CAPÍTULO VEINTISIETE

(Tomado del libro “La pascua Cristiana”)

 

EL SIGNIFICADO DE LA SANGRE DE JESUCRISTO

 

Por

Fred Coulter

www.laverdaddedios.org

 

          El sacrificio de Jesucristo abrió camino para el cumplimiento del plan de Dios de salvación para toda la humanidad. A través de Su muerte, Jesús ratificó el Nuevo Pacto, el cual habilita a cada pecador que se arrepiente, a recibir el perdón de pecados y el regalo de la vida eterna a través del engendramiento del Espíritu Santo de Dios el Padre. El Nuevo Pacto fue sellado con la sangre de Jesucristo, “…el Cordero de Dios, Quien quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Su sangre derramada es representada por el vino que toma cada cristiano verdadero durante la ceremonia de la Pascua cristiana. Cuando Jesús instituyó esta ceremonia, Él “tomó la copa; y después de dar gracias, la dio a ellos, diciendo, “Todos ustedes beban de ella; porque esto es Mi sangre, la sangre del Nuevo Pacto, la cual es derramada por muchos para la remisión de pecados” (Mateo 26:27-28).

          Al ofrecer Su propia sangre, Él compró la remisión de pecados para siempre: “…sin el derramamiento de sangre no hay remisión de pecados.en la terminación de las eras, Él ha sido manifestado para el propósito de remover el pecado a través de Su sacrificio de Sí mismo” (Hebreos 9:22, 26). La sangre de Jesucristo fue derramada para quitar los pecados de toda la humanidad. Pero Jesucristo es un Salvador personal, lo que significa que Su sangre debe ser imputada individualmente a cada uno que se arrepiente del pecado y cree en Él: “…Esta copa es el Nuevo Pacto en Mi sangre, la cual es derramada por ustedes” (Lucas 22:20).

          Cada cristiano que participa de la pequeña copa de vino durante el servicio de la Pascua cristiana, está representando su aceptación de la sangre derramada de Jesucristo para el perdón de los pecados y la salvación de la pena de muerte. Al participar del vino y del pan sin levadura, cada uno está reconociendo su fe personal en la sangre derramada y el cuerpo quebrantado de Jesucristo, el único que puede traer vida eterna. Jesús mismo dijo claramente, “…a menos que coman la carne del Hijo de hombre, y beban Su sangre, no tienen vida en sí mismos” (Juan 6:53).

          La sangre de Jesucristo trabaja de muchas formas poderosas para traer vida eterna a aquellos que aceptan Su sacrificio. Esta obra comenzó con el establecimiento del Nuevo Pacto y continuará hasta el retorno de Jesucristo.

El significado multifacético de la sangre de Jesucristo

          Examinemos formas en las que la sangre de Jesucristo está cumpliendo la promesa de salvación y de vida eterna:

          1) Jesús ratificó el Nuevo Pacto con Su sangre. En la institución de la Pascua cristiana, Jesús dijo, “Esta copa es el Nuevo Pacto en Mi sangre, la cual es derramada por ustedes” (Lucas 22:20).

          Ningún pacto puede ser establecido sin un sacrificio de sangre. Cuando Dios estableció Su pacto con Abraham, Él lo ratificó al pasar por las mitades de los animales del sacrificio (Génesis 15:17-18). Este pacto fue el fundamento para el Antiguo Pacto con la simiente física de Abraham y el Nuevo Pacto con la simiente espiritual.

          Cuando fue establecido el Antiguo Pacto, el pueblo de Israel acordó obedecer todas las leyes y estatutos de Dios, las cuales estaban escritas en el libro del pacto, conocido como el “el libro de la ley.” El pacto fue entonces ratificado con la sangre de animales: “Y Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la mitad de la sangre la roció sobre el altar. Y tomó el libro del pacto, y leyó a los oídos de la gente. Y ellos dijeron, “Todo lo que el SEÑOR ha dicho haremos, y seremos obedientes.” Y Moisés tomó la sangre y la roció sobre la gente, y dijo, “He aquí la sangre del pacto, el cual el SEÑOR ha hecho con ustedes concerniente a todas estas palabras”” (Éxodo 24:6-8). La sangre de los animales del sacrificio, representaba la muerte que sería requerida de cada persona que quebrantara el pacto.

