CAPÍTULO VEINTITRÉS
(Tomado del libro “La pascua Cristiana”)
EL NUEVO PACTO CON LA SEMILLA ESPIRITUAL DE ABRAHAM
Por
Fred Coulter
En nuestro estudio de Génesis 15, aprendimos que la promesa de la semilla espiritual le fue dada a Abraham en la noche del 14 de Nisán, el cual era el tiempo que Dios había señalado para la Pascua. Como la promesa fue entregada en el día de la Pascua, así también su cumplimiento inició en el día de la Pascua. Por medio del Nuevo Pacto, el cual fue establecido por Jesucristo en la noche de Su Pascua, la promesa de la semilla espiritual está siendo cumplida. El Nuevo Pacto habilita a todos los que se arrepienten de sus pecados y aceptan el sacrificio de Jesucristo que se conviertan en hijos de Abraham por la fe.
En el capítulo anterior, estudiamos el registro de Dios probando a Abraham, como está registrado en Génesis 22. Durante esta prueba, Abraham demostró su fe en Dios al obedecer voluntariamente el mandato de Dios de sacrificar a su hijo Isaac. Ya que Abraham resistió esta gran prueba de su fe, Dios confirmó Sus promesas a Abraham por un juramento irrevocable. Las promesas, las cuales habían sido garantizadas por el pacto de Dios con Abraham, fueron dadas una doble garantía por medio del juramento que Dios le hizo a Abraham. Como veremos, el pacto y el juramento irrevocable tienen gran importancia para la semilla espiritual de Abraham—aquellos que se convierten en los hijos de Abraham por medio de la fe. Noten las palabras que les escribió a los gálatas el apóstol Pablo: “Y si ustedes son de Cristo, entonces son semilla de Abraham, y herederos de acuerdo a la promesa” (Gálatas 3:29).
Pablo declara muy claramente que aquellos que le pertenecen a Cristo son herederos de las promesas que Dios le dio a Abraham. Así como habían promesas para los descendientes físicos de Abraham por medio de Isaac, también habían promesas para aquellos que se convertirían en los hijos espirituales de Abraham por medio de la fe en Jesucristo: “Ahora nosotros, hermanos, como Isaac, somos los hijos de la promesa” (Gálatas 4:28). Las promesas de Dios para la simiente espiritual de Abraham sobrepasan por mucho a las promesas que le fueron dadas a la simiente física de Abraham. La simiente física recibió una herencia temporaria en la Tierra Prometida, pero la semilla espiritual recibirá una herencia eterna en el reino de Dios.
Vida eterna por medio de la Semilla prometida
Cuando entendemos completamente la Palabra de Dios, está claro que el don de la vida eterna a través de Jesucristo fue prometido en el pacto con Abraham. Examinemos de nuevo las promesas que Dios le hizo a Abraham: “El que saldrá de tus propios lomos será tu heredero” (Génesis 15:4). La promesa de Dios de darle a Abraham su propia semilla física fue cumplida por medio del nacimiento de Isaac, quien se convirtió en el progenitor de las 12 tribus de Israel. De la tribu de Judá vino Jesucristo, la Semilla prometida. Como muestra el apóstol Pablo, Él es el verdadero heredero de las promesas que Dios le dio a Abraham: “Ahora, para Abraham y para su Semilla fueron habladas las promesas. Él no dice, “y para tus semillas,” como de muchas; sino como de una, “y para tu Semilla,” la cual es Cristo” (Gálatas 3:16).
Noten la siguiente promesa que Dios le hizo a Abraham: “Y lo llevó afuera, y dijo, “Mira ahora hacia los cielos y cuenta las estrellas—si eres capaz de contarlas.” Y le dijo, “Así será tu descendencia”. Y creyó en el SEÑOR. Y Él se lo contó por justicia” (Génesis 15:5-6). Esta promesa no se refiere a los descendientes físicos de Abraham sino a su semilla espiritual, quienes recibirán el don de la vida eterna por medio de la fe en Jesucristo. Ya que la semilla espiritual heredará gloria eterna, Dios llevó a Abraham afuera para mostrarle las estrellas en el cielo, en lugar de la tierra debajo de sus pies. Así como las estrellas del cielo están por encima de la tierra, así la promesa de la vida eterna es mucho más grandiosa que la promesa de bendiciones físicas. Las bendiciones que le fueron ofrecidas a la semilla física a través del Antiguo Pacto eran temporarias, pero las bendiciones que son ofrecidas a la semilla espiritual a través del Nuevo Pacto son eternas.
