CAPÍTULO VEINTISÉIS

(Tomado del libro “La pascua Cristiana”)

 

EL SIGNIFICADO DEL CUERPO DE JESUCRISTO

 

Por

Fred Coulter

www.laverdaddedios.org

 

          Dios el Padre ha manifestado Su gran amor al mundo al enviar a Su Hijo Jesucristo para redimir a la humanidad del pecado. La plenitud del amor de Dios es revelada en el sacrificio de Su único Hijo engendrado, Quien voluntariamente se dio a Sí mismo para la salvación de cada ser humano. Pero nosotros como individuos debemos elegir personalmente aceptar la salvación al arrepentirnos y creer, como escribe el apóstol Juan: “Porque Dios amó tanto al mundo, que dio Su único Hijo engendrado, para que todo el que crea en Él no pueda perecer, sino pueda tener vida eterna” (Juan 3:16).

          Este verso es probablemente el más memorizado en el Nuevo Testamento. Pero mientras que muchos pueden recitar este verso, pocos comprenden su profundo significado. Muy pocos entienden verdaderamente el asombroso sacrificio que Dios el Padre proveyó en el cuerpo de Jesucristo. La magnitud de Su sufrimiento fue predicha por Jesucristo mismo en Su última Pascua. Después de partir el pan sin levadura Él dijo, “Tomen, coman; este es Mi cuerpo, el cual está siendo roto por ustedes. Esto háganlo en memoria de Mí” (I Corintios 11:24).

          ¿Por qué Jesucristo, el Hijo de Dios tuvo que ofrecerse a Sí mismo por los pecados de la humanidad? ¿No había ninguna otra manera de traer salvación al mundo? ¿No podía Dios haber quitado el pecado simplemente emitiendo un mandato?

          Ya que Dios es el Creador de todas las cosas y el Gobernador Supremo del universo, las personas tienden a pensar que Dios logra todo al decir un mandato. Es cierto que Dios creó este mundo presente, con toda su vida animal y vegetal, por los mandatos de Su boca. Pero Dios no eligió crear al hombre de esta forma. En lugar de eso, Dios formó al hombre con Sus propias manos, creándolo a Su propia imagen y dándole la capacidad del libre albedrío. A diferencia de los animales, los cuales son gobernados por instinto, los seres humanos son capaces de discernir el bien del mal y elegir su propio camino a seguir. Tener la habilidad de elegir le permite a cada ser humano la oportunidad de pecar. Como muestra el registro de la historia de la humanidad, ese es el camino que los seres humanos han elegido desde el principio. Es por esta misma razón que Jesucristo dio Su vida. Solamente el sacrificio de Jesucristo, el Hijo de Dios, podía redimir a la humanidad de la pena del pecado, la cual es la muerte eterna. Para poder entender la necesidad de Su sacrificio supremo por el pecado, primero debemos entender el poder  obligatorio de las leyes de Dios. Estas leyes expresan la naturaleza misma de Dios, Quien es totalmente justo y perfecto en carácter. Un estudio de la naturaleza de Dios nos ayudará a entender mejor por qué las transgresiones de Sus leyes requerían el sacrificio expiatorio de Jesucristo.

La naturaleza de Dios

          La naturaleza de Dios es revelada en los muchos nombres de Dios que se encuentran en la Escritura. El libro Los nombres de Dios por Andrew Jukes ofrece un excelente estudio de los nombres de Dios en las Escrituras y sus significados. Un breve resumen de las características y de la naturaleza de Dios está presentado aquí. Las referencias Escriturales que están provistas pueden ser usadas como base para continuar un estudio profundo de la naturaleza de Dios, si el lector lo desea. Cualquier concordancia confiable sería de ayuda.

          Dios es Espíritu (Juan 4:24). Dios es eterno, vive por siempre y es auto-existente (Deuteronomio 33:27, Isaías 40:28). Dios es Luz (I Juan 1:5). Dios es santo (Isaías 57:15). Dios es Creador (Génesis 1, Juan 1:1-4). Dios es Legislador y Juez (Santiago 4:12, Isaías 33:22). Dios es un fuego consumidor (Hebreos 12:29). Dios es el Salvador de todos (Salmo 106:21, Isaías 43:3; 45:21-22; 60:16, Oseas 13:4, Juan 4:42, I Timoteo 1:1; 2:3; 4:10, Tito 1:3, 4; 2:10, 13; 3:4, 6, I Juan 4:14). Dios es nuestro Redentor del pecado (Salmo 19:14, Isaías 41:14; 49:26, I Pedro 1:18-19, Apocalipsis 5:9).

          Dios es tanto Legislador como el Juez de todos los que quebrantan Sus leyes. Él también es el Salvador y Redentor de aquellos que se arrepienten de sus pecados y transgresiones de Sus leyes. Estos dos aspectos de la naturaleza de Dios están claramente revelados en las palabras que Él habló cuando Moisés fue permitido ver Su gloria: ““No puedes ver Mi cara, porque ningún hombre puede verme y vivir.” “He aquí, hay un lugar junto a Mí, y tú te pararás sobre una roca. Y será, mientras Mi gloria pase cerca, Yo te pondré en una hendidura de la roca, y te cubriré con Mi mano mientras pase cerca. Y quitaré Mi mano, y verás Mis partes traseras. Pero Mi cara no será vista” Y el SEÑOR [Jehovah, el nombre del pacto] descendió en la nube, y estuvo con él allí, y proclamó el nombre del SEÑOR. Y el SEÑOR pasó por delante de él y proclamó, “El SEÑOR, el SEÑOR Dios [Elohim, el Creador], misericordioso [Salmo 103:8-18; 119:64; 136] y graciable [Salmo 86:15; 111:4; 112:4; 116:5, I Pedro 2:3], paciente [Romanos 2:4, I Timoteo 1:16], y abundante en bondad [Salmo 31:19; 33:5; 107:8, 15, 21, 31, Romanos 2:4] y verdad [Deuteronomio 32:4, Salmo 31:5; 33:4, Jeremías 4:2, Juan 14:6], guardando misericordia hasta la milésima generación, perdonando iniquidad y transgresión y pecado [Salmo 103:1-4, Hechos 2:38; 3:19, Romanos 3:23-25], pero Quien por ningún medio absolverá al culpable, visitando la iniquidad de los padres sobre los hijos, hasta la cuarta generación”” (Éxodo 33:20-23; 34:5-7).

          Ya que Dios es misericordioso y graciable, Él está listo para perdonar los pecados del que se arrepiente. Pero ya que Él es santo y justo, no permite que los pecadores que no se arrepienten se escapen del juicio. Como el justo Juez de todos, Dios castiga a aquellos que hacen el mal y destruye al malvado que no se arrepiente. El último y asombroso juicio será derramado sobre los malvados al retorno de Jesucristo: “Pero el resto de los hombres que no fueron muertos por estas plagas aún no se arrepintieron de las obras de sus manos, para que no pudieran adorar demonios, e ídolos de oro y plata y cobre y piedra y madera, los cuales no tienen el poder para ver, ni oír, ni caminar. Y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de sus fornicaciones, ni de sus robos” (Apocalipsis 9:20-21).

          El libro de Apocalipsis da una descripción grafica de las últimas 7 plagas de Dios, las cuales serán derramadas sobre la tierra justo antes del retorno de Jesucristo. Incluso después de estas plagas terribles, los malvados rehusarán arrepentirse: “Y blasfemaron al Dios del cielo por sus dolores y sus llagas; aun así no se arrepintieron de sus obras” (Apocalipsis 16:11). La destrucción final de los malvados que no se arrepientan vendrá en el lago de fuego (Apocalipsis 20:14-15; 21:8).

          Al advertirles a los malvados de su juicio final, Dios muestra que Él no se deleita en ejecutarlo: “Como Yo vivo,’ dice el SEÑOR Dios, ‘No tengo deleite en la muerte del malvado, excepto que el malvado abandone su camino, y viva. Vuélvanse, vuélvanse de sus caminos perversos; porque ¿Por qué morirán, Oh casa de Israel?” (Ezequiel 33:11).

          ¡Piensen en estas palabras de Dios! El Señor dice, “COMO YO VIVO” ¡Su proclamación está basada en Su existencia misma! Ya que Dios es amor, Él no se deleita en la muerte del malvado. El deseo de Dios es que cada pecador se arrepienta y sea salvo: “…[Dios] es paciente hacia nosotros, no deseando que alguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento” (II Pedro 3:9). Sin embargo, el regalo de la vida eterna es otorgado solamente a aquellos que se arrepienten de sus pecados y aceptan el sacrificio de Jesucristo: “Porque Dios amó tanto al mundo, que dio Su único Hijo engendrado, para que todo el que crea en Él no pueda perecer, sino pueda tener vida eterna” (Juan 3:16).

          El regalo de la vida eterna por medio de Jesucristo es ofrecido a todas las personas y naciones de la tierra. Todo el que responda al llamado de Dios al arrepentimiento y sea bautizado, recibirá el regalo de la salvación a través del engendramiento del Espíritu Santo de Dios el Padre (Mateo 28:19-20, Marcos 16:15-16, Lucas 24:47-48, Hechos 2:38-39, Romanos 1:5-6, Apocalipsis 7:9-10). El deseo de Dios es otorgarle salvación y vida eterna a toda la humanidad. Esta es la razón misma por la que Jesucristo sacrificó Su vida— ¡para quitar los pecados del mundo!

          Tan grande fue el amor de Dios el Padre, que Él dio a Su propio Hijo para redimir a la humanidad del pecado. Tan fuerte fue el amor de Dios en el Hijo, que Él se dio a Sí mismo voluntariamente, tomando sobre Su propio cuerpo el castigo que habían generado los pecados de los hombres. El amor de Dios es Su mayor atributo y característica: “DIOS ES AMOR” (I Juan 4:8, 16). Todo lo que Dios hace fluye de Su amor.

