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Restoring Original Christianity—for Today

Restaurando el Cristianismo original—¡para hoy!

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Fred R. Coulter

Ministro

 

Mayo 14, 2014

 

Queridos hermanos,

 

           Gracias por todas las tarjetas y cartas concernientes a la tremenda Pascua y Fiesta de Panes sin Levadura que experimentaron. Recibimos numerosos mensajes, correos electrónicos, tarjetas de grupos más grandes, de grupos más pequeños de compañerismo y de individuos diciéndonos que Dios el Padre y Jesucristo los inspiró para tener ¡una gran fiesta espiritual! Una viuda con la que hablé telefónicamente me dijo en lágrimas que después de 40 años en la iglesia—y entrando y saliendo de varias Iglesias de Dios—este año experimentó la mejor Pascua de su vida, aunque tuvo que participar de ella sola ¡en casa! Cada año crecemos en gracia y conocimiento concerniente a nuestro llamado, el destino de Dios para nosotros, y Su increíble plan de salvación.

           Para nosotros, los hijos de Dios “llamados, escogidos y fieles,” la Fiesta de Panes sin Levadura representa paz y gracia de Dios el Padre y Jesucristo. Es a través del amor de Dios por nosotros, Su Espíritu en nosotros, Su Palabra escrita en nuestros corazones y mentes, y nuestro amor de regreso a Él que somos perfeccionados en Cristo Jesús. El apóstol Juan escribe: “De otro lado, si cualquiera está guardando Su Palabra, verdaderamente en aquel el amor de Dios está siendo perfeccionado. Por este medio sabemos que estamos en Él. Cualquiera que reclame vivir en Él está obligándose a sí mismo también a caminar incluso como Él mismo caminó” (I Juan 2:5-6). Y el apóstol Pablo escribe, “Porque también estamos orando por esto—incluso por su perfección” (II Corintios 13:9).

           Cuando entendemos el propósito de nuestro llamado y el propósito del ministerio, es claro que los ministros y ancianos no están para gobernar a los hermanos como sus posesiones personales (I Pedro 5:2-3). Más bien, todo el propósito del ministerio es perfeccionar a los hermanos en Cristo Jesús, como siervos y mayordomos de Dios el Padre y Jesucristo. Esto es lo que Pablo enseña: “Y Él organizó a algunos como apóstoles, y a algunos como profetas, y a algunos como evangelistas; y a algunos, pastores y maestros para el perfeccionamiento de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos vengamos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, hacia un hombre perfecto, hacia la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que no seamos más niños, sacudidos y llevados con todo viento de doctrina por las artimañas de hombres en astucia, con vista a la sistematización del error; sino manteniendo la verdad en amor, podamos crecer en todas las cosas en Quien es la Cabeza, Cristo de Quien todo el cuerpo, adecuadamente estructurado y compactado por eso que cada coyuntura suple, de acuerdo a su trabajo interno en la medida de cada parte individual, está haciendo el incremento del cuerpo hacia la edificación del mismo en amor” (Efesios. 4:11-16).

           Verdaderamente, hermanos, somos pocos y dispersos, pero Dios el Padre y Jesucristo nos aman a cada uno de nosotros. Ahora, a través del poder del Espíritu Santo, Ellos habitan dentro de nosotros—de esto modo haciendo a cada uno de nosotros un templo de Dios. Pablo escribe: “Porque ustedes son templo del Dios vivo, exactamente como Dios dijo: “Viviré en ellos y caminaré en ellos; y seré su Dios, y ellos serán Mi puebloY seré un Padre para ustedes, y ustedes serán Mis hijos e hijas,” dice el Señor Todopoderoso” (II Corintios 6:16, 18).

           En esta vida, no podemos recibir nada más grande que estas bendiciones espirituales y promesas de Dios: “De acuerdo a como Su divino poder nos ha dado todas las cosas que pertenecen a la vida y a la santidad, a través del conocimiento de Quien nos llamó por Su propia gloria y virtud; a  través de la cual Él nos ha dado las más grandes y preciosas promesas, que a través de estas ustedes pueden convertirse en participes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que está en el mundo a través de lujuria” (II Pedro 1:3-4).

