APENDICE J

(Tomado del libro “Días festivos ocultos o Días Santos de Dios¿Cuáles?”)

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La eucaristía—Sacrificio de la misa

 

Por

Fred R. Coulter

www.iglesiadedioscristianaybiblica.org

 

¿Es el pan y el vino de la eucaristía transfigurado al mandato de un sacerdote en la carne y sangre literal de Jesús?

La iglesia católica reclama que Jesús instituyó la “eucaristía”—el así llamado “sacrificio de la misa”—en la noche de Su ultima cena. De acuerdo a las Escrituras, sin embargo, Jesús guardó la Pascua esa noche (Lucas 22:15, etc.), instituyendo el pan sin levadura y el vino como símbolos del Nuevo Pacto. Así, Él instituyó el servicio de la Pascua Cristiana.

¿Qué es exactamente la “eucaristía,” y cuál es su verdadero origen? ¿Y qué de la reclamación de que, al mandato de un sacerdote, el pan y el vino llegan a ser en realidad la carne y sangre literal de Cristo en el “sacrificio de la misa”?

Durante el siglo 2 al 4 d.C, la iglesia “cristiana” apóstata en Roma manipuló numerosos rituales paganos en sus prácticas “cristianizadas.” Entre ellas estaba el “sacrificio de la misa”—llamada la “eucaristía”—en la cual es reclamado que el pan y el vino son transfigurados en la carne y sangre literal de Jesucristo. “En la celebración de la Santa Misa, el pan y el vino son cambiados en el cuerpo y la sangre de Cristo. Es llamado transustanciación, porque en el Sacramento de la Eucaristía la sustancia de pan y vino no permanecen, sino que toda la sustancia del pan es cambiada en el cuerpo de Cristo, y toda la sustancia del vino es cambiada en su sangre, solamente permanece la semblanza externa del pan y el vino” (La Enciclopedia Católica, articulo “Consagración,” énfasis en negrilla añadido).

¿Pero está fundada esta creencia en la Palabra de Dios?

Tal enseñanza ignora la enseñanza simple del Nuevo Testamento concerniente a la Pascua. Como símbolos dcl Nuevo Pacto, el pan y el vino de la última cena de Cristo fueron claramente representativos de Su cuerpo y sangre. Tomar las Palabras de Jesús literalmente—“este es Mi cuerpo” y “esta es Mi sangre”—es descuidar gravemente una herramienta literaria común de la Escritura: el lenguaje figurativo.

Tal lenguaje es usado ampliamente a través de la Biblia. Por ejemplo, cuando los hombres de David arriesgaron sus vidas al traerle el agua muy necesitada, él dijo: “… “Lejos este de mí, Oh SEÑOR, que yo hiciera esto. ¿No es la sangre de los hombres que fueron en peligro de sus vidas?”…” (II Samuel 23:17). Para David, el agua era simbólica de la sangre de esos que arriesgaron sus vidas por él. En forma similar, Cristo es llamado la “puerta” en Juan 10:9, la “vid” en Juan 15:5, y la “roca” en I Corintios 10:4—ninguno de los cuales deben ser tomados literalmente.

Forzar un significado literal en las Palabras de Cristo concerniente al pan y el vino de la Pascua crea varios problemas. Primero, ignora el hecho de que Jesucristo, Quien está sentado a la mano derecha de Dios el Padre en el cielo, ya no está más compuesto de carne y sangre—sino de espíritu (vea una descripción de Su forma glorificada en Apocalipsis capitulo uno). Segundo, el beber sangre está expresamente prohibido en la Escritura (Deuteronomio 12:16; Hechos 15:20).