          Como seres humanos, podemos tener o poseer amor, pero ¡DIOS ES AMOR! En Su gran amor, Dios quiere que cada ser humano esté en Su reino. Pero Dios, Quien es perfecto en justicia, no puede morar con el pecado. No es posible tener el amor de Dios donde está permitido que exista el pecado. Por eso es que el pecado, la rebelión y la maldad deben ser destruidos. Cuando entendemos plenamente la naturaleza de Dios, podemos comprender por qué el juicio de la muerte eterna debe ser ejecutado contra los malvados incorregibles. Solamente los justos heredarán la vida eterna.

          Ya que todos los seres humanos han pecado, no hay ninguno que sea justo ante Dios (Salmo 14:2-3, Romanos 3:9-10). Pero a través de la fe en el sacrificio de Jesucristo, cada pecador que se arrepiente puede ser limpiado del pecado y ser reconciliado con Dios el Padre. La sangre de Jesucristo santifica a cada creyente que se arrepiente, quien entonces es justificado y contado como justo ante Dios. Esta justicia continúa siendo imputada mientras cada creyente permanezca bajo la sangre de Jesucristo al vivir en obediencia diaria a Dios y arrepintiéndose de todos los pecados que sean cometidos. Cada ser humano tiene el potencial de ser justificado ante Dios el Padre por medio del sacrificio de Jesucristo y a vivir por siempre en el reino de Dios.

          Ninguna de las otras criaturas en la tierra tienen el destino final de convertirse en los hijos glorificados de Dios por toda la eternidad. Ninguna otra criatura ha sido creada a la imagen y semejanza de Dios, con el potencial de ser transformado de seres humanos mortales a seres espirituales inmortales glorificados. ¡Esta bendición especial y privilegio solamente es otorgado a los seres humanos!

El amor de Dios al crear a la humanidad

          La magnitud del amor de Dios es revelada en la creación del hombre. Todos los seres humanos llevan la imagen y la semejanza de Dios, porque Él proclamó: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, según Nuestra semejanza; y tengan dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre el ganado y sobre toda la tierra Y Dios creó al hombre a Su propia imagen, a la imagen de Dios Él lo creó. Él los creó hombre y mujer” (Génesis 1:26-27).

          Estos versos también nos dan entendimiento adicional sobre la naturaleza de Dios. La palabra “Dios” es traducida del hebreo Elohim, el cual es un sustantivo plural. Como los sustantivos plurales en español, los sustantivos plurales en hebreo se refieren a más de una persona o cosa. Así como el sustantivo plural “hombres” inherentemente significa más de un hombre, Elohim significa más de un solo Dios. Varios pasajes en el Antiguo Testamento confirman la existencia de más de un ser Divino (Génesis 1:26; 11:7, Salmos 110:1; 45:7-8, Daniel 7:13).

          Las Escrituras revelan que hay dos que son Elohim. Un Elohim es el Dios que es llamado el Padre en el Nuevo Testamento. El otro Elohim es el Dios que se convirtió en Jesucristo. Esta verdad es verificada por el apóstol Juan:

          “En el principio estaba la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas vinieron a ser a través de Él, y ni siquiera una cosa que fue creada vino a ser sin Él. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.Y la Palabra se hizo carne, e hizo tabernáculo [moró temporalmente] entre nosotros (y nosotros mismos vimos Su gloria, la gloria como del único engendrado con el Padre), lleno de gracia y verdad” (Juan 1:1-4, 14).

          El Nuevo Testamento claramente enseña que Jesucristo estaba con Dios y era Dios antes de que se convirtiera en carne. Las palabras de Juan no dejan duda alguna de que Jesucristo existió desde el principio. Jesús fue el Elohim del Antiguo Testamento, Quien se convirtió en Dios manifestado en la carne del Nuevo Testamento. Él fue enviado a la tierra por el Padre, el otro Elohim del Antiguo Testamento.

          Las Escrituras revelan que el Dios que se les apareció a los patriarcas y Quien guió a los hijos de Israel fuera de Egipto fue el que se convirtió en Jesucristo (Éxodo 3:6-8, I Corintios 10:4). El Dios que se convirtió en el Padre nunca se reveló a Sí mismo al hombre en los tiempos del Antiguo Testamento. Dios el Padre no fue revelado hasta la venida de Jesucristo, como escribió Juan: “Nadie ha visto a Dios en ningún momento; el único Hijo engendrado, Quien está en el seno del Padre, Él lo ha declarado” (Juan 1:18).

          Un gran propósito del ministerio de Jesucristo fue revelar al Padre: “…nadie conoce al Hijo excepto el Padre, ni nadie conoce al Padre excepto el Hijo, y aquel a quien el Hijo personalmente escoja revelárselo” (Mateo 11:27).

          Antes de los tiempos del Nuevo Testamento, ni siquiera los judíos conocían al Padre, como Jesús les dijo a los judíos: “Aun así no lo han conocido; pero Yo lo conozco. Y si digo que no lo conozco, sería un mentiroso, como ustedes. Pero lo conozco, y guardo Su Palabra” (Juan 8:55).

          Estas simples declaraciones de las Escrituras muestran que el Dios Que se manifestó a Sí mismo a los hombres y mujeres en los tiempos del Antiguo Testamento no era Dios el Padre. Juan añade a la evidencia al documentar las palabras de Jesús: “Y el Padre mismo, Quien Me envió, ha dado testimonio de Mí. Ustedes no han escuchado Su voz ni visto Su forma en ningún momento” (Juan 5:37).

          El Dios del Antiguo Testamento, que caminó y habló con Adán y Eva no fue el Padre. El Dios que le entregó los Diez Mandamientos a Moisés no fue el Padre. El Dios que se les apareció a los profetas en visiones no fue el Padre. Ningún hombre ha visto al Padre, excepto Jesucristo: “Y nadie ha ascendido al cielo, excepto Quien bajó del cielo, el Hijo de hombre, Quien está en el cielo [Juan registró estas palabras en el 90 d.C.]” (Juan 3:13).

          Las Escrituras dejan absolutamente claro que el Señor Dios que se apareció a los patriarcas y a los profetas de antiguo fue Jesucristo—no el Padre. Las palabras de Jesús mismo revelan que Él pre-existió como Dios antes de que se convirtiera en humano. En Su oración al Padre después de Su última Pascua Jesús dijo: “Te he glorificado en la tierra. He acabado la obra que Me diste para hacer. Y ahora, Padre, glorifícame con Tu propio ser, con la gloria que tuve Contigo ANTES QUE EL MUNDO EXISTIERA” (Juan 17:4-5).

          Es vital entender que el Señor Dios del Antiguo Testamento fue hecho carne y se convirtió en Jesucristo, el hijo de Dios. Para convertirse en Dios manifestado en la carne, Él se vació a Sí mismo de Su poder y Su gloria. Como Jehovah Elohim, Él había formado al hombre del polvo de la tierra. Como Jesucristo, Él se sacrificó a Sí mismo para redimir a la humanidad del pecado y de la pena de muerte eterna. Este sacrificio era esencial para el cumplimiento del propósito de Dios para el hombre.

El Plan de Dios para la humanidad

          Cuando Dios creó a la humanidad, Él dijo, “Hagamos [Dios el Padre y Dios el Hijo están incluidos en el “hagamos” (Juan 17:21)] al hombre a Nuestra imagen, según Nuestra semejanza; y tengan dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre el ganado y sobre toda la tierra Y Dios creó al hombre a Su propia imagen, a la imagen de Dios Él lo creó. Él los creó hombre y mujer” (Génesis 1:26-27).

          El pasaje Escritural deja claro que, tanto hombres como mujeres han sido creados a la imagen y semejanza de Dios. Además de Su imagen y semejanza, Dios le ha dado a la humanidad otros atributos que son como los de Él. David fue inspirado a escribir “¡Oh SEÑOR nuestro Señor, cuan excelente es Tu nombre en toda la tierra! ...Cuando considero Tus cielos, el trabajo de Tus dedos, la luna y las estrellas las cuales has dispuesto, ¿qué es el hombre que estás atento de él, lo has hecho un poco inferior a Dios [hebreo elohim]…” (Salmos 8:1-5).

          Muchas traducciones de la Biblia, incluyendo la Reina Valera interpretan este verso como “un poco menor que los ángeles.” Sin embargo, la palabra hebrea elohim, la cual es usada en este verso, se refiere a deidades—no a ángeles. Esta palabra es usada incontables veces en el texto hebreo en referencia al Dios verdadero y a dioses falsos. En todos los demás casos en la Reina Valera, elohim es traducida correctamente como “Dios” o “dioses.” En el Salmo 8:5, esta palabra hebrea claramente se está refiriendo al verdadero Dios y debería traducirse como corresponde. La traducción de Green expresa el significado del texto: “Pues lo has hecho carecer un poco de Dios…” (The Interlinear Hebrew-Greek English Bible).

          La traducción correcta de este verso ¡revela el tremendo potencial de la humanidad! Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza, pero de una naturaleza inferior. Aunque es hecho de carne, la cual está sujeta al pecado y a la corrupción, el hombre tiene el potencial de recibir el Espíritu Santo de Dios y volverse santo y justo, como Dios lo es. Todos los que llegan a la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo nacerán en la familia de Dios como seres espirituales inmortales, compuestos de la misma sustancia de Dios. ¡Ese es el asombroso propósito de Dios para la humanidad!

          De todas las criaturas que Dios hizo para morar en la tierra, solo al hombre se le han dado los atributos de Dios—incluyendo la habilidad de pensar, razonar, hablar, escribir, planear, crear, construir, enseñar, aprender, juzgar y gobernar. Dios les dio a los seres humanos la capacidad de amar, odiar, reírse, llorar, perdonar, arrepentirse y de experimentar todo tipo de emoción. Todas estas cualidades son características divinas, las cuales el hombre es privilegiado de poseer, aunque sea inferior a Dios. El hombre es capaz de experimentar estos atributos divinos porque a él se le dio dimensión espiritual única que Dios no le dio al resto de Su creación terrenal. A cada ser humano se le ha dado esta cualidad, lo que hace a cada uno “un poco menor que Dios.” La Biblia describe esta cualidad espiritual como el “espíritu de hombre.”

