CAPITULO DOS
(Tomado
del libro “El día que Jesús el Cristo murió.”)
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La Agonía de la Crucifixión
Por
Fred
R. Coulter
www.iglesiadedioscristianaybiblica.org
Nota: Todas las
Escrituras han sido traducidas de The Holy Bible In Its Original Order (La
Santa Biblia en Su orden Original), segunda edición.
En
Su ultima comida de Pascua con los apóstoles, Jesús dijo, “He aquí, incluso ahora la
mano de quien Me está traicionando está conmigo en la mesa”
(Lucas 22:21). Aunque Jesús sabía que Judas Lo traicionaría, Él lavó los pies
de Judas junto con los de los otros apóstoles. (Juan 13:2-5, 11). Luego Judas
se fue. Mientras Jesús administraba los símbolos de Su cuerpo y Su sangre a los
11 apóstoles quienes estaban con Él, Él sabía que el tiempo de Su traición
estaba cerca. Cuando Él partió con los apóstoles al Monte de los Olivos,
caminando en la oscuridad de aquella espantosa noche, Jesús empezó a sentir la
opresión melancólica de los pecados del mundo entero cayendo sobre Él, y Su
mente estaba llena de pensamientos del sufrimiento y agonía que tenía por
delante. Aunque Sus apóstoles estaban con Él, un sentimiento abrumador de
aislamiento penetró cada célula de Su ser. Él no podía compartir Su dolor con
ellos porque ellos no entendían lo que traería el resto de la noche y día de la
Pascua. Él les había hablado en los días llevando a la Pascua, pre-advirtiéndoles
de Su traición y muerte, pero ellos no entendieron el significado de Sus
palabras. Ellos no sabían que Su vida estaba a punto de terminar con una muerte
horrible en la cruz como el VERDADERO SACRIFICIO DE LA PASCUA DE DIOS—LA
OFRENDA DEL PECADO POR EL MUNDO.
¡El
tiempo había llegado! ¡Su cita con el destino se acercaba más y más a su máximo
clímax! El Señor Dios del Antiguo Testamento, Quien había venido a la tierra
en la carne, estaba a punto de morir la muerte agonizante que Él y los profetas
habían predicho. Esta era la razón por la que Él había venido al mundo. Él había
venido en la carne para morir—para dar Su cuerpo a ser golpeado, flagelado y
crucificado, y para ofrecer Su sangre por los pecados de la humanidad. Pero ningún
ser humano desea morir una muerte lenta en gran dolor y agonía. Como anticipó Jesús,
Su carne suplicaba ser salvada. Sólo el amor de Dios, el cual Lo había
sostenido y traído a este día, podía darle la fortaleza para aguantar el sufrimiento
que fue designado para Él.
Él había
manifestado el amor de Dios durante Sus días en la carne, estableciendo un
ejemplo perfecto para Sus discípulos. Ahora el amor de Dios sería manifestado
por Su muerte. Mientras estaban caminando al Monte de los Olivos, Él encargó a
Sus apóstoles, “ÁMENSE EL UNO AL OTRO, COMO LOS HE AMADO.” Él habló desde lo
mas profundo de Su ser, deseando grabar indeleblemente Sus palabras en sus mentes:
“Si guardan Mis
mandamientos, vivirán en Mi amor; así como Yo he guardado los mandamientos de
Mi Padre, y vivo en Su amor.
“Estas cosas les He hablado, para
que Mi gozo pueda vivir en ustedes, y que su gozo pueda ser pleno. Este
es Mi mandamiento: Que se amen uno al otro, como Yo los he amado. Nadie tiene más grande amor que
este: que uno ponga su vida por sus amigos.” (Juan
15:10-13).