El apóstol Pablo entendió que el Antiguo Pacto no podía traer las bendiciones espirituales que Dios prometió en Su pacto con Abraham. Estas bendiciones solamente pueden ser impartidas por Jesucristo, Quien es la verdadera Semilla de Abraham y el Heredero de las promesas: “Ahora digo esto, que el pacto ratificado de antemano por Dios a Cristo no puede ser anulado por la ley [los requisitos del Antiguo Pacto], la cual fue dada cuatrocientos treinta años más tarde [a Israel], como para hacer la promesa inefectiva. Porque si la herencia es por ley, ya no es más por promesa. Pero Dios se la otorgó a Abraham por promesa. ¿Por qué entonces la ley? Fue puesta junto con las promesas [porque no se le puede agregar a un pacto ratificado] para el propósito de definir las transgresiones, hasta que la Semilla venga a quien fue hecha la promesa,…” (Gálatas 3:17-19).
Pablo deja claro que el Antiguo Pacto con la semilla física de Abraham era temporal. Cuando Jesucristo estableció el Nuevo Pacto, la promesa de vida eterna por medio de la fe reemplazó la promesa de las bendiciones a través de los requisitos del Antiguo Pacto. Bajo el Nuevo Pacto, individuos de cada nación y raza pueden heredar la promesa de la vida eterna al convertirse en los hijos de Abraham por medio de la fe: “Es exactamente como está escrito: “Abraham le creyó a Dios, y le fue contado por justicia.” Por causa de esto, ustedes deberían entender que aquellos que son de fe son los verdaderos hijos de Abraham. En las Escrituras, Dios, viendo por adelantado que justificaría a los gentiles por fe, predicó el evangelio de antemano a Abraham, diciendo, “En ti todas las naciones serán benditas.” Es por esta razón que aquellos que son de fe están siendo bendecidos con el creyente Abraham” (Gálatas 3:6-9).
El camino a la vida eterna es revelado por Jesucristo
Como aprendimos, la promesa de la semilla espiritual le fue dada a Abraham en la noche del 14 de Nisán, el tiempo señalado que Dios había dispuesto para la Pascua. Asimismo, el cumplimiento de esta promesa por medio del Nuevo Pacto le fue abierto a toda la humanidad por medio de Jesucristo en la noche de Nisán 14. Las palabras que Jesús habló a Sus discípulos en la noche de Su última Pascua son las palabras del Nuevo Pacto. Estas palabras muestran el camino a la gloria y a la inmortalidad que Dios le prometió a la semilla espiritual de Abraham.
El apóstol Juan fue inspirado a escribir en su Evangelio las palabras del Nuevo Pacto, las cuales revelan el camino a la vida eterna. El registro comienza en Juan 13 con las palabras que Jesús habló cuando Él instituyó la ceremonia de la Pascua para Sus discípulos. Después de lavar los pies de los discípulos, Jesús los exhortó a seguir Su ejemplo al practicar el lavamiento de pies como parte de la nueva ceremonia. Él también les ordenó a Sus discípulos que practicaran el mismo tipo de amor que Él había mostrado hacia ellos: “Un nuevo mandamiento les doy; que se amen el uno al otro en la misma forma en que Yo los he amado, así es como deben amarse el uno al otro” (verso 34).
Las palabras de Jesús en Juan 14 revelan que el Nuevo Pacto está basado no solamente en el amor sino también en la fe: “No esté afligido su corazón. Creen en Dios; crean también en Mí. En la casa de Mi Padre hay muchos lugares de vivienda; si fuera de otra forma, se los habría dicho. Yo voy a preparar un lugar para ustedes. Y si voy y preparo un lugar para ustedes, vendré otra vez y los recibiré para Mí mismo; para que donde Yo estoy, ustedes también puedan estar” (versos 1-3).
Jesús dejó claro que el único camino a la vida eterna es por medio de la fe en Él: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, excepto a través de Mí” (verso 6).
Jesús mostró que la fe verdadera lleva a amar la obediencia y al recibimiento del Espíritu Santo: “Si Me aman, guarden los mandamientos—a saber, Mis mandamientos. Y Yo pediré al Padre, y Él les dará otro Consolador, para que pueda estar con ustedes a través de los siglos: Incluso el Espíritu de la verdad, el cual el mundo no puede recibir porque no lo percibe, ni lo conoce; pero ustedes lo conocen porque vive con ustedes, y estará dentro de ustedes.… Aquel que tiene Mis mandamientos, y los está guardando, ese es quien Me ama; y quien Me ama será amado por Mi Padre, y Yo lo amaré, y Me manifestaré Yo mismo a él.” …Si alguno Me ama, guardará Mi palabra; y Mi Padre lo amará, y Nosotros vendremos a él, y haremos Nuestra morada con él. Aquel que no Me ama, no guarda Mis palabras; y la palabra que ustedes oyen no es Mía, sino del Padre, Quien Me envió” (versos 15-24).