          El Antiguo Pacto fue quebrantado incontables veces durante la historia del pueblo de Israel y Judá. Al quebrantar el pacto, el pueblo renunció a su derecho a las bendiciones de Dios y se pusieron a sí mismos bajo las maldiciones del pacto, las cuales incluían la sentencia de muerte. Para redimirlos de la maldición de muerte, Jesucristo, el Señor Dios del Antiguo Testamento, sacrificó Su vida. Dado que el Antiguo Pacto requería la muerte de todos los hijos de Israel, el Señor Dios eligió terminar ese pacto. Como el Dios que había establecido el pacto, Él tenía el poder de terminarlo con Su vida. En Su gran misericordia y amor, Dios mismo se convirtió en carne ¡y murió! A través de Su muerte, Él terminó el Antiguo Pacto y estableció el Nuevo Pacto, el cual ofrece vida eterna por medio de la fe.

          Como las palabras del Antiguo Pacto, las palabras del Nuevo Pacto están registradas en la Palabra de Dios. Los libros del Nuevo Testamento revelan la forma de entrar en el Nuevo Pacto y recibir la promesa de vida eterna. Esta promesa fue sellada CON LA SANGRE DE JESUCRISTO. Dios mismo, Quien no puede mentir, garantizó la promesa de salvación con Su propia sangre. ¡No puede haber garantía más segura!

          Jesucristo, Quien ratificó el Nuevo Pacto con Su sangre, ahora está activamente cumpliendo la promesa de salvación, al servir como Mediador del pacto. Cada pecador puede ser reconciliado con Dios el Padre al venir a “…Jesús, el Mediador del Nuevo Pacto; y a la aspersión de la sangre de ratificación, proclamando cosas superiores que esas de Abel.” (Hebreos 12:24).

          2) Jesucristo redime a los pecadores y quita los pecados a través de Su sangre. La palabra “redimir” significa comprar de vuelta lo que ha sido vendido. Todos los seres humanos han sido “vendidos bajo el pecado” al transgredir los mandamientos y las leyes de Dios (Romanos 3:23; 7:14, I Juan 3:4). Al convertirse en los siervos del pecado, todos han obtenido la pena de muerte (Romanos 6:16, 23). La única escapatoria del pecado es a través de Jesucristo, Quien pagó el precio por la redención de cada ser humano con Su crucifixión y muerte: “…el Hijo de hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar Su vida como un rescate por muchos” (Mateo 20:28).

          Jesucristo sacrificó Su propia vida como el Cordero de la Pascua de Dios (I Corintios 5:7). Su único pero perfecto sacrificio compró la redención para pecadores a través de las eras: “Pero Cristo mismo se ha convertido en Sumo Sacerdote de las buenas cosas venideras, a través de un tabernáculo más grande y perfecto, no hecho por manos humanas (esto es, no de esta creación física presente [el templo de Jerusalén antes de su destrucción]). No por la sangre de machos cabríos y terneros, sino por los medios de Su propia sangre, Él entró una vez por todas en el santísimo [en la presencia de Dios el Padre, como la ofrenda perfecta y completa por el pecado], habiendo por Sí mismo asegurado redención eterna” (Hebreos 9:11-12).

          Todo el que es redimido por la sangre de Jesucristo recibe el perdón de los pecados: “…en donde [Dios el Padre] nos ha hecho objetos de Su gracia en el Amado Hijo; en Quien tenemos redención a través de Su sangre, incluso la remisión de pecados, de acuerdo a las riquezas de Su gracia” (Efesios 1:6-7). Cuando una persona realmente se arrepiente de sus pecados y acepta el sacrificio de Jesucristo, Dios el Padre cuenta cada pecado que la persona ha cometido como pagados por completo por la sangre de Su propio Hijo. Todo el que es redimido por la sangre de Jesucristo, es librado de la tenencia del pecado y de la pena de muerte (Romanos 5:21; 6:1-4). Él o ella ya no es propiedad ni esclavo del pecado y Satanás el diablo, sino que se ha convertido en la propiedad y siervo de Jesucristo y Dios el Padre (Romanos 6:18, 22).

          Como siervos de Dios, cada uno debe renunciar al camino del pecado: “Sabiendo que no fueron redimidos por cosas corruptibles, por plata u oro, de su frívola forma de vivir, heredada por tradición de sus antepasados; sino por la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin defecto y sin mancha” (I Pedro 1:18-19).

