CAPÍTULO VEINTIUNO

(Tomado del libro “La pascua Cristiana”)

 

EL PACTO DE DIOS CON ABRAHAM—EL FUNDAMENTO DE LA PASCUA

 

Por

Fred Coulter

www.laverdaddedios.org

       

          Muy pocos entienden que tanto la Pascua del Antiguo Pacto, como la Pascua del Nuevo Pacto están fundadas en las promesas del pacto que Dios hizo con Abraham. Estas promesas son duales por naturaleza, teniendo tanto un cumplimiento físico como un cumplimiento espiritual. En este capítulo examinaremos el pacto de Dios con Abraham y aprenderemos cómo Dios comenzó a cumplir Sus promesas a Abraham por medio de la Pascua, el éxodo y el establecimiento del Antiguo Pacto con los hijos de Israel. Como veremos, el tiempo de estos eventos fue planificado por Dios más de 400 años antes.

 

Dios promete bendecir a Abraham

          Las primeras promesas que Dios le dio a Abraham están registradas en Génesis 12. Noten que estas promesas estaban acompañadas de un mandato específico: “Y el SEÑOR dijo a Abram, “Sal de tu país, y de tu parentela, y de la casa de tu padre a una tierra que te mostraré. Y haré de ti una gran nación. Y te bendeciré y haré tu nombre grande. Y serás una bendición. Y bendeciré a aquellos que te bendigan y maldeciré al que te maldiga. Y en ti todas las familias de la tierra serán benditas” (versos 1-3).

          Abram, quien más tarde fue llamado Abraham, debía cumplir las condiciones que Dios había puesto para poder recibir estas promesas. Las Escrituras registran que Abraham obedeció a Dios y dejó a su parentela, quienes estaban morando en la ciudad de Harán: “Entonces Abram partió, incluso como el SEÑOR le había hablado. Y Lot fue con él. Y Abram tenía setenta y cinco años cuando partió de Harán” (verso 4). Abraham obedeció a Dios en fe de que Él cumpliría las promesas que le había dado. Estas promesas formaron la base para los pactos que Dios estableció con Abraham y sus descendientes.

Las cuatro promesas del Pacto

          Diez años después de hacer estas promesas, Dios se le volvió a aparecer a Abraham. En este tiempo, Dios le dio a Abraham promesas adicionales, las cuales Él confirmó al establecer un pacto. En Génesis 15, encontramos un registro detallado del pacto que Dios hizo con Abraham. Este pacto es el fundamento del Antiguo Pacto, el cual fue establecido con la simiente física de Abraham, y del Nuevo Pacto, el cual es establecido con la simiente espiritual de Abraham.

          Muchos quienes leen el registro en Génesis 15, ven solamente los aspectos físicos del pacto de Dios con Abraham. Ven este pacto estrictamente como un pacto nacional y creen que fue establecido exclusivamente para los descendientes físicos de Abraham a través de Isaac. Mientras examinamos el registro Escritural de este pacto, veremos que se aplica no solamente a la simiente física de Abraham, sino también a aquellos que se vuelven la simiente espiritual de Abraham por medio de la fe en Jesucristo.

          El registro comienza con la promesa de Dios de que le nacería un hijo a Abraham: “Después de estas cosas la Palabra del SEÑOR vino a Abram en una visión, diciendo, “No temas, Abram, Yo soy tu escudo y tu recompensa será excesivamente grande.” Y Abram dijo, “Señor DIOS. ¿Qué me darás ya que ando sin hijo, y el heredero de mi casa es este Eliezer de Damasco?” Y Abram dijo, “He aquí, Tú no me has dado descendencia; y he aquí, uno nacido en mi casa es mi heredero.”

          “Y he aquí, la Palabra del SEÑOR vino a él diciendo, “Este hombre no será tu heredero; sino el que saldrá de tus propios lomos será tu heredero” (Génesis 15:1-4). Esta promesa fue cumplida primero por el nacimiento de Isaac y más adelante por el nacimiento de Jesucristo, Quien era un descendiente de Judá, nieto de Isaac. El Nuevo Testamento revela que Jesucristo es la verdadera Simiente de Abraham y el Heredero de las promesas: “Ahora, para Abraham y para su Semilla fueron habladas las promesas. Él no dice, “y para tus semillas,” como de muchas; sino como de una, “y para tu Semilla,” la cual es Cristo” (Gálatas 3:16).