Más importante, sin embargo, es que la idea de la transustanciación contradice seriamente una enseñanza esencial del Nuevo Testamento: que el sacrificio de Jesús fue eficaz una vez por todo tiempo, por todo pecado humano—porque Cristo fue “…ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos…” (Hebreos 9:28). La iglesia católica enseña que en la eucaristía la oblea de pan (como el cuerpo literal de Cristo) es ofrecida por el sacerdote en sacrificio. (La oblea es referida como una “hostia,” de una palabra en latín que originalmente significaba “victima” o “sacrificio.”) En una cita del Concilio de Trento, la iglesia dice, “Si cualquiera dice que en la Misa un sacrificio verdadero y apropiado no es ofrecido a Dios… sea maldito.” (La Enciclopedia Católica, articulo “Sacrificio de la Misa,” énfasis en negrilla añadido. Nota: El “sacrificio de la misa” es otro nombre para la Eucaristía).

La idea católica de Cristo siendo ofrecido repetidamente como un sacrificio permanece en profundo desacuerdo con las propias palabras de Jesús cuando dijo en la cruz, “Está terminado” (Juan 19:30). De nuevo, el sacrificio de Cristo fue cumplido una vez, por todo tiempo, por todo pecado humano. Hebreos 10:10-14 dice “…somos santificados a través de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo una vez por todas.  Ahora cada sumo sacerdote está ministrando día a día, ofreciendo los mismos sacrificios repetidamente, los cuales nunca son capaces de remover los pecados; pero Él, después de ofrecer un sacrificio por el pecado para siempre, se sentó a la mano derecha de Dios… Porque por una ofrenda Él ha obtenido perfección eterna para aquellos que son santificados.

Aquellos que creen de otra manera—y practican la eucaristía—deberían considerar si están “…crucificando [otra vez] al Hijo de Dios para sí mismos, y están públicamente sujetándolo a desprecio.” (Hebreos 6:6).

Claramente, el “sacrificio de la misa” no es bíblico. ¿Pero cuál es entonces su verdadero origen?

 

Ritos antiguos de transustanciación

 

Hay evidencia considerable de que rituales de transustanciación eran llevados a cabo como parte de las observancias religiosas de numerosas culturas primitivas. Sir James George Frazer escribe: “La costumbre de comer sacramentalmente pan como el cuerpo de un dios era practicado por los aztecas antes del descubrimiento y conquista de México por los españoles [en el siglo 16]. Dos veces al año, en Mayo y Diciembre, una imagen del gran dios mexicano Huitzilopochtli o Vitzilipuztli era hecha de masa, luego rota en pedazos, y comida solemnemente por sus adoradores… Ellos llamaban a estos pedazos [de pan] la carne y huesos de Vitzilipuztli” (La Rama Dorada—Un estudio en Magia y Religión, pág. 566-567).

Frazer añade que “los antiguos mexicanos, incluso antes de la llegada de misioneros cristianos, estaban completamente familiarizados con la doctrina de la transustanciación y actuaban basados en eso en los ritos solemnes de su religión. Ellos creían que al consagrar pan sus sacerdotes podían convertirlo en el mismo cuerpo de su dios, para que todo el que luego participara del pan consagrado entrara en una comunión mística con la deidad al recibir una porción de su sustancia divina en ellos mismos… La ceremonia era llamada teoqualo, es decir, ‘dios es comido’ ” (Ibíd., pág. 568-569, énfasis en negrilla añadido).

Incluso los católicos admiten: “El Mitraismo [pagano] tenía una eucaristía, pero la idea de un banquete sagrado es tan viejo como la raza humana y existió en todas las eras y entre todos los pueblos” (La Enciclopedia Católica, articulo “Mitraismo,” énfasis en negrilla añadido).

“La doctrina de la transustanciación, o la conversión mágica de pan en carne, era también familiar para los Arianos de la antigua India mucho antes de la dispersión e incluso el levantamiento del Cristianismo. Los Brahmanes [de India] enseñaban que las tortas de arroz ofrecidas en sacrificio eran sustitutos de seres humanos, y que ellas eran en realidad convertidas en los cuerpos reales de hombres por la manipulación del sacerdote” (La Rama Dorada, pág. 568, énfasis en negrilla añadido).