Jesús
estaba a punto de manifestar el mas grande amor de todos al entregar Su vida
por ellos, así como por el mundo entero. Pero los apóstoles no sabían esto aun,
ni sabían que algunos de ellos también perderían sus vidas por amor a Su nombre
en los días adelante. Jesús advirtió a los discípulos que el mundo los odiaría
y los perseguiría, así como el mundo Lo había odiado y perseguido: “Si el mundo los odia, saben que
éste Me odió antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo amaría
lo suyo. Sin embargo, porque no son del mundo, sino que Yo personalmente los he
escogido del mundo, el mundo los odia por esto. Recuerden la palabra que les
hablé: un siervo no es más grande que su maestro. Si ellos Me persiguieron, los
perseguirán a ustedes también. Si guardaron Mi palabra, guardarán la palabra
de ustedes también. Pero ellos les harán todas estas cosas por amor a Mi nombre,
porque no conocen a Quien Me envió.
“Si no hubiera venido y no les
hubiera hablado, no habrían tenido pecado; pero ahora no tienen nada para
cubrir su pecado. Aquel que Me odia, odia también a Mi Padre. Si no
hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hombre ha hecho, no habrían
tenido pecado; pero ahora han visto y odiado a Mi Padre y a Mí. Pero esto ha
sucedido para que el dicho pudiera ser cumplido el cual está escrito en su ley,
‘Ellos Me odiaron sin causa.’ Pero cuando el Consolador haya venido, el cual
les enviaré del Padre, el Espíritu de la verdad, el cual procede del Padre, ese
dará testimonio de Mí. Entonces ustedes también darán testimonio, porque han
estado Conmigo desde el principio.” “Les he hablado estas cosas, para
que no estén ofendidos.” (Juan 15:18-16:1).
Jesús
continuó advirtiéndoles, diciéndoles que ellos también serían asesinados por
predicar la verdad de Dios: “Ellos los echarán de las sinagogas; mas aún, el tiempo viene en
que todo el que los mate, pensará que está rindiendo servicio a Dios. Y les
harán estas cosas porque no conocen al Padre, ni a Mí. Pero les he dicho estas
cosas, para que cuando el tiempo venga, puedan recordar que se las
dije. Sin embargo, no les dije estas cosas en el principio porque estaba
con ustedes....
Estas cosas les he hablado, para que en Mí puedan tener paz. En el mundo
tendrán tribulación. ¡Pero sean valientes! Yo he vencido al mundo.””
(Juan 16:2-4; 33).
Cuando llegaron al Monte de los Olivos, Jesús les
dijo a Sus apóstoles, “Mi alma esta profundamente afligida, incluso de muerte. Quédense
aquí y vigilen Conmigo.” (Mateo
26:38). Luego, tomando a Pedro, Santiago y Juan, Él entró al Jardín de
Getsemani. “Y
cuando llegó al lugar, les dijo, “Oren para que no entren en tentación.”
Y se retiró de ellos alrededor de un tiro de piedra; y cayendo en Sus
rodillas, oró, diciendo, “Padre, si estas dispuesto a quitar esta copa de
Mi¾; SIN
EMBARGO, NO MI VOLUNTAD, SINO TU VOLUNTAD SEA HECHA.”” (Lucas 22:40-42).
Jesús
sabía que Él no podía escapar de la muerte
Aun
cuando Él oraba al Padre, Jesús sabía que las profecías de Su sufrimiento y
muerte debían ser cumplidas. Como el Señor Dios del Antiguo Testamento, Él había
dado su primera profecía de Su sufrimiento a Adán y Eva en la presencia de Satanás,
quien instigaría Su muerte (Génesis 3:15).
Jesús
sabía que Él era el Cordero de Dios “…muerto desde la fundación del mundo.”