          La promesa de Dios de darle un hijo a Abraham fue seguida por una segunda promesa. Las palabras que Dios habló revelan que las promesas fueron dadas después de que el sol se había puesto y había llegado la oscuridad de la noche. Noten: “Y lo llevó afuera, y dijo, “Mira ahora hacia los cielos y cuenta las estrellas—si eres capaz de contarlas.” Y le dijo, “Así será tu descendencia” (verso 5). Como muestra el Nuevo Testamento, estas palabras de Dios no se refieren a los descendientes físicos de Abraham sino a aquellos que se convertirían en los hijos espirituales de Abraham por medio de la fe en Jesucristo: “Por causa de esto, ustedes deberían entender que aquellos que son de fe son los verdaderos hijos de Abraham” (Gálatas 3:7). Los verdaderos hijos de Abraham no son contados por su linaje físico. Son una nación espiritual, compuesta por individuos de cada raza, y cada genealogía que siguen en la fe de Abraham (versos 8, 14). Al regreso de Jesucristo, serán resucitados a vida eterna como seres espirituales glorificados y brillarán como las estrellas por siempre (Daniel 12:3, Mateo 13:43, I Corintios 15:40-44).

          El registro en Génesis 15 muestra que Abraham recibió las promesas con completa fe de que Dios las cumpliría: “Y creyó en el SEÑOR. Y Él se lo contó por justicia. Y Él le dijo, “Yo soy el SEÑOR que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte esta tierra para heredarla”” (versos 6-7).

          Cuando entendemos el significado completo del registro Escritural, está claro que hay cuatro promesas específicas:

1.     Promesa de simiente física

2.     Promesa de simiente espiritual

3.     Promesa de tierra física

4.     Promesa de un reino de Dios espiritual

          La primera promesa fue cumplida a través del nacimiento de Isaac el hijo de Abraham, y la segunda promesa a través del nacimiento de Jesucristo. La tercera promesa fue cumplida por medio del pacto que Dios estableció con la nación física de Israel, llamado el Antiguo Pacto. La cuarta promesa es cumplida por medio del Nuevo Pacto, el cual Jesucristo ha establecido con Su Iglesia.

Las promesas llevan a la justicia por medio de la fe

          Las Escrituras claramente registran que cuando Abraham recibió las promesas, “creyó en el SEÑOR. Y Él se lo contó por justicia” (Génesis 15:6). Es importante entender que cuando Dios le imputó esta justicia a Abraham, Él no le requirió que estuviera circuncidado. Abraham no fue circuncidado sino hasta 14 años después de que había recibido las promesas. Dios le dio a Abraham las promesas antes de que fuera circuncidado para que él se convirtiera en el padre no solamente de la simiente física, sino también de la simiente espiritual. La simiente física recibiría su herencia en la tierra prometida a través de la circuncisión de la carne y la obediencia a los requerimientos de la ley. La simiente espiritual recibiría una herencia eterna en el reino de Dios por medio de la fe y la circuncisión del corazón.

          En Su gran amor y misericordia, Dios no limitó Sus promesas a los descendientes físicos de Abraham, sino que hizo provisión para que las recibieran todas las naciones—no por medio de la circuncisión y las obras de ley, sino a través de la justicia de la fe. Por medio de la fe, Abraham fue contado como justo siendo incircunciso. Al imputarle esta justicia a Abraham, Dios planificó para el tiempo en que Él establecería el Nuevo Pacto a través de Jesucristo, el cual habilitaría que los gentiles fueran justificados por la fe sin el requisito de la circuncisión física. Las palabras de Pablo muestran claramente que la justificación viene a través de la fe y no por medio de la circuncisión de la carne: “¿Qué diremos entonces que nuestro padre Abraham ha hallado con respecto a la carne? Porque si Abraham fue justificado por obras, él tiene una base para jactarse, pero no delante de Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? “Y Abraham le creyó a Dios, y le fue imputado por justicia”Ahora entonces, ¿viene esta bienaventuranza sobre la circuncisión solamente, o también sobre la incircuncisión? Porque estamos diciendo que la fe le fue imputada a Abraham por justicia. ¿En qué condición por tanto le fue imputada? ¿Cuándo él estuvo en circuncisión o en incircuncisión? No en circuncisión, sino en incircuncisión” (Romanos 4:1-3, 9-10).

          Abraham fue justificado por fe y vivió en justicia delante Dios por 14 años antes de ser circuncidado. Cuando tenía 99 años, él recibió el mandato de ser circuncidado. La circuncisión de su carne fue una muestra del pacto que Dios había hecho con él, y una señal externa de su fe en que Dios cumpliría las promesas. Ya que la fe de Abraham precedió su circuncisión, él se convirtió en el padre de todos los que creen, tanto de la circuncisión como de la incircuncisión: “Y después él recibió la señal de circuncisión, como un sello de la justicia de la fe que él tuvo en la condición de incircuncisión, para que pudiera llegar a ser el padre de todos aquellos quienes creen, aunque no hayan sido circuncidados, para que la justicia de fe también pudiera ser imputada a ellos; y que él pudiera llegar a ser el padre de la circuncisión—no para aquellos quienes son de la circuncisión solamente, sino también para aquellos quienes caminan en los pasos de la fe de nuestro padre Abraham, la cual él tuvo durante su incircuncisión.Por esta razón es de fe, para que pudiera ser por gracia, a fin de que la promesa pudiera ser segura a toda la semilla—no solamente a aquel que es de la ley, sino también al que es de la fe de Abraham, quien es el padre de todos nosotros” (Romanos 4:11-12, 16).

