CAPITULO 13
(Tomado del libro “Días festivos ocultos o Días Santos de Dios—¿Cuáles?”)
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El más grande misterio de las eras de Dios revelado en el octavo día—el Último Gran Día
Por
Fred R. Coulter
www.iglesiadedioscristianaybiblica.org
Cuando vemos el panorama de la historia humana desde los individuos hasta las grandes civilizaciones, desde los olvidados, no queridos y rechazados hasta los famosos, idolizados y celebrados—uno está obligado preguntar, “¿Por qué hay vida y muerte, bien y mal? ¿Por qué permite Dios y/o causa desastres, inundaciones, mareas, terremotos, erupciones volcánicas, destrucción, guerra, hambre, pestilencia, enfermedad, dolor y sufrimiento, violencia y muerte que le acontece a la humanidad a través de toda generación y civilización?”
Si Dios es un Dios de amor, ¿Por qué Él no para o previene la miseria del sufrimiento humano y la muerte accidental—especialmente de niños y bebés inocentes—y el aborto del no nacido? ¿Por qué permite Dios la violación, el asesinato, la tortura sádica y crueldades del hombre contra el hombre—el fuerte contra el débil, el malvado contra el justo? Si Dios realmente oye los gritos lastimeros de humanos desesperados sufriendo tales tragedias horribles, desastres, enfermedades y muerte, ¿por qué no interviene?
A través de la eras, preguntas de vida y muerte han obsesionado a la humanidad—especialmente a los religiosos y filósofos. Intentando encontrar respuestas a estas realidades misteriosas de la vida y muerte humana, los hombres a menudo se encuentran a sí mismos separados del verdadero conocimiento de Dios. Como resultado, los hombres han cultivado incontables teorías y filosofías religiosas acerca de la naturaleza de Dios—así como también del origen y propósito de la vida, el alma inmortal, el cielo, el infierno, el purgatorio y la reencarnación. En el análisis final, sin embargo, todos ellos admiten que simplemente no tienen las respuestas a estos misterios aparentemente inexplicables de la vida y la muerte—y en particular, el misterio final de todos—¿Por qué la muerte?
¿Por qué mueren los seres humanos?
Cuando una persona muere, somos de una enfrentados con la última debilidad y absoluta impotencia de los ser humanos. La muerte nos trae cara a cara con la realidad rígida de que la vida humana es temporal, y que ninguna persona tiene el poder para escapar de la muerte. ¿Por qué un Dios eterno, inmortal y de amor, entrega el ápice de Su creación—el hombre y la mujer hechos a Su imagen y semejanza—a la muerte? Antes que podamos apreciar la respuesta bíblica, necesitamos entender por qué muere la gente.
En el principio, cuando Él creó a Adán y Eva, “Y Dios dijo, “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, según Nuestra semejanza; y tengan dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre el ganado y sobre toda la tierra y sobre toda cosa rastrera que se arrastra sobre la tierra.” Y Dios creó al hombre a Su propia imagen, a la imagen de Dios Él lo creó. Él los creó hombre y mujer. Y Dios los bendijo. Y Dios les dijo, “Sean fructíferos y multiplíquense, y llenen la tierra, y domínenla; y tengan dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre cada cosa viva que se mueve sobre la tierra.”… Y Dios vio todo lo que Él había hecho, y ciertamente, era extremadamente bueno…” (Génesis 1:26-28, 31). Todo lo que Dios creó sobre la tierra ha sido dado al hombre para ser usado para su beneficio. Que bendición tremenda la que Dios dio a la humanidad—¡dominio sobre todo el mundo!
Detalles subsecuentes referentes a la creación de Adán y Eva son descritos en Génesis 2. Como muestra el registro, Adán fue creado primero: “Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y respiró en sus fosas nasales el aliento de vida; y el hombre se convirtió en un ser viviente.” (Génesis 2:7). Dios creó luego a Eva, su esposa, de una de las costillas de Adán. Él también les dio mentes con completa inteligencia, libertad de escogencia y un idioma funcional completo. (Génesis 2:16-17; 3:2-3).
Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza, pero de una naturaleza inferior. De todas las criaturas creadas para vivir sobre la tierra, únicamente al hombre se le ha dado los atributos de Dios—incluyendo la habilidad mental de pensar y razonar, hablar, escribir, planear, crear, construir, enseñar, aprender, juzgar y gobernar. Dios le dio a los seres humanos la capacidad de amar, odiar, reír, llorar, arrepentirse y experimentar todo tipo de emoción. Todas estas son características divinas las cuales la humanidad tiene el privilegio de poseer, sin embargo inferior a Dios.
El hombre es capaz de ejercitar estos atributos divinos porque le ha sido dada una dimensión espiritual única que Dios no le dio al resto de Su creación terrenal. Todo ser humano tiene esta cualidad, la cual hace a cada uno “un poco más bajo que Dios” (Salmo 8:1-5). La Biblia describe este aspecto espiritual como el “espíritu del hombre,” el cual no es un alma inmortal. Es esta dimensión espiritual de la mente la que imparte vida humana e inteligencia (Job 32:8, 18; 33:4; Zacarías 12:1; I Corintios 2:11 y Santiago 2:26) (Vea Apéndice K, “¿Qué le pasa a los muertos?”
Aunque ellos fueron hechos del polvo de la tierra, ambos, Adán y Eva fueron creados en un estado de inocencia—sin pecado y sin culpa delante de Dios. Ellos no estaban sujetos aun a la pena de muerte, porque no habían pecado (Génesis 2:25). En contraste, tampoco poseían vida eterna aun, porque no habían comido del árbol de la vida.
Adán y Eva—agentes de libre albedrio con el poder de escoger
Dios creó a Adán y Eva como agentes de libre albedrio—con el poder de inteligencia, pensamiento independiente y escogencia personal. Desde ese entonces Él ha dado lo mismo a todo ser humano. La escogencia final que cada uno debe decidir es si ama y obedece a Dios. Como Creador y Dador de Ley, Dios ha decretado que la pena por la desobediencia a Sus mandamientos es la muerte. Sin embargo, a través de la fe, el amor y la obediencia, Dios otorga el regalo de la vida eterna (Romanos 6:23). Cuando Dios colocó a Adán en el Jardín del Edén, Él le dio instrucciones claras. Él también le dio a Adán diferentes escogencias como está representado por los dos árboles, “Y el SEÑOR Dios plantó un jardín hacia el oriente en Edén; y allí puso al hombre a quien Él había formado. Y de la tierra el SEÑOR Dios hizo crecer todo árbol que es agradable a la vista y bueno para comida. El árbol de vida también estaba en la mitad del jardín, y el árbol del conocimiento de bien y mal… Y el SEÑOR Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para cultivarlo y mantenerlo.” (Génesis 2:8-9, 15). El árbol de la vida representaba el camino de Dios que lleva a la vida eterna. El árbol del conocimiento del bien y el mal simbolizaba el camino de pecado, desobediencia y muerte.
Dios le advirtió a Adán que la consecuencia de tomar la decisión equivocada sería la muerte. “Y el SEÑOR Dios le ordenó al hombre, diciendo, “Puedes comer libremente de todo árbol en el jardín, pero no comerás del árbol del conocimiento del bien y el mal, porque en el día que comas de el, al morir ciertamente morirás.” ” (Génesis 2:16-17).
Entra Satanás, el pecado y la muerte: Dios debe haber instruido completamente a Adán y Eva acerca de Sus leyes y mandamientos y el camino a la vida eterna antes de permitirle a Satanás el diablo, en la forma de una serpiente, tentarlos. Ellos estaban extremadamente concientes de que si comían del árbol del conocimiento del bien y el mal, estarían sujetos a la muerte (Génesis 3:3).
Cuando la serpiente entró al Jardín del Edén, Adán y Eva tuvieron que determinar a quién le creerían y obedecerían—a Dios o a Satanás. Ellos tuvieron que decidir entre los mandamientos de Dios o las mentiras descaradas de Satanás. Era su decisión. ¿Confiarían ellos en Dios y escogerían Su camino—el camino de vida? o ¿Le creerían a Satanás y escogerían el camino que parecía bueno para ellos—el camino de pecado y muerte? (Vea Proverbios 14:12, 16:25).
La Biblia registra que Adán y Eva eligieron creerle a Satanás. Si ellos le hubieran creído a Dios, podían haber rechazado las tentaciones mentirosas de Satanás. Creyendo las mentiras de Satanás, ellos escogieron comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal. “Y la serpiente dijo a la mujer, “¡Al morir, ciertamente no morirán! Porque Dios sabe que en el día que coman de el, entonces sus ojos serán abiertos, y serán como Dios, decidiendo el bien y el mal.” Y cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comida, y que era placentero a los ojos, y un árbol para ser deseado para hacerlo a uno sabio, tomó de su fruto y comió. También le dio a su esposo con ella, y él comió. Y los ojos de ambos fueron abiertos, …” (Génesis 3:4-7).