El Espíritu del hombre

          El espíritu que mora en el hombre no es otro ser espiritual, como un ángel o un demonio. Más bien, es una esencia de espíritu que imparte el poder del pensamiento, el intelecto y otras características divinas, y el cual hace al hombre único de todas las demás criaturas que Dios ha creado. Esta esencia de espíritu viene de Dios: “Así dice el SEÑOR Dios, Quien creó los cielos y los estiró, extendiendo la tierra y su vástago; Quien da aliento a la gente sobre ella y espíritu [hebreo ruach] a aquellos quienes caminan en ella” (Isaías 42:5). Dios está activamente formando esta esencia de espíritu dentro de los seres humanos: “Así dice el SEÑOR, Quien extiende los cielos, y coloca el fundamento de la tierra, y forma el espíritu [hebreo ruach] del hombre dentro de él” (Zacarías 12:1).

          El espíritu del hombre es diferente de lo que la Biblia llama el “alma.” La palabra “alma” es traducida del hebreo nephesh, la cual se refiere a la vida física, ya sea humana o animal. En muchos casos, nephesh es traducida como “criatura” o “vida” (Génesis 1:20-21, 24, 30; 2:19; 9:4-5, 10, 12, 15-16). Cuando se traduce como “alma,” se refiere a la vida física y a la fuerza de un ser humano (Génesis 2:7, Éxodo 1:5, Levítico 23:27, Deuteronomio 4:29, Josué 11:11, Ezequiel 13:18-19; 18:4, 20). A diferencia del alma, la cual termina con la muerte del cuerpo, el espíritu en el hombre regresa a Dios cuando un humano muere (Eclesiastés 12:7). El espíritu del hombre es el poder único que le da a cada persona pensamiento y consciencia: “Pero hay un espíritu en el hombre y la inspiración del Altísimo les da entendimiento” (Job 32:8). El apóstol Pablo escribió, “Porque ¿quién entre los hombres entiende las cosas del hombre excepto por el espíritu del hombre el cual está en él?” (I Corintios 2:11).

          Es el espíritu en el hombre el cual le da el potencial de convertirse en un hijo o hija de Dios. Las Escrituras muestran que el espíritu del hombre fue hecho para recibir y unirse con el Espíritu Santo de Dios como un engendramiento de Dios el Padre: “Todo aquel que ha sido engendrado por Dios no practica pecado porque Su [de Dios el Padre] semilla de engendramiento está viviendo dentro de él, y no es capaz de practicar pecado porque ha sido engendrado por Dios” (I Juan 3:9). El engendramiento espiritual sucede solamente después de que una persona se ha arrepentido, ha sido bautizada y ha tenido la imposición de manos para recibir el Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo se une con el espíritu del individuo, él o ella es engendrado espiritualmente como un hijo de Dios: “…han recibido el Espíritu de filiación, por el cual gritamos, “Abba, Padre.” El Espíritu mismo da testimonio conjuntamente con nuestro propio espíritu, testificando que somos hijos de Dios” (Romanos 8:15-16). En la resurrección, cada hijo de Dios engendrado espiritualmente que ha crecido a la madurez espiritual, habiendo sido guiado por el Espíritu Santo para desarrollar la mente y el carácter de Dios, nacerá en la familia de Dios como un ser espiritual inmortal (II Pedro 1:4-11). La resurrección es verdaderamente el “nuevo nacimiento,” cuando la carne sea transformada a espíritu y los cristianos espiritualmente engendrados sean nacidos de nuevo como los hijos e hijas de Dios inmortales.

          Ya que todos los seres humanos poseen el espíritu del hombre, cada individuo en la tierra puede recibir el Espíritu Santo de engendramiento de Dios el Padre. ¡Este es el potencial glorioso de cada ser humano! En el Salmo 8, David expresa su asombro por el propósito de Dios al crear al hombre. La descripción de David de la creación de la humanidad por Dios, revela que su destino final es ejercer dominio sobre todo el universo físico: “…y lo has coronado con gloria y honor. Lo hiciste tener dominio sobre las obras de Tus manos; has puesto todas las cosas bajo sus pies: todas las ovejas y bueyes, sí, y las bestias del campo; las aves del cielo, los peces del mar, y todo lo que pasa por los caminos de los mares. ¡Oh SEÑOR, nuestro Señor, cuan excelente es Tu nombre en toda la tierra!” (Salmo 8:5-9). El Nuevo Testamento muestra que su dominio será otorgado a todos aquellos que se conviertan en los hijos glorificados de Dios por medio de la fe en Jesucristo (Hebreos 2:6-10).

          Para preparar al hombre para su destino final, Dios le dio dominio sobre la tierra: “Y Dios los bendijo. Y Dios les dijo, “Sean fructíferos y multiplíquense, y llenen la tierra, y domínenla; y tengan dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre cada cosa viva que se mueve sobre la tierra”” (Génesis 1:28). Después de terminar la creación del mundo y de Adán y Eva, “…Dios vio todo lo que Él había hecho, y ciertamente, era extremadamente bueno” (verso 31).

          Todo lo que Dios creó en la tierra le fue dado al hombre para que fuera usado para su beneficio. Que tremenda bendición le dio Dios a la humanidad— ¡El mundo entero sobre el cual tener dominio!

Una elección entre dos caminos de vida

          La creación de Adán y Eva es descrita en detalle en Génesis 2. Como muestra el registro, Adán fue el primero en recibir vida: “Entonces el SEÑOR Dios [Jehovah Elohim] formó al hombre del polvo de la tierra, y respiró en sus fosas nasales el aliento de vida; y el hombre se convirtió en un ser viviente” (Génesis 2:7). Dios creó dentro de la mente de Adán un lenguaje completamente funcional y la capacidad de elegir (Génesis 2:16-17). La esposa de Adán, Eva, fue creada de una de sus costillas (versos 18, 21-23). Eva, como Adán, fue creada con un lenguaje completamente funcional y la capacidad de elegir. Esta capacidad es manifestada en el registro de los dos árboles que Dios había colocado en el jardín del Edén: “Y el SEÑOR Dios plantó un jardín hacia el oriente en Edén; y allí puso al hombre a quien Él había formado. Y de la tierra el SEÑOR Dios hizo crecer todo árbol que es agradable a la vista y bueno para comida. El árbol de vida también estaba en la mitad del jardín, y el árbol del conocimiento de bien y mal” (Génesis 2:8-9).

          Dios instruyó al hombre y puso elecciones ante él. El mandato que dio Dios incluye una advertencia de las consecuencias por tomar la decisión equivocada: “Y el SEÑOR Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para cultivarlo y mantenerlo. Y el SEÑOR Dios le ordenó al hombre, diciendo, “Puedes comer libremente de todo árbol en el jardín, pero no comerás del árbol del conocimiento del bien y el mal, porque en el día que comas de el, al morir ciertamente morirás [ser sujeto a la pena de muerte]” (Génesis 2:15-17).

          Dios creó al hombre como un agente moral libre y le dio el poder del libre albedrío. A cada ser humano le ha sido dada esta capacidad de elegir. La decisión que cada uno debe tomar es si amar y obedecer a Dios o no. Como Creador y Legislador, Dios ha decretado que la pena por la desobediencia a Sus mandatos es la muerte. Pero a través de la fe, el amor y la obediencia, Dios otorga el don de la vida eterna (Romanos 6:23). Esta es la elección que Dios puso ante Adán y Eva, como está representado en la descripción de los dos árboles—el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y mal.

          Ambos, Adán y Eva fueron creados en un estado de inocencia. Ellos no tenían pecado y eran intachables ante Dios. Aunque en el principio ellos no estaban sujetos a la pena de muerte, no tenían vida eterna porque fueron hechos del polvo de la tierra. Ellos podían haber heredado la vida eterna al elegir obedecer los mandatos de Dios y comiendo del árbol de la vida, pero en cambio eligieron desobedecer a Dios al comer del árbol de la ciencia del bien y el mal. Como veremos, su elección ha afectado a toda la humanidad. Qué mundo tan diferente habría sido si Adán y Eva hubieran elegido obedecer a Dios y hubieran comido del árbol de la vida ¡en lugar del árbol de la ciencia del bien y el mal!

El hombre elige el camino del pecado

          Después de que Dios los había creado, Adán y Eva caminaron con Dios y hablaron con Él. Ya que sus mentes eran inocentes, no estaban avergonzados de estar desnudos en la presencia de Dios: “Y ambos estaban desnudos, el hombre y su esposa, y no estaban avergonzados” (Génesis 2:25).

          El libro de Génesis registra que Adán y Eva recibieron las instrucciones de Dios antes de que a la serpiente, Satanás el diablo le fuera permitido probarlos para ver qué camino elegirían—el camino que lleva a la vida eterna, o el camino que lleva al pecado y a la muerte (Génesis 2:16-17). Ya que ellos habían estado en contacto con Dios, su conocimiento de los mandatos de Dios era directo y de primera mano.

          Noten el registro en Génesis 3: “Ahora, la serpiente era más astuta que cualquier criatura del campo la cual el SEÑOR Dios había hecho. Y él dijo a la mujer, “¿Es verdad que Dios ha dicho, ‘No comerán de ningún árbol del jardín?’ ” Y la mujer dijo a la serpiente, “Podemos comer libremente del fruto de los árboles del jardín, pero del fruto del árbol el cual está en medio del jardín, Dios ciertamente ha dicho, ‘No comerán de el, ni lo tocarán, no sea que mueran’ ”” (Génesis 3:1-3).

          Como revela el registro Escritural, Eva tenía pleno conocimiento de las instrucciones y los mandatos de Dios acerca del árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero Eva escuchó a la serpiente: “Y la serpiente dijo a la mujer, “¡Al morir, ciertamente no morirán! Porque Dios sabe que en el día que coman de el, entonces sus ojos serán abiertos, y serán como Dios, decidiendo el bien y el mal”” (versos 4-5).