          La justicia que le fue imputada a Abraham mientras él era incircunciso, puso el fundamento para la salvación por medio del Nuevo Pacto. Los escritos de Pablo claramente muestran que aquellos que entran en el Nuevo Pacto por medio de la fe de Jesucristo no tienen que estar circuncidados físicamente para poder ser justificados de sus pecados y recibir salvación. Más bien, están circuncidados espiritualmente por medio de la circuncisión de Jesucristo (Colosenses 2:11). Por medio de la circuncisión del corazón, se vuelven participes de la justicia de Jesucristo y son contados como dignos de entrar en el Nuevo Pacto y de participar en su renovación cada año en la Pascua cristiana.

          El Nuevo Testamento deja absolutamente claro que la justicia viene solamente por medio de la fe en Jesucristo, la simiente prometida de Abraham (Gálatas 3:16, 22). Nacido de la tribu de Judá, Él era un descendiente físico de Abraham. Resucitado y glorificado, Él se convirtió en el primer descendiente espiritual de Abraham. De acuerdo a la promesa de Dios, una cantidad innumerable de descendientes espirituales se agregarán durante el cumplimiento de Su plan. Como los hijos de Abraham a través de la fe, se les otorgará una herencia en el reino de Dios, compartiendo Su gloria y brillando como las estrellas por siempre (Daniel 12).

Las promesas son confirmadas por un Pacto

          Abraham había estado morando en la tierra de Canaán por 10 años cuando él recibió las promesas. Aunque le creyó a Dios, él quería saber cómo y cuándo Dios cumpliría Sus promesas: “Y él dijo, “Señor DIOS, ¿cómo sabré que la heredaré?” (Génesis 15:8). A la mañana siguiente Dios habló con él y le instruyó que preparara un sacrificio. Este era un sacrificio especial por el cual Dios establecería un pacto unilateral con Abraham. Dado que Dios ratificaría Sus promesas al pasar por el medio de este sacrificio, era necesario dividir los animales de la cabeza a la cola y hacer un camino entre las dos mitades: “Y Él le dijo a él, “Tómame una novilla de tres años de edad, y una cabra de tres años de edad, y un carnero de tres años de edad, y una tórtola, y una paloma joven.” Y él tomó todos estos para sí mismo, y los dividió por la mitad, y colocó cada pieza opuesta a la otra, pero no dividió las aves” (Génesis 15:9-10).

          Este era un sacrificio único, totalmente diferente de los sacrificios que Dios más adelante les dio a Israel para las ofrendas del tabernáculo. Este sacrificio no tenía altar, ni madera, ni carbón para prender la madera. En cambio, Abraham tenía que dividir los animales por la mitad y colocarlos en el suelo, poniendo las dos mitades de cada animal al lado del otro con un camino en el medio. Este sacrificio estaba preparado en conformidad con los requisitos de la ley del pacto.

El sacrificio del Pacto era un Pacto maldiciente

          De acuerdo a la ley del pacto, un pacto no se vuelve válido hasta que ha sido sellado con un sacrificio de sangre. Los cadáveres sangrientos de los animales del sacrificio representan la muerte simbólica del que confirmaba el pacto. Al pasar entre estos cadáveres, el que está ratificando el pacto está jurando con juramento que, si falla en realizar los términos del pacto, él morirá, y su sangre será derramada en el suelo de la misma forma que los animales del sacrificio del pacto. Una vez ratificado por este juramento maldiciente, los términos del pacto no pueden ser cambiados—ya sea agregarles o quitarles.

          En el libro de Jeremías, encontramos un ejemplo del poder coercitivo de un pacto que ha sido ratificado por un juramento maldiciente. Cuando los hombres de Judá rompieron el pacto que habían hecho de liberar a sus siervos judíos, el juramento maldiciente fue ejecutado por Dios. Examinemos este registro: “La palabra que vino a Jeremías del SEÑOR, después que el rey Sedequías había hecho un pacto con todo el pueblo en Jerusalén, para proclamarles libertad, que cada hombre debería dejar a su siervo, y cada hombre a su sierva—si fuera un hebreo o una hebrea—ir libres, que ninguno debería esclavizar a un judío, su hermano entre ellos. Y todos los gobernadores obedecieron, y todo el pueblo quienes habían entrado en el pacto les permitieron ir libres, cada hombre a su siervo, y cada hombre a su sierva, de modo que ninguno debería ser más esclavizado entre ellos; y obedecieron y los dejaron ir. Pero después cambiaron [se retractaron de su palabra] y tomaron a los siervos y siervas a quienes habían liberado y los esclavizaron de nuevo como siervos y siervas” (Jeremías 34:8-11).