(Apocalipsis 13:8). Él sabía desde el comienzo que Él estaba destinado a morir
en ese día de Pascua—Nisan 14, Abril 5, 30 dC. Como el Señor Dios del Antiguo
Testamento, Él había entrado en pacto con Abraham al pasar entre las partes de
los animales del sacrificio para representar Su propia muerte (Génesis
15:5-18). Al comienzo del día 14, durante las horas oscuras de la noche, Él había
entregado las promesas del pacto, prefigurando el tiempo cuando, como
Jesucristo, Él entregaría las promesas del Nuevo pacto. En la porción diurna
del 14, los animales para el sacrificio del pacto fueron muertos y sus cuerpos
fueron divididos, dejando que su sangre fuera derramada a la tierra. Durante
esas mismas horas, el cuerpo de Jesucristo sería golpeado y roto, y Su sangre sería
derramada hacia muerte. En el atardecer del 14, los animales sacrificados aun permanecían
en la tierra, y Abraham veía y esperaba. De igual forma, el cuerpo de Jesús permanecería
en la cruz mientras el fin del día 14 se acercaba, mientras sus seguidores veían
y esperaban (Lucas 23:49). Aunque Jesús murió a la “hora novena,” o
aproximadamente las 3 PM, Su cuerpo no fue puesto en la tumba sino hasta que el
día 14 estaba listo a terminar en el ocaso.
En
el tiempo exacto cuando Jesús sería sepultado, casi 2,000 años antes Abraham experimentó
un tipo de Su muerte y sepultura: “Y sucedió, mientras el sol estaba bajando, que un profundo
sueño cayó sobre Abram. Y he aquí, ¡un horror de gran oscuridad cayó sobre él!”
(Génesis 15:12). Abraham permaneció en este entierro simbólico después que el
sol se había ocultado. Cuando la oscuridad de la noche había llegado, el Señor
Dios pasó entre las partes del sacrificio: “Y sucedió¾cuando el sol bajó y era oscuro¾he aquí, un horno humeante y una
lámpara ardiente pasó por entre aquellas piezas.” (verso
17).
Por
este juramento maldiciente, Dios Mismo confirmó que Él cumpliría el pacto a través
de Su propia muerte y sepultura. Este evento, el cual tuvo lugar durante “el
horror de gran oscuridad,” tenía también un cumplimiento en Jesucristo. La única
señal que Jesús dio de ser el Mesías fue la longitud del tiempo que Él estaría
“en el corazón de la tierra” (Mateo 12:40). Mientras Él permanecía en la
oscuridad de la tumba por tres días y tres noches, Él estaba confirmando que Él
era el Mesías Quien cumpliría las promesas del Nuevo Pacto.
Jesús
sabía que todas las palabras de los Profetas serían cumplidas
Como
había prefigurado el sacrificio del pacto y habían predicho los profetas, el
sufrimiento y muerte que fueron asignados a Jesús ocurrirían con seguridad.
Cada detalle sería cumplido, exactamente como estaba registrado en la
Escritura. Cuando Judas dejó Su presencia en esa noche de la Pascua, Jesús sabía
que Judas estaba en su camino a las autoridades para traicionarlo, como estaba
escrito: “Incluso
un hombre, mi amigo cercano en quien confiaba, quien comía de mi pan, ha
levantado su talón contra Mí.” (Salmo 41:9). Jesús también sabía
que los ancianos y los sacerdotes jefes le pagarían a Judas treinta piezas de
plata para traicionarlo: “Y les dije, “Si está bien, denme mi precio; y sino, déjelo
ir.” Entonces pesaron mi precio—treinta piezas de plata.”
(Zacarías 11:12). Treinta piezas de plata era el precio de un esclavo muerto (Éxodo
21:32).
Jesús
también recordó la profecía de Isaías, que Él sería guiado como un cordero al
matadero: “Él
es
despreciado y rechazado de los hombres; un Hombre de dolores, y familiarizado con
la aflicción; y por así decirlo escondimos de Él nuestras caras, fue
despreciado, y no lo estimamos. Sin duda ha soportado nuestras enfermedades, y
llevado nuestros dolores; aun así lo consideramos aquejado, golpeado de Dios y
afligido.
