Restaurando el
cristianismo original—¡para hoy!
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Fred R. Coulter
Ministro
Julio 17, 2018
Queridos hermanos,
Estamos haciendo un progreso en nuestra
serie de estudio sobre la epístola del apóstol Pablo a los Corintios; a la
fecha, vamos a través del capítulo 7. Ha sido asombroso ver las lecciones espirituales que podemos
aprender de los sufrimientos y tribulaciones de Pablo. La primera lección es
que, sin importar la severidad de nuestras circunstancias, debemos siempre
estar buscando a Dios por salvación y consuelo: “Bendito sea el
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de misericordias, y Dios de
todo consuelo;
Quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones, a
fin de que podamos ser capaces de consolar a aquellos quienes están en
cualquier prueba, a través del consuelo con el cual nosotros mismos somos
consolados por Dios.
“Porque
al grado en que los sufrimientos de Cristo abunden en nosotros,
así también nuestro consuelo abunda a través de Cristo. Y si
estamos en angustia, es para su consuelo y salvación, la cual está
siendo obrada al resistir los mismos sufrimientos que nosotros también
sufrimos; y si nosotros somos consolados, es para su consuelo y
salvación (y nuestra esperanza es firme por ustedes); sabiendo
que así como ustedes son compañeros en los sufrimientos, también son compañeros
en el consuelo.
“Porque
no queremos que sean ignorantes de nuestras tribulaciones, hermanos, incluso
las pruebas que nos ocurrieron en Asia; fuimos excesivamente agobiados más
allá de nuestra propia fuerza, tanto que incluso perdimos las esperanzas
de vivir. Porque tuvimos la sentencia de muerte dentro de nosotros, para no
confiar en nosotros mismos sino en Dios, Quien levanta a los muertos; Quien nos
libró de una muerte tan grande, y continúa librándonos; en Quien tenemos
esperanza que Él incluso aún nos librará” (II Corintios 1:3-10).
Las pruebas devastadoras que experimentó
Pablo pueden ayudarnos a aprender a manejar las dificultades en nuestras
propias vidas. Si permanecemos cerca del Padre y Cristo a través de oración y estudio,
mientras vivimos en el camino de Dios, veremos en tiempo por venir que
las “rocas de problema” son en realidad “escalones de crecimiento.” Es por eso
que Pablo escribe: “Y sabemos que todas las cosas trabajan juntas para el bien
de aquellos que aman a Dios, para aquellos que son llamados de acuerdo a Su
propósito” (Romanos 8:28).
Sin importar las dificultades o pruebas que
experimentamos, necesitamos mantener nuestros corazones y mentes fijas en la
meta de vida eterna y el Reino de Dios. Necesitamos recordar que Dios está
obrando en nosotros para perfeccionarnos espiritualmente de modo que podemos
ser Sus hijos e hijas espirituales en Su reino por toda la eternidad: “Por
esta razón, no nos desanimamos; pero si nuestro hombre exterior está
siendo traído a decadencia, aun así el hombre interior está siendo
renovado día a día.
Porque la ligereza momentánea de nuestra tribulación está
trabajando para nosotros una plenitud de gloria inmensurablemente más grande y
eterna; mientras consideramos no las cosas que son vistas, sino las
cosas que no son vistas. Porque las cosas que son vistas
son temporales; pero las cosas que no son vistas son
eternas”
(II Corintios 4:16-18).
Desde el comienzo de Su ministerio, Jesús
enseñó que Dios requiere de los cristianos del nuevo pacto un estándar
espiritual más alto que meramente la letra de la Ley. En el Sermón del
Monte, Jesús enseñó los verdaderos estándares espirituales de vida y
observación de los mandamientos. Él resumió la meta de salvación de Dios hacia
vida eterna en una frase corta: “Por tanto, serán perfectos,
incluso como su Padre que está en el cielo es perfecto” (Mateo 5:48). Esta es la máxima meta para todos los
cristianos verdaderos, pero esto involucra una gran obra espiritual de Dios el
Padre y Cristo—combinado con nuestra propia obra espiritual para
desarrollar carácter piadoso hacia esta perfección. ¿Cómo cumplimos esto?
El proceso de conversión: El proceso
espiritual de conversión es la operación de la gracia de Dios que comienza
cuando respondemos el llamado de Dios. Dios el Padre nos acerca a Él mismo a
través de Jesús (Juan 6:44-45; 14:6). SI continuamos respondiendo al
buscar a Dios con todo nuestro corazón (Mateo 7:7-8), Él nos guía al
arrepentimiento y bautismo (Romanos 2:4; 6:1-8; II Corintios 7:9-10; Hechos 2:38).