          En lugar de rechazar las persuasiones de la serpiente y obedecer a Dios, Eva tomó algo del fruto y lo comió y le dio un poco a su esposo Adán: “Y cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comida, y que era placentero a los ojos, y un árbol para ser deseado para hacerlo a uno sabio, tomó de su fruto y comió. También le dio a su esposo con ella, y él comió” (verso 6).

          El registro de la tentación de Adán y Eva muestra que el que ellos comieran el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal fue un pecado informado. No fue por ignorancia o malentendido. Cuando comieron del fruto del árbol, sabían que estaban transgrediendo y violando el mandato de Dios. Pero ellos eligieron conscientemente desobedecer a Dios al comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal.

Las consecuencias del pecado de Adán y Eva

          Como resultado de su pecado y desobediencia a Dios, ya no eran inocentes, sino que se volvieron pecaminosos: “Y los ojos de ambos fueron abiertos [para conocer el bien y el mal], y supieron que estaban desnudos; y cocieron hojas de higos e hicieron cubiertas para sí mismos” (verso 7).

          Cuando Adán y Eva comieron del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, el pecado entró al mundo en el ámbito humano. Con su primer acto de desobediencia, el pecado se convirtió en parte de su mente y ser. Ya que ellos ahora tenían una naturaleza pecaminosa—una mezcla de bien y mal—estaban avergonzados de que estaban desnudos y tenían miedo de Dios. Antes de que pecaran, Adán y Eva no tenían miedo de Dios. Ellos hablaban y caminaban con Dios y no estaban avergonzados de estar desnudos en Su presencia. Pero después de que pecaron, sus pensamientos se volvieron una mezcla de bien y mal y estaban avergonzados por estar desnudos: “Y oyeron el sonido del SEÑOR Dios caminando en el jardín en el fresco del día. Entonces Adán y su esposa se escondieron de la presencia del SEÑOR Dios entre los árboles del jardín. Y el SEÑOR Dios llamó a Adán y le dijo, “¿Dónde estás tú?” Y él dijo, “Te oí caminando en el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo, y entonces me escondí.” Y Él dijo, “¿Quién te dijo que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol el cual te ordené que no deberías comer?”” (versos 8-11).

          El pecado de Adán y Eva tuvo consecuencias profundas para ellos y para toda la humanidad. El juicio de Dios estaba sobre ellos, sobre la tierra y sobre toda la humanidad. Noten el juicio de Dios sobre Adán y Eva: “A la mujer Él dijo, “Incrementaré grandemente tus dolores y tu concepción—en dolor darás a luz hijos. Tu deseo será hacia tu esposo, y él gobernará sobre ti” Y a Adán Él dijo, “Porque has oído a la voz de tu esposa y has comido del árbol—del cual te ordené, diciendo, ‘¡No comerás de el!’—la tierra es maldita por tu causa. En dolor comerás de ella todos los días de tu vida. También te dará a luz espinas y cardos, y así comerás las hierbas del campo; en el sudor de tu cara comerás pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; porque polvo eres, y a polvo volverás” (versos 16-19).

          El juicio de Dios incluía la sentencia de muerte. Así como el pecado se convirtió en parte de su naturaleza, la sentencia de muerte se volvió parte de sus seres. Sin embargo, la sentencia de muerte no fue impuesta inmediatamente. Adán y Eva vivieron cientos de años después de su pecado. El libro de Génesis no nos dice cuanto tiempo vivió Eva, pero registra la longitud de vida de Adán: “Y todos los días que Adán vivió fueron novecientos treinta años. Y murió” (Génesis 5:5).

          Como resultado de su pecado, ellos fueron exiliados del jardín del Edén, prohibiéndoles el árbol de la vida y el acceso al Espíritu Santo de Dios, el cual imparte el poder de vivir por siempre (Génesis 3:24). Además, su naturaleza pecaminosa y la sentencia de muerte pasó a todos sus descendientes, quienes también fueron cortados del acceso al Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo de Dios, la humanidad era impotente para resistir las tentaciones de la carne y las influencias de Satanás el diablo, y no podía ser liberada de “la ley del pecado y muerte” (Romanos 8:2). Ningún ser humano puede escapar de la muerte que Adán trajo sobre toda la humanidad: “Porque como en Adán todos mueren” (I Corintios 15:22). De nuevo, está escrito: “…está designado a los hombres morir una vez” (Hebreos 9:27).

          El apóstol Pablo confirma que la sentencia de muerte vino a toda la humanidad como resultado del primer pecado humano: “Por tanto, como por un hombre [Adán] el pecado entró al mundo, y por medio del pecado vino la muerte; y en esta forma, la muerte pasó a toda la humanidad; es por esta razón que todos han pecado” (Romanos 5:12). La única escapatoria de la sujeción al pecado y la muerte es por medio del sacrificio de Jesucristo, a través del cual los seres humanos pecadores pueden ser reconciliados con Dios y recibir el regalo del Espíritu Santo.

          Cuando Dios pronunció Su juicio sobre Adán y Eva, Él dio la primera profecía del Mesías por venir, Quien redimiría a la humanidad de la maldición del pecado de Adán (Génesis 3:15). Hasta que Jesucristo vino a la tierra a reconciliar al hombre con Dios, el Espíritu Santo no estaba disponible para la humanidad como un todo, sino solo a algunas personas seleccionadas, incluyendo a los patriarcas.

La naturaleza de la humanidad

          Como Adán y Eva, todos los seres humanos tienen una naturaleza que los hace pecar al entregarse a los deseos equivocados. Estos deseos se originan en la mente y son una parte integral de la naturaleza humana. El apóstol Pablo muestra que la mente del hombre es motivada por “la ley de pecado y muerte” (Romanos 8:2). La ley de pecado y muerte está dentro de cada ser humano y genera los malos deseos a los que la Biblia se refiere como los “deseos carnales” o “el deseo de la carne” (Efesios 2:3, I Pedro 2:1, II Pedro 2:18). Son estos deseos carnales los que llevan a los seres humanos a cometer pecado (Santiago 1:14-15).

          La naturaleza carnal del pecado dentro del hombre está más descrita en Romanos 8:7-8: “Porque la mente carnal [la mente de la carne] es enemistad contra Dios, porque no está sujeta a la ley de Dios; ni en verdad puede estarlo. Pero aquellos que están en la carne no pueden agradar a Dios.

          Todos los seres humanos nacen con esta naturaleza del pecado y muerte, la cual se opone a las leyes de Dios. La naturaleza carnal es la fuente de cada pensamiento y obra malvada, como dijo Jesús: “Porque desde adentro, de los corazones de los hombres, salen malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, asesinatos, robos, codicias, maldades, engaño, libertinaje, un ojo malo, blasfemia, orgullo, tonterías” (Marcos 7:21-22). Cada ser humano es por naturaleza un enemigo de Dios, a causa de estas obras malvadas, las cuales se originan en la mente (Colosenses 1:21).

          El apóstol Pablo muestra que la naturaleza pecaminosa de la carne ha alejado a todos los seres humanos de Dios: “Porque ya hemos acusado a ambos judíos y gentiles—TODOS—con estar bajo pecado, exactamente como está escrito: “Porque no hay un justo—¡ni siquiera uno! No hay uno que entienda; no hay uno que busque a Dios. Todos ellos han salido del camino; juntos todos ellos han llegado a ser depravados. No hay siquiera uno que esté practicando bondad. ¡No, no hay tantos como uno! Sus gargantas son como una tumba abierta; con sus lenguas han usado engaño; el veneno de áspides está bajo sus labios, cuyas bocas están llenas de maldición y amargura; sus pies son rápidos para derramar sangre; destrucción y miseria están en sus caminos; y el camino de paz no han conocido. No hay temor de Dios delante de sus ojos.” Ahora entonces, sabemos que cualquier cosa que la ley diga, habla a aquellos que están bajo la ley, para que toda boca pueda ser cerrada, y todo el mundo pueda llegar a ser culpable delante de Dios” (Romanos 3:9-19).

          Aunque todo el mundo ha sido encerrado bajo pecado, Pablo muestra que hay esperanza para la humanidad: “Pero las Escrituras han encerrado todas las cosas bajo pecado, para que por la fe de Jesucristo la promesa pudiera ser dada a aquellos que creen” (Gálatas 3:22). Nadie que esté practicando la maldad puede estar en buenos términos con Dios, pero a través del sacrificio de Jesucristo, aquellos que se arrepienten de sus malas obras pueden ser reconciliados con Dios y recibir el regalo del Espíritu Santo. Cada creyente que es engendrado por el Espíritu Santo, recibe el poder para vencer “la ley del pecado y muerte” y para resistir las lujurias carnales de la mente carnal.

          En la conversión, cada creyente arrepentido comienza una batalla de por vida para vencer su naturaleza pecaminosa por medio de la morada del Espíritu Santo. El apóstol Pablo describe esta feroz lucha interior contra la naturaleza que es inherente a la carne humana. Él escribe: “Así entonces, no estoy más ejercitándolo yo mismo; más bien, es el pecado que está viviendo dentro de mí; Porque entiendo plenamente que no está viviendo dentro de mí—esto es, dentro de mi ser carnal—ningún bien. Porque el deseo de hacer el bien está presente dentro de mí; pero como ejercitar eso lo cual es bueno, no encuentro. Porque el bien que deseo hacer, no estoy haciendo; sino el mal que no deseo hacer, eso estoy haciendo. Pero si hago lo que no deseo hacer, no estoy ejercitándolo más yo, sino el pecado que está viviendo dentro de mí” (Romanos 7:17-20).