“Pero Él fue herido por
nuestras transgresiones; aplastado por nuestras iniquidades; el castigo de
nuestra paz fue sobre Él; y con Sus latigazos nosotros mismos somos
sanos. Todos
nosotros como ovejas nos hemos extraviado; hemos vuelto cada uno a su propio
camino; y el SEÑOR ha colocado sobre Él la iniquidad de todos nosotros. Fue
oprimido, y afligido; aun así no abrió Su boca. Es traído como un cordero al
matadero; y como una oveja delante de su esquilador esta mudo, así Él no abrió
Su boca.….
que Él fuera cortado de la tierra del viviente; por la trasgresión de Mi pueblo
Él fuera aquejado?… Aun así el SEÑOR deseó aplastarlo y Lo ha
puesto en aflicción: Tú harás Su vida una ofrenda por el pecado.…
Verá el tormento de
Su alma. Estará completamente satisfecho. Por Su conocimiento Mi Siervo justo
justificará a muchos; y llevará sus iniquidades.… porque ha derramado Su alma
hasta la muerte; y fue contado entre los transgresores; y llevó el pecado de
muchos, e hizo intercesión por los transgresores.” (Isaías
53:3-12).
Jesús
fue totalmente consciente que Él sería burlado, golpeado y escupido, y sufriría
una flagelación terrible. El latigo que infligiría Su azote tendría pedazos de
puntillas y vidrios y literalmente arrancarían la carne de Su cuerpo. Después
de 40 latigazos, Él estaría cerca de la muerte. Él sabía que esta prueba
tortuosa Lo dejaría tan horriblemente desfigurado que sería casi irreconocible.
Isaías profetizó todas estas cosas: “Y di Mi espalda a los heridores, y Mis mejillas a ellos
que arrancaban el pelo; no oculté Mi cara de vergüenza y esputos,…
Muchos estaban
asombrados de Él—porque Su cuerpo estaba tan desfigurado—incluso Su
forma mas allá que la de los hijos de hombres.”
(Isaías 50:6; 52:14).
Jesús
sabía que la profecía de David en el Salmo 22 estaba a punto de ser cumplida. Él
clamaría estas mismas palabras mientras estaba colgado en la cruz: “Mi Dios, mi Dios, ¿porque me has
abandonado, y porque
estas tan lejos de ayudarme, y de las palabras de mi gemido? Oh mi
Dios, ruego en el día, pero Tú no respondes; y en la estación nocturna, y no
estoy callado.… Pero
yo soy un gusano, y no un hombre; un reproche de hombre y despreciado
por la gente. Todo el que Me ve se burla de Mí; ellos brotan el
labio; sacuden la cabeza, diciendo, “¡Él confió en el SEÑOR; líbrelo Él;
rescátelo Él, ya que se deleita en Él!”” (Salmo
22:1-2, 6-8).
Incluso
durante la burla y mofa de la gente, sacerdotes y fariseos, Él confiaría en
Dios el Padre, como Lo había hecho desde los mas tempranos días en la carne: “Porque Tú eres quien Me sacó del
vientre; haciéndome confiar mientras estuve en los senos de Mi madre.
Fui echado sobre Ti desde el nacimiento; Tú eres Mi Dios desde el vientre
de Mi madre. No estés lejos de Mi; porque el problema esta cerca, porque
no hay nadie que ayude. Muchos toros [demonios] Me han rodeado; fuertes toros de
Basán [Satanás y sus demonios jefes] Me han rodeado. Ellos abrieron amplio sus
bocas a Mí, como un león rapaz y rugiente.” (versos
9-13).
Las
siguientes profecías de David revelan la aguda agonía que Él sufriría durante
Su crucifixión mientras Su vida física se agotaba: “Soy derramado como agua, y todos mis huesos
están fuera de su articulación [de la sacudida de la cruz
cayendo al hueco];
Mi corazón es como cera; esta derretido en medio de Mis entrañas [por
la perdida de sangre]. Mi fuerza esta seca como un tiesto, y Mi lengua se aferra a mis
mandíbulas; perros [los soldados] Me han rodeado; una banda de malhechores
[los sacerdotes y fariseos] Me ha rodeado; han traspasado Mis manos y Mis pies [clavándolo
a la cruz]; y Tú Me
has traído al polvo de muerte. Puedo contar todos Mis huesos [porque
la carne había sido arrancada]; ellos miran y se recrean Conmigo [en asombro
porque Él estaba muy desfigurado]. Dividen Mis vestidos entre ellos y echan suertes sobre Mi
vestidura.” (versos 14-18).