          Jesucristo pagó el precio máximo para redimir a los pecadores del poder del pecado y la pena de muerte. Dado que el precio de la redención era tan grande, aquellos que son comprados por Su sangre y que se vuelven parte de la propiedad de Dios el Padre, están obligados a servirle con devoción de corazón. Pablo escribe: “¡QUE! ¿No saben que su cuerpo es un templo del Espíritu Santo, el cual tienen de Dios dentro de ustedes, y no es suyo? Porque fueron comprados con un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo, y en su espíritu, los cuales son de Dios” (I Corintios 6:19-20).

          Todo creyente que se arrepiente del pecado y es bautizado en el nombre de Jesucristo recibe el Espíritu Santo como un engendramiento de Dios el Padre (Hechos 2:38). Cada cristiano entonces empieza una nueva vida de servicio a Dios (Romanos 6:4, 10). El Evangelio de Juan muestra que esta nueva vida es un proceso continuo de crecimiento: “Pero aquel que practica la verdad [luchando por vivir por cada palabra de Dios] viene a la luz [aprendiendo de Jesucristo, Quien es la luz y puso el ejemplo], para que sus obras puedan ser manifestadas, que ellas han sido logradas por el poder de Dios” (Juan 3:21).

          Los cristianos que están caminando en la luz de la Palabra de Dios, al seguir el ejemplo de Jesucristo continuarán recibiendo el perdón por medio de Su sangre cuando se tropiecen y caigan: Sin embargo, si caminamos en la luz, como Él está en la luz, entonces tenemos compañerismo unos con otros, y la sangre de Jesucristo, Su propio Hijo, nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, estamos engañándonos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros propios pecados, Él es fiel y justo, para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia” (I Juan 1:7-9). El perdón diario de los pecados a través de la sangre de Jesucristo es otorgado solamente a aquellos que están caminando en la luz de la Palabra de Dios.

          3) Jesucristo justifica y santifica a los pecadores a través de Su sangre. El regalo de la justificación ante Dios el Padre viene por medio de la fe en la sangre de Jesucristo: “…habiendo sido justificados por feDios nos encomienda Su propio amor porque, cuando éramos aun pecadores, Cristo murió por nosotros. Mucho más, por tanto, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira a través de Él” (Romanos 5:1, 8-9). Justificación significa que una persona ha sido puesta en buena posición con Dios y es contado como intachable ante Dios el Padre. Esta buena posición con Dios el Padre es posible porque la justicia de Jesucristo es imputada, o atribuida al individuo.

          Justificación por medio de la sangre de Jesucristo es otorgada solamente a aquellos que se arrepienten de sus pecados y transgresiones de las leyes de Dios: “Porque los oidores de la ley no son justos [justificados] delante de Dios, sino los hacedores de la ley [los que están guardando los mandamientos de Dios] serán justificados” (Romanos 2:13).

          Cada creyente que se arrepiente del pecado y es bautizado en el nombre de Jesucristo recibe justificación completa delante de Dios: “…pero fueron lavados [por bautismo], fueron santificados, fueron justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (I Corintios 6:11). En el bautismo, el creyente no solamente recibe justificación, sino también es santificado delante de Dios el Padre. La sangre de Jesucristo hace posible esta santificación: “Por esta razón, Jesús, para poder santificar al pueblo con Su propia sangre, también sufrió fuera de la puerta” (Hebreos 13:12). La única forma de ser hecho santo o santificado a la vista de Dios el Padre, es a través de la sangre de Jesucristo y la verdad de la Palabra de Dios.

          El ser “santificado” significa ser apartado para un uso y propósito santo. La oración de Jesús en Su última noche de la Pascua, muestra que cada creyente verdadero también está siendo santificado por la Palabra de Dios: “Santifícalos en Tú verdad; TU PALABRA ES LA VERDAD” (Juan 17:17). Todo el que realmente cree en Jesucristo y es santificado a través de Su sangre, es apartado por la Palabra de Dios y por el Espíritu Santo para vivir su vida a la manera de Dios. Ese es el propósito de la santificación.

          4) Jesucristo purifica la consciencia y trae paz con Dios a través de Su sangre. Paz con Dios el Padre es posible solamente a través de la sangre de Jesucristo: “Porque agradó al Padre que toda la plenitud debería vivir en Él; y, habiendo hecho paz a través de la sangre de Su cruz…” (Colosenses 1:19-20). La sangre de Jesucristo trae paz con Dios, al remover la enemistad que es causada por el pecado: “Porque Él es nuestra paz…habiendo anulado en Su carne la enemistad…” (Efesios 2:14-15).