          Está claro que el pueblo de Judá había hecho un pacto con Dios para dejar ir libres a sus hermanos hebreos esclavos. Habían acordado no mantenerlos en esclavitud. Al hacer este pacto, se habían atado a sí mismos por un juramento maldiciente. Al caminar entre las mitades del sacrificio del pacto, habían prometido que, si rompían los términos del pacto, sufrirían la pena de muerte.

          Cuando le dieron la espalda a este pacto al esclavizar a sus hermanos de nuevo, Dios envió al profeta Jeremías para anunciar que la promesa maldiciente que habían tomado estaba tomando efecto: “Entonces la Palabra del SEÑOR vino a Jeremías del SEÑOR, diciendo,Y daré a los hombres quienes han pecado contra Mi pacto, quienes no han hecho las palabras del pacto el cual hicieron delante de Mi CUANDO DIVIDIERON EL BECERRO EN DOS Y PASARON ENTRE SUS PARTES; los gobernadores de Judá, y los gobernadores de Jerusalén, los oficiales, y los sacerdotes, y todo el pueblo de la tierra quienes pasaron entre las partes del becerro; Yo incluso los daré en la mano de sus enemigos, y a la mano de aquellos quienes buscan sus vidas. Y sus cuerpos muertos serán por comida a las aves del cielo y a las bestias de la tierra” (versos 12, 18-20).

          Este registro en el libro de Jeremías muestra que cuando un pacto ha sido ratificado por un juramento maldiciente, los términos del pacto son coercitivos e irrevocables. El pacto por el pueblo de Judá era obligatorio porque había sido ratificado por un sacrificio de sangre. El pueblo, incluyendo a los príncipes y los sacerdotes, habían prometido sus vidas al pasar entre las partes de un becerro. Cuando quebraron el pacto que habían hecho ante Dios, Él requirió sus vidas.

          A diferencia del pacto que registra Jeremías, el pacto que Dios estableció con Abraham no requería que él participara en un juramento maldiciente. Cuando examinamos el registro en Génesis 15, está claro que sólo Dios Mismo pasó entre las partes de los animales del sacrificio. Continuemos con el registro.

Dios entra en pacto con Abraham

          Para el tiempo que Abraham había terminado de preparar el sacrificio del pacto, era tarde durante el día. Noten: “Y cuando las aves de presa bajaban sobre los cadáveres de los animales, Abram las ahuyentaba. Y sucedió, mientras el sol estaba bajando, que un profundo sueño cayó sobre Abram. Y he aquí, ¡un horror de gran oscuridad cayó sobre él! Y Él dijo a Abram, “Debes ciertamente saber que tu descendencia será peregrina en una tierra que no es de ellos, (y les servirán…” (Génesis 15:11-13).

          Mucho antes del nacimiento de Isaac el hijo de Abraham, Dios reveló que los hijos que nacerían de su linaje serían esclavizados por una nación extranjera. No recibirían su herencia hasta mucho después de que Abraham hubiese muerto: “…(y les servirán y los afligirán) cuatrocientos años. Y también juzgaré a esa nación a quien ellos servirán. Y después saldrán con gran sustancia. Y tú irás a tus padres en paz. Serás sepultado en buena vejez. Pero en la cuarta generación ellos vendrán de nuevo aquí, porque la iniquidad de los Amorreos no está aún completa”” (versos 13-16).

          Después de profetizar estos eventos, Dios se comprometió a Sí mismo a cumplirlos al entrar en pacto con Abraham. Noten el marco de tiempo: “Y sucedió—cuando el sol bajó [empezando el siguiente día] y era oscuro—he aquí, un horno humeante y una lámpara ardiente pasó por entre aquellas piezas” (verso 17).

          Después de que el sol había bajado, solo Dios pasó entre las partes de los animales del sacrificio, revelando Su presencia por el horno humeante y la antorcha ardiente. Al pasar entre las mitades, Dios estableció un pacto unilateral con Abraham y lo hizo irrevocable. Noten: “En el mismo día el SEÑOR hizo un pacto con Abram, diciendo, “Yo he dado esta tierra a tu descendencia, desde el río de Egipto hasta el gran río, el río Éufrates, la tierra de los cineos, y los cenezeos, y los cadmoneos, y los hititas, y los fereceos, y los refaítas, y los amorreos, y los cananitas, y los gergeseos, y los jebuseos”” (versos 18-21).

