quien aplica la sangre de Jesucristo a sus pecados (I Juan 1:7-9). Esta purificación diaria del pecado permite que los cristianos permanezcan en compañerismo con Dios el Padre, Quien imparte fuerza y entendimiento a cada uno a través de Su Espíritu Santo. Cada cristiano que es guiado por el Espíritu Santo estará creciendo en conocimiento espiritual y en carácter piadoso, y ultimadamente recibirá el regalo de la vida eterna en el reino de Dios (II Pedro 1:4-11). Así es como el Nuevo Pacto en la sangre de Jesucristo está cumpliendo la promesa de la vida eterna.

El misterio de la piedad

          Dios ha revelado en Su Palabra que Su deseo es otorgar vida eterna a toda la humanidad. Tan maravilloso es el propósito de Dios para el hombre, que el apóstol Pablo lo llama “el misterio de la piedad.” Este gran misterio de Dios es la razón misma de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo: “E innegablemente, grande es el misterio de piedad: Dios fue manifestado en la carne, fue justificado en el Espíritu, fue visto por ángeles, fue proclamado entre los gentiles, fue creído en el mundo, fue recibido arriba en gloria” (I Timoteo 3:16).

          Fue para levantar hijos e hijas de Dios el Padre, que Jesucristo fue manifestado en la carne. Como el Señor Dios del Antiguo Testamento, Quien creó todas las cosas, Él se vacío a Sí mismo de Su existencia divina y eterna y fue hecho a la semejanza del hombre. Él tomó sobre Sí mismo la misma carne pecaminosa que tienen todos los seres humanos, para morir como el sacrificio perfecto por los pecados del mundo. A través de la fe en Su sacrificio, toda la humanidad puede recibir el regalo de la salvación, con la promesa de la vida eterna en el reino de Dios. Las palabras de Jesús mismo, muestran que el deseo y el placer de Dios el Padre es otorgarle la vida eterna en Su Reino a aquellos que creen en Su Hijo: “No tengan miedo, rebaño pequeño, porque su Padre se deleita en darles el reino.” (Lucas 12:32).

          Jesucristo fue el primero de muchos que se levantarán de la tumba como seres espirituales inmortales (Romanos 8:29). Al retorno de Jesucristo, una cantidad innumerable de cristianos serán otorgados vida eterna como los hijos e hijas espirituales de Dios el Padre. Ellos compartirán la misma existencia eterna y gloria que Jesucristo. Pablo deja esto muy claro: “El Espíritu mismo da testimonio conjuntamente con nuestro propio espíritu, testificando que somos hijos de Dios. Entonces si somos hijos, somos también herederos—verdaderamente, herederos de Dios y coherederos con Cristo—si ciertamente sufrimos junto con Él, para poder también ser glorificados junto con Él. Porque considero que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que será revelada en nosotros” (Romanos 8:16-18).

          El apóstol Juan confirma que los hijos de Dios serán como Jesucristo. “¡He aquí! ¡Que glorioso amor nos ha dado el Padre, que deberíamos ser llamados los hijos de Dios! Por esta misma razón, el mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Amados, ahora somos los hijos de Dios, y no ha sido revelado aun lo que seremos; pero sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos como Él, porque lo veremos exactamente como Él es” (I Juan 3:1-2).

          Como Jesucristo, los verdaderos cristianos serán resucitados a gloria e inmortalidad, cumpliendo la profecía de que Él levantaría a la semilla espiritual: “…Tú harás Su vida una ofrenda por el pecado. Él verá Su semilla; prolongará Sus días [como el Cristo resucitado], y que el propósito del SEÑOR pueda prosperar en Su mano. Verá [el resultado] el tormento de Su alma. Estará completamente satisfecho.…” (Isaías 53:10-11).

          Como muestra Pablo, el plan de salvación de Dios, el cual era un misterio incluso para los ángeles, ha sido escondido del mundo (II Corintios 4:3-4). Pero a través del Espíritu Santo, el misterio de la salvación fue revelado a los apóstoles y a los profetas de la Iglesia primitiva, quienes fueron usados por Dios para instruir a muchos otros. Pablo escribe: “Cómo Él me [Pablo] hizo conocer por revelación el misterio (incluso como escribí brevemente antes, para que cuando lean esto, sean capaces de comprender mi entendimiento en el misterio de Cristo), el cual en otras generaciones no fue hecho conocido a los hijos de hombres, como ha sido ahora revelado a Sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu; que los gentiles podían ser coherederos, y un cuerpo conjunto, y copartícipes de Su promesa en Cristo a través del evangelio, del cual yo me convertí en un siervo de acuerdo al regalo de la gracia de Dios, la cual me fue dada a través del trabajo interno de Su poder. A mí, quien soy menos que el menor de todos los santos, me fue dada esta gracia, para que pudiera predicar el evangelio entre los gentiles—incluso las riquezas inescrutables de Cristo; y para que pudiera iluminar a todos en lo que es el compañerismo del misterio que ha sido escondido desde los siglos en Dios, Quien creó todas las cosas por Jesucristo” (Efesios 3:3-9).