          Aunque Pablo deseaba hacer la voluntad de Dios, él estaba experimentando conflicto dentro de sí mismo porque su carne lo estaba tentando constantemente a pecar. A pesar de su deseo sincero de obedecer a Dios, se encontró a sí mismo siendo atraído al pecado por las fuertes atracciones de la carne, lo cual lo hacía cautivo a “la ley del pecado y muerte” dentro de su cuerpo: “Consecuentemente, encuentro ésta ley en mis miembros, que cuando deseo hacer el bien, el mal está presente conmigo. Porque me deleito en la ley de Dios de acuerdo al hombre interior; pero veo otra ley dentro de mis propios miembros, en guerra contra la ley de mi mente, y llevándome cautivo a la ley de pecado que está dentro de mis propios miembros. ¡Oh que hombre miserable soy! ¿Quién me salvará del cuerpo de esta muerte? Doy gracias a Dios por Su salvación a través de nuestro Señor Jesucristo. Por causa de esto, por un lado, yo mismo sirvo a la ley de Dios con mi mente; pero por otro lado, con la carne, sirvo a la ley de pecado” (versos 21-25).

          Pablo claramente define la naturaleza malvada inherente de los seres humanos como “la ley de pecadodentro de mis propios miembros.” En Romanos 8:2, él la define más a profundidad como la ley de pecado y muerte.” ¡Esta ley de pecado y muerte está en cada ser humano! Esta es la naturaleza pecaminosa que todos recibimos de Adán y Eva por herencia.

          Cuando ellos comieron del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, la naturaleza de Adán y Eva se volvió pecaminosa—sus ojos fueron abiertos para saber el bien y el mal. Cuando Dios pronunció Su juicio sobre Adán y Eva por su pecado, la sentencia de muerte se volvió parte de sus seres. Desde ese tiempo, la ley del pecado y muerte se volvió parte de la naturaleza de la humanidad. Como resultado, el camino de la humanidad ha sido el camino del pecado y la muerte. El libro de Proverbios nos dice: “Hay un camino el cual parece recto a un hombre, pero el fin del mismo es el camino de muerte” (Proverbios 14:12; 16:25). “…la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23).

          Toda la humanidad ha elegido el camino de pecado y muerte bajo la influencia de Satanás el diablo. La naturaleza de pecado y muerte hace a todos los seres humanos sujetos a los engaños de Satanás, quien es el dios de este mundo (II Corintios 4:4, Apocalipsis 12:9). Junto con sus ángeles caídos, él es el gobernador sobre la oscuridad espiritual y la maldad de este mundo (Efesios 6:11-12). La influencia malvada de Satanás trabaja con la naturaleza humana para guiar a las personas en el camino de la desobediencia a Dios—el camino de pecado y muerte. El efecto trascendental de la influencia de Satanás está descrita en la epístola de Pablo a los efesios: “Ustedes estaban muertos en transgresiones y pecados, en los cuales caminaron en tiempos pasados de acuerdo al curso [sociedad y tiempos] de este mundo, de acuerdo al príncipe del poder del aire [Satanás el diablo], el espíritu que está ahora trabajando dentro de los hijos de desobediencia; entre quienes también todos nosotros una vez tuvimos nuestra conducta en las lujurias de nuestra carne, haciendo las cosas deseadas por la carne y por la mente, y éramos [antes del llamamiento de Dios] por naturaleza los hijos de ira, así como el resto del mundo” (Efesios 2:1-3).

          ¡Qué dilema! Todos los seres humanos tienen esta naturaleza pecaminosa de muerte, cortándolos de Dios y haciéndolos sujetos al gobierno y sociedad de Satanás. ¡Dios ha sujetado al mundo entero a esta sentencia de pecado y muerte! Pero al hacer eso, Dios prometió una salida. ¡Hay esperanza! Dios salvará al mundo de la “esclavitud de corrupción” a través de Jesucristo, de acuerdo a Su plan y propósito (Romanos 8:19-22).

          Fue Dios Quien puso la ley del pecado y muerte dentro de los seres humanos, y solo Él puede salvar a cada persona. Por eso es que el sacrificio de Jesucristo fue planeado desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8). El propósito de Dios en darle al hombre la naturaleza del pecado y muerte era finalmente redimir a la humanidad de la sujeción al pecado y a Satanás. Dios ha provisto el camino de salvación para toda la humanidad a través del sacrificio de Su único Hijo engendrado. La redención del pecado y la muerte es ofrecida solamente a través de Jesucristo: “Y no hay [griego ouk, la imposibilidad de] salvación en ningún otro, porque tampoco hay otro nombre bajo el cielo el cual haya sido dado entre los hombres, por el cual debemos [griego dei, imperativo, obligatorio] ser salvos” (Hechos 4:12).

          ¿Por qué es obligatorio que cada individuo sea salvo a través de Jesucristo? ¿Cómo podría Su única muerte expiar por los pecados de múltiples billones de seres humanos y redimir a cada uno de ellos de la sentencia de muerte? La respuesta se encuentra en el Nuevo Testamento, el cual explica la importancia del cuerpo y la carne de Jesucristo.

Jesucristo era Dios en la carne

          El Señor Dios, Quien había creado al hombre del polvo de la tierra, vino a la tierra en la carne de Jesucristo: “E innegablemente, grande es el misterio de piedad: Dios fue manifestado en la carne…” (I Timoteo 3:16). ¿Por qué el Señor Dios del Antiguo Testamento, Jehovah Elohim, se convirtió en carne? ¿Qué tipo de piel puso Dios sobre Sí mismo cuando se convirtió en Jesucristo? ¿Era su piel igual a la nuestra? O ¿estaba Él compuesto de espíritu que solamente parecía ser piel? El apóstol Pablo revela la respuesta: “Esté esta mente en ustedes, la cual estuvo también en Cristo Jesús; Quien, aunque existió [griego huparchoon, existir o pre-existir] en la forma de Dios, no lo consideró robo ser igual con Dios, sino se vació a Sí mismo [de Su poder y gloria], y fue hecho en la semejanza [griego homoioma, la misma existencia] de hombres, y tomó la forma de un siervo [griego doulos, un esclavo]; Y habiéndose encontrado en la forma de hombre, se humilló a Sí mismo, y llegó a ser obediente hasta la muerte, incluso la muerte de la cruz” (Filipenses 2:5-8).

          Estas palabras inspiradas de Pablo confirman que antes de que Jesucristo se convirtiera en humano, Él era en realidad, Jehovah Elohim, el Señor Dios del Antiguo Testamento. Existiendo como Dios, Él estaba compuesto de Espíritu eterno. Como un ser espiritual, le era imposible morir. Sin embargo, para redimir al hombre de la ley de pecado y muerte, era necesario que Dios muriera. La única forma que Dios muriera era convirtiéndose en humano—para ser “manifestado en la carne.” El Dios que había creado al hombre a Su imagen y semejanza se puso la misma sustancia que el hombre.

          Las palabras de Pablo a los filipenses revelan exactamente cómo Dios hizo esto. El Elohim que se convirtió en Jesucristo “se vació a Sí mismo” para poder ser hecho a la semejanza del hombre. Al vaciarse a Sí mismo de Su gloria como Dios, se ubicó a Sí mismo debajo del poder de Dios el Padre, Quien lo redujo a un pequeño puntito de vida. Por el poder del Espíritu Santo de Dios el Padre, Él fue impregnado en un óvulo humano dentro del vientre de la virgen María.

          Cuando la virgen María le preguntó al ángel Gabriel cómo era posible que ella concibiera, sin haber conocido a un hombre, él le respondió “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con Su sombra; y por esta razón, el Santo siendo engendrado [griego gennoomenon, un tiempo presente, participio pasivo, que significa que la impregnación estaba sucediendo en ese mismo momento] en ti será llamado el Hijo de Dios” (Lucas 1:35).

          En el instante en que Jesús fue concebido en el vientre de la virgen María, Él se convirtió en el Hijo de Dios engendrado divinamente, cumpliendo la profecía en el Salmo 2: “Declararé el decreto del SEÑOR [el Elohim Que se convirtió en el Padre]. Él Me ha dicho, ‘Tú eres Mi Hijo; en este día Te he engendrado” (verso 7).

          El hecho que Su engendramiento fue predicho en “el decreto” indica que hubo un acuerdo o pacto escrito entre el Elohim Quien se convirtió en Dios el Padre y el Elohim Quien se convirtió en el Hijo. Esto también está indicado en otra profecía de la venida de Jesús en la carne: “Sacrificio y ofrenda no deseaste; Mis oídos has abierto; holocausto y ofrenda por el pecado no requeriste. Entonces dije [el Hijo], “He aquí, Yo vengo; en el rollo del libro está escrito de Mi; Me delito en hacer Tu voluntad, Oh Mi Dios; y Tu ley está dentro de Mi corazón”” (Salmo 40:6-8). En su epístola a los hebreos, el apóstol Pablo cita estas palabras del Salmo 40: “Por esta razón, cuando Él entra en el mundo, dice, “Sacrificio y ofrenda no deseaste, sino has preparado un cuerpo para Mí [el cuerpo humano de Cristo]. No te deleitaste en ofrendas quemadas y sacrificios por el pecado. Entonces dije, ‘He aquí, Yo vengo (como está escrito de Mí en el rollo del libro) para hacer Tu voluntad, Oh Dios’ ”” (Hebreos 10:5-7).

          La palabra “volumen” en el Salmo 40 es traducida más acertadamente como “rollo” como en Hebreos 10. Las palabras del rollo que cita el salmista no se encuentran en ningún libro del Antiguo Testamento. Estas palabras, las cuales fueron habladas por el Padre y el Hijo, habrían permanecido escondidas del mundo si no hubieran sido reveladas al salmista por medio de la inspiración del Espíritu Santo.

          El decreto que es citado en el Salmo 2:7 y la profecía que está citada en el Salmo 40:7 aparentemente fueron registradas en un libro especial conocido solamente por Dios el Padre y Jesucristo. Dado que Ellos siempre logran Su voluntad por medio de pactos, este libro es evidentemente un libro de pacto especial que el Padre tiene en Su trono. Mientras que Jesús no habló de un pacto entre Él y el Padre, Isaías profetizó que Jesús sería entregado como “un pacto para el pueblo” (Isaías 42:6, 49:8). Además, Jesús reveló que Él tenía la autoridad de Dios el Padre para entregar Su vida y recibirla de nuevo. Noten: “Por cuenta de esto, el Padre Me ama: porque pongo Mi vida, para que la pueda recibir de regreso otra vez. Nadie Me la quita, sino que Yo la pongo de Mí mismo. Tengo autoridad para ponerla y autoridad para recibirla de regreso otra vez. Este mandamiento recibí de Mi Padre” (Juan 10:17-18).