          Jesús quita esta enemistad, al purificar la mente de todo aquel que se ha arrepentido del pecado: “Porque si la sangre de machos cabríos y toros, y las cenizas de una novilla rociadas sobre aquellos quienes están profanados, santifica para la purificación de la carne [no la purificación de la mente], a un grado mucho más grande, la sangre de Cristo, Quien a través del Espíritu eterno se ofreció a Si mismo sin mancha a Dios, purificará [purgará o limpiará] sus conciencias de obras muertas [obras que llevan a la muerte] para servir al Dios vivo” (Hebreos 9:13-14).

          Aquellos cuyas consciencias han sido purificadas de las obras de la carne, ya no son enemigos de Dios porque ya no están “alienadospor obras malignas” (Colosenses 1:21). Han abandonado el camino del pecado para comenzar una nueva vida de justicia, aprendiendo a hacer las buenas obras que Dios ha mandado: “Porque somos Su hechura, siendo creados en Cristo Jesús hacia las buenas obras que Dios ordenó de antemano para que pudiéramos caminar en ellas” (Efesios 2:10). Al guardar los mandamientos de Dios con una consciencia pura, los verdaderos cristianos están manifestando el amor que Dios desea: “Ahora, el propósito del mandamiento es amor procedente de un corazón puro, y una buena conciencia, y fe genuina;” (I Timoteo 1:5). Aquellos que profesan servir a Dios, pero no están guardando Sus mandamientos, no han tenido sus consciencias purificadas de obras muertas.

          5) Jesucristo da acceso directo a Dios el Padre a través de Su sangre. El apóstol Pablo declara, “Pero ahora en Cristo Jesús, ustedes quienes estuvieron una vez lejos [cortados de Dios] son acercados por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13).

          En su epístola a los hebreos, Pablo revela que aquellos cuyas consciencias han sido purificadas por la sangre de Jesucristo, tienen acceso directo a Dios el Padre: “Por tanto, hermanos, teniendo confianza de entrar en el verdadero santísimo [a la presencia de Dios el Padre en el cielo] por la sangre de Jesús, según una forma nueva y viva, la cual Él consagró por nosotros a través del velo (esto es, Su carne), Y teniendo un gran Sumo Sacerdote sobre la casa de Dios, aproximémonos a Dios con un corazón verdadero, con completa convicción de fe, habiendo sido purificados [por la sangre de Jesús] nuestros corazones de una conciencia maligna, y nuestros cuerpos habiendo sido lavados con agua pura [por el bautismo]. Retengamos sin vacilación la esperanza que profesamos, porque Quien prometió es fiel” (Hebreos 10:19-23).

          Durante Su ministerio, Jesús mismo reveló que Sus seguidores recibirían acceso directo a Dios el Padre, Él dijo: “En ese día [después de la resurrección de Jesús], ustedes pedirán en Mi nombre; y no les digo que rogaré al Padre por ustedes, porque el Padre mismo los ama, porque ustedes Me han amado, y han creído que salí de Dios” (Juan 16:26-27). Desde el tiempo de la ascensión de Jesús al cielo, a cada cristiano se le ha dado autoridad para acercarse al Padre en Su nombre. El único intermediario entre los cristianos y Dios el Padre es Jesucristo, Quien intercede como Sumo Sacerdote para quitar los pecados con Su propia sangre que Él derramó en el día de la Pascua de Su crucifixión.

          Los verdaderos cristianos no tienen necesidad de un sacerdocio de hombres, ni de un templo en el cual adorar a Dios. No solo tienen acceso directo al trono de Dios el Padre en el cielo, sino que Él está morando dentro de ellos a través del Espíritu Santo: “…Porque ustedes son un  templo del Dios vivo, exactamente como dijo Dios: “Viviré en ellos y caminaré en ellos; y seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo.Y seré un Padre para ustedes, y ustedes serán Mis hijos e hijas,” dice el Señor Todopoderoso” (II Corintios 6:16,18). Cada cristiano que ha sido engendrado por el Espíritu Santo de Dios el Padre, se convierte en miembro de la familia de Dios (Efesios 3:14-15). Cada uno es un hijo de Dios el Padre y pueden llamarle, “Abba, Padre” (Romanos 8:15). Esta nueva relación con el Padre, muestra el amor de Dios a través de Jesucristo, cuya sangre hace posible que los seres humanos se conviertan en los hijos de Dios, como escribe Juan: “¡He aquí! ¡Que glorioso amor nos ha dado el Padre, que deberíamos ser llamados los hijos de Dios!” (I Juan 3:1).