Las palabras de Jesús en Juan 15 y 16 ofrecen gran esperanza y ánimo. Jesús declaró que, si Sus seguidores viven en Su amor, ellos serán capaces de permanecer fieles frente a cualquier adversidad. Además, Él reveló que Dios el Padre Mismo ama a todos los que aman al Hijo y que cada uno puede orar directamente al Padre en Su nombre: “En ese día, ustedes pedirán en Mi nombre; y no les digo que rogaré al Padre por ustedes, porque el Padre mismo los ama, porque ustedes Me han amado, y han creído que salí de Dios” (Juan 16:26-27). Entonces Jesús dio palabras de esperanza a través de las eras: “Estas cosas les he hablado, para que en Mí puedan tener paz. En el mundo tendrán tribulación. ¡Pero sean valientes! Yo he vencido al mundo”” (verso 33).
La oración de Jesús en Juan 17 es demasiado profunda y conmovedora. En Su oración, Jesús le pide a Dios el Padre que lo restaure a Su gloria pasada para que pueda cumplir la voluntad del Padre al otorgarle vida eterna a todos los que el Padre llame: “Jesús habló estas palabras, y levantó Sus ojos al cielo y dijo, “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu propio Hijo, para que Tu Hijo también pueda glorificarte; ya que le has dado autoridad sobre toda carne, para que pueda dar vida eterna a todos aquellos que le has dado. Porque esto es vida eterna, que ellos puedan conocerte, el único verdadero Dios, y a Jesucristo, a Quien Tú enviaste. Te he glorificado en la tierra. He acabado la obra que Me diste para hacer. Y ahora, Padre, glorifícame con Tu propio ser, con la gloria que tuve Contigo antes que el mundo existiera. He manifestado Tu nombre a los hombres que Me has dado del mundo. Ellos eran Tuyos, y Me los has dado, y han guardado Tu Palabra. Ahora ellos han conocido que todas las cosas que Me has dado son de Ti. Porque les he dado las palabras que Me diste; y las han recibido; y verdaderamente han conocido que vine de Ti; y han creído que Me enviaste. Estoy orando por ellos; no estoy orando por el mundo, sino por aquellos que Me has dado, porque son Tuyos. Todos los Míos son Tuyos, y todos los Tuyos son Míos; y he sido glorificado en ellos” (versos 1-10).
Jesús concluyó Su oración al pedirle a Dios el Padre que santificara a cada creyente que viva por Su Palabra, para que todos se puedan volver uno con Él y con el Padre y puedan compartir Su gloria eterna como seres espirituales en el reino de Dios: “Santifícalos en Tú verdad; Tu Palabra es la verdad. Así como Me enviaste al mundo, Yo también los he enviado al mundo. Y por amor a ellos Me santifico a Mí mismo, para que ellos también puedan ser santificados en Tú verdad. No oro por éstos solamente, sino también por aquellos que creerán en Mí a través de su palabra; que todos ellos puedan ser uno; así como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti; que ellos también puedan ser uno en Nosotros, para que el mundo pueda creer que Tú sí Me enviaste. Y Yo les he dado la gloria que Me diste, para que puedan ser uno, en la misma forma que Nosotros somos uno: Yo en ellos, y Tú en Mí, para que puedan ser perfeccionados en uno; y que el mundo pueda saber que Tú sí Me enviaste, y que los has amado como Me has amado. Padre, deseo que aquellos que Me has dado, también puedan estar Conmigo [puedan ser resucitados a la vida eterna y a la gloria] donde Yo esté, para que puedan ver Mi gloria, la cual Me has dado; porque Me amaste antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no Te ha conocido; pero Yo Te he conocido, y éstos han sabido que Tú sí Me enviaste. Y les he hecho conocer Tu nombre, y lo haré conocido; para que el amor con el cual Me has amado esté en ellos, y Yo en ellos” (versos 17-26).
