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CAPITULO DOS

CAPITULO DOS

(Tomado del libro “El día que Jesús el Cristo murió.”)

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La Agonía de la Crucifixión

 

Por

Fred R. Coulter

www.iglesiadedioscristianaybiblica.org

 

Nota: Todas las Escrituras han sido traducidas de The Holy Bible In Its Original Order (La Santa Biblia en Su orden Original), segunda edición.

 

 

         En Su ultima comida de Pascua con los apóstoles, Jesús dijo, “He aquí, incluso ahora la mano de quien Me está traicionando está conmigo en la mesa” (Lucas 22:21).  Aunque Jesús sabía que Judas Lo traicionaría, Él lavó los pies de Judas junto con los de los otros apóstoles. (Juan 13:2-5, 11). Luego Judas se fue. Mientras Jesús administraba los símbolos de Su cuerpo y Su sangre a los 11 apóstoles quienes estaban con Él, Él sabía que el tiempo de Su traición estaba cerca. Cuando Él partió con los apóstoles al Monte de los Olivos, caminando en la oscuridad de aquella espantosa noche, Jesús empezó a sentir la opresión melancólica de los pecados del mundo entero cayendo sobre Él, y Su mente estaba llena de pensamientos del sufrimiento y agonía que tenía por delante. Aunque Sus apóstoles estaban con Él, un sentimiento abrumador de aislamiento penetró cada célula de Su ser. Él no podía compartir Su dolor con ellos porque ellos no entendían lo que traería el resto de la noche y día de la Pascua. Él les había hablado en los días llevando a la Pascua, pre-advirtiéndoles de Su traición y muerte, pero ellos no entendieron el significado de Sus palabras. Ellos no sabían que Su vida estaba a punto de terminar con una muerte horrible en la cruz como el VERDADERO SACRIFICIO DE LA PASCUA DE DIOS—LA OFRENDA DEL PECADO POR EL MUNDO.

         ¡El tiempo había llegado!  ¡Su cita con el destino se acercaba más y más a su máximo clímax!  El Señor Dios del Antiguo Testamento, Quien había venido a la tierra en la carne, estaba a punto de morir la muerte agonizante que Él y los profetas habían predicho. Esta era la razón por la que Él había venido al mundo. Él había venido en la carne para morir—para dar Su cuerpo a ser golpeado, flagelado y crucificado, y para ofrecer Su sangre por los pecados de la humanidad. Pero ningún ser humano desea morir una muerte lenta en gran dolor y agonía. Como anticipó Jesús, Su carne suplicaba ser salvada. Sólo el amor de Dios, el cual Lo había sostenido y traído a este día, podía darle la fortaleza para aguantar el sufrimiento que fue designado para Él.

         Él había manifestado el amor de Dios durante Sus días en la carne, estableciendo un ejemplo perfecto para Sus discípulos. Ahora el amor de Dios sería manifestado por Su muerte. Mientras estaban caminando al Monte de los Olivos, Él encargó a Sus apóstoles, “ÁMENSE EL UNO AL OTRO, COMO LOS HE AMADO.” Él habló desde lo mas profundo de Su ser, deseando grabar indeleblemente Sus palabras en sus mentes: “Si guardan Mis mandamientos, vivirán en Mi amor; así como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre, y vivo en Su amor.

         “Estas cosas les He hablado, para que Mi gozo pueda vivir en ustedes, y que su gozo pueda ser pleno. Este es Mi mandamiento: Que se amen uno al otro, como Yo los he amado. Nadie tiene más grande amor que este: que uno ponga su vida por sus amigos.” (Juan 15:10-13).