          6) Jesucristo está edificando la Iglesia a través de Su sangre. El Nuevo Testamento revela que todo hijo de Dios espiritualmente engendrado, es colocado en Su Iglesia. La Iglesia de Dios es un cuerpo espiritual y es llamado el cuerpo de Cristo (Efesios 1:22-23). Cada creyente verdadero es un miembro del cuerpo de Cristo (I Corintios 12:27). Cada uno es unido al cuerpo de Jesucristo en el bautismo. Cuando un creyente es bautizado, él o ella es bautizado en el pacto de muerte de Jesucristo, siendo unido con el cuerpo de Jesucristo en la misma muerte. En esta muerte simbólica del pacto, el creyente es unido con el cuerpo de Jesucristo, siendo enterrado con Él en el sepulcro del bautismo y después levantándose con Él a una nueva vida (Romanos 6:3-4). Después de recibir el Espíritu Santo a través de la imposición de manos, cada creyente se convierte en un miembro del cuerpo de Jesucristo. Este cuerpo está compuesto por todos los cristianos engendrados espiritualmente y constituye la verdadera Iglesia.

          La Iglesia le pertenece a Dios el Padre, Quien ha hecho a Jesucristo la Cabeza de la Iglesia. El apóstol Pablo revela que la Iglesia de Dios fue comprada con la sangre de Jesucristo. Pablo les dijo a los ancianos de Éfeso “Por tanto presten atención a ustedes mismos y a todo el rebaño, entre el cual el Espíritu Santo los ha hecho supervisores, para alimentar [con la Palabra] a la iglesia de Dios, la cual Él compró con Su propia sangre” (Hechos 20:28).

          Cada miembro de la verdadera Iglesia de Dios ha sido comprado por la sangre de Jesucristo. Todos ellos le pertenecen a Dios el Padre porque Jesús los ha redimido del pecado con Su propia sangre. Ya no son propiedad del pecado y de Satanás—y tampoco son propiedad de ningún hombre ni de ninguna organización de hombres. Son la propiedad y los hijos de Dios el Padre, y Jesucristo es su Cabeza.

          7) Jesucristo libera a los cristianos de Satanás a través de Su sangre. Todo cristiano que ha sido redimido del pecado por la sangre de Jesucristo, también ha sido librado del poder de Satanás: “Dando gracias al Padre, Quien nos ha hecho calificados para la participación de la herencia de los santos en la luz; Quien nos ha rescatado personalmente del poder de la oscuridad y nos ha transferido al reino del Hijo de Su amor; en Quien tenemos redención a través de Su propia sangre, incluso la remisión de pecados” (Colosenses 1:12-14).

          Satanás es la gran fuerza del mal, el príncipe de la potestad del aire, quien cautiva las mentes y los corazones de las personas y las atrae al pecado (Efesios 2:1-2). Muchas personas no creen que Satanás existe. Aquellos que sí lo creen, usualmente ven su influencia solamente en los grandes males obvios en el mundo a su alrededor. No se dan cuenta que Satanás no se presenta a sí mismo como un ser malvado, sino como un ángel de luz (II Corintios 11:14). Él es, de hecho, el dios de este mundo (II Corintios 4:4).

          Satanás es ayudado por un ejército de espíritus seductores en sus esfuerzos de engañar a las personas de este mundo: “Y todo espíritu que no confiese que Jesucristo ha venido en la carne no es de Dios. Y este es el espíritu de anticristo [de Satanás el diablo], el cual oyeron que iba a venir, e incluso ahora ya está en el mundo. Ustedes son de Dios, hijitos, y los han vencido porque más grande es Quien está en ustedes [la morada del Espíritu Santo de Dios el Padre] que aquel que está en el mundo [Satanás el diablo, quien es el dios de este mundo]” (I Juan 4:3-4).

          Todo cristiano que ha sido engendrado por el Espíritu Santo de Dios, ha sido librado del poder de Satanás, quien está guiando al mundo más profundamente hacia el pecado. Pero Satanás no se rinde con aquellos que se vuelven del camino del pecado y desobediencia. Él usa todos los medios astutos de su mente malvada para atraer a los cristianos de vuelta al pecado. Cada cristiano debe estar continuamente en guardia contra los engaños de Satanás y deben usar todo el poder de Dios y todas las armas espirituales que Él provee para resistir al diablo (Efesios 6:10-18, I Pedro 5:8-9). Los cristianos deben acercarse a Dios diariamente, no sea que sean atraídos a la tentación y al pecado. Si pecan, deben arrepentirse y pedirle a Dios el Padre que los limpie de su pecado a través de la sangre de Jesucristo (I Juan 1:7-9).