Asombrosamente, el concepto de “comer un dios” literalmente en realidad se origina en el canibalismo. De las diversas culturas que practicaban el canibalismo, Frazer escribe que “la carne y sangre de hombres muertos [era] comúnmente comida y bebida [para] inspirar valentía, sabiduría, u otras cualidades por las cuales los mismos hombres [muertos] eran notables… Por este medio se creía que la fuerza, valor, inteligencia, u otras virtudes del muerto eran impartidas al comensal.” (Ibíd., pág. 576).

Si la víctima era considerada ser un dios, tanto mejor: “Al comer la carne de un animal u hombre él [el salvaje] adquiere no solo las cualidades físicas, sino incluso las morales e intelectuales las cuales eran características de ese animal u hombre, entonces cuando la criatura [u hombre] es considerada divina [un dios], nuestro salvaje simple naturalmente espera absorber una porción de su divinidad junto con su sustancia material… Al comer el cuerpo del dios él comparte los atributos y poderes del dios” (Ibíd., pág. 573 y 578, énfasis en negrilla añadido).

Así, la práctica del canibalismo llevó a la idea de, literalmente, “comer un dios.” Con el tiempo, esta costumbre evolucionó en varios rituales de transustanciación en los cuales pan consagrado era comido—pero únicamente después de haber sido “mágicamente” cambiado en la carne “literal” de un dios. Dependiendo de la cultura, el vino era también a menudo consumido como la sangre “literal” de un dios.

¿Pero cómo encontró su camino en el “cristianismo” este concepto pagano de la transustanciación?

La influencia babilónica

 

Central a la religión babilónica antigua estaba la diosa “madre” suprema Istar. Subsecuentemente, toda civilización pagana ha adorado su propia versión de una diosa-madre cuidadosa, tal como Inanna, Fortuna, Hathor, etc. De esta “diosa original”, Alexander Hislop escribe que “la diosa-madre evidentemente ha irradiado en todas las direcciones desde Caldea [Babilonia]” (Las Dos Babilonias, pág. 158). Como veremos, la adoración a la diosa-madre babilónica fue la precursora de la reverencia católica a la “Madre María”—y esencial para el desarrollo del ritual de la eucaristía. Hislop continúa: “Ahora, así vemos como puede ser que Roma representa a Cristo… como un juez severo e inexorable, ante quien el pecador ‘puede arrastrase en el polvo, y aun así nunca estar seguro de que sus oraciones serán oídas,’ mientras que María es colocada en la luz más ganadora y atractiva, como la esperanza del culpable, como el gran refugio de los pecadores… Los trabajos de Roma más estándares y devocionales son impregnados por este mismo principio, exaltando la compasión y gentileza de la madre a expensas del carácter amoroso del Hijo…

“Todo esto es hecho únicamente para exaltar a la Madre, como más graciable y más compasiva que su glorioso Hijo. Ahora, este fue el mismo caso en Babilonia: y a este personaje de la diosa reina sus ofrendas favoritas correspondían exactamente. Por lo tanto, encontramos la mujer de Judá representada como simplemente ‘quemar incienso, derramar ofrendas de bebida [vino], y ofrecer tortas a la reina del cielo (Jeremías 44:19)” (Ibíd., pág. 158-159, énfasis en negrilla añadido por él).

En lo que conocemos como sacrificios “sin sangre”, tales “tortas” eran ofrecidas a la “reina del cielo” (Istar) como una forma de comunión. Hislop añade que, después de tales sacrificios, los adoradores de Istar también “participaban de [la torta y el vino], jurando fidelidad renovada a ella” (Ibíd., pág. 159, énfasis en negrilla añadido).

Montando en las faldas de María, por así decirlo, esta forma temprana de eucaristía encontró su camino en la iglesia romana apóstata. “En el siglo cuarto, cuando la reina del cielo, bajo el nombre de María, comenzó a ser adorada en la iglesia cristiana [en Roma], este ‘sacrificio sin sangre [de pan y vino]’ también fue introducido… [En] ese momento fue bien conocido haber sido adoptado de los paganos” (Ibíd., pág. 159, énfasis en negrilla añadido).