         Jesús estaba a punto de manifestar el mas grande amor de todos al entregar Su vida por ellos, así como por el mundo entero. Pero los apóstoles no sabían esto aun, ni sabían que algunos de ellos también perderían sus vidas por amor a Su nombre en los días adelante. Jesús advirtió a los discípulos que el mundo los odiaría y los perseguiría, así como el mundo Lo había odiado y perseguido: “Si el mundo los odia, saben que éste Me odió antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo. Sin embargo, porque no son del mundo, sino que Yo personalmente los he escogido del mundo, el mundo los odia por esto. Recuerden la palabra que les hablé: un siervo no es más grande que su maestro. Si ellos Me persiguieron, los perseguirán a ustedes también. Si guardaron Mi palabra, guardarán la palabra de ustedes también. Pero ellos les harán todas estas cosas por amor a Mi nombre, porque no conocen a Quien Me envió.

         “Si no hubiera venido y no les hubiera hablado, no habrían tenido pecado; pero ahora no tienen nada para cubrir su pecado. Aquel que Me odia, odia también a Mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hombre ha hecho, no habrían tenido pecado; pero ahora han visto y odiado a Mi Padre y a Mí. Pero esto ha sucedido para que el dicho pudiera ser cumplido el cual está escrito en su ley, ‘Ellos Me odiaron sin causa.’ Pero cuando el Consolador haya venido, el cual les enviaré del Padre, el Espíritu de la verdad, el cual procede del Padre, ese dará testimonio de Mí. Entonces ustedes también darán testimonio, porque han estado Conmigo desde el principio.” “Les he hablado estas cosas, para que no estén ofendidos.” (Juan 15:18-16:1).

         Jesús continuó advirtiéndoles, diciéndoles que ellos también serían asesinados por predicar la verdad de Dios: “Ellos los echarán de las sinagogas; mas aún, el tiempo viene en que todo el que los mate, pensará que está rindiendo servicio a Dios. Y les harán estas cosas porque no conocen al Padre, ni a Mí. Pero les he dicho estas cosas, para que cuando el tiempo venga, puedan recordar que se las dije. Sin embargo, no les dije estas cosas en el principio porque estaba con ustedes.... Estas cosas les he hablado, para que en Mí puedan tener paz. En el mundo tendrán tribulación. ¡Pero sean valientes! Yo he vencido al mundo.”” (Juan 16:2-4; 33).

         Cuando llegaron al Monte de los Olivos, Jesús les dijo a Sus apóstoles, “Mi alma esta profundamente afligida, incluso de muerte. Quédense aquí y vigilen Conmigo.” (Mateo 26:38). Luego, tomando a Pedro, Santiago y Juan, Él entró al Jardín de Getsemani.  “Y cuando llegó al lugar, les dijo, “Oren para que no entren en tentación.” Y se retiró de ellos alrededor de un tiro de piedra; y cayendo en Sus rodillas, oró, diciendo, “Padre, si estas dispuesto a quitar esta copa de Mi¾; SIN EMBARGO, NO MI VOLUNTAD, SINO TU VOLUNTAD SEA HECHA.”” (Lucas 22:40-42).

 

Jesús sabía que Él no podía escapar de la muerte

 

         Aun cuando Él oraba al Padre, Jesús sabía que las profecías de Su sufrimiento y muerte debían ser cumplidas. Como el Señor Dios del Antiguo Testamento, Él había dado su primera profecía de Su sufrimiento a Adán y Eva en la presencia de Satanás, quien instigaría Su muerte (Génesis 3:15).