          Al leer el registro completo en Génesis 15, está claro que el desarrollo del pacto se llevó a cabo durante dos días consecutivos. Cuando Dios habló con Abraham por primera vez, era de noche porque se podían ver las estrellas (verso 5). En la mañana, Dios le dio instrucciones a Abraham para preparar el sacrificio del pacto. Abraham preparó el sacrificio ese mismo día. Sabemos que él realizó las preparaciones mientras el sol seguía elevado porque las aves de presa seguían volando e intentando aterrizar sobre el sacrificio (verso 11). El siguiente verso registra el final del día: “Y sucedió, mientras el sol estaba bajando, que un profundo sueño cayó sobre Abram” (verso 12). Después de que el sol había descendido, Dios se le apareció a Abraham y estableció el pacto (verso 18).

          Hay gran significado en el hecho de que el pacto fue establecido en un periodo de dos días, con las promesas siendo dadas en el primer día y el pacto siendo ratificado en la segunda noche. El tiempo de estos eventos tiene un paralelo exacto en la cronología de la Pascua y el éxodo, los cuales fueron los primeros hechos en el cumplimiento de las promesas de Dios para la simiente física—los descendientes de Abraham por medio de Isaac y Jacob.

 

Dios cumple las promesas para la simiente física

          Dios le había prometido a Abraham que la tierra le sería entregada a sus descendientes en la cuarta generación. En ese tiempo, los descendientes de Abraham se numeraban en los millones. Llevaban el nombre Israel, el cual era el nombre que Dios le había dado a su ancestro Jacob. Los hijos de Israel estaban morando en la tierra de Egipto, sufriendo bajo cautiverio cruel como esclavos. Dios escuchó sus gritos de angustia y envió a Moisés a anunciar que Él los liberaría del cautiverio de Egipto y los traería a la tierra prometida. Noten como le habló Dios a Moisés en el arbusto en llamas: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob” (Éxodo 3:6).

          Dios se le reveló a Moisés como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob—los ancestros de los hijos de Israel—y le ordenó a Moisés que le hablara al pueblo en Su nombre: “Ve, y reúne a los ancianos de Israel y diles, ‘El SEÑOR Dios de sus padres se me ha aparecido, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, diciendo, “Ciertamente los he visitado y he observado lo que es hecho a ustedes en Egipto. Y he dicho, ‘Yo los sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra de los cananeos y los heteos y los amorreos y los ferezeos y los heveos y los jebuseos, a una tierra fluyendo con leche y miel’ ” ’” (Éxodo 3:16-17).

          Noten de nuevo las palabras que habló Dios cuando Él estableció el pacto: “Y Él [Dios] dijo a Abram, “Debes ciertamente saber que tu descendencia será peregrina en una tierra que no es de ellos, (y les servirán y los afligirán) cuatrocientos años. Y también juzgaré a esa nación a quien ellos servirán.…” (Génesis 15:13-14). Esta promesa de juicio tiene su cumplimiento final en la noche de la Pascua, el día 14 del primer mes cuando Dios ejecutó Su juicio final contra Egipto: “…Es la Pascua del SEÑOR, porque pasaré a través de la tierra de Egipto esta noche, y heriré a todos los primogénitos en la tierra de Egipto, hombre y bestia. Y EJECUTARÉ JUICIO contra todos los dioses de Egipto. Yo soy el SEÑOR. Y la sangre será para ustedes una señal sobre las casas donde estén. Y cuando Yo vea la sangre, pasaré sobre ustedes. Y la plaga no será sobre ustedes para destruirlos cuando hiera la tierra de Egipto” (Éxodo 12:11-13).

          La liberación de Israel fue iniciada con la matanza de los corderos de la Pascua al principio del día 14 del primer mes entre el ocaso y la oscuridad. Cuando llegó la medianoche, Dios ejecutó Su juicio contra todos los primogénitos de Egipto, tanto de hombre como de bestia, y contra todos los dioses de Egipto. Pero Él pasó sobre las casas de los hijos de Israel, salvando a sus primogénitos. Los hijos de Israel estaban bajo la protección de la sangre del sacrificio de la Pascua, la cual había sido colocada en los postes de los costados y los dinteles de las puertas de sus casas.

          Noten lo que Dios le dijo a Abraham que Él haría por sus descendientes después de que había juzgado a sus opresores: “…Y después saldrán con gran sustancia.” (Génesis 15:14). ¿Cuándo salieron los hijos de Israel con gran sustancia? Las Escrituras registran que empezaron su éxodo de Egipto el día 15 del primer mes, el día después de la Pascua. El registro en el libro de Éxodo muestra que salieron con gran sustancia, como Dios había prometido: “Y los hijos de Israel hicieron de acuerdo a la palabra de Moisés. Y pidieron artículos de plata, y artículos de oro, y vestidos de los egipcios. Y el SEÑOR dio al pueblo favor a la vista de los egipcios, y ellos concedieron su requerimiento, y despojaron a los egipcios” (Éxodo 12:35-36).