Las consecuencias del pecado de Adán y Eva: Primero, su pecado trajo el juicio de Dios sobre la serpiente—Satanás (Génesis 3:14). El Señor Dios luego prometió un Salvador futuro para morir por los pecados de Adán y Eva, así como también por los pecados de sus hijos (verso 15). Finalmente, Él pronuncio Su juicio contra Adán y Eva: “A la mujer Él dijo, “Incrementaré grandemente tus dolores y tu concepción—en dolor darás a luz hijos. Tu deseo será hacia tu esposo, y él gobernará sobre ti” Y a Adán Él dijo, “Porque has oído a la voz de tu esposa y has comido del árbol—del cual te ordené, diciendo, ‘¡No comerás de el!’—la tierra es maldita por tu causa. En dolor comerás de ella todos los días de tu vida. También te dará a luz espinas y cardos, y así comerás las hierbas del campo; en el sudor de tu cara comerás pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; porque polvo eres, y a polvo volverás.” ” (versos 16-19).
Cuando sus ojos fueron abiertos para “decidir” lo bueno de lo malo por sí mismos, sus ojos se cerraron al camino de Dios y Su justicia—no solo para sí mismos, sino también para toda su progenie. Más aun, a Adán y Eva se les negó el acceso al árbol de la vida. “Y el SEÑOR Dios dijo, “He aquí, el hombre ha llegado a ser como uno de Nosotros, para decidir [lo que es] bien y mal; y ahora, no sea que él extienda su mano y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.” Por lo tanto, el SEÑOR Dios lo envió fuera del jardín del Edén a labrar la tierra de la cual había sido tomado. Y expulsó al hombre, y colocó querubines al oriente del jardín del Edén, y una espada llameante la cual giraba en toda dirección para guardar el camino al árbol de vida.” (versos 22-24).
Con el primer acto de desobediencia de Adán y Eva, el pecado entró al mundo. Primariamente, ellos perdieron su inocencia y su naturaleza humana fue cambiada a una naturaleza de pecado y muerte. Como lo explica Pablo, esta naturaleza de pecado y muerte llegó a ser una parte inherente de su mismo ser, y a través de herencia ha pasado a toda la humanidad. “Por tanto, como por un hombre [Adán] el pecado entró al mundo, y por medio del pecado vino la muerte; y en esta forma, la muerte pasó dentro de toda la humanidad [como parte de su herencia]; es por esta razón que todos han pecado.” (Romanos 5:12).
Usándose a sí mismo como un ejemplo, Pablo describió la naturaleza pecaminosa del hombre como “el pecado que está viviendo dentro de mí;… otra ley dentro de mis propios miembros, en guerra contra la ley de mi mente, y llevándome cautivo a la ley de pecado que está dentro de mis propios miembros.” (Romanos 7:17, 23). Aunque él podía saber y hacer el bien, el pecado siempre estaba presente para vencer el bien que él deseaba hacer: “Consecuentemente, encuentro ésta ley en mis miembros, que cuando deseo hacer el bien, el mal está presente conmigo.” (Romanos 7:21).
Pablo caracteriza aún más la naturaleza humana carnal como sujeta irrevocablemente a “la ley de pecado y muerte” (Romanos 8:2). Consecuentemente, todos los humanos son naturalmente hostiles a las leyes de Dios: “Porque la mente carnal es enemistad contra Dios, porque no está sujeta a la ley de Dios; ni en verdad puede estarlo. Pero aquellos que están en la carne no pueden agradar a Dios.” (versos 7-8).
Esta es la razón por la que todos los seres humanos pecan y mueren: “Porque todos hemos pecado, y estamos destituidos de la gloria de Dios;” (Romanos 3:23)—y, “…en Adán todos mueren…” (I Corintios 15:22).
En el análisis final, nuestra naturaleza humana heredada es una mezcla de bien y mal con el jalón de la “ley de pecado y muerte.” Por el engaño del corazón y la mente humana (Jeremías 17:9), muy poca gente estaría dispuesta a admitir que los humanos son básicamente malos. En su lugar, la persona promedio siente que él/ella es esencialmente bueno/a y únicamente tiende a mirar el bien aparente de su comportamiento. Como humanos, estamos inclinados a excusar nuestra pecaminosidad y los pensamientos internos malvados, y justificarnos a nosotros mismos como buenos. “Todos los caminos del hombre son limpios en sus propios ojos, pero el SEÑOR pesa los espíritus.” (Proverbios 16:2).
Como resultado, la gente ve a la humanidad como un todo como buena, sincera, amorosa y mayormente cumplidora de la ley. Ciertamente, aquellos que practican el bien y ayudan al necesitado e indigente con actos de amabilidad y misericordia son genuinos en sus esfuerzos. Esta es la “gente buena y sincera” del mundo que en realidad vive por principios básicos y tiene un sentido de moralidad. Cualquier bien que ellos hagan puede siempre ser rastreado de regreso a alguna forma de las leyes y mandamientos de Dios, como se encuentran en la Santa Biblia. Sin embargo, eso no significa que ellos son llamados por Dios el Padre y Jesucristo hacia salvación—aunque ellos pueden profesar una forma de cristianismo e incluso asistir a una iglesia. Desde una perspectiva humana, la observancia y experiencia de que los humanos son fundamentalmente buenos parece ser válida—especialmente cuando es comparado con la maldad y perversidad de aquellos que cometen crímenes atroces.
Paradójicamente, la Biblia retrata la naturaleza humana muy diferente: “…Porque ya hemos acusado a ambos judíos y gentiles—TODOS—con estar bajo pecado,… “Porque no hay un justo—¡ni siquiera uno! No hay uno que entienda; no hay uno que busque a Dios… Porque todos hemos pecado, y estamos destituidos de la gloria de Dios;” (Romanos 3:9-11, 23).
La perspectiva de Dios de la humanidad difiere de la forma en que nos miramos a nosotros mismos en que Dios mira primariamente el espíritu humano. Dios juzga el comportamiento del hombre por las intenciones del corazón—y así pesa nuestro “corazón” contra los requerimientos del espíritu-de-la-ley de Sus leyes y mandamientos santos y justos. La gente, sin embargo, tiende a mirar únicamente el comportamiento externo, el cual en la superficie parece ser bueno o en realidad es bueno. Tal manifestación de buen comportamiento no borra la naturaleza inherentemente mala de la mente y el corazón de uno. Sin embargo, aunque una persona pueda ser justa en su comportamiento exterior—haciendo el bien como ellos lo ven, como lo vio Job (Job 1:8)—ellos deben llegar al arrepentimiento profundo de sus pecados como lo hizo Job (Job 42:1-6).
Porque todos morimos en Adán, incluso aquellos que son redimidos, convertidos y que reciben la salvación de Dios en esta vida deben todavía morir y esperar la resurrección a la segunda venida de Jesús. (Vea Apéndice K, “¿Qué le pasa a los muertos?”)
La salvación desde Adán hasta la segunda venida de Jesús
Después que Adán y Eva pecaron, Dios prometió un Redentor que vendría a salvar a la humanidad de sus pecados. Él luego los expulsó del Jardín del Edén y les cortó el acceso al árbol de la vida—mostrando que la salvación para la humanidad en general estaba retenida hasta un tiempo futuro cuando vendría el Salvador (Génesis 3:24). En ese momento Dios determinó que Él llamaría solamente a unos pocos selectos para recibir salvación—únicamente a aquellos que verdaderamente lo amaran y obedecieran—desde ese tiempo en adelante hasta la muerte profetizada del Mesías, Jesucristo, en el 30 d.C.
La Biblia lista unos pocos hombres justos que vivieron antes del diluvio quienes serán resucitados a vida eterna con los santos al regreso de Jesús. Ellos son Abel, Enoc y Noé (Hebreos 11:4-7), y algunos de los otros patriarcas listados en Génesis 5. Dios entregó el resto de la humanidad a sus propias ideas para aprender la lección de que las consecuencias del camino del hombre sin Dios, en rebelión contra Él, resultaría en miseria, sufrimiento y muerte (Proverbios 14:12).