         Jesús sabía que Él era el Cordero de Dios “…muerto desde la fundación del mundo.” (Apocalipsis 13:8). Él sabía desde el comienzo que Él estaba destinado a morir en ese día de Pascua—Nisan 14, Abril 5, 30 dC. Como el Señor Dios del Antiguo Testamento, Él había entrado en pacto con Abraham al pasar entre las partes de los animales del sacrificio para representar Su propia muerte (Génesis 15:5-18). Al comienzo del día 14, durante las horas oscuras de la noche, Él había entregado las promesas del pacto, prefigurando el tiempo cuando, como Jesucristo, Él entregaría las promesas del Nuevo pacto. En la porción diurna del 14, los animales para el sacrificio del pacto fueron muertos y sus cuerpos fueron divididos, dejando que su sangre fuera derramada a la tierra. Durante esas mismas horas, el cuerpo de Jesucristo sería golpeado y roto, y Su sangre sería derramada hacia muerte. En el atardecer del 14, los animales sacrificados aun permanecían en la tierra, y Abraham veía y esperaba. De igual forma, el cuerpo de Jesús permanecería en la cruz mientras el fin del día 14 se acercaba, mientras sus seguidores veían y esperaban (Lucas 23:49). Aunque Jesús murió a la “hora novena,” o aproximadamente las 3 PM, Su cuerpo no fue puesto en la tumba sino hasta que el día 14 estaba listo a terminar en el ocaso.

         En el tiempo exacto cuando Jesús sería sepultado, casi 2,000 años antes Abraham experimentó un tipo de Su muerte y sepultura: “Y sucedió, mientras el sol estaba bajando, que un profundo sueño cayó sobre Abram. Y he aquí, ¡un horror de gran oscuridad cayó sobre él!” (Génesis 15:12). Abraham permaneció en este entierro simbólico después que el sol se había ocultado. Cuando la oscuridad de la noche había llegado, el Señor Dios pasó entre las partes del sacrificio: “Y sucedió¾cuando el sol bajó y era oscuro¾he aquí, un horno humeante y una lámpara ardiente pasó por entre aquellas piezas.” (verso 17).

         Por este juramento maldiciente, Dios Mismo confirmó que Él cumpliría el pacto a través de Su propia muerte y sepultura. Este evento, el cual tuvo lugar durante “el horror de gran oscuridad,” tenía también un cumplimiento en Jesucristo. La única señal que Jesús dio de ser el Mesías fue la longitud del tiempo que Él estaría “en el corazón de la tierra” (Mateo 12:40). Mientras Él permanecía en la oscuridad de la tumba por tres días y tres noches, Él estaba confirmando que Él era el Mesías Quien cumpliría las promesas del Nuevo Pacto.

 

Jesús sabía que todas las palabras de los Profetas serían cumplidas

 

         Como había prefigurado el sacrificio del pacto y habían predicho los profetas, el sufrimiento y muerte que fueron asignados a Jesús ocurrirían con seguridad. Cada detalle sería cumplido, exactamente como estaba registrado en la Escritura. Cuando Judas dejó Su presencia en esa noche de la Pascua, Jesús sabía que Judas estaba en su camino a las autoridades para traicionarlo, como estaba escrito: “Incluso un hombre, mi amigo cercano en quien confiaba, quien comía de mi pan, ha levantado su talón contra Mí.” (Salmo 41:9). Jesús también sabía que los ancianos y los sacerdotes jefes le pagarían a Judas treinta piezas de plata para traicionarlo: “Y les dije, “Si está bien, denme mi precio; y sino, déjelo ir.” Entonces pesaron mi precio—treinta piezas de plata.” (Zacarías 11:12). Treinta piezas de plata era el precio de un esclavo muerto (Éxodo 21:32).

         Jesús también recordó la profecía de Isaías, que Él sería guiado como un cordero al matadero: “Él es despreciado y rechazado de los hombres; un Hombre de dolores, y familiarizado con la aflicción; y por así decirlo escondimos de Él nuestras caras, fue despreciado, y no lo estimamos. Sin duda ha soportado nuestras enfermedades, y llevado nuestros dolores; aun así lo consideramos aquejado, golpeado de Dios y afligido.