          En la mañana del día de la Pascua, el día 14 del primer mes, los hijos de Israel dejaron sus casas y juntaron gran despojo de los egipcios antes de reunirse en Ramsés para el éxodo. Se fueron de Ramsés con su despojo, mientras el sol se estaba metiendo, terminando el 14 y comenzando el 15. Viajaron toda esa noche bajo una luna llena con el pilar de fuego para guiarlos. Aquí está el registro de su partida: “Y los hijos de Israel viajaron desde Ramesés hasta Sucot, los hombres siendo alrededor de seiscientos mil a pie, además de los pequeños.Ahora, el peregrinaje de los hijos de Israel en Egipto fue cuatrocientos treinta años, y sucedió al final de los cuatrocientos treinta años, FUE INCLUSO EN ESE MISMÍSIMO DÍA, que todos los ejércitos del SEÑOR salieron de la tierra de Egipto. Es una noche para ser muy observada al SEÑOR por sacarlos de la tierra de Egipto.…” (Éxodo 12:37, 40-42).

          Noten la frase “ese mismísimo día.” Esta frase se refiere a un día especifico exactamente 430 años antes del éxodo. ¿Qué día era ese? Las Escrituras revelan que era el día que Dios estableció Su pacto con Abraham. En ese día, Dios prometió que Él sacaría a sus descendientes de la esclavitud con gran sustancia. Las palabras del apóstol Pablo claramente vinculan los 430 años con el pacto de Dios con Abraham: “Ahora digo esto, que el pacto ratificado de antemano por Dios a Cristo [el verdadero Heredero de Abraham] no puede ser anulado por la ley [los requisitos físicos del Antiguo Pacto], la cual fue dada cuatrocientos treinta años más tarde, como para hacer la promesa inefectiva” (Gálatas 3:17).

          Como muestra Pablo, Dios estableció Su pacto con Abraham 430 años antes del Antiguo Pacto, el cual Él estableció con los hijos de Israel después de sacarlos de Egipto. El registro de su éxodo muestra que ellos empezaron a salir de Egipto en el mismo día que Dios hizo el pacto con Abraham. 430 años después, EN “EL MISMÍSIMO DÍA” QUE DIOS PACTÓ CON ABRAHAM, DIOS SACÓ DE EGIPTO A LOS HIJOS DE ISRAEL.

          Las Escrituras claramente ubican el día 15 del primer mes como el día que Dios estableció Su pacto con Abraham. En el día 15 del primer mes, Dios pasó entre las partes del sacrificio del pacto. Las promesas, las cuales le fueron entregadas a Abraham el día anterior, fueron pronunciadas por Dios en la noche del 14. En la mañana del 14, Dios le dio instrucciones a Abraham para el sacrificio del pacto, y Abraham preparó los animales en el mismo día. Después de que el sol se había puesto y había comenzado el 15, Dios caminó entre las partes. En ese mismísimo día—430 años mas tarde—Él cumplió esta parte del pacto al sacar de Egipto a los hijos de Israel.

          Después de 6 días de viaje, llegaron al Mar Rojo, donde el faraón y su ejército los alcanzaron. Parecía que los egipcios capturarían a los hijos de Israel y los volverían a llevar en cautiverio. Pero Dios intervino con un poderoso milagro divino, y los hijos de Israel cruzaron el Mar Rojo en tierra seca. Todos los carros, los jinetes y soldados del faraón siguieron a los hijos de Israel al mar y fueron destruidos cuando Dios restauró las aguas (Éxodo 14:15-30).

          Después de 7 semanas de viaje, los hijos de Israel llegaron al Monte Sinaí. Ahí Dios entregó las palabras del Antiguo Pacto, personalmente hablando los Diez Mandamientos en una asombrosa demostración desde la cima del Monte Sinaí, en el día de Pentecostés (Éxodo 19-20). Después Él le dio a Moisés todos los estatutos, juicios y ordenanzas del Antiguo Pacto (Éxodo 21-23). En el día después de Pentecostés, el pacto fue ratificado por todo el pueblo y sellado con la sangre de bueyes: “Y Moisés vino y le dijo a la gente todas las palabras del SEÑOR, y todos los juicios. Y toda la gente respondió con una sola voz y dijo, “Todas las palabras las cuales el SEÑOR ha dicho, haremos.”