Irresponsablemente, ellos escogieron seguir el camino de Caín. La generación precedente al Diluvio fue excesivamente mala, maligna y pecadora: “Y el SEÑOR vio que la iniquidad del hombre era grande sobre la tierra, y cada imaginación de los pensamientos de su corazón era solo el mal continuamente. Y el SEÑOR se arrepintió de haber hecho hombre sobre la tierra, y Él fue afligido en Su corazón. Y el SEÑOR dijo, “Destruiré al hombre a quien he creado de la faz de la tierra, ambos hombre y bestia, y la cosa que se arrastra, y las aves del aire; porque me arrepiento de haberlos hecho.”… Ahora, la tierra también era corrupta delante de Dios, y la tierra estaba llena con violencia. Y Dios miró sobre la tierra, y he aquí, era corrupta—porque toda carne había corrompido sus caminos sobre la tierra. Y Dios dijo a Noé, “El fin de toda carne ha venido delante de Mí, porque la tierra está llena con violencia por causa de ellos. Y, he aquí, Yo los destruiré con la tierra.” (Génesis 6:5-7. 11-13).
Porque Noé encontró gracia a la vista de Dios, Él escatimó a Noé, su esposa, y sus tres hijos con sus esposas, del Diluvio—así como también varios animales y criaturas vivientes que Dios envió a Noé para ponerlas en el arca. Aproximadamente 1656 años después que Dios creó a Adán y Eva, Él destruyó toda vida con un Diluvio universal (Génesis 6:14-8:13). Con excepción de unos pocos hombre justos desde Adán a Noé, Dios retuvo deliberadamente la salvación para la humanidad. Todos ellos vivieron y murieron sin una oportunidad para la salvación. ¿Están esos perdidos para siempre o Dios les dará aun una oportunidad para la salvación? Si es así, ¿Cómo y cuándo lo hará? Como descubriremos, las respuestas son encontradas en el significado del Ultimo Gran Día.
Después del Diluvio: En el pacto de Dios con Noé y sus descendientes, Él prometió que aunque el corazón del hombre era malo desde su juventud en adelante, Él nunca más maldeciría severamente la tierra ni destruiría toda vida: “… y el SEÑOR dijo en su corazón, “No maldeciré otra vez la tierra por causa del hombre—aunque la imaginación del corazón del hombre es mala desde su juventud; y no castigaré otra vez toda cosa viva como he hecho. Mientras la tierra permanezca, siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, y día y noche no cesarán.” Y Dios bendijo a Noé y sus hijos, y Él les dijo, “Sean fructíferos y multiplíquense, y rellenen la tierra.” (Génesis 8:21-9:1).
Mientras Dios no ofreció salvación espiritual a los descendientes de los hijos de Noé, Él requirió que ellos lo obedecieran y guardaran Sus leyes y mandamientos en la letra de la ley. Sin embargo, por la naturaleza humana, no tomó mucho tiempo para que la humanidad, bajo la influencia de Satanás y sus demonios, se rebelaran contra Dios una vez más. En la tercera generación después del Diluvio, Nimrod y su esposa Semiramis guiaron a la mayoría de la humanidad a una apostasía contra Dios y promovieron la adoración de Satanás como dios. Al pináculo de esta rebelión, el reino de Babel de Nimrod fue establecido por conquista despiadada. Génesis da este registro: “Y Cus engendró a Nimrod. Él comenzó a ser un poderoso en la tierra. Él fue un poderoso cazador contra el SEÑOR. Por tanto es dicho, “Como Nimrod—el poderoso cazador contra el SEÑOR.Y el comienzo de su reino fue Babel y Erec y Acad y Calne, en la tierra de Sinar.” (Génesis 10:8-10).
Para usurpar la autoridad y dominio de Dios, ellos buscaron construir una torre que llegara al cielo. “Y la tierra entera era de un idioma y un dialecto. Y sucedió, mientras ellos migraban hacia el oriente, encontraron una planicie en la tierra de Sinar. Y se establecieron allí. Y se dijeron el uno al otro, “Vamos, hagamos ladrillos y quemémoslos completamente.” Y tuvieron ladrillos por piedra, y tuvieron asfalto por mortero. Y ellos dijeron, “Vamos, construyámonos una ciudad y una torre, con su cima alcanzando los cielos. Y establezcamos un nombre para nosotros mismos, no sea que seamos dispersados sobre la faz de toda la tierra.” Y el SEÑOR bajó para ver la ciudad y la torre la cual los hijos de hombres habían construido. Y el SEÑOR dijo, “He aquí, la gente es una y todos ellos tienen un solo idioma. Y esto es únicamente el comienzo de lo que harán—ahora nada de lo cual han imaginado hacer será restringido de ellos. Vamos, bajemos y allí confundamos su idioma, para que no puedan entender el dialecto el uno al otro.” Entonces el SEÑOR los dispersó de ese lugar al extranjero sobre la faz de toda la tierra. Y dejaron de construir la ciudad. Por tanto el nombre de ella es llamado Babel, porque el SEÑOR confundió el idioma de toda la tierra allí. Y desde allí el SEÑOR los dispersó al extranjero sobre la faz de toda la tierra.” (Génesis 11:1-9).
La historia secular antigua registra que cuando Dios dispersó la gente alrededor de todo el mundo, se llevaron con ellos sus dioses falsos, su religión y el gobierno de Nimrod y Semiramis. En el libro épico de Alexander Hislop, Las dos Babilonias, él testifica meticulosamente de una miríada de registros antiguos, que el registro bíblico en Génesis 1 al 11 es preciso.
A pesar de la maldad y rebelión de la humanidad, Dios continuó manifestándose a Sí mismo a las generaciones sucesivas a través de Su creación y Sus leyes que gobiernan los cielos y la tierra y el medio ambiente físico humano. Dios se reveló a Si mismo aún más a los hombres a través de Su palabra—Sus mandamientos y leyes. Pero ya que los hombres no quisieron tener a Dios en su conocimiento, la humanidad llegó a ser incrementadamente pecadora. Ultimadamente, Dios los entregó a mentes reprobadas y los abandonó a sus propias lujurias e idolatría, para que aprendieran la última lección de que los caminos del hombre llevan a la muerte y que únicamente el camino de Dios lleva a la vida (Romanos 1:18-32). Desde el tiempo de Adán y Eva hasta este día, Dios ha dejado a la humanidad a sus propias ideas bajo la influencia de Satanás—vivir y morir, desarrollar sus propias sociedades, civilizaciones, religiones y leyes con Satanás como su dios (Romanos 1:18-32; Efesios 2:1-3; II Corintios 4:4; Apocalipsis 12:9). La historia de la Biblia y el mundo verifica que esto es cierto.
Abraham, Isaac, Jacob e Israel: En 1940 a.C, aproximadamente 300 años después del Diluvio, Dios llamó a Abraham y estableció Su pacto con él y sus descendientes Isaac y Jacob, también llamado Israel, quien tuvo doce hijos quienes llegaron a ser las doce tribus de Israel. Unos 454 años más tarde, en 1486 a.C, Dios llamó a Moisés para guiar a los hijos de Israel fuera de su esclavitud egipcia.
Cuando Dios estableció Su pacto con Israel en el Monte Sinaí, Él no les hizo disponible el Espíritu Santo a ellos ni su pacto incluyó la promesa de vida eterna. Más bien, Dios requirió que los hijos de Israel lo obedecieran en la letra de la ley. Consecuentemente, ellos recibieron bendiciones físicas y grandeza nacional por la obediencia y maldiciones por la desobediencia. Aunque esta palabreado diferente, las escogencias que Dios colocó delante de las doce tribus de Israel fueron idénticas a las escogencias que Él colocó delante de Adán y Eva: “He aquí, he colocado delante de ustedes en este día vida y bien, y muerte y mal, en que les mando en este día amar al SEÑOR su Dios, caminar en Sus caminos, y guardar Sus mandamientos y Sus estatutos y Sus juicios para que puedan vivir y multiplicarse. Y el SEÑOR su Dios los bendecirá en la tierra donde van a poseerla. Pero si su corazón se aparta, de modo que no escuchen, sino sean arrastrados y adoren otros dioses y los sirvan, yo les denuncio en éste día que ciertamente morirán; no prolongarán sus días sobre la tierra a donde pasan sobre el Jordán para ir a poseerla. Yo llamo al cielo y a la tierra para registrar este día contra ustedes que he colocado delante de ustedes vida y muerte, bendición y maldición. Por lo tanto, escojan vida, para que ustedes y su semilla puedan vivir, para que puedan amar al SEÑOR su Dios, y puedan obedecer Su voz, y puedan unirse a Él; porque Él es su vida y la longitud de sus días, para que puedan vivir en la tierra la cual el SEÑOR juró a sus padres—a Abraham, a Isaac, y a Jacob—dárselas.” ” (Deuteronomio 30:15-20).