         “Pero Él fue herido por nuestras transgresiones; aplastado por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre Él; y con Sus latigazos nosotros mismos somos sanos. Todos nosotros como ovejas nos hemos extraviado; hemos vuelto cada uno a su propio camino; y el SEÑOR ha colocado sobre Él la iniquidad de todos nosotros. Fue oprimido, y afligido; aun así no abrió Su boca. Es traído como un cordero al matadero; y como una oveja delante de su esquilador esta mudo, así Él no abrió Su boca.…. que Él fuera cortado de la tierra del viviente; por la trasgresión de Mi pueblo Él fuera aquejado?Aun así el SEÑOR deseó aplastarlo y Lo ha puesto en aflicción: Tú harás Su vida una ofrenda por el pecado.Verá el tormento de Su alma. Estará completamente satisfecho. Por Su conocimiento Mi Siervo justo justificará a muchos; y llevará sus iniquidades.porque ha derramado Su alma hasta la muerte; y fue contado entre los transgresores; y  llevó el pecado de muchos, e hizo intercesión por los transgresores.” (Isaías 53:3-12).

         Jesús fue totalmente consciente que Él sería burlado, golpeado y escupido, y sufriría una flagelación terrible. El latigo que infligiría Su azote tendría pedazos de puntillas y vidrios y literalmente arrancarían la carne de Su cuerpo. Después de 40 latigazos, Él estaría cerca de la muerte. Él sabía que esta prueba tortuosa Lo dejaría tan horriblemente desfigurado que sería casi irreconocible. Isaías profetizó todas estas cosas: “Y di Mi espalda a los heridores, y Mis mejillas a ellos que arrancaban el pelo; no oculté Mi cara de vergüenza y esputos,Muchos estaban asombrados de Él—porque Su cuerpo estaba tan desfigurado—incluso Su forma mas allá que la de los hijos de hombres.” (Isaías 50:6; 52:14).

         Jesús sabía que la profecía de David en el Salmo 22 estaba a punto de ser cumplida. Él clamaría estas mismas palabras mientras estaba colgado en la cruz: “Mi Dios, mi Dios, ¿porque me has abandonado, y porque estas tan lejos de ayudarme, y de las palabras de mi gemido? Oh mi Dios, ruego en el día, pero Tú no respondes; y en la estación nocturna, y no estoy callado.Pero yo soy un gusano, y no un hombre; un reproche de hombre y despreciado por la gente. Todo el que Me ve se burla de Mí; ellos brotan el labio; sacuden la cabeza, diciendo, “¡Él confió en el SEÑOR; líbrelo Él; rescátelo Él, ya que se deleita en Él!”” (Salmo 22:1-2, 6-8).

         Incluso durante la burla y mofa de la gente, sacerdotes y fariseos, Él confiaría en Dios el Padre, como Lo había hecho desde los mas tempranos días en la carne: “Porque Tú eres quien Me sacó del vientre; haciéndome confiar mientras estuve en los senos de Mi madre. Fui echado sobre Ti desde el nacimiento; Tú eres Mi Dios desde el vientre de Mi madre. No estés lejos de Mi; porque el problema esta cerca, porque no hay nadie que ayude. Muchos toros [demonios] Me han rodeado; fuertes toros de Basán [Satanás y sus demonios jefes] Me han rodeado. Ellos abrieron amplio sus bocas a Mí, como un león rapaz y rugiente.” (versos 9-13).

         Las siguientes profecías de David revelan la aguda agonía que Él sufriría durante Su crucifixión mientras Su vida física se agotaba: “Soy derramado como agua, y todos mis huesos están fuera de su articulación [de la sacudida de la cruz cayendo al hueco]; Mi corazón es como cera; esta derretido en medio de Mis entrañas [por la perdida de sangre]. Mi fuerza esta seca como un tiesto, y Mi lengua se aferra a mis mandíbulas; perros [los soldados] Me han rodeado; una banda de malhechores [los sacerdotes y fariseos] Me ha rodeado; han traspasado Mis manos y Mis pies [clavándolo a la cruz]; y Tú Me has traído al polvo de muerte. Puedo contar todos Mis huesos [porque la carne había sido arrancada]; ellos miran y se recrean Conmigo [en asombro porque Él estaba muy desfigurado]. Dividen Mis vestidos entre ellos y echan suertes sobre Mi vestidura.” (versos 14-18).