La promesa de gloria eterna
La oración de Jesús revela el plan de Dios para cumplir Su promesa a Abraham, de una semilla espiritual que será como las estrellas del cielo. Fue por la voluntad y el propósito de Dios, que fueron habladas estas palabras del Nuevo Pacto por Jesucristo en la noche de la Pascua—la noche del 14 de Nisán. Esta fue la misma noche que la promesa le fue dada a Abraham: ““Mira ahora hacia los cielos y cuenta las estrellas—si eres capaz de contarlas.” Y le dijo, “Así será tu descendencia”” (Génesis 15:5).
La promesa de la semilla espiritual que heredará la vida eterna es confirmada por el profeta Daniel. En su descripción de la resurrección, Daniel muestra que aquellos que reciban la vida eterna brillarán como las estrellas del cielo: “Y muchos de aquellos que duermen en el polvo de la tierra [están muertos y en las tumbas] despertarán [en la resurrección], algunos a vida eterna y algunos a vergüenza y desprecio eterno. Y aquellos que son sabios brillarán como el brillo del firmamento, y aquellos que vuelvan a muchos a la justicia brillarán como las estrellas por siempre y para siempre” (Daniel 12:2-3).
Jesucristo también habló del tiempo de la resurrección. Noten la similitud a la profecía de Daniel: “Por tanto, como la cizaña es reunida y consumida en el fuego, así será en el fin de esta era. El Hijo de hombre enviará Sus ángeles, y ellos recogerán de Su reino todos los ofensores y aquellos que están practicando ilegalidad; y los echarán en un horno de fuego; allá será el llanto y crujir de dientes.
“Entonces los justos resplandecerán en adelante como el sol en el reino de su Padre” (Mateo 13:40-43).
Para confirmar la resurrección a gloria e inmortalidad, Jesús les dio una revelación especial a Pedro, Santiago y a Juan. En el Monte de la Transfiguración, Él les mostró en visión como se vería en Su forma glorificada en el reino de Dios: “Verdaderamente les digo, hay algunos de aquellos parados aquí quienes no probarán de muerte hasta que hayan visto [en visión] al Hijo de hombre viniendo en Su reino. Y después de seis días, Jesús tomó con Él a Pedro y Santiago y a su hermano Juan, y los llevó a una montaña alta. Y Él fue transfigurado delante de ellos; y Su cara brilló como el sol, y Sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 16:28; 17:1-2). Después, Jesús les ordenó que no le dijeran la visión a nadie hasta que Él fuera resucitado de los muertos (verso 9).
Muchos años después de Su resurrección, Jesús se le apareció al apóstol Juan en Su forma glorificada: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor; y oí una fuerte voz como una trompeta detrás de mí, diciendo, “Yo soy el Alfa y el Omega, el Primero y el Ultimo”; y, “Lo que ves, escribe en un libro, y envíalo a las iglesias que están en Asia: a Éfeso, y a Esmirna, y a Pergamo, y a Tiatira, y a Sardis, y a Filadelfia, y a Laodicea.” Y volteé a ver la voz que habló conmigo; y cuando volteé, vi siete candeleros de oro; y en el medio de los siete candeleros uno como el Hijo de hombre, vestido en una prenda alcanzando los pies, y ceñido por el pecho con una coraza de oro.
“Y Su cabeza y Su cabello eran como lana blanca, blanca como nieve; y Sus ojos eran como una llama de fuego; y Sus pies eran como latón fino, como si ellos brillaran en un horno; y Su voz era como el sonido de muchas aguas. Y en Su mano derecha tenía siete estrellas, y una espada afilada de dos hojas salía de Su boca, y Su semblante era como el sol brillando en su completo poder” (Apocalipsis 1:10-16).
Como Jesucristo era tanto la Semilla de Abraham como el Hijo de Dios, también aquellos que creen en Él y viven por Sus palabras, son los hijos de Abraham y los hijos de Dios. Como Jesús, el Primogénito, ellos serán resucitados a inmortalidad. Heredarán la promesa de la vida eterna como seres glorificados en el reino de Dios. Pablo escribe: “Porque tantos como son guiados por el Espíritu de Dios, esos son los hijos de Dios. Ahora, ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud otra vez hacia temor, sino han recibido el Espíritu de filiación, por el cual gritamos, “Abba, Padre.”
“El Espíritu mismo da testimonio conjuntamente con nuestro propio espíritu, testificando que somos hijos de Dios. Entonces si somos hijos, somos también herederos—verdaderamente, herederos de Dios y coherederos con Cristo—si ciertamente sufrimos junto con Él, para poder también ser glorificados junto con Él. Porque considero que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que será revelada en nosotros” (Romanos 8:14-18).