          La purificación por medio de la sangre de Jesucristo es un proceso de toda la vida. Es esta continua aplicación de la sangre de Jesucristo, lo que le da a cada cristiano la victoria sobre Satanás y sus medios: “Y el gran dragón fue echado fuera, la serpiente antigua que es llamada el diablo y Satanás, quien está engañando al mundo entero; fue echado abajo a la tierra, y sus ángeles [espíritus malos o demonios] fueron echados abajo con él. Y oí una gran voz en el cielo decir, “Ahora ha venido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo porque el acusador de nuestros hermanos ha sido echado abajo, quien los acusa día y noche delante de nuestro Dios.

          “Pero ellos lo vencieron [a Satanás el diablo] a través de la sangre del Cordero, y a través de la palabra del testimonio de ellos; y no amaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:9-11).

          8) Jesucristo está perfeccionando a los cristianos a través de Su sangre. Como seres humanos, con la ley del pecado y muerte dentro de nuestra carne, ninguno de nosotros es perfecto. Pero para poder entrar al reino de Dios, todos debemos convertirnos espiritualmente perfectos, como Dios lo es. Jesús dijo: “Por tanto, serán perfectos, incluso como su Padre que está en el cielo es perfecto” (Mateo 5:48).

          Nada de lo que hacemos, por nosotros mismos, puede hacernos perfectos ante Dios el Padre. El patriarca Job aprendió esta lección por experiencia (Job 9:20; 40:9-14; 42:1-6). Ninguna cantidad de voluntad humana y trabajo, puede traer la perfección espiritual. La única forma de obtener la perfección espiritual es a través de la sangre de Jesucristo, la cual nos habilita a recibir el regalo del Espíritu Santo de Dios el Padre. La morada del Espíritu Santo nos da el poder de convertirnos como Jesucristo, Quien Él mismo alcanzó la perfección espiritual al vencer las tentaciones de la carne (Hebreos 5:8-9).

          El propósito mismo para la venida de Jesucristo en la carne, fue para traer a los seres humanos a la perfección, al reconciliarlos con Dios el Padre. Ese es el primer paso hacia la perfección espiritual: “Y, habiendo hecho paz a través de la sangre de Su cruz,Él los ha reconciliado en el cuerpo de Su carne a través de muerte, para presentarlos santos e irreprochables e intachables delante de Él [Dios el Padre]; si ciertamente continúan encallados y firmes en la fe, y no son alejados de la esperanza del evangelio, la cual han oídoIncluso el misterio que ha estado escondido desde siglos y desde generaciones, pero que ha sido revelado ahora a Sus santos; A quienes Dios quiso dar a conocer cuáles son las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; el cual es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria; a Quien predicamos, amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, para poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús” (Colosenses 1:20-23, 26-28).

          La perfección espiritual de los cristianos individuales está siendo lograda a través de la sangre de Jesucristo: “Y pueda el Dios de paz, Quien levantó a nuestro Señor Jesús de entre los muertos—aquel gran Pastor de las ovejas—a través de la sangre del pacto eterno, perfeccionarlos en toda obra buena, para que puedan hacer Su voluntad; cumpliendo en ustedes eso lo cual es bien placentero a Su vista, a través de Jesucristo, a Quien sea la gloria en las eras de eternidad. Amén” (Hebreos 13:20-21).

          En una visión que registró el apóstol Juan en el libro de Apocalipsis, Jesucristo aparece como el Cordero de Dios, Quien fue matado por los pecados del mundo, y una nueva canción acompaña las oraciones de los santos: “Y cantaban un canto nuevo, diciendo, “Digno eres Tú de tomar el libro, y abrir sus sellos porque fuiste muerto, y nos redimiste [compró] para Dios [el Padre] con Tu propia sangre, de toda tribu e idioma y gente y nación…” (Apocalipsis 5:9).

          Esta es la salvación gloriosa que Jesús visualizó cuando Él dijo, “Porque esto es Mi sangre, la sangre del Nuevo Pacto, la cual es derramada por muchos para la remisión de pecados” (Mateo 26:28). ¡Que profundas son estas palabras cuando entendemos la obra multifacética de la sangre de Jesucristo!

          En el siguiente capítulo aprenderemos como las profecías del Antiguo Testamento del sufrimiento y muerte de Jesucristo, son cumplidas en el día de la Pascua—el 14 de Nisán.