         En medio de la prueba penosa de esta agonía, Jesús oraría a Dios el Padre por fortaleza para soportar: “Pero Tú, Oh SEÑOR, no estés lejos de Mí; Oh Mi fuerza, apúrate a ayudarme. Libra Mi alma de la espada, Mi vida preciosa del poder del perro. Sálvame de la boca del león; sí, y de los cuernos del buey salvaje. Tú Me has respondido.Porque Él no ha despreciado ni aborrecido la aflicción del afligido [Jesucristo], y Él no ha ocultado Su rostro de él, sino cuando él Le clamó, Él escuchó.” (versos 19-21,24). Estas palabras proféticas de David muestran que Dios el Padre no abandonaría verdaderamente a Su Hijo en ningún momento durante Su sufrimiento y crucifixión sino estaría con Él mientras Él llevaba los pecados de toda la humanidad.

         En el Salmo 69, Dios inspiró a David a escribir más de los pensamientos que Jesús tendría mientras estaba en la cruz. Aunque Él no había hecho mal, Él sería odiado y condenado a muerte por crucifixión, la cual era la condena para los criminales. Su muerte traería gran mala fama sobre Sus discípulos, y Él sería rechazado por Sus propios hermanos y hermanas físicos: “Aquellos que me odian sin causa son más que los cabellos de mi cabeza; aquellos quienes me cercarían son poderosos siendo injustamente mis enemigos.No dejes a aquellos quienes esperan en Ti, Oh Señor Dios de los ejércitos, ser avergonzados por mi causa; no dejes a quienes Te buscan ser avergonzados por mi causa, Oh Dios de Israel porque por Tu amor he soportado reproche, vergüenza ha cubierto mi cara. He llegado a ser un desconocido a Mis hermanos y un extraño a los hijos de Mi madre” (Salmo 69:4-8).

         Jesús sufriría toda la vergüenza y agonía de la crucifixión por Su profundo amor y celo por Dios el Padre: “Porque el celo de Tu casa Me ha comido, y los reproches de aquellos que Te reprocharon han caído sobre Mí.Óyeme, Oh SEÑOR, porque Tu firme amor es bueno; vuélvete a mi de acuerdo a la multitud de Tus tiernas misericordias. Y no escondas Tu cara de Tu siervo, porque estoy en problema; respóndeme rápidamente. Acércate hacia mi alma y redímela; sálvame a causa de mis enemigos. Tú has conocido mi reproche, y mi vergüenza, y mi deshonra [siendo ejecutado como un criminal]; mis enemigos están todos ante Ti. Reproche ha roto mi corazón, y estoy lleno de pesadez; y busqué simpatía, pero no hubo nada; y consoladores, pero no encontré ninguno.  Ellos también Me dieron bilis por Mi comida; y en Mi sed Me dieron vinagre a beber.” (versos 9, 16-21).

         Jesús sabía que Él tendría que llevar esta vergonzosa, agonizante y horrible experiencia hasta el final. Él sabía que Su sufrimiento llegaría a ser tan insoportable que sentiría como si el Padre Lo hubiera abandonado. Él sabía que una lanza sería clavada en el costado de Su cuerpo, como el profeta Zacarías fue inspirado a escribir: “…Y ellos Me mirarán a Quien han atravesado, y lamentarán por Él, como uno lamenta por su único hijo, y estarán en amargura por Él, como la amargura por el primogénito.” (Zacarías 12:10).

         Sabiendo que cada una de estas profecías debía ser cumplida, Jesús estuvo en gran angustia mientras Él oraba al Padre. El pensamiento del sufrimiento de tan espantosa y despiadada muerte era abrumador. Lucas registra, “Entonces un ángel del cielo Le apareció, fortaleciéndolo. Y estando en AGONÍA [en Su mente y espíritu, sabiendo que toda la eternidad dependía de ese día], oró más fervorosamente. Y Su sudor llegó a ser como grandes gotas de sangre cayendo a la tierra.(Lucas 22:43-44).