El apóstol Juan muestra que la transformación de los hijos de Dios a la gloria eterna tomará lugar en la venida de Jesucristo: “¡He aquí! ¡Que glorioso amor nos ha dado el Padre, que deberíamos ser llamados los hijos de Dios! Por esta misma razón, el mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Amados, ahora somos los hijos de Dios, y no ha sido revelado aun lo que seremos; pero sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos como Él, porque lo veremos exactamente como Él es” (I Juan 3:1-2).
Cuando los hijos de Dios sean glorificados, las palabras de Jesucristo serán cumplidas: “Entonces los justos resplandecerán en adelante como el sol en el reino de su Padre” (Mateo 13:43). Exactamente como Dios le prometió a Abraham, habrá una gran multitud de semilla glorificada que brillará como las estrellas: “Y lo llevó afuera, y dijo, “Mira ahora hacia los cielos y cuenta las estrellas—si eres capaz de contarlas.” Y le dijo, “Así será tu descendencia”” (Génesis 15:5).
Un tipo del cumplimiento del Nuevo Pacto en el Antiguo Testamento
Al leer el Antiguo Testamento, es fácil pasar por alto el aspecto espiritual del pacto de Dios con Abraham y enfocarse solamente en su cumplimiento a la semilla física. Sin embargo, los escritos de los apóstoles en el Nuevo Testamento revelan claramente el significado de la promesa de la semilla espiritual. El cumplimiento de esta promesa a través de Jesucristo—la verdadera Semilla y el Heredero de Abraham—está explicado y expuesto en muchos pasajes en el Nuevo Testamento. Estos pasajes iluminan mucho sobre el pacto entre Dios y Abraham. Cuando comparamos los registros del Antiguo Testamento con los registros del Nuevo Testamento, encontramos varios paralelos distintos. Eventos clave que tuvieron lugar en los días de Abraham tienen una notable semejanza a los eventos que fueron cumplidos en la vida de Jesucristo.
Como muestra el libro de Génesis, el engendramiento y nacimiento de Isaac fueron el resultado de la milagrosa intervención por Dios: “Y el SEÑOR se le apareció [a Abraham] en las planicies de Mamre, y él se sentó a la puerta de la tienda en el calor del día. Y levantó sus ojos y miró, y he aquí, tres hombres parados cerca [opuestos] de él.… Y le dijeron, “¿Dónde está Sara tu esposa?” Y él dijo, “He aquí, en la tienda.” Y Él [el Señor] dijo, “Ciertamente regresaré a ti según el tiempo de vida, y he aquí, Sara tu esposa tendrá un hijo.” Y Sara oyó a la puerta de la tienda la cual estaba detrás de Él.
“Ahora, Abraham y Sara eran viejos, bien avanzados en días, y había cesado de ser con Sara según la costumbre de las mujeres. Por tanto Sara se rió dentro de ella, diciendo, “¿Después que he llegado a ser vieja, tendré placer, mi señor siendo también viejo?” Y el SEÑOR le dijo a Abraham, “¿Por qué se rió Sara, diciendo, ‘Yo, quien soy vieja, ¿tendré ciertamente un hijo?’ ¿Es algo muy difícil para el SEÑOR? En el tiempo señalado regresaré nuevamente, de acuerdo al tiempo de vida, y Sara tendrá un hijo.” Entonces Sara negó, diciendo, “No me reí;” porque estaba asustada. Y Él dijo, “No, sino que sí te reíste”” (Génesis 18:1-2, 9-15).
A diferencia de Sara, Abraham no dudó la palabra de Dios en lo más mínimo, como muestra el apóstol Pablo: “(Exactamente como está escrito: “Yo te he hecho padre de muchas naciones.”) delante de Dios en Quien creyó, Quien da vida a los muertos y llama las cosas que no son como si fueran. Y quien contra esperanza creyó en esperanza, para poder llegar a ser padre de muchas naciones, de acuerdo a eso que fue hablado, “Así será tu semilla.” Y él, no siendo débil en la fe, no consideró su propio cuerpo, ya habiendo llegado a estar muerto, siendo más o menos de cien años de edad, ni consideró la falta de vida de la matriz de Sara; y no dudó la promesa de Dios a través de incredulidad; sino que, fue fortalecido en la fe, dando gloria a Dios; porque estaba completamente persuadido que lo que Él ha prometido, es también capaz de hacer. Como resultado, eso también le fue imputado por justicia.” (Romanos 4:17-22).