Luego el Padre nos rescata personalmente de Satanás el diablo, como encontramos en
la epístola de Colosenses: “Dando gracias al Padre, Quien nos ha
hecho calificados para la participación de la herencia de los santos en la luz; Quien
nos ha rescatado personalmente del poder de la oscuridad y nos ha
transferido al reino del Hijo de Su amor; en
Quien tenemos redención a través de Su propia sangre, incluso la
remisión de pecados” (Colosenses
1:12-14).
Todo esto es la operación espiritual de la
gracia de Dios el Padre y Jesucristo, Quienes están tratando con nosotros a través
del poder del Espíritu Santo. Comenzando con la vez cuando aun estábamos
viviendo en pecado como cautivos de Satanás, Pablo describe el proceso de esta
manera: “Ustedes estaban muertos en transgresiones y pecados, en
los cuales caminaron en tiempos pasados de acuerdo al curso de este mundo, de
acuerdo al príncipe del poder del aire [Satanás el diablo], el
espíritu que está ahora trabajando dentro de los hijos de desobediencia; entre
quienes también todos nosotros una vez tuvimos nuestra conducta en las lujurias
de nuestra carne, haciendo las cosas deseadas por la carne y por la mente, y
éramos por naturaleza los hijos de ira, así como el resto del mundo.
“Pero
Dios, Quien es rico en misericordia, por causa de Su gran amor con el cual nos
amó, aun cuando estábamos muertos en nuestras ofensas, nos ha
dado vida junto con Cristo.… Porque por gracia han sido
salvos a través de fe, y esta no es de ustedes mismos; es el regalo de
Dios, no de obras [nuestras propias obras carnales],
para que nadie pueda jactarse. Porque somos Su hechura, siendo creados en
Cristo Jesús hacia las buenas obras que Dios ordenó de antemano para que
pudiéramos caminar en ellas” (Efesios 2:1-5, 8-10).
Hemos
recibido el Espíritu de Dios, co-unido con el espíritu de nuestras mentes, por
el cual Dios el Padre y Jesucristo moran en nosotros por el poder del Espíritu
Santo: “Si Me aman, guarden los mandamientos—a saber, Mis mandamientos.… Aquel
que tiene Mis mandamientos, y los está guardando, ese es quien Me ama; y
quien Me ama será amado por Mi Padre, y Yo lo amaré,… Si
alguno Me ama, guardará Mi palabra; y Mi Padre lo amará, y Nosotros
vendremos a él, y haremos Nuestra morada con él [esto es,
habitar en nosotros].
Aquel que no Me ama, no guarda Mis palabras; y la palabra que
ustedes oyen no es Mía, sino del Padre, Quien Me envió” (Juan 14:15, 21, 23-24).
Esto significa que cada uno de nosotros
quien tiene el Espíritu Santo, es en efecto, un lugar de morada para Dios el Padre
y Jesucristo—o un ¡templo de Dios! Pero también tenemos nuestro
trabajo espiritual por hacer, como escribe Pablo: “Porque
nadie es capaz de colocar ningún otro fundamento además de ese que ha
sido colocado, el cual es Jesucristo. Ahora, si cualquiera edifica
sobre este fundamento oro, plata, piedras preciosas, madera, heno o
rastrojo,
la obra de cada uno será manifestada; porque el día de prueba
la declarará, porque será revelada por fuego; y el fuego probará que
clase de obra es la de cada uno. Si la obra que cualquiera ha edificado
perdura, recibirá una recompensa. Si la obra de cualquiera es
quemada, sufrirá perdida; pero él mismo será salvo, sin embargo a través de
fuego,
¿No entienden que son templo de Dios, y que el Espíritu de
Dios está viviendo en ustedes? Si alguno profana el templo
de Dios [al
pecar voluntariamente sin remordimiento ni arrepentimiento], Dios
lo destruirá a él porque el templo de Dios es santo, tal templo son ustedes” (I Corintios 3:11-17). Es por eso que esto requiere que amemos y
obedezcamos en “la novedad del espíritu, y no la vejez de la letra” de
la Ley (Romanos 7:6). ¿Qué significa eso? ¿Cómo es esto posible?
¿Cuáles son las buenas obras que Dios ha
ordenado? Ellas son: Amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente
y con toda nuestra fortaleza; amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos;
amar a los hermanos como Cristo nos amó, y guardar los mandamientos de Dios en
su plena intención espiritual. Tales obras solo pueden ser cumplidas por
el poder del Espíritu Santo dentro de nosotros a través de la gracia de Dios.