En
medio de la prueba penosa de esta agonía, Jesús oraría a Dios el Padre por fortaleza
para soportar: “Pero
Tú, Oh SEÑOR, no estés lejos de Mí; Oh Mi fuerza, apúrate a ayudarme. Libra Mi alma de la espada, Mi vida
preciosa del poder del perro. Sálvame de la boca del león; sí, y de los
cuernos del buey salvaje. Tú Me has respondido.… Porque Él no ha despreciado ni
aborrecido la aflicción del afligido [Jesucristo], y Él no ha ocultado Su rostro de
él, sino cuando él Le clamó, Él escuchó.” (versos
19-21,24). Estas palabras proféticas de David muestran que Dios el Padre no abandonaría
verdaderamente a Su Hijo en ningún momento durante Su sufrimiento y crucifixión
sino estaría con Él mientras Él llevaba los pecados de toda la humanidad.
En
el Salmo 69, Dios inspiró a David a escribir más de los pensamientos que Jesús
tendría mientras estaba en la cruz. Aunque Él no había hecho mal, Él sería
odiado y condenado a muerte por crucifixión, la cual era la condena para los criminales.
Su muerte traería gran mala fama sobre Sus discípulos, y Él sería rechazado por
Sus propios hermanos y hermanas físicos: “Aquellos que me
odian sin causa son más que los cabellos de mi cabeza;
aquellos quienes me cercarían son poderosos siendo injustamente mis enemigos.…
No dejes a aquellos quienes esperan en Ti, Oh Señor Dios de los
ejércitos, ser avergonzados por mi causa; no dejes a quienes Te buscan ser
avergonzados por mi causa, Oh Dios de Israel porque por Tu amor he
soportado reproche, vergüenza ha cubierto mi cara. He llegado a ser un desconocido a Mis hermanos y un extraño a los hijos
de Mi madre” (Salmo 69:4-8).
Jesús
sufriría toda la vergüenza y agonía de la crucifixión por Su profundo amor y
celo por Dios el Padre: “Porque el celo de Tu casa Me ha comido, y los reproches de aquellos
que Te reprocharon han caído sobre Mí.… Óyeme, Oh SEÑOR, porque Tu firme
amor es bueno; vuélvete a mi de acuerdo a la multitud de Tus tiernas
misericordias. Y no escondas Tu cara de Tu siervo, porque estoy en problema;
respóndeme rápidamente. Acércate hacia mi alma y redímela;
sálvame a causa de mis enemigos. Tú has conocido mi reproche, y mi vergüenza, y mi deshonra [siendo
ejecutado como un criminal]; mis
enemigos están todos ante Ti. Reproche ha roto mi corazón, y estoy lleno de
pesadez; y busqué simpatía, pero no hubo nada; y consoladores, pero no encontré
ninguno. Ellos también Me dieron bilis por Mi comida; y en
Mi sed Me dieron vinagre a beber.” (versos 9, 16-21).
Jesús
sabía que Él tendría que llevar esta vergonzosa, agonizante y horrible
experiencia hasta el final. Él sabía que Su sufrimiento llegaría a ser tan
insoportable que sentiría como si el Padre Lo hubiera abandonado. Él sabía que
una lanza sería clavada en el costado de Su cuerpo, como el profeta Zacarías
fue inspirado a escribir: “…Y ellos Me mirarán a Quien han atravesado, y lamentarán por
Él, como uno lamenta por su único hijo, y estarán en amargura por Él,
como la amargura por el primogénito.” (Zacarías 12:10).
Sabiendo
que cada una de estas profecías debía ser cumplida, Jesús estuvo en gran
angustia mientras Él oraba al Padre. El pensamiento del sufrimiento de tan
espantosa y despiadada muerte era abrumador. Lucas registra, “Entonces un ángel del cielo Le
apareció, fortaleciéndolo. Y estando en AGONÍA [en
Su mente y espíritu, sabiendo que toda la eternidad dependía de ese día], oró más fervorosamente. Y Su
sudor llegó a ser como grandes gotas de sangre cayendo a la tierra.”