Aunque Sara inicialmente mostró duda de la promesa de Dios, ella se arrepintió y fue fortalecida por la fe: “Por fe también Sara misma recibió poder para concebir semilla, y dio a luz cuando estaba mucho más allá de la edad de tener hijos porque ella estimó fiel a Quien le había prometido personalmente un hijo” (Hebreos 11:11).
El libro de Génesis registra el cumplimiento de la promesa de Dios: “Y el SEÑOR visitó a Sara como había dicho. Y el SEÑOR hizo a Sara como había hablado, Porque Sara concibió y dio a luz un hijo a Abraham en su edad vieja, en el tiempo fijado el cual Dios le había hablado a él. Y Abraham llamó el nombre de su hijo que le nació (a quien Sara le dio a luz) Isaac. Y Abraham circuncidó a su hijo Isaac, cuando tenía ocho días de edad, como Dios le había ordenado. Y Abraham tenía cien años de edad cuando su hijo Isaac le nació. Y Sara dijo, “Dios me ha hecho reír, así que todo el que oiga reirá conmigo.” Y ella dijo, “¿Quién podría haberle dicho a Abraham que Sara amamantaría hijos? Porque le he dado a luz un hijo en su vejez”” (Génesis 21:1-7).
El nacimiento milagroso de Isaac presagiaba el milagro aún más grande del nacimiento de Jesucristo. Por medio del poder del Espíritu Santo, Jesús fue concebido milagrosamente por la virgen María: “Entonces el ángel le dijo, “No temas, María, porque has encontrado gracia con Dios; y he aquí, concebirás en tu vientre y darás a luz a un hijo; y llamarás Su nombre Jesús. Él será grande, y será llamado el Hijo del Altísimo;… Pero María le dijo al ángel, “¿Cómo será esto, ya que no he tenido relaciones sexuales con un hombre?” Y el ángel respondió y le dijo, “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con Su sombra; y por esta razón, el Santo siendo engendrado en ti será llamado el Hijo de Dios” (Lucas 1:30-35).
Cuando comparamos los registros Escriturales del nacimiento de Isaac y el nacimiento de Jesucristo, está claro que Isaac era un tipo del Mesías venidero. Isaac era el primogénito de Sara, y Jesús era el primogénito de María. Isaac fue el hijo concebido milagrosamente por medio del cual vendría la semilla física y Jesús fue el Hijo concebido milagrosamente por medio de Quien vendría la semilla espiritual. Como el primero de la semilla espiritual de Abraham en ser resucitado a inmortalidad, Jesús también es llamado “el primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18) y “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).
El registro de Dios probando a Abraham en Génesis 22 revela más paralelos en la vida de Isaac y en la vida de Jesucristo: “Y Él dijo, “Toma ahora a tu hijo, tu único hijo Isaac, a quien amas [el hijo de promesa], y entra a la tierra de Moriah. Y ofrécelo allí como un holocausto sobre una de las montañas la cual te diré”” (Génesis 22:2).
Abraham obedeció a Dios voluntariamente cuando Él le ordenó que sacrificara a su hijo Isaac porque él tenía fe de que Dios lo resucitaría de los muertos. Las palabras del apóstol Pablo muestran la gran fe de Abraham: “Por fe Abraham, cuando estaba siendo probado, ofreció a Isaac; y él quien había recibido las promesas ofreció su único hijo engendrado de quien fue dicho, “En Isaac tu Simiente será llamada”; porque él reconoció que Dios era capaz de levantarlo incluso de entre los muertos, de lo cual también él lo recibió en una forma figurativa” (Hebreos 11:17-19).
Al mostrar que él estaba dispuesto a sacrificar a su único hijo y heredero, Abraham era un tipo de Dios el Padre, Quien voluntariamente dio a Su Hijo como un sacrificio por los pecados del mundo: “Porque Dios amó tanto al mundo, que dio Su único Hijo engendrado, para que todo el que crea en Él no pueda perecer, sino pueda tener vida eterna” (Juan 3:16).
Como Abraham era un tipo de Dios el Padre, así Isaac era un tipo de Jesucristo, el único Hijo engendrado de Dios, Quien fue enviado por el Padre a dar Su vida por los pecados del mundo: “E Isaac le habló a Abraham su padre y dijo, “Padre mío.” Y él dijo, “Aquí estoy, hijo mío.” Y él dijo, “He aquí el fuego y la madera. ¿Pero dónde está el cordero para un holocausto?” Y Abraham dijo, “Hijo mío, Dios se proveerá a Sí mismo de un cordero para un holocausto”” (Génesis 22:7-8). El sacrificio de Jesucristo fue planeado mucho antes del tiempo de Abraham e Isaac. Dios revela que Jesucristo es el “…Cordero muerto desde la fundación del mundo” (Apocalipsis 13:8).