           Cuando fuimos bautizados y recibimos el Espíritu Santo, Dios nos separó del mundo. Ahora pertenecemos a Dios el Padre y a Jesucristo, aunque aún vivimos en el mundo. Cuando oraba al Padre justo antes que Él fuera arrestado y llevado para ser falsamente condenado, flagelado y crucificado, Jesús dijo: “Y ya no estoy más en el mundo, pero éstos están en el mundo, y Yo vengo a Ti. Padre Santo, guárdalos en Tú nombre, aquellos que Me has dado, para que puedan ser uno, así como Nosotros somos uno. Cuando estaba con ellos en el mundo, Yo los guardé en Tu nombre. Protegí aquellos que Me has dado, y ninguno de ellos ha muerto excepto el hijo de perdición, para que las escrituras pudieran ser cumplidas. Pero ahora vengo a Ti; y estas cosas estoy hablando mientras aún en el mundo, para que puedan tener Mi gozo cumplido en ellos. Les he dado Tus palabras, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, así como Yo no soy del mundo. No oro que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, así como Yo no soy del mundo. Santifícalos en Tú verdad; Tú Palabra es la verdad” (Juan 17:11-17).

           Somos santificados, lo que significa que hemos sido puestos aparte del mundo a través de la verdad de la Palabra de Dios y por el Espíritu Santo, el cual es el “Espíritu de la Verdad” y de la morada de Dios el Padre y Jesucristo. Note que a pesar del hecho que vivimos en este mundo malvado, debemos estar grandemente animados, sabiendo que pertenecemos a Dios: “Pueda el Dios de esperanza llenarlos ahora con todo gozo y paz en creer que puedan abundar en esperanza y en el poder del Espíritu Santo. Pero yo mismo estoy también persuadido concerniente a ustedes, mis hermanos, que ustedes están llenos de bondad, y están siendo llenados con todo conocimiento, y son capaces de amonestar uno al otro. Así entonces, yo les he escrito más valientemente, hermanos, en parte como una forma de hacerlos recordar, a causa de la gracia que me fue dada por Dios, para que pueda ser un ministro de Jesucristo hacia los gentiles para desempeñar el servicio santo de enseñar el evangelio de Dios; para que la ofrenda de los gentiles pueda ser aceptable, siendo santificados por el Espíritu Santo” (Romanos 15:13-16).

           Escribiendo a los Corintios, Pablo muestra que la santificación es una bendición especial que viene de Dios el Padre y Jesucristo—porque somos los hijos de Dios: “Pablo, un apóstol de Jesucristo, llamado por la voluntad de Dios, y Sóstenes nuestro hermano, A la iglesia de Dios que está en Corinto, los santos llamados quienes han sido santificados en Cristo Jesús, junto con todos aquellos en todo lugar quienes están invocando el nombre de Jesucristo nuestro Señor,  de ellos y nuestro: Gracia y paz sea a ustedes de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Pero ustedes son de Él [Dios el Padre] en Cristo Jesús, Quien fue hecho sabiduría de Dios para nosotros—incluso justicia, y santificación, y redención” (I Corintios 1:1-3, 30).

           Es cierto que ninguno de nosotros en realidad cuenta para nada en este mundo, y no somos parte del mundo porque Dios nos ha llamado a salir del mundo. Por tanto, no nos pertenecemos a nosotros mismos—pertenecemos a Dios (I Corintios 6:19-20). Somos absolutamente preciosos a Dios el Padre y Jesucristo. Es por eso que amamos a Dios, porque Él nos amó primero y nos ha dado de Su Espíritu y verdad de modo que podemos ser santificados como Sus hijos para recibir salvación eterna a través de Jesucristo. A causa de esto, como Pablo revela, necesitamos estar animados, sin importar nuestras circunstancias: “Entonces estamos obligados a dar gracias a Dios siempre concerniente a ustedes, hermanos, quienes son amados por el Señor, porque Dios desde el comienzo los ha llamado hacia salvación a través de la santificación del Espíritu y creencia de la verdad hacia la cual Él los llamó por nuestro evangelio para la obtención de la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así entonces, hermanos, manténganse firmes, y aférrense a las ordenanzas que les fueron enseñadas, sea por palabra o por nuestra epístola. Entonces pueda nuestro Señor Jesucristo mismo, y Dios—incluso nuestro Padre, Quien nos amó y nos dio ánimo eterno y buena esperanza a través de la gracia—animar sus corazones y establecerlos en cada buena palabra y obra” (II Tesalonicenses 2:13-17).