          Dios el Padre y Jesucristo no tenían necesidad de un acuerdo escrito entre ellos porque Su palabra es verdadera y la cumplirán. Pero por el bien de los futuros hijos e hijas de Dios, Su plan para la humanidad aparentemente fue escrito en un libro de pacto llamado “el volumen [rollo] del libro” (Salmo 40:7). Cuando el apóstol Pablo citó las palabras del rollo que se encuentran en el Salmo 40, él fue inspirado a agregar la frase de la septuaginta griega, “has preparado un cuerpo para Mí.” Aunque estas palabras no son parte del salmo hebreo, el Espíritu Santo inspiró a Pablo a incluirlas. Tal vez estas palabras también se encuentran en el rollo del libro del que se habla en el Salmo 40.

          Como muestra Pablo, Jesús dio Su cuerpo como el único sacrificio perfecto por el pecado (Hebreos 10:10). Jesús dijo de Sí mismo: “Yo soy el pan vivo, el cual bajó del cielo, si cualquiera come de este pan, vivirá por siempre; y el pan que daré es incluso Mi carne, la cual daré por la vida del mundo” (Juan 6:51). Para poder dar Su carne por la vida del mundo, Jesucristo tenía que ser plenamente humano, compartiendo la misma existencia mortal que cada ser humano experimenta.

Jesucristo compartió la existencia humana

          Al escribirle a los hebreos, el apóstol Pablo usó muchos pasajes en el Antiguo Testamento para demostrar que Jesucristo compartió la existencia mortal de todos los seres humanos. La explicación inspirada de Pablo del Salmo 8 deja muy claro este hecho. Al traducir este salmo hebreo al idioma griego, Pablo usó la voz intermedia, la cual expresa un involucramiento personal de Dios: “Tú mismo eres consciente” y “Tú mismo lo visitas.” Estas expresiones transmiten el amor personal y especial de Dios por la humanidad. Dios no estaba remoto y lejos del hombre. Él estaba involucrado personal y directamente. Él vino a la tierra en la carne como Jesucristo, compartiendo todo el alcance de la existencia y experiencia humana, desde la concepción y nacimiento, a la adultez y la muerte.

          Como muestra Pablo, el sufrimiento y muerte de Jesucristo eran esenciales para el cumplimiento del propósito de Dios para el hombre: “Pero en un cierto lugar uno testificó completamente, diciendo, “¿Qué es el hombre, que Tú [mismo] eres conciente de él, o el hijo de hombre, que [Tu mismo] lo visitas? Tú sí lo hiciste un poco menor que los ángeles; sí lo coronaste con gloria y honor, y sí lo colocaste sobre el trabajo de Tus manos. Sí pusiste todas las cosas en sujeción bajo sus pies.” Porque al sujetar todas las cosas a él, no dejó nada que no fuera sujeto a él. Pero ahora no vemos aun todas las cosas sujetas a él.

          “Pero vemos a Jesús, Quien fue hecho un poco menor que los ángeles, coronado con gloria y honor a cuenta de sufrir la muerte, para que por la gracia de Dios Él mismo pudiera probar [participar de] la muerte por todos; porque era conveniente para Él, para Quien todas las cosas fueron creadas, y por Quien todas las cosas existen, traer muchos hijos a la gloria, para hacer al Autor de su salvación perfecto a través de sufrimientos” (Hebreos 2:6-10).

          ¡Qué magnifica expresión del amor de Dios! El Creador de toda la humanidad renunció a Su existencia eterna como Dios y se humilló a Sí mismo al nivel del hombre mortal, para que Él pudiera sufrir y morir por cada ser humano. ¡Piensen en eso! Por la gracia y el amor de Dios, a través del poder del Espíritu Santo, Él voluntariamente tomó sobre Sí mismo la pena de muerte que había caído sobre toda la humanidad a través del pecado.

          Algunos alegan que Jesucristo no era un ser humano mortal, sino que poseía un cuerpo angelical o espiritual que daba la apariencia de ser carne y sangre. El apóstol Pablo claramente contradice esta enseñanza: “Por tanto, dado que los hijos son participes de carne y sangre, en la misma manera Él también tomó parte en lo mismo [carne y sangre], para que a través de la [Su] muerte Él pudiera anular a quien tiene el poder de la muerte—es decir, el diablo.

          “Y pudiera librar a aquellos que estaban sujetos a esclavitud a lo largo de todas sus vidas por su temor de muerte. Porque ciertamente, Él no la está tomando sobre Sí mismo para ayudar a los ángeles; sino Él la está tomando sobre Sí mismo para ayudar a la semilla de Abraham. Por esta razón, fue obligatorio para Él ser hecho como Sus hermanos en todo [compartiendo la misma carne y naturaleza] para poder ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en cosas pertinentes a Dios, para hacer propiciación por los pecados de la gente. Porque Él mismo ha sufrido, habiendo sido tentado en la misma manera, Él es capaz de ayudar a aquellos que están siendo tentados” (Hebreos 2:14-18).

          Una revisión de este pasaje en el texto griego deja enfáticamente claro que Jesucristo estaba hecho de carne humana. En el verso 14, Pablo proclama que Jesús participó “en la misma manera” que los hijos de Abraham. La frase “en la misma manera” es traducida de la palabra griega parapleesioos, la cual significa “exactamente de la misma forma.” Su significado es muy específico, como muestra esta definición por una autoridad destacada: “similarmente, de igual forma; la palabra no muestra claramente lo lejos que llega la similitud. Pero es usada en situaciones donde no se tiene la intención de ninguna diferenciación, en el sentido de la misma manera” (Arndt & Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament). El uso de Pablo de la palabra griega parapleesioos confirma que el cuerpo de Jesucristo estaba compuesto de la misma sustancia que todos los demás cuerpos humanos. Es importante entender esta verdad. La Biblia enseña que Jesucristo era plenamente humano, compartiendo la misma piel que tienen todos los seres humanos. El hecho que Jesucristo era Dios en la carne, lo calificó solo a Él para ser nuestro Salvador.

          Pablo continúa mostrando que el cumplimiento del propósito de Dios para el hombre hizo obligatorio que Jesús fuera completamente humano. El verbo, “fue obligatorio” es traducido del verbo griego opheiloo, el cual es definido como, “deber, estar endeudado, estar obligado, uno debe, uno debería” (Ibíd.). Cuando Dios entró en pacto con Abraham al tomar un juramento maldiciente, Él se obligó a Sí mismo a morir, para cumplir las promesas del pacto. En otras palabras, Él se obligó a Sí mismo a convertirse en carne y sangre. Esto es lo que Él había profetizado y esto es lo que hizo. Él tomó parte de la carne y la sangre porque estaba bajo obligación de ponerse un cuerpo mortal, que estaba sujeto a la muerte. Pero las promesas no podían ser cumplidas solamente por Su muerte. Para poder cumplir la promesa de la semilla espiritual al redimir a la humanidad del pecado, Él también estaba obligado a convertirse en el Mediador del hombre con Dios el Padre. Por esta razón, Él tomó la misma naturaleza que todos los seres humanos comparten. Ya que Él experimentó las mismas tentaciones, es capaz de hacer intercesión por los pecados de aquellos que se arrepienten de sus pecados y les da la fuerza para vencer los jalones de la naturaleza humana.

          Pablo no deja espacio para dudar que Jesús era plenamente humano. En Hebreos 2:17, él declara que Jesús estaba obligado a “ser hecho como Sus hermanos.” La frase “ser hecho como” es traducida del verbo griego homoiooo, el cual está definido de la siguiente manera: “hacer parecido, hacer a alguien como una persona o cosa, hacerse parecido, ser como” (Arndt & Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament). El uso de Pablo de esta expresión griega, deja claro que Jesús fue hecho como cualquier otro ser humano. Él compartió la misma carne y sangre y la misma naturaleza humana, la cual podía ser tentada a pecar.

          Muchos argumentos han sido presentados por teólogos, filósofos y eruditos que están convencidos de que Jesús no estaba hecho de carne humana. Pero los apóstoles claramente enseñaron que Jesús era plenamente humano. Como muestra el apóstol Juan, esta verdad es esencial para la fe cristiana. De hecho, es una prueba por la cual los cristianos pueden discernir entre un ministro falso y un ministro verdadero de Dios. Cualquiera que no crea y profese que Jesús vino en un cuerpo carnal, ¡es un anticristo! Aquellos que enseñan que Jesús no vino en la carne son falsos profetas, inspirados por el espíritu del anticristo y no por el Espíritu de Dios. Juan les advierte a los cristianos que no sean engañados por sus palabras falsas:

          “Amados, no le crean a todo espíritu, sino prueben los espíritus, si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido al mundo. Por esta prueba ustedes pueden conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiese que Jesucristo ha venido en la carne es de Dios.

          “Y todo espíritu que no confiese que Jesucristo ha venido en la carne no es de Dios. Y este es el espíritu de anticristo, el cual oyeron que iba a venir, e incluso ahora ya está en el mundo.Por este medio conocemos el Espíritu de la verdad y el espíritu de engaño” (I Juan 4:1-3, 6).

          Las Escrituras claramente condenan la enseñanza de que Jesucristo no estaba hecho de carne. Esta enseñanza engañosa ataca al fundamento mismo de la salvación del hombre. Para poder ofrecer Su propio cuerpo como el sacrificio sustituto por los pecados del hombre, Jesús tuvo que convertirse en un ser humano mortal. Dado que el hombre está compuesto de carne y sangre, Él también tomó parte de lo mismo. Cualquiera que alegue distinto, está rechazando al Espíritu de verdad, el cual inspiró las enseñanzas de los apóstoles en el Nuevo Testamento.

