Por gracia han sido salvos—Y ¿ahora qué?
Por
Duncan MacLeod
y
Philip Neal
Traducido
del Folleto Original: “By Grace You Have Been Saved—Now What?”
“Porque
por gracia han sido salvos a través de fe, y esta no es de ustedes
mismos; es el regalo de Dios, no de obras, para que nadie pueda jactarse.”
(Efesios 2:8-9; La Santa Biblia En Su Orden Original es usada en todo el
folleto, excepto donde se indique lo contrario).
Los
protestantes interpretan este pasaje típicamente, para referirse a que no hay
necesidad de obras para la salvación—que
todo lo que uno tiene que hacer es “aceptar a
Jesús” y recibir la gracia de Dios. Pero ¿Es esto lo que la Biblia
realmente enseña?
Con
toda seguridad, la salvación es por gracia—el
inmerecido favor de Dios. La salvación no puede “ganarse”
por “buenas obras” de ningún tipo. Pero ¿habrá algo que usted deba hacer
primero, para recibir la salvación? Igualmente, ¿Habrá algo que usted deba hacer
después de que haya sido “salvo”?
y ¿Qué significa exactamente el ser “salvo”?
Este folleto le demostrará con las escrituras, que mientras la salvación nos es
dada gratuitamente por la gracia de Dios, existen determinadas condiciones
que deben cumplirse antes de que Dios le conceda la salvación
espiritual. También veremos que hay obligaciones impuestas sobre el
creyente, después de que él o ella están “bajo
la gracia.”
© 2008
Iglesia de Dios
Cristiana y Bíblica
P.O. Box 1442
Hollister, CA
95024-1442
____________________________________________________________________
Introducción
Casi
cualquiera, que profese ser cristiano—especialmente un
protestante—le dirá que
es “salvo” Pero ¿Qué es la salvación?
A pesar de no ser bíblico, la mayoría piensa que el ser “salvo” significa
que tienen su boleto de ida al “cielo.” Sin embargo, tal “salvación” tiene poco
que ver con la vida diaria de uno. ¿Qué es lo que la Biblia realmente enseña,
acerca de la salvación? ¿Qué es exactamente lo que necesitamos para ser salvos?—Y ser salvos ¿De
qué? Para realmente entender esto, necesitamos examinar brevemente por
qué Dios creo al hombre en primer lugar. Por otra parte, debemos comprender
la sórdida condición en la cual la humanidad se encuentra actualmente.
Después de
haber creado los cielos y la tierra. Dios creó al primer hombre, Adán, del
polvo de la tierra—creándolo en Su propia imagen (Génesis. 1:27). Sin embargo,
el pecado subsecuente de Adán, marcó el comienzo de lo que el Apóstol Pablo
llama el “presente
mundo maligno [era]” (Gálatas 1:4), sobre el cual Satanás, nuestro enemigo, rige
temporalmente como el “dios de este mundo [era]” (II
Corintios 4:4).
Por otra
parte, la transgresión de Adán, trajo pecado y muerte a toda la humanidad: “Por
tanto, como por un hombre el pecado entró al mundo, y por medio del
pecado vino la muerte; y en esta forma, la muerte pasó a
toda la humanidad; es por esta razón que todos han pecado.” (Romanos
5:12). Porque por el pecado de Adán, la familia humana ha heredado en su
totalidad lo que Pablo llama la “ley” del pecado y muerte
(Romanos 7:17-24; 8:2). Por eso, “está designado a los
hombres morir una vez, y posteriormente a esto, el juicio.” (Hebreos
9:27).
Sin embargo—pocos se dan
cuenta—de que Dios
tiene un gran propósito general para toda la humanidad. Increíblemente, Él está
en el proceso de crear a muchos hijos e hijas espirituales ¡En su mismísima
imagen! La creación física existe para apoyar este proceso continuo de
la creación espiritual—de traer muchos hijos e hijas nacidos del
espíritu a la familia de Dios. “Porque era apropiado para Él, para
Quien todas las cosas fueron creadas, y por Quien todas las cosas existen,
traer muchos hijos a la gloria, para hacer al Autor de su salvación
perfecto a través de sufrimientos. Porque ambos, Quien está santificando y
aquellos que son santificados son todos de Uno; por tal causa Él no está
avergonzado de llamarlos hermanos.” (Hebreos 2:10-11). Dios
dice, “Viviré
en ellos y caminaré en ellos; y seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo….