Como Jesús, Quien se sometió voluntariamente y humildemente a la voluntad de su Padre, Isaac voluntariamente obedeció a su padre Abraham: “Y Abraham tomó la madera del holocausto y la colocó sobre Isaac su hijo.…” (Génesis 22:6).
Al cargar la madera para el sacrificio, Isaac presagió la terrible experiencia que sufriría Jesús cuando Él cargara la cruz de madera sobre la cual sería crucificado: “Por tanto, él [Pilato] entonces lo entregó a ellos para que Él pudiera ser crucificado. Y ellos tomaron a Jesús y lo llevaron lejos. Y Él salió cargando Su propia cruz al lugar llamado Lugar de una Calavera, el cual en hebreo es llamado Gólgota” (Juan 19:16-17). Jesús estaba demasiado débil por los golpes y los latigazos que Él había recibido, para cargar la cruz toda la distancia a Gólgota. Cuando Su fuerza se había agotado, los líderes de los judíos obligaron a un cireneo llamado Simón para que la llevara el resto del camino: “Y mientras lo llevaban lejos, echaron mano de un cierto cireneo llamado Simón, quien estaba viniendo de un campo; y pusieron la cruz sobre él, para que pudiera cargarla detrás de Jesús” (Lucas 23:26).
Hay más paralelos en el registro en Génesis 22. Cuando Isaac se dio cuenta que él iba a ser la ofrenda del sacrificio, no se resistió a su padre, sino que permitió ser atado y puesto sobre el altar: “Y vinieron al lugar del cual Dios le había dicho. Y Abraham construyó un altar allí y colocó la madera en orden. Y ató a su hijo Isaac y lo acostó sobre la madera, sobre el altar” (verso 9).
Esto también era un tipo de Jesucristo, Quien, cuando había llegado el tiempo de Su crucifixión, no hizo ningún intento de defenderse a Sí mismo: “Y cuando Él fue acusado por los sacerdotes jefes y los ancianos, nada respondió. Entonces Pilato le dijo, “¿No escuchas cuantas cosas testifican contra Ti?” Y Él no le respondió ni siquiera una palabra, así que el gobernador estuvo grandemente sorprendido” (Mateo 27:12-14).
Antes de su juicio, Jesús se comprometió por completo a cumplir la voluntad del Padre al sacrificar Su vida. Él ya estaba en efecto, matado. De igual forma, ya que Abraham estaba dispuesto a sacrificar a su hijo, Isaac fue contado por Dios como si ya hubiera sido matado: “Y Abraham estiró su mano y tomó el cuchillo para matar a su hijo. Y el ángel del SEÑOR lo llamó desde los cielos y dijo, “¡Abraham! ¡Abraham!” Y él dijo, “Aquí estoy.” Y Él dijo, “No coloques tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada, porque ahora sé que temes a Dios, viendo que no has retenido a tu hijo, tu único hijo, de Mi”” (Génesis 22:10-12).
A diferencia de Isaac, quien fue salvado de la muerte real, Jesucristo derramó Su sangre y murió en la cruz: “Pero el resto dijo, “¡Déjenlo solo! Veamos si Elías viene a salvarlo.” Luego otro tomó una lanza y la clavó en Su costado, y salió agua y sangre. Y tras gritar de nuevo con una fuerte voz, Jesús entregó Su espíritu” (Mateo 27:49-50). Para evidencia textual la cual respalda este registro, ver Apéndice W.
Mientras que Isaac fue matado y resucitado simbólicamente, Jesucristo murió realmente y fue resucitado de la tumba milagrosamente por el poder de Dios: “Pero el ángel respondió y dijo a las mujeres, “No tengan miedo; porque sé que están buscando a Jesús, Quien fue crucificado. Él no está aquí; porque ha resucitado, como Él dijo” (Mateo 28:5-6).
Cuando Abraham le dijo a Isaac que Dios Mismo proveería un cordero para el sacrificio, Isaac había creído. Ya que ellos confiaban en Dios, Él milagrosamente proveyó un sacrificio sustituto en lugar de Isaac: “Y Abraham levantó sus ojos y miró. Y, he aquí, detrás de él un carnero estaba enredado en un matorral por sus cuernos. Y Abraham fue y tomó el carnero y lo ofreció como holocausto en lugar de su hijo” (Génesis 22:13).