Jesús tomó “la ley de pecado y muerte”

          El apóstol Pablo declara específicamente que la carne de Jesús era pecaminosa: “Porque lo que era imposible hacer para la ley, en que era débil a través de la carne [por la ley del pecado y muerte dentro de la carne humana], Dios, habiendo enviado a Su propio Hijo en la semejanza de carne pecaminosa, y por el pecado, condenó el pecado en la carne” (Romanos 8:3). Una traducción literal del texto griego es “a semejanza de carne, de pecado…” La palabra “semejanza” es traducida del griego homoioomati, la cual significa “semejanza, igual” (Arndt & Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament).

          La declaración de Pablo de que Jesús fue hecho “en la semejanza de carne pecaminosa” no deja duda de que “la ley del pecado y muerte” le fue pasada a Jesús a través de Su madre María. Dado que Jesús había heredado “la ley de pecado y muerte,” Él tenía el potencial de pecar en cualquier momento durante Su vida humana. Si, como alegan algunos, Jesús era incapaz de pecar, habría sido imposible para Él ser tentado. El diablo no habría podido tentar a Jesús en el lugar desolado, como registran las Escrituras (Mateo 4:1-11, Marcos 1:12-13, Lucas 4:1-13).

          El hecho de que Jesús experimentara esta tentación por Satanás, muestra que la ley de pecado y muerte estaba operando dentro de Su carne. Pero a través del poder del Espíritu Santo, Él fue capaz de resistir los deseos y jalones de la carne, a través de los cuales Satanás lo estaba tentando para pecar. Jesús entendió que aquellos que ceden a las lujurias de la carne, están practicando los caminos de Satanás. Durante Su ministerio, Él condenó abiertamente a los líderes religiosos de los judíos por seguir a Satanás. Jesús dijo, “Ustedes son de su padre el diablo, y la lujuria de su padre desean practicar. Él fue un asesino desde el principio, y no se ha estado en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando sea que habla una mentira, está hablando de sí mismo; porque es un mentiroso, y el padre de ellas” (Juan 8:44).

          Al mismo tiempo, Jesús hizo una declaración, la cual muestra que Él tenía el potencial de pecar: “Aun así no lo han conocido [a Dios el Padre]; pero Yo lo conozco. Y si digo que no lo conozco, sería un mentiroso, como ustedes” (Juan 8:55).

          Estas palabras de Jesús revelan que era posible que Él dijera una mentira, si hubiera elegido hacerlo. Pero, a diferencia de los líderes religiosos de los judíos, Jesús siempre eligió hacer las cosas que agradaban al Padre (Juan 8:29). Él no mintió porque estaba “lleno de gracia y verdad” (Juan 1:14).

          Dado que Jesús tenía la misma carne que todos los seres humanos, y la misma naturaleza que los seres humanos, era completamente posible que Él fuera tentado. Dado que era posible que fuera tentado, Él también era capaz de pecar. Y si Él hubiera pecado, hubiera incurrido en la pena de muerte. En otras palabras, Jesús fue hecho sujeto a la Ley, la cual tenía el poder de imponer la pena de muerte por el pecado.

          El apóstol Pablo declara muy simplemente que Jesús fue hecho sujeto a la Ley: “Pero cuando vino el tiempo del cumplimiento [el tiempo en el plan de Dios para cumplir la profecía del Mesías], Dios envió a Su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo ley, para poder redimir a aquellos quienes están bajo ley, para que pudiéramos recibir el don de filiación de parte de Dios” (Gálatas 4:4-5).

          La palabra “bajo” es traducida del griego hupo, la cual significa “abajo, bajo el poder de, o sujeto al poder de” (Arndt & Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament). Si Jesús hubiera nacido por encima de la Ley, entonces habría sido imposible que Él pecara, ya que las Escrituras definen el pecado como “la transgresión de la ley” (I Juan 3:4). Pero ya que Él nació bajo el poder de la Ley, Jesús estaba sujeto a la pena de muerte—la muerte eterna—si Él cometía pecado: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).

          En Romanos 7:5-8:2, Pablo describe en gran detalle como “la ley de pecado y muerte” trabaja en cada ser humano para traer muerte. Solamente a través de Jesucristo, Quien venció “la ley de pecado y muerte” por medio del poder del Espíritu Santo, pueden ser salvos los seres humanos de esta naturaleza pecaminosa que lleva a la muerte: “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley de pecado y muerte” (Romanos 8:2).

          Jesucristo, hecho a la semejanza de la carne pecaminosa, venció cada tentación de pecar porque Él estaba lleno del Espíritu Santo. Durante sus 40 días de tentación por Satanás, Jesús eligió humillarse a Sí mismo, al ayunar en lugar de nutrir Su carne, para que Él pudiera depender de la Palabra de Dios y ser guiado por el Espíritu Santo de Dios. Él no confió en Su propia fuerza y Su propia mente.

          No habría habido ninguna razón para que Jesús se sometiera a una tentación tan brutal si Él no tenía el potencial de pecar. En otras palabras, si fuera absolutamente imposible que Jesús pecara, Su tentación por Satanás no habría tenido propósito alguno. No habría habido forma que Jesús experimentara la tentación si no había potencial para ser influenciado por los jalones de la carne pecaminosa, por medio de la cual todos los seres humanos son tentados a pecar (Santiago 1:14-15).

          En su epístola a los hebreos, Pablo revela que Jesús experimentó las mismas tentaciones que asolan a todos los seres humanos: “Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda empatizar con nuestras debilidades, sino uno Quien fue tentado en todas las cosas [de todas las formas] de acuerdo a la semejanza de nuestras propias tentaciones; aunque Él fue sin pecado. Por tanto, deberíamos venir con audacia al trono de gracia, para poder recibir misericordia y encontrar gracia para ayuda en tiempo de necesidad” (Hebreos 4:15-16).

          La frase “ de acuerdo a la semejanza de nuestras propias tentaciones” es traducida de la frase griega kath omoioteeta, la cual literalmente significa “en todas las formas, así como lo somos nosotros.” En otras palabras, mientras Jesús estuvo en la carne, Él experimentó exactamente las mismas tentaciones que nosotros, porque Él fue hecho “a la semejanza de la carne pecaminosa.” Aun así, Él nunca pecó porque nunca cedió ante ninguna tentación de la carne de Satanás el diablo.

          EN NINGÚN LUGAR DE LAS ESCRITURAS DICE QUE ERA IMPOSIBLE PARA JESÚS PECAR. AL CONTRARIO, EL NUEVO TESTAMENTO REVELA QUE JESÚS FUE TENTADO A COMETER PECADO. PERO, AUNQUE FUE TENTADO, ÉL NO PECÓ.

 

Jesús venció al pecado en la carne

          Jesús fue hecho a la semejanza de la carne pecaminosa, con la ley de pecado y muerte dentro de Sus miembros, así como está dentro de nosotros, para que, como nuestro Sumo Sacerdote, Él pudiera empatizar con nuestras debilidades. Jesús entiende completamente nuestras luchas contra los jalones de la carne, habiendo experimentado la misma lucha en Su propia carne humana. Dado que Él ha compartido la misma naturaleza pecaminosa, Él puede tener compasión cuando nos debilitamos y cometemos pecado. Él intercede misericordiosamente por nosotros con el Padre, obteniendo Su perdón por nuestros pecados. A través de la continua intercesión de Jesús en nombre nuestro, la misericordia y gracia de Dios el Padre puede ser impartida a cada uno de nosotros continuamente.

          El regalo de la gracia es posible solamente por medio de Jesucristo, Quien ofreció Su propio cuerpo sin pecado como el sacrificio sustituto por nuestros pecados: “…Cristo también sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo, que deberían seguir en Sus pasos; Quien no cometió pecado; ni fue encontrado engaño en Su boca;Quien llevó [cargó] Él mismo nuestros pecados en [griego en, por dentro] Su propio cuerpo sobre el árbol…” (I Pedro 2:21-24).

          Cuando Jesucristo fue clavado a la cruz, Él pagó la pena por los pecados del mundo entero. Aunque Él fue hecho a la semejanza de carne pecaminosa, y tenía la ley de pecado y muerte dentro de Su carne, Él nunca pecó. Dado que Él estuvo sin pecado, pudo por tanto ofrecer Su propia vida por los pecados de otros. Como escribió Pablo, “Porque Él [Dios el Padre] hizo a Quien [Jesucristo] no conoció [griego ginooskoo, saber por experiencia propia] pecado ser pecado por nosotros…” (II Corintios 5:21). Como el Señor Dios del Antiguo Testamento, Jesús había creado a la humanidad. Dado que Su vida era de mayor valor que las vidas de todos los demás seres humanos, Su muerte fue capaz de expiar por los pecados del mundo entero.

          Este aspecto profundo del cuerpo de Jesucristo revela la magnitud del amor de Dios hacia el hombre. Jesucristo renunció a Su poder e inmortalidad como uno de los Elohim de la deidad y tomó sobre Sí mismo la naturaleza débil y pecaminosa de la carne humana. Él dejó voluntariamente Su gloria eterna con el Padre y vino a esta tierra para ofrecer Su cuerpo como el sacrificio perfecto y completo por el pecado. Jesús dijo: “Por cuenta de esto, el Padre Me ama: porque pongo Mi vida, para que la pueda recibir de regreso otra vez. Nadie Me la quita, sino que Yo la pongo de Mí mismo. Tengo autoridad para ponerla y autoridad para recibirla de regreso otra vez. Este mandamiento recibí de Mi Padre” (Juan 10:17-18). En Su gran amor por la humanidad, Dios voluntariamente entregó Su poder y gloria para convertirse en hombre, con la ley de pecado y muerte dentro de Su carne. Si Él hubiera sucumbido tan solo una vez a los jalones de la carne, habría sido requerido que Él muriera por Su propio pecado.