(Lucas 22:43-44).
Jesús
miraba hacia el Reino de Dios
A través
de Su sufrimiento, Jesús mantendría Su mente en Su resurrección venidera y el Reino
de Dios. El sabía que sería levantado de los muertos por el poder de Dios el
Padre y daría alabanza y gloria a Él en la resurrección futura de los santos,
cuando Su reino sea establecido sobre toda la tierra: “De Ti viene mi
alabanza en la gran congregación; pagaré mis votos delante de aquellos quienes
Te temen [los santos resucitados]. El
manso comerá y estará satisfecho, aquellos quienes buscan al SEÑOR Lo alabarán;
pueda tu corazón vivir por siempre. Todos los confines de la tierra recordarán y volverán al
SEÑOR [a causa del sacrificio de Jesucristo por el pecado]; y todas las familias de las
naciones adorarán delante de Ti [en Su venida], Porque el reino es del SEÑOR y
Él gobierna sobre las naciones.”
“Todos los ricos de la tierra
comerán y adorarán; todos aquellos que bajan al polvo se inclinarán delante de
Él; incluso el que no puede mantener su propia alma viva. Una semilla Le
servirá; será dicho del SEÑOR a la generación venidera. Ellos vendrán y
declararán Su justicia a una gente que aun no ha nacido, que Él ha hecho esto [a
través de la crucifixión y resurrección de Jesucristo].” (Salmo 22:25-31).
En
las palabras finales de Su oración, Jesús le pidió a Dios el Padre que Lo
restaurara a la gloria que Él tenía con el Padre antes que el mundo existiera. También
oró por Sus discípulos y por aquellos quienes llegarían a ser Sus discípulos a través
de la predicación del evangelio, que todos ellos pudieran ser uno con Él y el
Padre: “Jesús habló
estas palabras, y levantó Sus ojos al cielo y dijo, “Padre, la hora ha
llegado; glorifica a Tu propio Hijo, para que Tu Hijo también pueda
glorificarte; ya que le has dado autoridad sobre toda carne, para que pueda dar
vida eterna a todos aquellos que le has dado. Porque esto es vida eterna, que
ellos puedan conocerte, el único verdadero Dios, y a Jesucristo, a Quien Tú
enviaste. Te he glorificado en la tierra. He acabado la obra que Me diste
para hacer.”
“Y ahora, Padre, glorifícame
con Tu propio ser, con la gloria que tuve Contigo antes que el mundo existiera.
He manifestado Tú nombre a los hombres que me has dado del mundo. Ellos eran
Tuyos, y Me los has dado, y han guardado Tú Palabra. Ahora ellos han conocido
que todas las cosas que Me has dado son Tuyas. Porque les he dado las palabras
que Me diste; y las han recibido; y verdaderamente han conocido que vine
de Ti; y han creído que Me enviaste.”
“Estoy orando por ellos; no estoy
orando por el mundo, sino por aquellos que Me has dado, porque son Tuyos. Todos
los Míos son Tuyos, y todos los Tuyos son Míos; y he sido glorificado en
ellos. Y ya no estoy más en el mundo, pero éstos están en el mundo, y Yo
vengo a Ti. Padre Santo, guárdalos en Tú nombre, aquellos que Me has dado, para
que puedan ser uno, así como Nosotros somos uno. Cuando estaba con
ellos en el mundo, Yo los guardé en Tu nombre. Protegí aquellos que Me has
dado, y ninguno de ellos ha muerto excepto el hijo de perdición, para que las
escrituras pudieran ser cumplidas.”
“Pero ahora vengo a Ti; y estas
cosas estoy hablando mientras aún en el mundo, para que puedan tener Mi
gozo cumplido en ellos. Les he dado Tus palabras, y el mundo los ha odiado
porque no son del mundo, así como Yo no soy del mundo. No oro que los saques
del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, así como
Yo no soy del mundo. Santifícalos en Tú verdad; Tú Palabra es la verdad.”