Este ciclo de bendiciones y maldiciones continuó con los hijos de Israel y los judíos hasta que el Salvador prometido vino. En Hebreos, capitulo once, el apóstol Pablo lista a aquellos pocos que recibieron salvación y la promesa de vida eterna desde el tiempo de Abel hasta la primera venida de Jesucristo. Además, Pedro nos informa que los profetas de Dios estuvieron incluidos entre aquellos que Dios llamó en una forma especial para recibir salvación hacia vida eterna (I Pedro 1:10-12). Todos estos estarán en la primera resurrección, junto con todos los apóstoles y santos del Nuevo Pacto (Apocalipsis 11:18).
¿Qué va a hacer Dios?
Desde la creación de Adán y Eva hasta la primera venida de Jesucristo, la vasta mayoría de toda la humanidad vivió y murió sin el conocimiento del verdadero Dios. Selectivamente, desde la primera venida de Jesús, algunos han sido llamados a la redención y salvación. Relativamente pocos, sin embargo, se han arrepentido verdaderamente y llegado a ser convertidos (Mateo 7:13-14; 22:14). Históricamente, la mayoría de la humanidad se ha rehusado consistentemente a creer y obedecer a Dios. Deliberadamente, Dios ha entregado a la humanidad a la incredulidad—a sus propias ideas bajo la influencia de Satanás (Deuteronomio 5:29; 29:1-4; Efesios 2:1-3; II Corintios 4:3-4; II Tesalonicenses 2:11; Apocalipsis 12:9).
Como lo explicó Jesús, aquellos que se rehusaron a oír o a creerle a Él y a Sus enseñanzas, serian cegados, guardados del entendimiento espiritual y entregados a la incredulidad. Además, perderían el poco discernimiento que ya tuvieran. Sin embargo, Jesús le dijo a Sus discípulos que a ellos se les daría una abundancia de entendimiento: “Porque quienquiera que tenga entendimiento, a él más será dado, y tendrá abundancia; pero quienquiera que no tenga entendimiento, incluso lo que tiene le será quitado. Por esta razón les hablo a ellos en parábolas, porque viendo, ellos no ven; y oyendo, ellos no oyen; ni entienden. Y en ellos es cumplida la profecía de Isaías, la cual dice, ‘Oyendo ustedes oirán y en ninguna forma entenderán y viendo verán, y en ninguna forma percibirán; porque el corazón de esta gente se ha engordado, y sus oídos son sordos para oír, y sus ojos han cerrado; no sea que ellos vean con sus ojos, y oigan con sus oídos, y entiendan con sus corazones, y sean convertidos, y Yo los sane.’ ” (Mateo 13:12-15).
¡Lo que Jesús declaró fue un misterio! Él cegó a propósito a los incrédulos y cerró su entendimiento para que no pudieran ser convertidos. Algunos pueden preguntar, “¿No parece injusto que Dios llame a alguien a la salvación y excluya a otros?” Desde una perspectiva humana, si parece que Dios fuera injusto y parcial si únicamente le otorga vida eterna a los pocos que Él llame y rechace a todos los otros sin esperanza de salvación en lo absoluto. Como lo escribe Pablo, “Pero Isaías gritó concerniente a Israel, “Aunque el número de los hijos de Israel será como la arena del mar, un remanente será salvo.” (Romanos 9:27).
¡Qué declaración increíble! ¿Qué del resto de Israel y las demás naciones del mundo? ¿Va Dios a salvar solo al remanente de Israel y aquellos pocos que Él haya llamado para la exclusión de los otros? Al mostrar tal parcialidad, ¿Es Dios injusto? Concerniente a esta mismas preguntas, Pablo declara, “¿Entonces qué diremos? ¿Hay injusticia con Dios? ¡DE NINGUNA MANERA!” (Romanos 9:14).
¿Por qué entonces Dios ha entregado la mayoría de la humanidad a la ceguera espiritual e incredulidad? Pablo da una respuesta: “Porque Dios los ha entregado a todos a la incredulidad para que pudiera mostrar misericordia a todos.” (Romanos 11:32). A lo largo de las eras, los billones de personas que Dios ha cegado deliberadamente y entregado a la incredulidad han muerto. ¿Cómo, entonces, es posible para Dios mostrarles misericordia y ofrecerles salvación?
¿Se contradice Dios a Si mismo?: En el espacio de unos pocos versos, Pablo parece contradecir la declaración de Jesús de que la mayoría han sido cegados y entregados a la incredulidad. Él también parece contradecir sus propio registro de que únicamente “un remanente será salvo”. Él declara, “Y entonces todo Israel será salvo…” (Romanos 11:26). Y de nuevo, “[Dios] Quien desea que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad… Él es paciente hacia nosotros, no deseando que alguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento.” (I Timoteo 2:4; II Pedro 3:9).
¿Cómo va Dios a resolver estas aparentes discrepancias? De un lado, Él dice que únicamente un remanente será salvo. Del otro, Él afirma que todo Israel será salvo y que Él desea que todos lleguen al arrepentimiento y tengan salvación. Ya que Dios no puede mentir, ¿Cómo va Él a lograr esto?
Las respuestas son encontradas en el significado del Ultimo Gran Día (Juan 7:37). El Ultimo Gran Día en el Antiguo Testamento es llamado simplemente “el octavo día… [una] santa convocación… un Sábado”—siguiendo los siete días de la Fiesta de Tabernáculos (Levítico 23:36; 39; II Crónicas 7:8-10). Es la última mencionada (y consecuentemente la menos entendida) de todas las fiestas y días santos de Dios. Aun así, con Dios, eso “que es menor de todos llegará a ser grande” (Lucas 9:48; Mateo 13:32). Más que cualquier otro día santo, este “octavo día” aparentemente oscuro tiene tal vez el significado más grande para toda la humanidad.
Como con las otras fiestas y días santos de otoño, el significado del Ultimo Gran Día no pudo ser completamente entendido sin Apocalipsis 20. Vimos antes que Apocalipsis 20 saca el hecho de que la Fiesta de Tabernáculos representa el establecimiento del Reino de Dios sobre la tierra. Tabernáculos representa el periodo único de 1000 años (a menudo llamado el Milenio) el cual ofrecerá salvación universal para todos los pueblos y naciones—con Cristo como Rey y aquellos de la primera resurrección sirviendo como reyes y sacerdotes (Apocalipsis 20:6).
Al comienzo del periodo de 1000 años, Satanás y sus demonios son encerrados en el abismo, una prisión. Al final del Milenio, el juicio final de Dios es ejecutado contra Satanás y sus ángeles—echándolos en el lago de fuego y sentenciándolos a la más negra oscuridad para siempre, nunca serán libres otra vez (Apocalipsis 20:10; Mateo 25:41; Judas 12-13).
Sin embargo, el plan de Dios no está todavía terminado. Apocalipsis veinte describe otra era final de salvación universal representada por el octavo día—el Ultimo Gran Día. En numerología bíblica, el número ocho significa un “nuevo comienzo” o un “nuevo orden de cosas… y así [ocho] significa lo NUEVO en contraste a lo viejo” (Vallowe, Matemática Biblica, p. 85). El significado de este “octavo día” revela un aspecto fantástico, aun así poco entendido del plan magnifico de Dios de salvación para la humanidad. Ciertamente, es un “nuevo comienzo” para el resto de los muertos.
El resto de los muertos vivirán otra vez—La segunda resurrección
Es por Jesucristo que todos seremos resucitados de regreso a la vida: “Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo TODOS SERAN HECHOS VIVOS.” (I Corintios 15:22). Pero cada uno en su propio orden (verso 23). Además de la primera resurrección, Apocalipsis 20:5 revela que todo el resto de los muertos (quienes no estuvieron en la primera resurrección) deben vivir otra vez: “(Pero el resto de los muertos no vivieron de nuevo hasta que los mil años fueron completados.)…”
Este verso responde lo que ha sido un misterio para la humanidad—la pregunta de la vida y la muerte. Lo que Juan fue inspirado a escribir en Apocalipsis 20 confirma la declaración de Jesús concerniente a los muertos: “Verdaderamente, verdaderamente les digo, la hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y aquellos que oigan vivirán. Porque incluso como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en Sí mismo; y también le ha dado autoridad para ejecutar juicio porque Él es el Hijo de hombre. No se asombren de esto, porque la hora viene en la cual TODOS LOS QUE ESTEN EN LAS TUMBAS [es decir todos los que han muerto independientemente de las circunstancias] oirán Su voz y saldrán: aquellos que han practicado el bien hacia una resurrección de vida, y aquellos que han practicado el mal hacia una resurrección de juicio.” (Juan 5:25-29). En este pasaje, Jesús habla de dos resurrecciones separadas, exactamente como Juan lo describe en Apocalipsis 20.