En la eucaristía católica, la “hostia” es una oblea redonda. Contraste esto con la realidad de que cuando el pan es roto, nunca se rompe en formas redondas. El pan roto de la Pascua representa el cuerpo de Cristo, golpeado y rasgado. Este asombroso simbolismo es completamente perdido en la oblea “redonda.”

La historia, sin embargo, enlaza la “redondez” de la oblea con la adoración al sol. “La importancia… la cual Roma adjunta a la redondez de la oblea, debe tener una razón; y esa razón será encontrada, si miramos los altares de Egipto. ‘La torta delgada redonda,’ dice Wilkinson, ‘ocurre en todos los altares [egipcios].’ Casi toda jota o tilde en la adoración egipcia tiene un significado simbólico. El disco redondo, tan frecuente en los emblemas sagrados de Egipto, simbolizaba el sol.’… [La] oblea redonda, cuya ‘redondez’ es un elemento tan importante en el Misterio Romano… es únicamente otro símbolo de Baal, o el sol” (Ibíd., pág. 160, 163, énfasis en negrilla añadido).

De esta práctica egipcia, Hislop escribe: “Ahora, cuando Osiris, la divinidad-sol, llegó a ser encarnado, y nació, no fue meramente que él debía dar su vida como un sacrificio por los hombres, sino que podía también ser la vida y el alimento de las almas de los hombres… Ahora, este Hijo, quien era simbolizado como ‘Maíz,’ era la divinidad-SOL encarnada, de acuerdo al oráculo sagrado de la gran diosa de Egipto… ¿Que [podría ser] más natural entonces, si esta divinidad encarnada es simbolizada como el ‘pan de Dios,’ que eso debía ser representado como una ‘oblea redonda,’ para identificarlo con el Sol?” Hislop añade que este dios quien era identificado “bajo el símbolo de la oblea o la torta delgada redonda, como ‘el pan de vida,’ era en realidad el Sol feroz y abrasador, o el terrible Moloc” (Ibíd., pág. 160-161, 163, énfasis en negrilla añadido.)

Al final, dice Hislop, “la práctica de ofrecer y comer este ‘sacrificio sin sangre’ [de pan y vino] fue patrocinada por el Papado, y ahora, a lo largo de todos los límites de la comunión romana, ha sustituido el sacramento simple pero más precioso de la Cena instituida por nuestro Señor Mismo” (Ibíd., pág. 164).

 

La adoración a María—y María como “mediatriz de la comunión”

 

Cuando se trata de entender el “misterio” de la eucaristía, el papel de María no puede ser exagerado. María está tan íntimamente conectada al misterio de la eucaristía que el muerto Juan Pablo II—en su carta encíclica Ecclesia de Eucaristía—la llamó la “Mujer de la Eucaristía.” “Si deseáramos redescubrir en toda su riqueza la relación profunda entre la iglesia y la eucaristía, no podemos descuidar a María, la madre y modelo de la iglesia… María puede guiarnos hacia este sacramento más sagrado, porque ella misma tiene una relación profunda con el” (Papa Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía, ch. 6: “En la escuela de María, mujer de la eucaristía,” para. 53, énfasis en negrilla añadido). La completa Ecclesia de Eucaristía está disponible en www.ewtn.com/library/encyc/jp2euchu.htm.

La conexión de María con la eucaristía se origina en parte no pequeña al hecho de que ella es en realidad adorada por la iglesia católica. Los católicos, por supuesto, niegan esto. Sin embargo, mientras no hay nada en la literatura católica que declare explícitamente que María debería ser objeto de adoración, el sentimiento es fuertemente implicado. La reverencia católica a María, alcanza, en la práctica, la adoración porque los católicos se arrodillan frente a su imagen, le oran a ella, confían en ella para la salvación, y le atribuyen a ella títulos y honores los cuales solo le pertenecen a Dios. Por ejemplo, una oración popular en honor de María dice, “Dios te salve, Reina y Madre. Madre de misericordia. Vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te salve. A ti clamamos los desterrados hijos de Eva. A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, señora, abogada nuestra: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos…” (Tomado de Adoración a María—Un estudio de la práctica y doctrina católica, Mary Ann Collins, Ene. 2006, www.catholicconcerns.com).