          El misterio de la piedad, el cual Dios les ha revelado a Sus santos, es el conocimiento de que Jesucristo era Dios manifestado en la carne, y que por el poder del Espíritu Santo, Cristo mora dentro de cada uno a quien el Padre llama, habilitando a cada creyente a vencer la ley del pecado y muerte y a recibir la vida eterna en la resurrección: “Incluso el misterio que ha estado escondido desde siglos y desde generaciones, pero que ha sido revelado ahora a Sus santos; a quienes Dios quiso dar a conocer cuáles son las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; el cual es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:26-27).

          Al describir el misterio de la piedad, Pablo declara que Dios no solo estaba “manifestado en la carne” sino también “fue justificado en el Espíritu” (I Timoteo 3:16). ¿Cómo era Jesucristo, como Dios en la carne, justificado en la carne? Dado que Jesucristo nunca pecó, Él no necesitaba justificación del pecado. ¿Cómo fue entonces justificado en el Espíritu? Él fue justificado en el Espíritu porque tomó sobre Sí mismo el mismo juicio que fue pronunciado sobre Adán y Eva y toda la humanidad, siendo hecho a la semejanza de la carne pecaminosa con la ley del pecado y muerte. Aunque fue tentado como todos los demás seres humanos, Él venció la ley del pecado y muerte y a Satanás el diablo, el autor del pecado, a través del poder del Espíritu Santo. Él condenó al pecado en la carne al vivir una vida perfecta, no cediendo ni una vez a los jalones de la carne, sino siempre siendo guiado por el Espíritu Santo de Dios el Padre. Así es como Dios fue justificado en el Espíritu.

          Dado que Jesucristo, como Dios en la carne, fue justificado en el Espíritu, Él ha abierto el camino para que todas las cosas en la tierra y en el cielo sean reconciliadas a Dios el Padre: “Dando gracias al Padre, Quien nos ha hecho calificados para la participación de la herencia de los santos en la luz;  Quien nos ha rescatado personalmente del poder de la oscuridad [Satanás el diablo] y nos ha transferido al reino del Hijo de Su amor [al darnos el poder de Su Espíritu Santo]; en Quien tenemos redención a través de Su propia sangre, incluso la remisión de pecados; Quien es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación; porque por Él fueron creadas todas las cosas, las cosas en el cielo y las cosas sobre la tierra, lo visible y lo invisible, ya sean ellos tronos, o señoríos, o principados, o poderes; todas las cosas fueron creadas por Él y para Él.

          “Y Él es antes de todo, y por Él todas las cosas subsisten. Y Él es la cabeza del cuerpo, la iglesia; Quien es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todas las cosas Él mismo pudiera tener la preminencia. porque agradó al Padre que toda la plenitud debería vivir en Él; y, habiendo hecho paz a través de la sangre de Su cruz, por Él para reconciliar todas las cosas a Sí mismo; por Él, ya sean las cosas en la tierra, o las cosas en el cielo” (Colosenses 1:12-20).

          Jesucristo fue el primer ser humano carnal en ser resucitado de la tumba como un ser espiritual glorificado. A través de Su único sacrificio perfecto, varios millones serán agregados al reino de Dios, compartiendo Su gloria e inmortalidad como Sus hermanos: “Pero vemos a Jesús, Quien fue hecho un poco menor que los ángeles, coronado con gloria y honor a cuenta de sufrir la muerte, para que por la gracia de Dios Él mismo pudiera probar la muerte por todos; porque era conveniente para Él, para Quien todas las cosas fueron creadas, y por Quien todas las cosas existen, traer muchos hijos a la gloria, para hacer al Autor de su salvación perfecto a través de sufrimientos.  Porque ambos, Quien está santificando y aquellos que son santificados son todos de Uno [un Padre]; por tal causa Él no está avergonzado de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:9-11).

          La esperanza de ser glorificados como Jesucristo y vivir con Él para siempre en el reino de Dios, trae verdadero significado a la observancia de la Pascua cristiana. Cada cristiano verdadero que comparte esta esperanza, estará guardando esta ceremonia solemne fielmente cada año en la noche que Jesús la instituyó. Cada uno participará en el lavado de pies, para tener una parte con Jesucristo en esta vida y en Su reino. Cada uno participará del pan y del vino, para renovar el Nuevo Pacto a través del poder del Espíritu Santo para crecer espiritualmente. Esta renovación personal del Nuevo Pacto por medio de la ceremonia de la Pascua cristiana, habilitará a cada uno a calificar a la herencia gloriosa que les espera a los hijos de Dios.