           Otros aspectos de la santificación de Dios: Verdaderamente, somos santificados por el Espíritu Santo de Dios hacia salvación. Sin embargo, necesitamos recordar que Dios solo da Su Santo Espíritu a aquellos quienes Lo obedecen. El apóstol Pedro testificó de este hecho ante el Sanedrín después que los apóstoles fueron arrestados por sanar a un hombre. Note: “Pero Pedro y los apóstoles respondieron y dijeron, “Estamos obligados a obedecer a Dios antes que a hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús a Quien ustedes mataron colgándolo sobre un árbol [crucificado en el día de Pascua]. A Él Dios ha exaltado por Su mano derecha para ser un Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento y remisión de pecados a Israel. Y somos Sus testigos de estas cosas, como lo es también el Espíritu Santo, el cual Dios ha dado a aquellos que lo obedecen” (Hechos 5:29-32).

           Esta es una clave tremenda. No solo Dios requiere arrepentimiento, bautismo y la imposición de manos para recibir el Espíritu Santo, Él también requiere obediencia amorosa y fiel a Su Palabra. Jesús dijo, “El hombre no vivirá por pan solamente, sino por cada palabra que procede de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Lucas 4:4).

           La señal que Dios santifica a Su pueblo: Si guardamos el Sábado del séptimo día y los Días Santos bíblicos, entonces sabemos que es Dios Quien nos santifica: “Y el SEÑOR habló a Moisés diciendo, “Habla también a los hijos de Israel, diciendo, ‘Verdaderamente ustedes guardarán Mis Reposos, porque esto [la observancia de Sus Sábados] es una señal entre ustedes y Yo a través de sus generaciones [como un pacto perpetuo, verso 16] para que sepan que Yo soy el SEÑOR Quien los santifica” (Éxodo 31:12-13).

           Aquí vemos que Dios está hablando de Sus Sábados—plural. Dado que los Días Santos son también Sábados, debemos guardarlos también. Como revela Hebreos 4:9-11, la observancia del Sábado aún es requerida a la Iglesia: “Queda, por tanto, guardar el Sábado para el pueblo de Dios. Porque aquel que ha entrado en Su descanso [Su Sábado del séptimo día], también ha cesado de sus obras, justo como Dios lo hizo de Sus propias obras. Por tanto deberíamos ser diligentes para entrar en ese descanso [el Sábado del séptimo día], no sea que cualquiera caiga tras el mismo ejemplo de desobediencia [de quebrantar el Sábado, como hizo el Israel antiguo].” En verdad, es a través de la observancia de los Sábados de Dios que entendemos que es Dios quien nos santifica.

           Todo irradia desde la Pascua: Hay una fiesta fundamental en particular que nos hace posible tener contacto directo espiritual con Dios—la Pascua. Es la observancia de la Pascua Cristiana del Nuevo Pacto lo que nos habilita para comprender plenamente el significado del Sábado y los Días Santos de Dios. ¿Por qué? Porque en la fundación del mundo, Dios ordenó que el Cordero de Dios fuera sacrificado por los pecados de la humanidad en el día de la Pascua (el día 14 del primer mes de acuerdo al calendario sagrado de Dios, el Calendario hebreo calculado). Note: “He aquí el Cordero de Dios, Quien quita el pecado del mundo.… [El] Cordero muerto desde la fundación del mundo” (Juan 1:29; Apocalipsis 13:8). Y, como escribe Pablo, “Cristo nuestra Pascua fue sacrificado por nosotros” (I Corintios 5:7).

           En realidad, todo en el plan de Dios para la humanidad comienza con el sacrificio de Cristo, nuestra Pascua. ¡Todo emana desde aquel día! Como escribí en mi  última carta, es por esto que Satanás el diablo y los hombres carnales bajo su influencia han hecho todo lo que pueden para corromper el significado de la verdadera Pascua Cristiana. Al pervertir la Pascua, destruyen el entendimiento del Plan de Dios como es revelado a través de Su Sábados y Días Santos. Es por eso que el mundo es espiritualmente ciego y voluntariamente abraza los festivos ocultos de Satanás. Pablo escribe: “Pero si nuestro evangelio es escondido, es escondido para aquellos que están pereciendo; en quienes el dios de esta era [Satanás] ha cegado las mentes de aquellos que no creen, no sea que la luz del evangelio de la gloria de Cristo, Quien es la imagen de Dios, brille hacia ellos” (II Corintios 4:3-4).

 

El significado de la Fiesta de Pentecostés

 

           La Pascua y la Fiesta de Panes sin Levadura también son centrales para observar Pentecostés en el día correcto. En este envío, hemos incluido dos folletos mostrando en gran detalle como contar correctamente los 50 días a Pentecostés. Mientras lee y estudia esos folletos, estará sorprendido de como los hombres han contado mal—o no cuentan los 50 días en absoluto—en su reconocimiento de la fecha de Pentecostés. A causa de esto, no entienden del verdadero significado de Pentecostés.