          “Y Moisés escribió todas las palabras del SEÑOR, y se levantó temprano en la mañana, y construyó un altar en la base de la montaña y doce pilares de acuerdo a las doce tribus de Israel. Y envió hombres jóvenes de los hijos de Israel quienes ofrecieron ofrendas quemadas, y sacrificaron ofrendas de paz de bueyes al SEÑOR. Y Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la mitad de la sangre la roció sobre el altar. Y tomó el libro del pacto [el cual contenía todos los requisitos del pacto], y leyó a los oídos de la gente. Y ellos dijeron, “Todo lo que el SEÑOR ha dicho haremos, y seremos obedientes.” Y Moisés tomó la sangre y la roció sobre la gente, y dijo, “He aquí la sangre del pacto, el cual el SEÑOR ha hecho con ustedes concerniente a todas estas palabras”” (Éxodo 24:3-8).

          Noten que el Antiguo Pacto fue ratificado al esparcir la sangre del sacrificio del pacto sobre el pueblo. Dado que el número de las personas era tan grande, Dios no requería que ellos pasaran entre las piezas de los animales del sacrificio. A diferencia de otros sacrificios del pacto, los animales no eran ofrecidos en el suelo y su sangre no se derramaba sobre el suelo. En vez de ello, los animales fueron ofrecidos en un altar hecho de piedras enteras (Éxodo 20:25), y su sangre fue recolectada en tazones. La mitad de la sangre fue lanzada contra el altar, y la otra mitad fue esparcida sobre el pueblo para ratificar el pacto: “Y ellos dijeron, “Todo lo que el SEÑOR ha dicho haremos, y seremos obedientes.” Y Moisés tomó la sangre y la roció sobre la gente, y dijo, “He aquí la sangre del pacto, el cual el SEÑOR ha hecho con ustedes concerniente a todas estas palabras”” (Éxodo 24:7-8). El esparcimiento de la sangre hizo el pacto tan obligatorio como si el pueblo hubiese pasado entre las partes.

          Después de que los hijos de Israel habían ratificado el pacto, prometiendo obedecer todos los mandatos de Dios, Dios los llevó a la tierra prometida. Pero cuando llegaron, se negaron a entrar porque temieron al pueblo de la tierra. No creyeron que Dios era capaz de salvarlos de sus enemigos. Por este terrible pecado, fueron sentenciados a vagar 40 años en el desierto. Todos aquellos mayores de 20 murieron en el desierto como castigo por su desobediencia e incredulidad.

          Al final de los 40 años, cuando los hijos de Israel estaban listos para entrar a la tierra prometida, Moisés les recordó la razón por la que Dios los había traído a la tierra: “Porque ustedes son un pueblo Santo para el SEÑOR su Dios. El SEÑOR su Dios los ha escogido para ser un pueblo especial para Él mismo por encima de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. El SEÑOR no colocó Su amor sobre ustedes ni los escogió porque fueran más en número que cualquier pueblo, porque ustedes eran los más pocos de todos los pueblos. Sino porque el SEÑOR los amó y porque guardaría el juramento que había jurado a sus padres, el SEÑOR los ha sacado con una mano poderosa y redimido fuera de la casa de esclavitud de la mano de Faraón rey de Egipto.

          “Por tanto, sepan que el SEÑOR su Dios, Él es Dios, el Dios fiel Quien guarda el pacto y misericordia con aquellos que Lo aman y guardan Sus mandamientos, hasta  mil generaciones. Y Él repaga a aquellos quienes Lo odian a su cara, para destruirlos. Él no será lento para repagar a quien lo odia. Él le pagará a su cara.

          “Ustedes por tanto guardarán los mandamientos y los estatutos y los juicios los cuales les mando hoy para hacerlos. Y sucederá, si ustedes escuchan estos juicios para guardarlos y practicarlos, entonces el SEÑOR su Dios guardará con ustedes EL PACTO y la misericordia la cual JURÓ A SUS PADRES. Y los amará y bendecirá y multiplicará. Él también bendecirá el fruto de su vientre, y el fruto de su tierra, su grano, y su vino, y su aceite, el incremento de su ganado y los rebaños de sus ovejas, en la tierra la cual juró a sus padres darles” (Deuteronomio 7:6-13).

          Todo lo que Dios hizo por Israel—el pacto que hizo con ellos y la tierra que les dio—era un cumplimiento de Sus promesas incondicionales a Abraham, las cuales fueron confirmadas por un pacto y traspasadas a Isaac y a Jacob, porque Abraham le creyó y obedeció a Dios.