Note el uso de “abogada,” un título que solo le pertenece a Cristo (I Juan 2:1).

En el documento oficial “Catecismo de la Iglesia Católica”—como esta proclamado por el II Concilio del Vaticano (1962-1965) y aprobado en 1992 por el Papa Juan Pablo II—es declarado que Dios ha exaltado a María en gloria como la “Reina del cielo” (Catecismo, no. 966), y que ella debe ser alabada con devoción especial (Catecismo, no.971; Catecismo de  la Iglesia Católica, Doubleday, pág. 274-275).

Uno solo tiene que leer entre líneas para ver el alto grado de reverencia dado a María. Conectado a la adoración a María esta su presunto papel de co-mediadora con Cristo para la salvación del hombre—en donde ella es a menudo referida como “Mediatriz.”

De acuerdo al Credo Católico, la “Virgen bendita es invocada en la iglesia bajo los títulos de Abogada, Ayudadora, Benefactora, y Mediatriz” (Catecismo, no.969; Ibíd., pág. 275).

La historia ya había predicho mucho de esto. Hislop escribe que “la diosa-reina [Istar] de Caldea [la “Reina del cielo”] difería de su hijo, quien era adorado en sus brazos. Él era …representado como deleitándose en sangre. Pero ella [igual que María en la iglesia católica], como la madre de gracia y misericordia …era enemiga de la sangre, y era representada en un carácter benigno y gentil. Por consiguiente, en Babilonia [como en Roma hoy] ella llevaba el nombre de Mylitta—es decir, ‘La Mediatriz’ ” (Las dos Babilonias, pág. 56-57).

La Escritura, por supuesto, confirma que solo hay “…un Mediador entre Dios y los hombres—el Hombre Cristo Jesús,” (I Timoteo 2:5).

Refiriéndose a Cristo, Lucas escribió: “Y no hay salvación en ningún otro, porque tampoco hay otro nombre bajo el cielo el cual haya sido dado entre los hombres, por el cual debemos ser salvos.” ” (Hechos 4:12).

Uno de los principales proponentes católicos del Movimiento Mariano, el cual glorifica a María, fue el sacerdote-misionero Louis Marie de Montfort (1673-1716) de Francia—mejor conocido por sus trabajos Verdadera devoción a la virgen bendita y El secreto de María (ver www.montfort.org). En su comentario titulado St. Louis Marie de Montfort sobre la eucaristía y María, el escritor católico Corrado Maggioni describe la percepción de Montfort del papel de María en la eucaristía. “Con gran sensibilidad y en gran profundidad, Montfort atrae la atención a la presencia y acción de María en la eucaristía sin detrimento a la excelencia del trabajo redentor de Cristo… María es mediatriz de la Comunión.” Maggioni cita a Montfort al decir que la gente “debería ir a la confesión y la santa comunión con la intensión de consagrasen a sí mismos a Jesús a través de María” (de www.marystouch.com/saints/montfort3.htm, pag.1-2, énfasis en negrilla añadido).

La iglesia católica no solamente ha exaltado a María hacia una posición idealizada más grande que la vida como diosa-Madre y Mediatriz, sino que también la ha hecho virtualmente una co-igual con Cristo en Sus sufrimientos.