Entonces, llegamos a ser la “hechura” espiritual de Dios, esto es, Él está
creando en nosotros Su carácter santo y recto—el inicio de ser perfeccionados
como Dios es perfecto. Esto nos trae a una relación personal con Dios el
Padre y Jesucristo. El apóstol Juan llamó esto “nuestro compañerismo”: “Eso
que hemos visto y hemos oído estamos reportándoles para que también puedan
tener compañerismo con nosotros; porque el compañerismo—ciertamente, nuestro
compañerismo—está con el Padre y con Su propio Hijo, Jesucristo” (I Juan 1:3).
La
obra del Espíritu Santo en nuestras vidas: Cuando
somos “engendrados de nuevo” (I Pedro 1:2-3) por el Padre, el Espíritu de Dios es co-unido
con nuestro espíritu humano. Recibimos el regalo de filiación de Dios—somos
entonces Sus hijos engendrados (I Juan 3:1-3, 9): “…para
que pudiéramos recibir el don de filiación de parte de Dios. Y
porque ustedes son hijos, Dios ha enviado el Espíritu de Su Hijo a sus
corazones, gritando, “Abba, Padre”” (Gálatas 4:5-6; también ver Romanos
8:15-16).
Con
nuestra participación activa en nuestra relación con Dios—a través de oración
y estudio, guardando Sus leyes y mandamientos por Su Espíritu—Dios continua convirtiéndonos,
primero, al escribir Sus leyes en nuestros corazones y mentes: “Y el
Espíritu Santo también nos da testimonio; porque después que Él había
previamente dicho,
“ ‘Este es el pacto que estableceré con ellos después
de aquellos días,’ dice el Señor: ‘Yo daré Mis leyes dentro de sus
corazones, y las inscribiré en sus mentes; y sus pecados e
ilegalidad no recordaré nunca más’ ”’ ” (Hebreos 10:15-17).
Luego,
con la gracia y amor de Dios por nosotros combinado con nuestro amor por Dios,
desarrollamos la mente de Jesucristo—la mente convertida guiada por el Espíritu,
como escribe Pablo: “Ahora entonces, si hay cualquier estímulo en Cristo, si
cualquier consuelo de amor, si cualquier compañerismo del Espíritu, si
cualquier afecto interno profundo y compasión, cumplan
mi gozo, que sean de la misma mente, teniendo el mismo amor, siendo unidos en
alma, preocupándose de la única cosa [el Reino de Dios]. Nada sea
hecho a través de contienda o vanagloria, sino en humildad, cada uno estimando
a los otros sobre sí mismo. Cada uno ocúpese no solo de sus
propias cosas, sino cada uno también considere las cosas de otros. Esté
esta mente en ustedes, la cual estuvo también en Cristo Jesús” (Filipenses
2:1-5).
Así es
como Cristo es formado en nosotros (Gálatas 4:19) a través del Espíritu
Santo: “Incluso el misterio que ha estado escondido desde siglos y desde
generaciones, pero que ha sido revelado ahora a Sus santos; a
quienes Dios quiso dar a conocer cuáles son las riquezas de la gloria de
este misterio entre los gentiles; el cual es Cristo en ustedes, la esperanza
de gloria;
a Quien predicamos, amonestando a todo hombre y enseñando a
todo hombre en toda sabiduría, para poder presentar a todo hombre
perfecto en Cristo Jesús” (Colosenses
1:26-28). Recuerde, somos la hechura de Dios el Padre.
Esto, a su vez, nos habilita
para imitar a Dios en nuestras vidas: “Por tanto, sean imitadores
de Dios, como hijos amados; y caminen en amor,
incluso como Cristo también nos amó, y Se dio a Sí mismo
por nosotros como una ofrenda y un sacrificio de aroma perfumado a Dios” (Efesios
5:1-2). Consecuentemente, desarrollamos los frutos del Espíritu—carácter piadoso:
“Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
amabilidad, bondad, fe,
mansedumbre, autocontrol; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas
5:22-23).
Juan lo
expresó de esta forma: “Por otro lado, si cualquiera está guardando Su Palabra,
verdaderamente en aquel el amor de Dios está siendo perfeccionado. Por
este medio sabemos que estamos en Él. Cualquiera que reclame
vivir en Él está obligándose a sí mismo también a caminar incluso como Él mismo
caminó.…
Por este estándar sabemos que amamos a los hijos de Dios:
cuando amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos. Porque
este es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no
son pesados”
(I Juan 2:5-6; 5:2-3).