           Este año observaremos la Fiesta de Pentecostés el 8 de junio. Cuando es entendido correctamente, Pentecostés representa la primera resurrección—la cosecha completa de los primeros frutos espirituales de Dios. Como escribe el apóstol Santiago, somos los primeros frutos de la creación espiritual de Dios, mientras Él está ahora trabajando dentro de nosotros para perfeccionarnos a través del poder del Espíritu Santo: “Todo buen acto de dar y todo regalo perfecto es de arriba, descendiendo del Padre de luces, con Quien no hay variación, ni sombra de inflexión. De acuerdo a Su propia voluntad, Él nos engendró por la Palabra de verdad, para que pudiéramos ser un tipo de primeros frutos de todos Sus seres creados” (Santiago 1:17-18).

           A través de Su resurrección, Jesucristo abrió el camino para nosotros como el precursor (Hebreos 6:20), siendo el “primero de los primeros frutos” en ser resucitado de los muertos. Esto es representado en Levítico 23:10-11 por la ofrenda de lo primero de los primeros frutos de la cosecha de grano—“la gavilla premier de los primeros frutos.” Además de ser el “primero de los primeros frutos,” Jesús también es llamado el “primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18; Apocalipsis 1:5).

           Así como Jesús es llamado el “primogénito de entre los muertos,” la Iglesia es llamada la “Iglesia de los primogénitos” (Hebreos 12:23). Así, Jesús es el “primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Esto significa que el remanente de las 7 semanas de la cosecha de cebada representa aquellos quienes serán resucitados a vida eterna en la primera resurrección. El patrón de las “7 iglesias” en Apocalipsis 2 y 3 es un paralelo, proféticamente, de las 7 semanas del conteo a Pentecostés, con el día 50 representando la primera resurrección a vida eterna.

           En I Corintios 15, encontramos el mismo patrón—Jesucristo el Primer fruto, luego el resto de la cosecha, la Iglesia, a Su venida: “Pero ahora Cristo ha sido levantado de los muertos; Él ha llegado a ser el primer fruto de aquellos que han dormido [muertos en la fe]. Porque ya que por un hombre vino la muerte, por un hombre también vino la resurrección de los muertos. Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán hechos vivos. Pero cada uno en su propio orden: Cristo el primer fruto; luego, aquellos que son de Cristo a Su venida” (I Corintios 15:20-23).

           Como los hijos espirituales de Dios el Padre, tenemos el más grande llamado y destino—ser los hijos e hijas de Dios en la ¡primera resurrección! En aquel tiempo seremos glorificados por el poder de Dios con un cuerpo y mente espiritual. Pablo escribe de esta promesa: “Pero para nosotros, la mancomunidad de Dios existe en los cielos, desde donde también estamos esperando al Salvador, el Señor Jesucristo; Quien transformará nuestros viles cuerpos, para que puedan ser conformados a Su glorioso cuerpo, de acuerdo al trabajo interno de Su propio poder, por el cual Él es capaz de someter todas las cosas a Sí mismo” (Filipenses 3:20-21).

           En un mundo en las garras de la ilegalidad satánica y opresión, necesitamos estar animados y mantener nuestras mentes fijas en el propósito de Dios en nuestras vidas—el Reino de Dios, la resurrección, y la Familia de Dios. Es por eso que Dios motivó a los apóstoles, a través del poder del Espíritu Santo, para escribir estas increíbles promesas. Como Pedro y Pablo, Juan escribió: “¡He aquí! ¡Que glorioso amor nos ha dado el Padre, que deberíamos ser llamados los hijos de Dios! Por esta misma razón, el mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Amados, ahora somos los hijos de Dios, y no ha sido revelado aun lo que seremos; pero sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos como Él, porque lo veremos exactamente como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica a si mismo, incluso como Él es puro” (I Juan 3:1-3).

           Hermanos, gracias por su firme amor por Dios y los hermanos. Sabemos que oran por nosotros diariamente. Así mismo, oramos por ustedes cada día, que puedan crecer en gracia y conocimiento y en el amor de Dios a través del poder del Espíritu Santo. Les agradecemos por su apoyo continuo a través de sus diezmos y ofrendas que nos permiten alimentar el rebaño de Dios y predicar el Evangelio a un mundo enfermo y moribundo. Que Dios el Padre y Jesucristo continúe bendiciéndolos en toda forma.

 

Con amor en Cristo Jesús,

 

 

 

 

Fred R. Coulter

FRC

 
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