“La resurrección de vida” es la primera resurrección a vida eterna como está representada por la cosecha de los primeros frutos de Pentecostés. Como seres espirituales inmortales, aquellos de la primera resurrección no estarán sujetos a la muerte: “Bendito y santo es aquel que tiene parte en la primera resurrección; sobre este la segunda muerte no tiene poder…” (Apocalipsis 20:6).
La segunda resurrección—a juicio: Apocalipsis 20 muestra que la resurrección a juicio—de la cual Jesús habló en Juan 5:29—ocurre mil años después de la primera resurrección. Correctamente, ella puede ser designada como la segunda resurrección. También está referida como “El Juicio del Gran Trono Blanco” (Apocalipsis 20:11-12). Aquellos en esta resurrección no serán levantados como seres espirituales, con vida eterna. Ellos serán levantados a una segunda vida física en la carne—sujetos a la muerte. Dios separa a aquellos en esta resurrección en dos clases diferentes:
1. Desde la creación de Adán y Eva hasta el regreso de Cristo—todos los que Dios no llamó durante su primera vida, porque Dios los ató deliberadamente a una vida de ceguera e incredulidad espiritual, ellos no cometieron el pecado imperdonable. En la generosidad graciable de Dios, Él los resucita a una segunda vida en la carne para que tengan su primera oportunidad de salvación. Esto incluye todos, sean jóvenes o viejos, quienes murieron muertes prematuras como resultado de guerras, enfermedades, desastres naturales, accidentes, asesinatos, suicidios—así como también aquellos que murieron como recién nacidos, aquellos aun por nacer e incluso quienes sufrieron muerte por aborto.
2. Todos aquellos que, en su primera vida, rechazaron la salvación de Dios y blasfemaron contra el Espíritu Santo. Habiendo cometido el pecado imperdonable, ellos serán levantados de regreso a vida física para su juicio final, para ser echados en el lago de fuego y morir la segunda muerte. (Vea Apéndice L, “¿Que es el pecado imperdonable?”).
Pecado perdonable e imperdonable: Jesús explicó que hay dos categorías de pecado contra Dios—el perdonable y el imperdonable. “Por esto, Yo les digo, todo pecado y blasfemia será perdonada al hombre excepto la blasfemia contra el Espíritu Santo; esa no será perdonada al hombre. Y quienquiera que hable una palabra contra el Hijo de hombre, le será perdonado, pero quienquiera que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en esta era ni en la era venidera.” (Mateo 12:31-32; Marcos 3:28-29).
La era venidera de la que Jesús habló es el periodo de la resurrección a juicio que ocurre después que los mil años son completados (Juan 5:29; Apocalipsis 20:5). Aquellos que han cometido pecados perdonables incluirán a todos los que Dios no llamó y fueron entregados a la ceguera e incredulidad espiritual (Mateo 13:10-15; Marcos 4:11-12). Pablo escribe que ellos fueron entregados a la incredulidad para que Dios pudiera tener misericordia de ellos en una era venidera (Romanos 11:32). Estos serán resucitados en la primera fase de la segunda resurrección y tendrán una oportunidad para el arrepentimiento y la salvación. Finalmente, aquellos que cometieron el pecado imperdonable serán resucitados en la segunda fase de la segunda resurrección.
Jesús añadió que esta resurrección general del “resto de los muertos” incluirá gente de todas las naciones que vivieron sus primeras vidas en tiempos diferentes a través de la historia. De hecho, aquellos de diferentes naciones y tiempos serán levantados a la vida al mismo tiempo con los judíos incrédulos (y otros) de la generación de Jesús: “Los hombres de Nínive [800 a.C] se pararán [serán levantados de los muertos] en el juicio con esta generación [los judíos del 28 d.C] y la condenarán, porque ellos [aquellos de Nínive] se arrepintieron a la proclamación de Jonás; y he aquí, uno más grande que Jonás está aquí. La reina del sur [1000 a.C] se levantará [será levantada de los muertos] en el juicio con esta generación [los judíos del 28 d.C] y la condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y he aquí, uno más grande que Salomón está aquí.” (Mateo 12:41-42). Claramente, Jesús se está refiriendo a la resurrección de juicio—“la era venidera”—la cual está reservada para el resto de los muertos como esta descrito en Apocalipsis 20.
El valle de los huesos secos—Una profecía de la segunda resurrección: Cuando Pablo escribió a los creyentes en Roma, él mantuvo que durante esta era presente únicamente, “un remanente de Israel será salvo.” Él más adelante elaboró que “todo Israel será salvo”—aunque no entendió completamente cuando ocurriría eso.
Siglos antes de Pablo, Dios le dio al profeta Ezequiel la visión del tiempo cuando todos los muertos de Israel serán resucitados a una segunda vida física para tener su primera oportunidad para la salvación. “La mano del SEÑOR fue sobre mí, y me trajo por el Espíritu del SEÑOR, y me colocó en medio de un valle, y este estaba lleno de huesos [estos huesos humanos mostraron que ellos una vez vivieron y habían muerto]. Y me hizo caminar entre ellos todo el rededor. Y he aquí, muchísimos estaban en el valle abierto. Y he aquí, estaban muy secos. Y me dijo, “Hijo de hombre, ¿Pueden vivir estos huesos?” Y yo respondí, “Oh SEÑOR Dios, Tú sabes.” Otra vez me dijo, “Profetiza a estos huesos, y diles, ‘Oh huesos secos, oigan la Palabra del SEÑOR. Así dice el SEÑOR Dios a estos huesos, “He aquí, Yo haré que aliento entre en ustedes y vivirán. Y pondré nervios sobre ustedes y traeré carne sobre ustedes, y los cubriré con piel, y pondré aliento en ustedes, y vivirán y sabrán que Yo soy el SEÑOR.” ’ ” Entonces profeticé como me fue ordenado. Y mientras profetizaba, hubo un ruido. Y he aquí, ¡un temblor! Y los huesos se juntaron, un hueso a su hueso. Y mientras miraba, he aquí los tendones y la carne vino sobre ellos, y la piel los cubrió encima. Pero no había aliento en ellos. Y me dijo, “Profetiza al viento, profetiza, hijo de hombre, y di al viento, ‘Así dice el SEÑOR Dios, “Venga de los cuatro vientos, Oh aliento, y respire sobre estos muertos para que ellos vivan.” ’ ” Así que profeticé como me ordenó, y el aliento entró en ellos, y vivieron y se pararon sobre sus pies, un ejército extremadamente grande. Y me dijo, ‘Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel [todas las doce tribus de Israel de todas las eras de tiempo]. He aquí, ellos dicen, ‘Nuestros huesos están secos y nuestra esperanza está perdida; nosotros mismos estamos completamente cortados [por los pecados y trasgresiones].’ ” (Ezequiel 37:1-11).
Dios instruyó a Ezequiel a continuar profetizando: “Por tanto profetiza y diles, ‘Así dice el SEÑOR Dios, “He aquí, Oh Mi pueblo, Yo abriré sus tumbas y haré que salgan de sus tumbas [una resurrección a una segunda vida en la carne] y los traeré a la tierra de Israel. Y sabrán que Yo soy el SEÑOR cuando haya abierto sus tumbas, Oh Mi pueblo, y los haya sacado de sus tumbas. Y pondré Mi Espíritu [de arrepentimiento, redención y conversión] en ustedes, y vivirán, y los colocaré en su propia tierra. Y sabrán que Yo el SEÑOR lo he hablado y lo he hecho,” dice el SEÑOR.’ ” ” (versos 12-14).
No puede haber duda de que Ezequiel está describiendo gráficamente una resurrección a una segunda vida física, porque el pasaje describe huesos, tendones, carne y aliento—así como también se refiere a “tumbas” cuatro veces. Estas Escrituras enfatizan la verdad vital de que el resto de la casa de Israel a través de la historia—la cual Dios había cegado previamente por causa de incredulidad—será resucitada a una segunda vida en la carne para dársele su primera oportunidad de salvación. También confirma que en el primer pacto de Dios con Israel en el Monte Sinaí, Él no les ofreció el Espíritu Santo, salvación o vida eterna (Deuteronomio 5:29). Sin embargo, porque Dios los cegó a propósito, ellos no cometieron el pecado imperdonable en su primera vida. Por lo tanto, basado en arrepentimiento, Dios perdonará sus pecados.