Sí, cometeremos errores, caeremos y
pecaremos a causa de nuestras debilidades humanas; pero cuando nos arrepentimos
y clamamos
a Dios, Él nos perdona a través de la sangre de Jesús. “Hijitos
míos, les estoy escribiendo estas cosas para que no puedan pecar. Y aun
así, si alguno peca, tenemos un Abogado con el Padre, Jesucristo el
Justo;
y Él es la propiciación por nuestros pecados; y
no solamente por nuestros pecados, sino también por los pecados del
mundo entero.…
Si confesamos nuestros propios pecados, Él es fiel y justo, para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos [a través del lavado del agua por la
Palabra (Efesios 5:26)] de toda injusticia” (I Juan 2:1-2;
1:9).
Así es
como somos los hijos de Dios, en una relación especial de filiación con
el Padre. El Padre también nos da la voluntad y deseo de crecer, cambiar y
vencer: “Porque es Dios quien trabaja en ustedes el querer y el hacer
[porque
Él está morando en nosotros] de acuerdo a Su buena
voluntad.…
Para que puedan ser irreprochables y sin ofensa, hijos inocentes de
Dios en medio de una generación torcida y pervertida, entre quienes ustedes
brillan como luces en el mundo” (Filipenses 2:13, 15).
Somos
hechura de Dios, la cual Él completará hacia perfección: “Gracia
y paz sean a ustedes de Dios nuestro Padre y del Señor
Jesucristo.
Doy gracias a mi Dios en todo recuerdo de ustedes, siempre
haciendo súplica con gozo en toda oración mía por todos ustedes, por su
compañerismo en el evangelio desde el primer día hasta ahora; estando
confiados de esta misma cosa, que Quien comenzó una buena obra en ustedes la
completará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses
1:2-6).
Así,
en la resurrección ustedes “serán perfectos, incluso como su Padre
que está en el cielo es perfecto” (Mateo 5:48). Pablo escribe de la resurrección
gloriosa para vida eterna, la cual recibiremos SI estamos hambrientos y
sedientos de ella: “Así también es la resurrección de los
muertos. Es sembrado en corrupción; es levantado en incorrupción. Es sembrado en deshonra; es levantado en gloria. Es
sembrado en debilidad; es levantado en poder. Es sembrado un cuerpo natural; es levantado un cuerpo
espiritual. Hay un cuerpo natural, y hay un cuerpo
espiritual; en consecuencia, está escrito, “El primer hombre, Adán, se
convirtió en un alma viva, el último Adán se convirtió en un Espíritu
eterno.”
Sin embargo, lo espiritual no fue primero,
sino lo natural—luego lo espiritual.
“El
primer hombre es de la tierra—hecho de polvo. El segundo Hombre es
el Señor del cielo. Como es aquel hecho de polvo, así también son
todos aquellos que son hechos de polvo; y como es aquel
celestial, así también son todos aquellos que son celestiales. Y
como hemos llevado la imagen de aquel hecho de polvo, también llevaremos
la imagen de Aquel celestial. Ahora
digo esto, hermanos, que la carne y la sangre no pueden heredar el
reino de Dios, ni la corrupción hereda incorrupción. He
aquí, les muestro un misterio: no todos dormiremos, sino que todos
seremos cambiados, en un instante, en el parpadeo de un ojo, a la última
trompeta; porque la trompeta sonará, y los muertos serán levantados
incorruptibles, y nosotros seremos cambiados.
Porque
esto corruptible debe vestirse de incorruptibilidad, y esto mortal debe
vestirse de inmortalidad. Ahora, cuando esto
corruptible se haya vestido de incorruptibilidad, y esto mortal se haya
vestido de inmortalidad, entonces sucederá el dicho que está escrito: “La
muerte es tragada en victoria.” Oh muerte, ¿dónde está tu
aguijón? Oh tumba, ¿dónde está tu victoria?” (I Corintios 15:42-55).
Así, la hechura de Dios será completa y
perfeccionada en la primera resurrección.
Hermanos, gracias por su amor y oraciones.
Gracias por su fe y devoción al servir a Dios y ayudar a los hermanos y a otros.
Oramos por ustedes cada día—por su salud y sanidad, y por el consuelo de Dios
en sus pruebas. Oramos por su entendimiento de la Palabra de Dios, de modo que
puede continuar creciendo en gracia y conocimiento y alcanzar vida eterna. Gracias
por su continuo apoyo a través de sus diezmos regulares y ofrendas, las cuales
ponemos a trabajar para predicar el verdadero Evangelio de Jesucristo y servir
a los hermanos.
Con amor en Cristo Jesús,
Fred R. Coulter
FRC