“Así como Me enviaste al mundo,
Yo también los he enviado al mundo. Y por su amor Me santifico a Mí mismo,
para que también puedan ser santificados en Tú verdad. No oro por
éstos solamente, sino también por aquellos que creerán en Mí a través de su
palabra; para que todos ellos puedan ser uno; así como Tú, Padre, estás
en Mí, y Yo en Ti; que ellos también puedan ser uno en Nosotros, para que
el mundo pueda creer que Tú sí Me enviaste.”
“Y Yo les he dado la gloria que
Me diste, para que puedan ser uno, en la misma forma que Nosotros somos
uno: Yo en ellos, y Tú en Mi, para que puedan ser perfeccionados en uno; y que
el mundo pueda saber que Tú sí me enviaste, y que los has amado como Me has
amado. Padre, deseo que aquellos que Me has dado, también puedan estar Conmigo
donde Yo esté, para que puedan ver Mi gloria, la cual Me has dado; porque Me
amaste antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no Te ha
conocido; pero Yo Te he conocido, y éstos han sabido que Tú sí Me enviaste. Y
les he hecho conocer Tu nombre, y lo haré conocido [a
través de Su muerte y resurrección]; para que el amor con el cual Me has amado esté en ellos, y
Yo en ellos.””
(Juan 17:1-26).
Cuando
Jesús terminó esta oración, Se levantó y regresó a Sus discípulos. “Después de decir estas cosas,
Jesús salió con Sus discípulos a un lugar más allá de la corriente
invernal de Cedrón, donde había un jardín en el cual Él y Sus discípulos
entraron. Y Judas, quien estaba traicionándolo, también sabía del lugar porque
Jesús a menudo se había reunido allí con Sus discípulos.”
(Juan 18:1-2).
El
tiempo había llegado para que Jesús fuera traicionado en las manos de
pecadores, y para dar Su vida por los pecados de ellos y por los pecados del
mundo. Esta fue la muerte de Dios manifestado en la carne—¡EL DIOS CREADOR! Su
muerte y sólo Su muerte podía pagar por los pecados de toda la humanidad. A
causa del profundo amor de Dios por la humanidad, Él personalmente y
voluntariamente tomó sobre Sí mismo la pena por el pecado, la cual es la
muerte. Aunque Él fue hecho en la semejanza de carne pecaminosa (Romanos
8:2-3), Él nunca pecó. Así Él podía ofrecerse a Sí mismo como el perfecto
sacrificio por el pecado.
Él experimentaría
una muerte cruel no solo en las manos de los hombres malvados y traicioneros, sino
en las manos de Satanás el diablo, ¡el autor del pecado y el enemigo de Dios y
del hombre! ¿Podía Dios manifestado en la carne conquistar el pecado y
vencer a Satanás al soportar el sufrimiento y vergüenza de la cruz?
De hecho, no
hubo duda acerca de si Él sería capaz de soportar el dolor y agonía de la
golpiza, flagelación y crucifixión. ¿Por qué? ¿Cual fue la mentalidad de Jesús?
En el libro de Hebreos, el apóstol Pablo escribió acerca de la actitud de Jesús:
“…Quien por el gozo que tenía delante de Él resistió la cruz, aunque
despreció la vergüenza, y Se ha sentado a la
mano derecha del trono de Dios.” (Hebreos 12:2).
El mismo hecho
que Jesús tuviera que morir en esta manera fue el propósito último de Su venida
en la carne. Él debía probar la muerte por cada persona porque sólo Él era el
Salvador de la humanidad: “Pero vemos a Jesús, Quien fue hecho un poco menor que los
ángeles, coronado con gloria y honor a cuenta de sufrir la muerte, para que
por la gracia de Dios Él mismo pudiera probar la muerte por todos;
porque era apropiado para Él, para Quien todas las cosas fueron creadas,
y por Quien todas las cosas existen, traer muchos hijos a la
gloria, para hacer al Autor de su salvación perfecto a través de sufrimientos.