El carnero mismo era un tipo de Jesucristo, el Cordero de Dios, Quien fue sacrificado por los pecadores: “He aquí el Cordero de Dios, Quien quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Como el carnero que fue sacrificado en lugar de Isaac, Jesucristo se vuelve el sacrificio sustituto por nuestros pecados cuando somos sepultados simbólicamente con Él en el bautismo. Somos resucitados simbólicamente de la tumba del bautismo para andar en novedad de vida por medio del poder del Espíritu Santo, con la promesa de vida eterna al retorno de Jesucristo (Romanos 6:4-9;8-11-17).
Los eventos que sucedieron en la vida de Isaac, el hijo de Abraham fueron solamente un tipo imperfecto de los eventos que más adelante fueron cumplidos por Jesucristo, la Semilla prometida. Como el Primogénito de los muertos, Él está cumpliendo la promesa de bendiciones para todas las naciones, al ofrecer el regalo de la vida eterna por medio de la fe.
El cumplimiento dual de las promesas a Abraham
Los eventos paralelos que están revelados en el Antiguo y en el Nuevo Testamento muestran como las promesas de Dios primero fueron cumplidas por medio de la semilla física de Abraham y después por medio de la Semilla espiritual. El juramento irrevocable que Dios le dio a Abraham claramente muestra la dualidad de las promesas: “Y el ángel del SEÑOR llamó a Abraham desde el cielo la segunda vez, y dijo, “ ‘Por Mí mismo he jurado,’ dice el SEÑOR, ‘porque has hecho esta cosa, y no has retenido a tu hijo, tu único hijo; que en bendición Yo te bendeciré, y en multiplicación Yo multiplicaré tu semilla como las estrellas de los cielos [la semilla espiritual], y como la arena la cual está sobre la orilla del mar [semilla física]. Y tu semilla poseerá la puerta de sus enemigos. Y EN TU SEMILLA [Jesucristo, la Semilla prometida] serán benditas todas las naciones de la tierra, porque has obedecido Mi voz’ ”” (Génesis 22:15-18).
La Semilla prometida a través de Quien llegarían bendiciones a todas las naciones no era Isaac ni sus descendientes, sino Jesucristo: “Ahora, para Abraham y para su Semilla fueron habladas las promesas. Él no dice, “y para tus semillas,” como de muchas; sino como de una, “y para tu Semilla,” la cual es Cristo” (Gálatas 3:16).
El apóstol Pablo muestra la importancia del juramento irrevocable a aquellos que se convierten en los hijos de Abraham por medio de la fe en Jesucristo: “Porque Dios, después de prometerle a Abraham, juró por Sí mismo, dado que no podía jurar por nadie más grande, diciendo, “Ciertamente en bendición te bendeciré, y en multiplicación te multiplicaré.” Ahora, después de él [Abraham] haber soportado pacientemente, obtuvo la promesa. Porque ciertamente, los hombres juran por el más grande, y confirmación con un juramento pone fin a todas las disputas entre ellos. En esta forma Dios, deseando mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la naturaleza inmutable de Su propio propósito, lo confirmó con un juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales era imposible para Dios mentir, nosotros quienes hemos huido por refugio pudiéramos tener fuerte ánimo para echar mano de la esperanza que ha sido colocada delante nuestro; tal esperanza tenemos como un ancla del alma, segura y firme, y la cual entra en el santuario dentro del velo; donde Jesús ha entrado por nosotros como un precursor, habiendo llegado a ser un Sumo Sacerdote para siempre de acuerdo al orden de Melquisedec” (Hebreos 6:13-20).
Para cumplir Su promesa a Abraham de una semilla espiritual, Dios el Padre ofreció a Su único Hijo engredado como sacrificio por los pecados del mundo: “Quien [Dios] no escatimó incluso a Su propio Hijo, sino que renunció a Él por todos nosotros,…” (Romanos 8:32). Por medio de la sangre de Jesucristo, la cual es la sangre del Nuevo Pacto, el regalo de la vida eterna ahora está siendo ofrecido a todos los que Dios llama de todas las naciones. El cumplimiento de esta promesa es la razón misma para la observancia anual de la Pascua cristiana.
La promesa de la vida eterna a través de Jesucristo, el Autor del Nuevo Pacto, es inmensurablemente más grandiosa que cualquier bendición que fue ofrecida bajo el Antiguo Pacto con Israel. En el Capítulo Veinticuatro, aprenderemos más acerca de la superioridad del Nuevo Pacto.