          ¡Jesucristo arriesgó perder Su gloria por siempre para poder salvar a la humanidad del pecado! Al convertirse en hombre, hecho de carne y sangre y teniendo la misma naturaleza que todos los seres humanos, Él estaba sujeto a los jalones de la carne y “la ley de pecado y muerte.” Aunque Él fue tentado “en todas las cosas de acuerdo a la semejanza de nuestras tentaciones,” Él nunca pecó. Ya que Él no tenía pecado, fue capaz de ofrecerse a Sí mismo como el sacrificio perfecto de Dios el Padre por los pecados de todo el mundo, para que toda la humanidad pudiera ser salvada de la sentencia de muerte en el asombroso plan de Dios.

          El apóstol Juan entendió que la muerte de Jesucristo pagó la pena por los pecados del mundo entero: “Hijitos míos, les estoy escribiendo estas cosas para que no puedan pecar. Y aun así, si alguno peca, tenemos un Abogado con el Padre, Jesucristo el Justo; y Él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por nuestros pecados, sino también por los pecados del mundo entero” (I Juan 2:1-2). De acuerdo al plan de Dios, en Su tiempo, el sacrificio de Jesucristo será aplicado al mundo entero, redimiendo a toda la humanidad de la sentencia de muerte. ¡Qué asombroso sacrificio! El Creador del mundo murió para salvar de la muerte a la humanidad.

          El amor de Dios fue manifestado abiertamente al mundo, cuando Dios el Padre envió a Su Hijo Jesucristo a morir por pecadores, quienes son enemigos de Dios: “Porque aun cuando estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado Cristo murió por los impíos. Porque raramente alguien morirá por un hombre justo, aunque de pronto alguien pueda tener el coraje incluso de morir por un buen hombre. Pero Dios nos encomienda Su propio amor porque, cuando éramos aun pecadores, Cristo murió por nosotros. Mucho más, por tanto, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira a través de Él. Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios a través de la muerte de Su propio Hijo, mucho más entonces, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por Su vida” (Romanos 5:6-10).

Jesús dio Su cuerpo para redimir a la humanidad

          Dios mismo, Quien había sentenciado a la humanidad a la pena de muerte, voluntariamente se convirtió en ser humano y tomó sobre Sí mismo la pena de muerte en lugar del hombre. Él renunció a Su gloria y tomó un cuerpo de carne humana, la cual estaba sujeta a “la ley de pecado y muerte.” Ya que Él era capaz de ser tentado a pecar, ¡Su existencia eterna como Dios estaba en riesgo! Si Cristo hubiera pecado, aunque sea una vez, Él hubiera muerto por Sus propios pecados y nunca habría regresado a Su gloria con el Padre.

          Jesús estaba completamente al tanto de las consecuencias de ceder a los jalones de Su carne. El apóstol Pablo muestra lo fervientemente y dolorosamente que Jesús oró pidiendo fuerza para resistir las tentaciones de la carne: “Quien, en los días de Su carne, ofreció oraciones y súplicas con fuerte lamento y lágrimas a Quien era capaz DE SALVARLO DE LA MUERTE, y fue oído porque temió a Dios [fue reverente y sumiso a Dios el Padre]. Aunque era un Hijo, aun así aprendió obediencia de las cosas que sufrió; y habiendo sido perfeccionado [al vencer la ley del pecado y muerte], llegó a ser el Autor de la salvación eterna para todos aquellos que lo obedecen” (Hebreos 5:7-9).

          Dado que Jesús tenía el potencial de pecar, Él necesitaba ser salvado de la muerte. Por eso es que Él oró tan fervientemente a Dios el Padre. Si no hubiera habido ninguna posibilidad de que Jesús pecara, no habría habido necesidad de rogarle al Padre que lo salvara de la muerte. La descripción de Pablo de Sus oraciones, deja innegablemente claro que Jesucristo fue hecho a la semejanza de la carne pecaminosa y estaba sujeto a la ley de pecado y muerte. Si Jesús solo parecía ser de carne, pero no era realmente humano, Él no podía haber experimentado la tentación, el sufrimiento y la muerte.

          Desde el principio del mundo, fue ordenado que Jesús sufriría y moriría para expiar por los pecados de la humanidad. Como escribe Pablo: “Pero vemos a Jesús, Quien fue hecho un poco menor que los ángeles, coronado con gloria y honor a cuenta de sufrir la muerte, para que por la gracia de Dios Él mismo pudiera probar la muerte por todos; porque era conveniente para Él, para Quien todas las cosas fueron creadas, y por Quien todas las cosas existen, traer muchos hijos a la gloria, para hacer al Autor de su salvación perfecto a través de sufrimientos” (Hebreos 2:9-10).

          Como el Hijo de Dios, Jesús vino en la carne y murió para que Él pudiera darle vida al mundo: “Yo soy el pan vivo, el cual bajó del cielo, si cualquiera come de este pan, vivirá por siempre; y el pan que daré es incluso Mi carne, la cual daré por la vida del mundo” (Juan 6:51).

          La ley de Dios, la cual es eterna e inexorable, había condenado a la humanidad pecaminosa a la pena de muerte. Esa pena se tenía que pagar. Para poder redimir a la humanidad de la muerte, el Creador, cuya vida tenía más valor que la vida de toda la humanidad, pagó la pena en lugar de los hombres. ¡El Creador murió por Su creación! Al hacer eso, Él demostró Su amor eterno por la humanidad. Por medio de Su sacrificio, cada ser humano puede ser salvo de la sentencia del pecado y la muerte y puede recibir el don de la vida eterna: “Porque Dios amó tanto al mundo, que dio Su único Hijo engendrado, para que todo el que crea en Él no pueda perecer, sino pueda tener vida eterna” (Juan 3:16).

          Todo el que se arrepiente del pecado y acepta el sacrificio de Jesucristo, puede ser reconciliado con Dios el Padre: “Porque ustedes fueron una vez alienados y enemigos en sus mentes por obras malignas; pero ahora Él los ha reconciliado en el cuerpo de Su carne a través de muerte [Su muerte por los pecados de la humanidad]…” (Colosenses 1:21-22).

          La reconciliación con Dios el Padre es otorgada solamente a través del cuerpo de Jesucristo. Solamente Su sacrificio puede expiar por el pecado humano porque solamente Él vivió una vida perfecta sin pecado como un ser humano carnal. Como el Hijo de Dios, Dios en la carne, Él venció la ley de pecado y muerte, la cual estaba trabajando dentro de Su cuerpo carnal. Como escribe Pablo: “…Dios, habiendo enviado a Su propio Hijo en la semejanza de carne pecaminosa, y por el pecado, condenó el pecado en la carne” (Romanos 8:3). Jesucristo CONDENÓ EL PECADO EN LA CARNE— ¡SU CARNE! Al dominar los jalones de la carne, Él demostró que el poder del Dios es capaz de salvar a la humanidad de la ley del pecado y muerte. Dado que Dios ha provisto el camino de la salvación, el hombre no necesita permanecer bajo esclavitud a su naturaleza carnal. ¡Ese es el maravilloso significado del cuerpo de Jesucristo!

          El apóstol Pablo fue inspirado y abrumado por la grandeza del plan de Dios para la salvación del hombre: “¡Oh la profundidad de las riquezas de la sabiduría y el conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son Sus juicios e inescrutables son Sus caminos! Porque ¿quien conoció la mente del Señor, o quien llegó a ser Su consejero? O ¿quién le dio primero, y será recompensado a él de nuevo? Porque de Él, y a través de Él, y hacia Él son todas las cosas; a Él sea la gloria en los siglos de eternidad” (Romanos 11:33-36).

Bendiciones a través de la participación del cuerpo de Cristo

          Cuando aceptamos el cuerpo de Jesucristo para nuestra salvación, recibimos no solo perdón de los pecados, sino también la promesa de la sanidad física. Como nuestra ofrenda de pecado, Jesús tomó sobre Su propio cuerpo, tanto nuestra sentencia de muerte como nuestros sufrimientos físicos, para que Él pudiera ser tanto nuestro Salvador como nuestro Sanador. Jesús fue herido por nuestros pecados y transgresiones, y por Sus azotes somos sanados de nuestras dolencias y enfermedades (Isaías 53:4-12, Mateo 8:17, Santiago 5:14-16, I Pedro 2:24).

          Cuando entendemos el significado del cuerpo de Jesucristo, podemos empezar a comprender la importancia de obedecer Su mandato de participar del pan sin levadura cada año en la Pascua cristiana: “Tomen, coman; este es Mi cuerpo, el cual está siendo roto por ustedes. Esto háganlo en memoria de Mí” (I Corintios 11:24).

          Los verdaderos cristianos estarán manifestando su aceptación del cuerpo de Jesucristo para su perdón y sanidad, al participar del pan sin levadura cada año en la Pascua cristiana. Al participar de este símbolo de Su cuerpo, estarán mostrando que como individuos tienen parte en las bendiciones que les son ofrecidas a través de Su sacrificio por los pecados (I Corintios 11:26). Estas bendiciones son ofrecidas solamente a aquellos que se han arrepentido de sus pecados y han sido bautizados en el nombre de Jesucristo (Hechos 2:38).

          Después de recibir el regalo del Espíritu Santo a través de la imposición de manos, cada creyente se convierte en un hijo de Dios y un miembro del cuerpo de Cristo. El Nuevo Testamento deja claro que cada cristiano verdadero es un miembro del cuerpo de Jesucristo, el cual es la verdadera iglesia de Dios y Él es la Cabeza (Efesios 1:22-23; 4:4, 12, 16; 5:23-30, Colosenses 1:18; 2:17, I Corintios 12:13-27, Romanos 12:5). Esta relación maravillosa de amor y gracia es ofrecida por Dios el Padre a todos los creyentes verdaderos a través del cuerpo y sangre de Jesucristo.

          En el siguiente capítulo, estudiaremos el significado de la sangre de Jesucristo, la cual es representada por el vino de la Pascua cristiana.