 

Jesús miraba hacia el Reino de Dios

 

         A través de Su sufrimiento, Jesús mantendría Su mente en Su resurrección venidera y el Reino de Dios. El sabía que sería levantado de los muertos por el poder de Dios el Padre y daría alabanza y gloria a Él en la resurrección futura de los santos, cuando Su reino sea establecido sobre toda la tierra: “De Ti viene mi alabanza en la gran congregación; pagaré mis votos delante de aquellos quienes Te temen [los santos resucitados]. El manso comerá y estará satisfecho, aquellos quienes buscan al SEÑOR Lo alabarán; pueda tu corazón vivir por siempre. Todos los confines de la tierra recordarán y volverán al SEÑOR [a causa del sacrificio de Jesucristo por el pecado]; y todas las familias de las naciones adorarán delante de Ti [en Su venida], Porque el reino es del SEÑOR y Él gobierna sobre las naciones.

         “Todos los ricos de la tierra comerán y adorarán; todos aquellos que bajan al polvo se inclinarán delante de Él; incluso el que no puede mantener su propia alma viva. Una semilla Le servirá; será dicho del SEÑOR a la generación venidera. Ellos vendrán y declararán Su justicia a una gente que aun no ha nacido, que Él ha hecho esto [a través de la crucifixión y resurrección de Jesucristo].” (Salmo 22:25-31).

         En las palabras finales de Su oración, Jesús le pidió a Dios el Padre que Lo restaurara a la gloria que Él tenía con el Padre antes que el mundo existiera. También oró por Sus discípulos y por aquellos quienes llegarían a ser Sus discípulos a través de la predicación del evangelio, que todos ellos pudieran ser uno con Él y el Padre: “Jesús habló estas palabras, y levantó Sus ojos al cielo y dijo, “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu propio Hijo, para que Tu Hijo también pueda glorificarte; ya que le has dado autoridad sobre toda carne, para que pueda dar vida eterna a todos aquellos que le has dado. Porque esto es vida eterna, que ellos puedan conocerte, el único verdadero Dios, y a Jesucristo, a Quien Tú enviaste. Te he glorificado en la tierra. He acabado la obra que Me diste para hacer.

         Y ahora, Padre, glorifícame con Tu propio ser, con la gloria que tuve Contigo antes que el mundo existiera. He manifestado Tú nombre a los hombres que me has dado del mundo. Ellos eran Tuyos, y Me los has dado, y han guardado Tú Palabra. Ahora ellos han conocido que todas las cosas que Me has dado son Tuyas. Porque les he dado las palabras que Me diste; y las han recibido; y verdaderamente han conocido que vine de Ti; y han creído que Me enviaste.

         “Estoy orando por ellos; no estoy orando por el mundo, sino por aquellos que Me has dado, porque son Tuyos. Todos los Míos son Tuyos, y todos los Tuyos son Míos; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy más en el mundo, pero éstos están en el mundo, y Yo vengo a Ti. Padre Santo, guárdalos en Tú nombre, aquellos que Me has dado, para que puedan ser uno, así como Nosotros somos uno. Cuando estaba con ellos en el mundo, Yo los guardé en Tu nombre. Protegí aquellos que Me has dado, y ninguno de ellos ha muerto excepto el hijo de perdición, para que las escrituras pudieran ser cumplidas.

         “Pero ahora vengo a Ti; y estas cosas estoy hablando mientras aún en el mundo, para que puedan tener Mi gozo cumplido en ellos. Les he dado Tus palabras, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, así como Yo no soy del mundo. No oro que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, así como Yo no soy del mundo. Santifícalos en Tú verdad; Tú Palabra es la verdad.