Israel recibe la tierra prometida en el mismísimo día

          Cuando Dios pactó con Abraham en el día 15 del primer mes, Él prometió darles a sus descendientes la tierra donde él [Abram] había estado residiendo. Noten: “En el mismo día el SEÑOR hizo un pacto con Abram, diciendo, “Yo he dado esta tierra a tu descendencia, desde el río de Egipto hasta el gran río, el río Éufrates, la tierra de los cineos, y los cenezeos, y los cadmoneos, y los hititas, y los fereceos, y los refaítas, y los amorreos, y los cananitas, y los gergeseos, y los jebuseos”” (Génesis 15:18-21).

          Dios cumplió esta promesa en el mismísimo día que Él había establecido el pacto. Las Escrituras registran que los hijos de Israel cruzaron el río Jordán y entraron a la tierra prometida antes de guardar la Pascua en el día 14 del primer mes. Al siguiente día, el día 15 del primer mes, oficialmente tomaron posesión de la tierra al comer de la cosecha. Aquí está el registro en el libro de Josué: “Y los hijos de Israel acamparon en Gilgal y guardaron la Pascua en el catorceavo día del mes en la noche [inmediatamente después del ocaso del 13] en los llanos de Jericó. Y comieron del grano viejo de la tierra al siguiente día después de la Pascua [en el día 15 del primer mes, el primer día de la Fiesta de Panes sin Levadura], tortas sin levadura y grano nuevo tostado en el mismo día” (Josué 5:10-11). Para una exégesis de estos versos, ver Apéndice O.

          El hecho de que los hijos de Israel empezaron a comer del producto de la tierra, muestra que habían recibido oficialmente la tierra como su herencia. Durante sus 40 años de vagar en el desierto, Dios los había sustentado con maná del cielo. No habían cosechado ni grano para pan, ni uvas para vino. Cuando llegaron a la tierra prometida, Moisés entregó estas palabras de la boca de Dios: “Y los he guiado cuarenta años en el lugar desolado. Sus ropas no han envejecido sobre ustedes, y sus zapatos no han envejecido sobre sus pies. No han comido pan, ni han bebido vino o bebida fuerte, de modo que pudieran saber que Yo soy el SEÑOR su Dios” (Deuteronomio 29:5-6).

          Los 40 años de vagar, lo cual empezó con el éxodo de Egipto en el día 15 del primer mes, terminó en “el mismísimo día” cuando los hijos de Israel comieron la cosecha de la tierra prometida. Ya que ellos habían recibido su herencia, ya no necesitaban maná para sustentarlos: “Y el maná cesó al siguiente día después que ellos habían comido del grano de la tierra. Y no hubo más maná para los hijos de Israel, sino que comieron del fruto de la tierra de Canaán ese año” (Josué 5:12).

          Aunque los hijos de Israel habían entrado a la tierra prometida en el décimo día del mes, tenían prohibido comer de cualquier grano que crecía en la tierra hasta que hubieran cumplido el mandato de Dios para la ofrenda de la gavilla mecida. Noten: “Cuando hayan entrado a la tierra la cual Yo les doy, y hayan recogido la cosecha de ella, entonces traerán la primera gavilla de los primeros frutos de su cosecha al sacerdote.Y no comerán pan, ni grano tostado, ni espigas verdes hasta el mismo día, hasta que hayan traído una ofrenda a su Dios [la primera gavilla de las primicias, la cual era mecida durante la Fiesta de Panes sin Levadura en el día después del Sábado semanal]” (Levítico 23:10, 14).

          Dios les ordenó específicamente a los hijos de Israel que no comieran nada de pan ni de grano—ni fresco ni seco—hasta que hubieran llevado la primera gavilla de la cosecha del grano al sacerdote para ser mecida ante Él. Ya que las Escrituras registran que comieron del grano de la tierra en “el siguiente día después de la Pascua,” sabemos que el día 15 del primer mes no era solamente el primer día de la Fiesta de Panes sin Levadura, sino que también fue el Día de la Gavilla Mecida ese año. Ese día era “el mismísimo día” que había empezado el éxodo de Egipto, y “el mismísimo día” que Dios había caminado entre las partes del sacrificio, garantizándole Su promesa a Abraham con un pacto: “En el mismo día el SEÑOR hizo un pacto con Abram, diciendo, “Yo he dado esta tierra a tu descendencia…” (Génesis 15:18).

          Dios cumple todo en Su tiempo señalado. Él cumplió las promesas que le había dado a Abraham en el mismísimo día que Él había establecido el pacto—el día 15 del primer mes. 430 años mas tarde, el mismísimo día, los hijos de Israel salieron de Egipto, empezando su viaje a la tierra prometida. 40 años después de eso, en el mismísimo día, los hijos de Israel recibieron la tierra como herencia.

          Dios cumplió Su promesa de dar la tierra a los descendientes de Abraham de la cuarta generación. En el siguiente capítulo, veremos como las promesas que Dios le hizo a Abraham fueron traspasadas a sus descendientes de todas las generaciones.