Cuando ellos se arrepientan, Dios les dará Su Espíritu Santo. Ellos tendrán sus corazones cambiados, llegarán a ser convertidos y tendrán una oportunidad de recibir vida eterna. Note: “Y rociaré aguas limpias sobre ustedes, y serán limpios. Los limpiaré de toda su inmundicia y de sus ídolos. Y les daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Y quitaré el corazón de piedra de su carne, y les daré un corazón de carne. Y pondré Mi Espíritu dentro de ustedes y haré que caminen en Mis estatutos, y guardarán Mis ordenanzas y las harán.” (Ezequiel 36:25-27).
En estas dos frases de Ezequiel 37:13-14—“ Y sabrán que Yo soy el SEÑOR…” y “…pondré Mi Espíritu en ustedes…”—Dios está demostrando que estos levantados a vida recibirán su primera oportunidad para la salvación y vida eterna.
La declaración de Jesús acerca de esta resurrección a juicio—que “todos los que estén en sus tumbas” oirán Su voz—es confirmada por Pablo para incluir también a los gentiles de todas las naciones. “Porque tantos como han pecado sin ley también morirán sin ley; y tantos como han pecado dentro de la ley serán juzgados por la ley,” (Romanos 2:12). Él añade que los gentiles, “los cuales no tienen la ley, [aun así] practican por naturaleza las cosas contenidas en la ley,… son una ley hacia sí mismos;” (verso 14). Así, ellos también serán “juzgados por la ley.” ¿Cuándo? Verso 16: “En un día [la segunda resurrección] cuando Dios juzgará por Jesucristo los secretos del hombre, de acuerdo a mi evangelio.” Como con Israel, Dios ha cegado a todos los gentiles no llamados y ha escogido no darles Su Espíritu Santo. Por lo tanto, porque ellos cometieron pecados perdonables, Dios de la misma manera los levantará de regreso a una segunda vida física para una oportunidad de salvación.
¿Por qué resucitados a una segunda vida física?
Los billones de personas que son levantados de regreso a vida física en la segunda resurrección no tendrán que contender con Satanás el diablo o sus ángeles demoniacos. Ellos ya habrán vivido sus primeras vidas bajo la autoridad del “dios de este mundo.” Apocalipsis 20:10 muestra que antes que ocurra la segunda resurrección, Satanás y sus demonios habrán sido juzgados, sentenciados, echados en el lago de fuego y, finalmente, consignados a la más negra oscuridad para siempre (Judas 13).
Ya que el periodo de la segunda resurrección es la era final de salvación, aquellos de ese tiempo no se reproducirán porque el ciclo del nacimiento y muerte humano debe llegar a un fin. Como veremos, sin embargo, habrá un innumerable número de niños de todas las edades que serán levantados en esta resurrección quienes crecerán hasta ser adultos para calificar para la salvación.
Aquellos en la segunda resurrección tendrán cuerpos y mentes nuevas, pero todavía tendrán recuerdos de sus primeras vidas. Como esta profetizado en Ezequiel 37:11, cuando los israelitas sean levantados a vida física otra vez, ellos exclamaran, “ ‘Nuestros huesos están secos y nuestra esperanza está perdida; nosotros mismos estamos completamente cortados.’ ”—mostrando que ellos entienden que sus primeras vidas los llevaron a la ceguera espiritual, lujuria y pecado. ¿Pero por qué Dios va a levantarlos de regreso a la vida como seres humanos físicos otra vez? ¿Cuál es el propósito de vivir una segunda vida en la carne?
Todos deben calificar para la salvación o rechazarla mientras vivan en la carne: Porque Dios creó a la humanidad a Su imagen y semejanza del polvo de la tierra, es Su propósito que todos deben calificar para la salvación (o rechazarla) mientras estén viviendo en la carne. Como hemos visto, sin embargo, por causa del pecado, Dios ha cegado a la mayoría de la humanidad y los ha cortado de la salvación—para que, al final, Él pueda tener misericordia de todos ellos. Ya que Dios es amor y desea otorgar salvación a todos a través de Jesucristo, Él ha determinado que todos aquellos que cometieron pecados perdonables en sus primeras vidas sean levantados de regreso a una segunda vida física para su primera oportunidad de vida eterna. A lo largo de la historia, la vasta mayoría de la gente que ha vivido y muerto está en esta categoría. Indudablemente, habrá billones y billones de personas en la primera fase de la segunda resurrección. Juan escribe: “Luego vi un gran trono blanco y a Aquel Quien estaba sentado sobre el, de Cuya cara la tierra y el cielo huyeron; y ningún lugar fue encontrado para ellos. Y vi a los muertos [el “resto de los muertos” descrito en el verso 5], pequeños y grandes, de pie delante de Dios;…” (Apocalipsis 20:11-12).
Durante los últimos años del Milenio todo el mundo estará preparado para los billones de personas que serán levantadas en la segunda resurrección. Esos billones requerirán inmediatamente casa, ropa, comida, agua, etc. En preparación, toda la tierra será transformada en un Jardín del Edén—una utopía fantástica—lista y esperando recibirlos.
Cuando esos del periodo del juicio sean levantados de regreso a la vida, se arrepentirán de sus pecados y Dios los perdonara. “Y vivirán en la tierra que le di a sus padres. Y serán Mi pueblo, y Yo seré su Dios. También los salvaré de todas sus inmundicias, y llamaré al grano, y lo incrementaré, y no pondré hambre sobre ustedes. Y multiplicaré los frutos del árbol y el incremento del campo, para que nunca más reciban la maldición de hambre entre las naciones. Y recordarán sus propios malos caminos, y sus acciones que no fueron buenas, y se aborrecerán a sí mismos a su propia vista por sus iniquidades y por sus abominaciones.” (Ezequiel 36:28-31).
Con sus pecados perdonados, ellos serán engendrados por el Espíritu Santo de Dios—las arras de su salvación. Aunque serán convertidos, todavía tendrán la naturaleza humana y estarán sujetos al pecado. Sin embargo, basado en un arrepentimiento verdadero y sentido, ellos serán perdonados (en tanto que cometan pecados perdonables); y—porque estarán viviendo bajo la gracia de Dios—el sacrificio de Jesucristo será una propiciación continua para sus pecados (Romanos 3:23-26; I Juan 1:7-10; 2:1-2). Más aun, se les dará amplio tiempo de vivir en fe, esperanza, amor y obediencia a Dios el Padre y Jesucristo para calificar para la vida eterna.
¿Cuánto tiempo vivirán?: Toma tiempo vencer la naturaleza humana, crecer en el conocimiento espiritual, y desarrollar un carácter fiel y piadoso para calificar para la vida eterna. ¿Pero cuánto tiempo vivirán aquellos en el juicio? Como aprendimos previamente, la gente vivirá cien años durante el Milenio para probar si vivirán fielmente en amor, devoción y obediencia a Dios (Isaías 65:20). Basados en este precedente, podemos concluir que Dios le otorgara de la misma forma a aquellos en la primera fase de la segunda resurrección cien años en los cuales vivirán su segunda vida en la carne. Esto permitirá un amplio tiempo para aprender a amar a Dios el Padre y a Jesucristo—para guardar las leyes y mandamientos de Dios, vencer la naturaleza humana, construir el carácter piadoso y desarrollar la fe permanente profunda requerida para la salvación—y de este modo calificar para el regalo graciable de Dios de la vida eterna.
La resurrección de niños, infantes y el espíritu del hombre: La segunda resurrección también incluirá incontables niños de todas las edades quienes tuvieron sus vidas acortadas por guerras, asesinatos, sacrificios a dioses satánicos, violencia, tortura, violación, hambre, desastres, enfermedad o accidente. En Su gran amor y tierna misericordia, Dios los levantara a todos a una segunda vida física en la cual ellos serán capaces de disfrutar sus vidas a plenitud, recibir la salvación de Dios y calificar para la vida eterna. Estos bebés y niños inocentes—quienes en su primera vida fueron a menudo no amados, rechazados, considerados inconvenientes, o “legalmente” asesinados—llegarán a ser los amados, aceptados, deseados, alzados y abrazados en cuidado amoroso y tierno.
¿Qué de los bebés que fueron abortados, perdidos, nacidos muertos o muertos al nacimiento—o recién nacidos “tirados”? La destrucción de esos niños inocentes y el aborto del no nacido constituye uno de los trabajos de Satanás y sus demonios más atroces y diabólicos. ¿Qué hará Dios por estos más inocentes? ¿Están perdidos para siempre? Dios el Padre ha prometido que Jesucristo anulará y deshará completamente todos los trabajos de Satanás el diablo (Hebreos 2:14). Por lo tanto, en Su gran amor, misericordia tierna y perdón, Dios los levantará a todos de regreso a una nueva vida física. Más aun, Él se los dará de regreso a sus madres y padres en uno de los actos más amorosos de redención y reconciliación que Dios podría alguna vez desempeñar.