         “Así como Me enviaste al mundo, Yo también los he enviado al mundo. Y por su amor Me santifico a Mí mismo, para que también puedan ser santificados en verdad. No oro por éstos solamente, sino también por aquellos que creerán en Mí a través de su palabra; para que todos ellos puedan ser uno; así como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti; que ellos también puedan ser uno en Nosotros, para que el mundo pueda creer que Tú sí Me enviaste.

         “Y Yo les he dado la gloria que Me diste, para que puedan ser uno, en la misma forma que Nosotros somos uno: Yo en ellos, y Tú en Mi, para que puedan ser perfeccionados en uno; y que el mundo pueda saber que Tú sí me enviaste, y que los has amado como Me has amado. Padre, deseo que aquellos que Me has dado, también puedan estar Conmigo donde Yo esté, para que puedan ver Mi gloria, la cual Me has dado; porque Me amaste antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no Te ha conocido; pero Yo Te he conocido, y éstos han sabido que Tú sí Me enviaste. Y les he hecho conocer Tu nombre, y lo haré conocido [a través de Su muerte y resurrección]; para que el amor con el cual Me has amado esté en ellos, y Yo en ellos.” (Juan 17:1-26).

         Cuando Jesús terminó esta oración, Se levantó y regresó a Sus discípulos.  “Después de decir estas cosas, Jesús salió con Sus discípulos a un lugar más allá de la corriente invernal de Cedrón, donde había un jardín en el cual Él y Sus discípulos entraron. Y Judas, quien estaba traicionándolo, también sabía del lugar porque Jesús a menudo se había reunido allí con Sus discípulos.” (Juan 18:1-2).

         El tiempo había llegado para que Jesús fuera traicionado en las manos de pecadores, y para dar Su vida por los pecados de ellos y por los pecados del mundo. Esta fue la muerte de Dios manifestado en la carne—¡EL DIOS CREADOR!  Su muerte y sólo Su muerte podía pagar por los pecados de toda la humanidad.  A causa del profundo amor de Dios por la humanidad, Él personalmente y voluntariamente tomó sobre Sí mismo la pena por el pecado, la cual es la muerte. Aunque Él fue hecho en la semejanza de carne pecaminosa (Romanos 8:2-3), Él nunca pecó.  Así Él podía ofrecerse a Sí mismo como el perfecto sacrificio por el pecado.

         Él experimentaría una muerte cruel no solo en las manos de los hombres malvados y traicioneros, sino en las manos de Satanás el diablo, ¡el autor del pecado y el enemigo de Dios y del hombre!  ¿Podía Dios manifestado en la carne conquistar el pecado y vencer a Satanás al soportar el sufrimiento y vergüenza de la cruz?

De hecho, no hubo duda acerca de si Él sería capaz de soportar el dolor y agonía de la golpiza, flagelación y crucifixión. ¿Por qué?  ¿Cual fue la mentalidad de Jesús?  En el libro de Hebreos, el apóstol Pablo escribió acerca de la actitud de Jesús: “…Quien por el gozo que tenía delante de Él resistió la cruz, aunque despreció la vergüenza, y Se ha sentado a la mano derecha del trono de Dios.” (Hebreos 12:2).

El mismo hecho que Jesús tuviera que morir en esta manera fue el propósito último de Su venida en la carne. Él debía probar la muerte por cada persona porque sólo Él era el Salvador de la humanidad: “Pero vemos a Jesús, Quien fue hecho un poco menor que los ángeles, coronado con gloria y honor a cuenta de sufrir la muerte, para que por la gracia de Dios Él mismo pudiera probar la muerte por todos; porque era apropiado para Él, para Quien todas las cosas fueron creadas, y por Quien todas las cosas existen, traer muchos hijos a la gloria, para hacer al Autor de su salvación perfecto a través de sufrimientos. Porque ambos, Quien está santificando y aquellos que son santificados son todos de Uno; por tal causa Él no está avergonzado de llamarlos hermanos, diciendo, “Declararé Tu nombre a Mis hermanos; en medio de la iglesia cantaré alabanza a Ti.” Y nuevamente, “Estaré confiando en Él.” Y de nuevo, “He aquí, Yo y los hijos que Dios Me ha dado.”” (Hebreos 2:9-13).