En su mensaje al 19avo Congreso Mariano Internacional (1996), el Papa Juan Pablo II dijo: “María está presente, con la iglesia y como la Madre de la iglesia, en cada una de nuestras celebraciones de la eucaristía. Si la iglesia y la eucaristía están inseparablemente unidas, lo mismo debería ser dicho de María y la eucaristía. Esta es una de las razones por las que, desde tiempos antiguos, la conmemoración de María siempre ha sido parte de la celebración de la eucaristía…

“En cada Santa Misa se hace presente en una manera incruenta ese sacrificio único y perfecto, ofrecido por Cristo en la Cruz, en la cual María participó, unida en espíritu con su Hijo sufriente… ofreciendo su propio dolor al Padre. Por tanto, cuando celebramos la eucaristía… la memoria de los sufrimientos de su Madre está también vivificada y presente… A través de la comunión espiritual con la doliente Madre de Dios, los creyentes comparten en una forma especial en el misterio paschal”  (María nos lleva a la eucaristía, énfasis en negrilla añadido; disponible en www.ewtn.com/library/PAPALDOC/JP96-815.htm).

Además, Juan Pablo II dijo que “María, a través de su vida al lado de Cristo y no solamente en el Calvario, se apropió de la dimensión sacrificial de la eucaristía… María experimentó un tipo de ‘eucaristía anticipada’—uno podría decir una ‘comunión espiritual’—de deseo y ofrenda, la cual culminaría en su unión con su Hijo en su pasión… (Ecclesia de Eucaristía, para. 56, énfasis en negrilla añadido).

Debería ser obvio que el sacrificio de la misa se trata tanto de María como de Cristo. Ciertamente, en la mente católica, María está atada inexorablemente a la eucaristía. ¿Que, entonces, sugiere todo esto? A saber, que la así llamada “presencia” de María en la eucaristía es una atenuación enorme. María es adorada, vista como co-mediadora y co-sufridora con Cristo, y ella esta inseparablemente “presente” y “activa” en cada ritual de la eucaristía. El énfasis en su papel como “mediatriz de la comunión”—emparejado con el énfasis colocado en su papel “sacrificial”—lo lleva a uno a preguntarse, ¿Esta María también presente en la hostia?

Mientras la iglesia católica no enseña claramente que María este co-presente en la hostia en la forma en que Jesús es dicho estarlo, la sugerencia sutil sin embargo permanece.

Montfort ensenó que “ya que María le dio al Redentor su carne y sangre, lo siguiente es que ella no puede sino estar involucrada en los misterios que son un memorial único de la misma carne y sangre, es decir, la eucaristía” (Maggioni, p. 2, énfasis en negrilla añadido). Como la madre de Jesús, su carne y sangre son ahora la carne y sangre de Jesús—dándole a ella al menos, tal vez, una presencia directa en la hostia. Después de todo, ya que la eucaristía es un memorial del sacrificio de Jesús—en el cual, como hemos visto, se dice que María ha “participado”—¿no llega a ser el ritual igualmente un memorial de María?

Ciertamente, es posible adorar inconscientemente a alguien o algo. De las formas paganas de adoración, Cristo dijo, “Ustedes no saben lo que [o a quien] adoran….” (Juan 4:22). ¿Es la eucaristía solo otra forma velada de adoración a María? ¿No es esta la religión misterio babilónico traída de regreso a su origen?

Prestado de Jeremías 44:17-19, “Nosotros los católicos quemamos incienso a María, la Reina del Cielo, y derramamos ofrendas de bebida de vino a ella, y hacemos pan eucarístico con el cual la adoramos”—y para parafrasear a Hislop, “Todo esto es hecho únicamente para exaltar a la Madre sobre su glorioso Hijo.”

Cualquiera que sea su intensión, la doctrina católica de la eucaristía y la transustanciación está expuesta como nada más que una tradición fraudulenta, idolatra, pagana—el producto de una combinación de misterios religiosos babilónicos e ideas primitivas de “comer un dios.” Independientemente de los reclamos de la iglesia romana, y los rezos de sus sacerdotes, la carne de Jesucristo nunca ha estado presente en ninguna “oblea de comunión,” ni su sangre ha estado alguna vez presente en ningún “vino de comunión.”

Para un trabajo histórico y teológico completo sobre el tema, ver Las dos Babilonias por Alexander Hislop, pág. 156-165.