Pero, ¿Cómo levantará Dios a los muertos de regreso a la vida? Dios es capaz de transformar lo muerto de regreso a vida física porque, en la concepción, Él le da a cada persona el “espíritu del hombre”—el cual es también el espíritu de vida. Este espíritu humano funciona más o menos como el “ADN espiritual” en que “graba” todo lo que es único acerca de una persona. Además, este “espíritu del hombre” es bloqueado permanentemente en la concepción, así que ningún hombre puede destruirlo.
Esto garantiza que desde el instante de la concepción—la unión del esperma del padre con el ovulo de la madre—la vida humana recién engendrada tiene dentro de sí misma todo lo que él o ella necesita para llegar a ser una persona viviente. El espíritu del hombre da vida y capacita el desarrollo físico de un nuevo ser humano en el vientre de la madre—direccionando genes y cromosomas para formar cada niño o niña en un proceso continuo. Sin este espíritu del hombre no habría vida—o, como el apóstol Santiago escribe, “…el cuerpo sin el espíritu está muerto…” (Santiago 2:26).
Al hablar con Job, Eliu declaró que entendió completamente que él fue hecho por el poder espiritual de Dios, “El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del Altísimo me da vida.” (Job 33:4). El profeta Zacarías nos dice que Dios “…forma el espíritu del hombre dentro de él.” (Zacarías 12:1).
Mientras David estaba orando y meditando en cómo lo creó Dios en el vientre de su madre, él escribió, “Porque has poseído mis riñones; me has tejido en el vientre de mi madre. Te alabaré, porque soy creado maravillosa y asombrosamente; Tus obras son maravillosas y mi alma lo sabe muy bien. No Te fue escondida mi sustancia cuando fui hecho en secreto… Tus ojos vieron mi sustancia, incluso siendo sin forma; y en Tu libro fueron escritos todos mis miembros, los cuales fueron formados a continuación, cuando aún no había ninguno de ellos.” (Salmo 139:13-16). La palabra “sustancia”—usada por David para describirse a sí mismo después que fue concebido—es la palabra idéntica usada hoy por la así llamada “ciencia moderna” para describir la masa de células inicial que comienza a desarrollarse inmediatamente después de la concepción.
Más sobre el espíritu del hombre: Ya que el espíritu del hombre contiene el “cianotipo genético” maestro completo de todo individuo desde la concepción, la única diferencia entre una persona recién concebida y un hombre o mujer completamente crecida es el desarrollo y crecimiento. Consecuentemente, cuando los abortados y nacidos muertos sean levantados a la vida, ellos probablemente serán resucitados como bebés a término completo y dados a sus madres y padres, quienes entonces los cuidarán de buena gana. Ellos crecerán, vivirán sus vidas a plenitud, y tendrán una oportunidad para ser convertidos y calificar para la vida eterna.
Sin embargo, el espíritu del hombre no es un alma inmortal. Tampoco tiene conciencia fuera de un cerebro humano. Para que funcione, el espíritu del hombre debe estar unido con el cerebro humano. Cuando una persona muere, el proceso de pensamiento para (Salmo 146:4), el espíritu del hombre regresa a Dios, y el cuerpo regresa al polvo. “Y [en la muerte] el polvo [del cual está hecho el hombre] regrese a la tierra como estaba, y el espíritu regrese a Dios Quien lo dio.” (Eclesiastés 12:7). Cuando Jesús murió en la cruz, Sus últimas palabras fueron, “ “Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu.” ” (Lucas 23:46; Mateo 27:50; Juan 19:30). (Vea el Apéndice K, “ ¿Qué le pasa a los muertos?). El apóstol Pablo escribe que después de la muerte el “espíritu del hombre” es almacenado con Dios en el cielo hasta el tiempo de la resurrección (Hebreos 12:23).
A través de la conversión, este espíritu humano es perfeccionado por la habitación del Espíritu Santo durante la vida física del Cristiano. Para los muertos que califiquen para la salvación en esta era, Dios usará el “espíritu del hombre” perfeccionado para transformar a cada santo resucitado en un cuerpo y una mente gloriosa, espiritual e inmortal, a través del poder de Su Santo Espíritu. (Vea Romanos 8:14-17; Filipenses 3:20-21; I Juan 3:1-2).
De la misma manera, Ezequiel 37 describe la segunda resurrección en la cual toda la casa de Israel será levantada a una segunda vida física. A cada uno en ese tiempo se le dará un nuevo cuerpo físico y una nueva mente reconstruida del polvo de la tierra de acuerdo a su “espíritu humano” único.
¿Qué tipo de juicio recibirán? Antes que esta pregunta pueda ser respondida, necesitamos enfatizar que hoy, durante esta era, los verdaderos Cristianos están siendo juzgados por Dios de acuerdo a sus obras espirituales únicamente después que se han arrepentido de sus pecados, sido bautizados y recibido el Espíritu Santo. Tales son salvos por la gracia de Dios a través de la fe: “Porque por gracia han sido salvos a través de fe, y esta no es de ustedes mismos; es el regalo de Dios, no de obras, para que nadie pueda jactarse. Porque somos Su hechura, creados en Cristo Jesús hacia las buenas obras que Dios ordenó de antemano para que pudiéramos caminar en ellas.” (Efesios 2:8-10).
Consecuentemente, una vez una persona ha sido convertida, debe conducir su vida caminando en las buenas obras de Dios—Sus leyes y mandamientos. A través de la oración y estudio diario, debe gastar el resto de su vida creciendo en gracia y conocimiento, y venciendo la naturaleza humana y el pecado por el poder del Espíritu Santo de Dios en él/ella. Así es como un Cristiano desarrolla el carácter piadoso (II Pedro 1:3-11), ama a Dios con todo su corazón, mente y fuerza, y califica para la vida eterna a través de la gracia de Dios.
Aunque los verdaderos Cristianos viven en el amor de Dios y permanecen en Su gracia, Dios los juzga de acuerdo a sus obras espirituales de fe, esperanza y amor. El apóstol Pedro escribe que este juicio para la vida eterna esta ahora sobre el pueblo de Dios: “Porque el tiempo ha venido para comenzar el juicio [para la vida eterna] con la familia de Dios;…” (I Pedro 4:17). Jesús también dijo, “Pero el que perdure hasta el fin, ese será salvo.” (Mateo 24:13). En los mensajes de Jesús a las siete iglesias, Él declaró repetidamente que todo el que está llamado a la primera resurrección está siendo juzgado de acuerdo a sus obras. Cuando sus obras son deficientes o pecaminosas, Él los llama al arrepentimiento (Apocalipsis 2-3).
Ya que Dios no hace acepción de personas (Romanos 2:11), aquellos en la segunda resurrección recibirán la misma oportunidad para la salvación y vida eterna. Los Cristianos en esta era están continuamente bajo el juicio de Dios desde el tiempo de su conversión hasta que mueran en la fe. De la misma manera, el juicio de Dios para la vida eterna de aquellos de la segunda resurrección no comenzará sino hasta que también se arrepientan de sus pecados, sean bautizados y reciban el Espíritu Santo. Luego tendrán que crecer en gracia y conocimiento, desarrollar el carácter piadoso y ser fieles por cien años—el fin de sus segundas vidas físicas en la carne.
Aunque la vida eterna es el regalo graciable de Dios, cada uno será juzgado de acuerdo a las obras espirituales de su segunda vida física, no a las obras pecaminosas de su primera vida. Como escribe Juan, “… los libros [los libros de la Palabra de Dios] fueron abiertos [a su entendimiento]; y otro libro fue abierto, el cual es el libro de vida [una oportunidad para la salvación]. Y los muertos fueron juzgados [después de su resurrección] por las cosas escritas en los libros [la Palabra de Dios], de acuerdo a sus obras [en su segunda vida física]. Y el mar entregó los muertos que estaban en el, y la muerte y la tumba entregaron los muertos que estaban en ellas; y ellos fueron juzgados individualmente, de acuerdo a sus obras.” (Apocalipsis 20:12-13).
Al final del periodo de cien años, todo el que ha calificado para la vida eterna será cambiado instantáneamente de carne a espíritu. Ellos entrarán al Reino espiritual de Dios como parte de la familia extendida de Dios—la cual para ese entonces se habrá extendido grandemente, llegando a ser “las naciones las cuales son salvas” (Apocalipsis 21-22). Jesús proclama, “Benditos son aquellos que guardan Sus mandamientos, para poder tener el derecho a comer del árbol de vida, y poder entrar por las puertas a la ciudad [la Nueva Jerusalén].” (Apocalipsis 22:14).