Porque ambos, Quien está santificando y aquellos que son santificados son
todos de Uno; por tal causa Él no está avergonzado de llamarlos hermanos,
diciendo, “Declararé Tu nombre a Mis hermanos; en medio de la iglesia
cantaré alabanza a Ti.” Y nuevamente, “Estaré confiando en Él.” Y de nuevo, “He
aquí, Yo y los hijos que Dios Me ha dado.”” (Hebreos 2:9-13).
Esto es lo que Jesús
debe haber pensado mientras Él terminaba Su oración. ¡Ahora el momento había
llegado! El tiempo de Su traición estaba a la mano. Judas estaba llegando. Jesús
estaba listo.
La
experiencia penosa comienza
Sus
oraciones fervientes en el Jardín de Getsemani le habían traído a Jesús fortaleza
del Padre (Lucas 22:43). Determinado a hacer la voluntad de Su Padre, Jesús
dijo a Sus apóstoles, “He aquí, la hora se ha acercado, y el Hijo de hombre es traicionado
en las manos de pecadores. ¡Levántense! Vámonos. Miren, aquel que está
traicionándome está acercándose.”” (Mateo 26:45-46).
Entonces
Jesús se adelantó a encontrarse con Judas, quien ahora estaba poseído por Satanás.
La profecía de Su arresto estaba siendo cumplida: “E
inmediatamente, mientras Él estaba hablando, Judas, siendo uno de los doce,
subió con una gran multitud con espadas y palos, de los sumos sacerdotes y los
escribas y los ancianos. Entonces el que estaba traicionándolo les había dado
una señal, diciendo, “A quien yo besare, Él es aquel. Arréstenlo
y llévenselo aseguradamente.” Y tan pronto como subió a Él, dijo, “Maestro,
Maestro,” y Lo besó formalmente. Entonces ellos pusieron sus manos sobre Él y
Lo arrestaron.” (Marcos 14:43-46).
Jesús
fue arrestado como un criminal común, exactamente como las Escrituras habían
profetizado: “En
ese punto Jesús dijo a la multitud, “¿Han salido para llevarme con espadas y
palos, como contra un ladrón? Me sentaba día tras día con ustedes, enseñando en
el templo, y no Me arrestaron. Pero todo esto ha pasado para que las
Escrituras de los profetas pudieran ser cumplidas.” Entonces todos los
discípulos Lo abandonaron y huyeron [cumpliendo la profecía en Zacarías
13:7].”
(Mateo 26:55-56).
Mientras
la cadena de eventos agonizantes se desenvolvía—las acusaciones falsas y
juicios injustos, golpizas crueles, la burla humillante y escupidera, la flagelación
brutal y una muerte lenta por crucifixión—Jesucristo permaneció firme en Su
amor y lealtad a Dios el Padre. Pero los discípulos y mujeres quienes miraban
el cuerpo sangriento y mutilado de Jesús no entendían lo que estaban
atestiguando. Se pararon lejos, mirando Su crucifixión con asombro estupefacto
e incredulidad de que eso pudiera estar pasándole a Jesucristo, a Quien ellos creían
ser el Hijo de Dios. ¿Cómo podía el Salvador prometido ser clavado a la cruz en
una vergonzosa desnudez, muriendo delante de sus propios ojos? Ellos habían
esperado que Él los salvara de la opresión romana y estableciera el Reino de
Dios. Ahora no habría salvación, no en aquel tiempo ni nunca, así pensaban,
mientras atestiguaban a Jesús sacando Su último aliento en la cruz. Ellos no
entendieron sino hasta después de la resurrección que la sangre derramada de
Jesús era el comienzo de la salvación del mundo.
¡El
Hijo de Dios había muerto para expiar los pecados del mundo! Como el Dios
Quien había creado al hombre, Su muerte pagó la pena por los pecados de todo
ser humano, abriendo el camino para toda la humanidad para recibir el regalo de
vida eterna. Este fue el comienzo del Nuevo Pacto, sellado con el cuerpo y la
sangre de Jesucristo, el cual traería salvación a todo el mundo.