Esto es lo que Jesús debe haber pensado mientras Él terminaba Su oración. ¡Ahora el momento había llegado!  El tiempo de Su traición estaba a la mano. Judas estaba llegando. Jesús estaba listo.

 

La experiencia penosa comienza

 

         Sus oraciones fervientes en el Jardín de Getsemani le habían traído a Jesús fortaleza del Padre (Lucas 22:43).  Determinado a hacer la voluntad de Su Padre, Jesús dijo a Sus apóstoles, “He aquí, la hora se ha acercado, y el Hijo de hombre es traicionado en las manos de pecadores. ¡Levántense! Vámonos. Miren, aquel que está traicionándome está acercándose.”” (Mateo 26:45-46).

         Entonces Jesús se adelantó a encontrarse con Judas, quien ahora estaba poseído por Satanás. La profecía de Su arresto estaba siendo cumplida: “E inmediatamente, mientras Él estaba hablando, Judas, siendo uno de los doce, subió con una gran multitud con espadas y palos, de los sumos sacerdotes y los escribas y los ancianos. Entonces el que estaba traicionándolo les había dado una señal, diciendo, “A quien yo besare, Él es aquel. Arréstenlo y llévenselo aseguradamente.” Y tan pronto como subió a Él, dijo, “Maestro, Maestro,” y Lo besó formalmente. Entonces ellos pusieron sus manos sobre Él y Lo arrestaron.” (Marcos 14:43-46).

         Jesús fue arrestado como un criminal común, exactamente como las Escrituras habían profetizado: “En ese punto Jesús dijo a la multitud, “¿Han salido para llevarme con espadas y palos, como contra un ladrón? Me sentaba día tras día con ustedes, enseñando en el templo, y no Me arrestaron. Pero todo esto ha pasado para que las Escrituras de los profetas pudieran ser cumplidas.” Entonces todos los discípulos Lo abandonaron y huyeron [cumpliendo la profecía en Zacarías 13:7].” (Mateo 26:55-56).

         Mientras la cadena de eventos agonizantes se desenvolvía—las acusaciones falsas y juicios injustos, golpizas crueles, la burla humillante y escupidera, la flagelación brutal y una muerte lenta por crucifixión—Jesucristo permaneció firme en Su amor y lealtad a Dios el Padre. Pero los discípulos y mujeres quienes miraban el cuerpo sangriento y mutilado de Jesús no entendían lo que estaban atestiguando. Se pararon lejos, mirando Su crucifixión con asombro estupefacto e incredulidad de que eso pudiera estar pasándole a Jesucristo, a Quien ellos creían ser el Hijo de Dios. ¿Cómo podía el Salvador prometido ser clavado a la cruz en una vergonzosa desnudez, muriendo delante de sus propios ojos?  Ellos habían esperado que Él los salvara de la opresión romana y estableciera el Reino de Dios. Ahora no habría salvación, no en aquel tiempo ni nunca, así pensaban, mientras atestiguaban a Jesús sacando Su último aliento en la cruz. Ellos no entendieron sino hasta después de la resurrección que la sangre derramada de Jesús era el comienzo de la salvación del mundo.

         ¡El Hijo de Dios había muerto para expiar los pecados del mundo!  Como el Dios Quien había creado al hombre, Su muerte pagó la pena por los pecados de todo ser humano, abriendo el camino para toda la humanidad para recibir el regalo de vida eterna. Este fue el comienzo del Nuevo Pacto, sellado con el cuerpo y la sangre de Jesucristo, el cual traería salvación a todo el mundo.

 

 

 
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