La segunda fase de la segunda resurrección y el lago de fuego: Mientras la vasta mayoría de aquellos en la primera fase de la segunda resurrección lograrán la vida eterna, habrán algunos quienes rehusarán el regalo graciable de Dios de la inmortalidad. Al hacerlo así, ellos habrán cometido el pecado imperdonable—la blasfemia contra el Espíritu Santo de Dios el Padre. Al final de los cien años, estos permanecerán vivos en la carne por un poco más—hasta que el resto de los muertos que habían cometido previamente el pecado imperdonable sean resucitados. Esta segunda fase de la segunda resurrección incluirá a todo el que haya cometido el pecado imperdonable desde el tiempo de Adán hasta el regreso de Jesucristo y durante el Milenio. Ellos serán levantados brevemente a vida en la carne para recibir su juicio final con todos los otros malvados incorregibles. (Vea Apéndice L, “¿Qué es el pecado imperdonable?”).
Jesús le advirtió severamente a aquellos que habían recibido el Espíritu Santo que si no tenían las obras de amor y obediencia piadosas y justas requeridas para la salvación, no recibirían vida eterna. Él advirtió que si alguien rechaza la salvación de Dios y blasfema contra el Espíritu Santo de Dios, será rechazado, maldito y echado al lago de fuego—la misma suerte que le espera a Satanás y sus demonios. “Entonces Él también dirá a aquellos a la izquierda, ‘Apártense de Mí, ustedes malditos, al fuego eterno, el cual ha sido preparado para el diablo y sus ángeles.” (Mateo 25:41).
Todos aquellos que han cometido el pecado imperdonable no tendrán sus nombres escritos en el libro de la vida—y serán echados al lago de fuego para morir la segunda muerte. “Y si cualquiera no fue encontrado escrito en el libro de vida, él fue echado en el lago de fuego.” (Apocalipsis 20:15). Verso 14: “Y la muerte y la tumba fueron echadas en el lago de fuego. Esta es la segunda muerte.” Y otra vez, “Pero el cobarde, e incrédulo, y abominable, y asesinos, y fornicarios, y hechiceros, e idólatras, y todos los mentirosos, tendrán su parte en el lago que quema con fuego y azufre; el cual es la segunda muerte…. Y nada que profane entrará nunca en ella [la Nueva Jerusalén], ni cualquiera que practique una abominación o conciba una mentira; sino únicamente aquellos que están escritos en el libro de vida del Cordero.” (Apocalipsis 21:8, 27).
Después que los malvados incorregibles son echados en el lago de fuego, el fuego se expandirá entonces para cubrir toda la tierra y su atmosfera. El apóstol Pedro escribe: “Sin embargo, el día del Señor [para aquellos que enfrentan la segunda muerte] vendrá como un ladrón en la noche en el cual el cielo mismo desaparecerá con un poderoso rugido, y los elementos fallecerán, quemando con intenso calor, y la tierra y los trabajos en ella serán quemados.” (II Pedro 3:10). En ese momento, Pedro añade, “… los cielos, estando encendidos, serán destruidos, y los elementos, quemando con intenso calor, se derretirán…” (verso 12). Así, el malvado será consumido en el lago de fuego.
El cielo nuevo y la tierra nueva—El cumplimiento final del Ultimo Gran Día
Pedro también escribe que la tierra y su atmosfera deben ser quemadas en preparación para un cielo nuevo y una tierra nueva: “Pero de acuerdo a Su promesa, esperamos un nuevo cielo y una nueva tierra, en la cual la justicia vive.” (II Pedro 3:13).
Jesucristo le dio al apóstol Juan una visión del cielo nuevo y la tierra nueva: “Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra estaban desaparecidas, y no había más mar. Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, bajando de Dios desde el cielo, preparada como una novia adornada para su esposo. Y escuché una gran voz desde el cielo decir, “He aquí, el tabernáculo de Dios es con los hombres; y Él vivirá con ellos, y ellos serán Su pueblo; y Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Y Dios borrará toda lágrima de sus ojos; y no habrá más muerte, o pena, o llanto, ni habrá más dolor, porque las cosas anteriores han desaparecido.” Y Quien se sienta sobre el trono dijo, “He aquí, Yo hago todas las cosas nuevas.” Entonces Él me dijo, “Escribe porque estas palabras son verdaderas y fieles.” Y me dijo, “Está hecho. Yo soy Alfa y Omega, el Principio y el Fin. Al sediento, Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de vida. Aquel que venza heredará todas las cosas; y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo.” (Apocalipsis 21:1-7).
El cumplimiento climático del Ultimo Gran Día marca el comienzo del cielo nuevo y la nueva tierra. Así, el “octavo día” (como el número ocho significa) es un “nuevo comienzo” en el plan de Dios—una puerta abierta a la eternidad. Dios entonces trae la Nueva Jerusalén a la tierra—para ser la casa de Dios el Padre y Jesucristo, Su novia y todos los santos en la primera resurrección. Este es el lugar que Jesús le dijo a Sus discípulos que Él iba a preparar para ellos (Juan 14:2).
Note su descripción gloriosa: “Y uno de los siete ángeles que tenían los siete frascos llenos de las últimas siete plagas vino y me habló, diciendo, “Ven aquí, y te mostraré la novia, la esposa del Cordero.” Y me llevó en el Espíritu a una montaña grande y alta, y me mostró la gran ciudad, la santa Jerusalén [la cual no es la novia, sino donde vivirá la novia], descendiendo del cielo de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su resplandor era como una piedra muy preciosa, como cristal claro como piedra de jaspe. Y la ciudad también tenía un muro grande y alto, con doce puertas, y en las puertas doce ángeles; e inscrito en las puertas estaban los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. En el oriente habían tres puertas; en el norte habían tres puertas; en el sur habían tres puertas; en el occidente habían tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y escritos en ellos estaban los nombres de los doce apóstoles del Cordero. Y el que estaba hablando conmigo tenía una vara de medir de oro, de modo que él podría medir la ciudad, y sus puertas y su muro. Y la ciudad descansa en recuadro, porque su longitud es tan larga como su ancho. Y él midió la ciudad con la vara, doce mil estadios; el largo y el ancho y el alto de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro cubitos; la medida del angel era de acuerdo a la de un hombre. Y la estructura de su muro era jaspe; y la ciudad era oro puro, como vidrio puro. Y los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa: el primer fundamento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el onceavo jacinto; el doceavo, amatista. Y las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era respectivamente una sola perla; y la calle de la ciudad era oro puro, transparente como vidrio.” (Apocalipsis 21:9-21).
La Nueva Jerusalén también será el cumplimiento final del significado de la Fiesta de Tabernáculos. Dios el Padre y Jesucristo vivirán personalmente con su Familia espiritual y, desde ese tiempo en adelante, no habrá templo: “Y no vi templo en ella; porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son el templo de ella. Y la ciudad no tiene necesidad del sol, o de la luna, que deberían brillar en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y la luz de ella es el Cordero. Y las naciones que son salvas caminarán en su luz; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Y sus puertas nunca serán cerradas de día, porque no habrá noche allí. Y ellos traerán la gloria y el honor de las naciones a ella.” (Apocalipsis 21:22-26).
La Nueva Jerusalén llegará a ser la ciudad capital y centro del universo. Siempre estará llena de justicia y del Espíritu Santo de Dios, como lo revela la visión final de Juan: “Después me mostró un río puro de agua de vida, claro como cristal, fluyendo del trono de Dios y del Cordero. Y en medio de la calle, y de este lado y ese lado del río, estaba el árbol de vida, produciendo doce clases de frutos, cada mes rindiendo su fruto; y las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella; y Sus siervos le servirán, y ellos verán Su cara; y Su nombre estará en sus frentes. Y no habrá noche allí; porque ellos no tienen necesidad de una lámpara o de la luz del sol, porque el Señor Dios los ilumina; y ellos reinarán en las eras de eternidad. Y me dijo, “Estas palabras son fieles y verdaderas; y el Señor Dios de los santos profetas envió Su ángel para mostrar a Sus siervos las cosas que deben pasar prontamente. He aquí, Yo vengo prontamente. Bendito es aquel que guarda las palabras de la profecía de este libro.” ” (Apocalipsis 22:1-7).
Dios el Padre y Jesucristo planean compartir la vastedad infinita del universo con la Familia espiritual inmortal de Dios—en cumplimiento del propósito de Dios para lo cielos majestuosos que ha creado (Romanos 8:17-18; Hebreos 1:2-3). Ciertamente, el Ultimo Gran Día representa un nuevo comienzo—¡una puerta abierta a la eternidad! AMEN.