Y seré un Padre para ustedes, y ustedes serán Mis hijos e hijas…” (II
Corintios 6:16,18).
Como
explica el Apóstol Pablo, aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, son
los hijos de Dios ahora – y están
destinados a ser hijos e hijas glorificados al retorno de Jesús. “Porque
tantos como son guiados por el Espíritu de Dios, esos son los
hijos de Dios. Ahora ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud otra vez
hacia temor, sino han recibido el Espíritu de filiación, por el cual
gritamos, ‘Abba, Padre’. El Espíritu
mismo da testimonio conjuntamente con nuestro propio espíritu, testificando
que somos hijos de Dios. Entonces si somos hijos, somos también
herederos—verdaderamente, herederos de
Dios y coherederos con Cristo—si
ciertamente sufrimos junto con Él, para que podamos también ser glorificados
junto con Él.” (Romanos 8:14-17).
No
obstante, la familia humana está aparentemente en un callejón sin salida:
fuimos creados para heredar la eternidad como miembros de la familia de Dios,
sin embargo somos “vendidos al pecado”
y ¡sentenciados a muerte! De hecho, Pablo escribe que “Todos
hemos pecado, y estamos destituidos de la gloria de Dios”
(Romanos 3:23), y que “la paga [lo
que nos hemos ganado] del pecado es muerte…”
(Romanos 6:23).
¡Todos
tenemos la pena de muerte del pecado sobre nosotros! Pero Dios ha
abierto un camino para que el hombre sea salvo de esta muerte segura. Aunque la
paga del pecado es muerte, “El regalo de
Dios”—el regalo de Su salvación por gracia—“es
la vida eterna a través de nuestro Señor Jesucristo”
(Romanos 6:23). La salvación, entonces, significa ser librado de la muerte—el
vivir por siempre (a través de la primera resurrección) como un ser espiritual eterno.
Pero,
¿Qué hay del aquí y ahora?— ¿De
qué manera afecta su vida presente el “ser salvo”?
¿Qué cambios ocurren en su vida cuando usted es “salvo”?
¿Es usted solamente salvo de la muerte eterna? Como hemos visto, Satanás
es el “dios” de esta presente era malvada. No
obstante, los verdaderos cristianos—aquellos
que, como Jesús enseñó, oran para ser librados del “maligno”
(Mateo 6:13) —están siendo desde ahora, “personalmente
rescatados” del “poder
obscuro” de Satanás (Colosenses 1:13). De hecho, si usted es “salvo,”
usted ya no está sometido a ninguna “autoridad de
Satanás” (Hechos 26:18).
Es
también a través de la salvación, que Dios rompe el poder del pecado sobre su
vida. Como escribió Pablo, “Porque el
pecado no gobernará sobre ustedes porque no están bajo [la
condenación de la] ley, sino bajo gracia.”
(Romanos 6:14). De igual forma, usted también es “salvo”
de su propia mente carnal—la cual
estaba sometida a la “ley del
pecado y muerte” Noten: “Por
consiguiente, no hay ya condenación para aquellos que están en Cristo
Jesús, quienes no caminan según la carne, sino según el Espíritu,
porque la ley del Espíritu de vida según Cristo Jesús los ha librado de la
ley del pecado y muerte” (Romanos
8:1-2). Por otra parte, como un cristiano “salvo”,
usted ya no es parte de esta sociedad sin Dios: “[Ustedes]
no son del mundo…”
(Juan 17:16; ver también Juan 15:19). Cristo proclamó, “¡Pero
sean valientes! Yo he vencido al mundo.”
(Juan 16:33) –y por lo tanto, se encuentra listo para librarnos de esta malvada
sociedad actual.
De
hecho, la salvación de Dios es más maravillosa, más allá de como la podamos
describir—e incluye mucho más que solo ser “salvo”
de la muerte eterna. Pero ¿Cómo es que Dios otorga dicha salvación?—Y
¿Qué requiere de usted, si usted recibe la salvación de Dios por gracia?
Capítulo
uno
La salvación es un proceso
Para entender
este tema, es crítico darse cuenta de que la salvación de Dios es un proceso,
el cual ocurre con el tiempo—de hecho, toma casi toda una vida. Como
expresó el apóstol Pablo, usted está “siendo salvo”—presente
progresivo—mientras permanezca en el amor de Dios, y siga
las enseñanzas y el ejemplo de Cristo. “Ahora
estoy declarándoles, hermanos, el mismo evangelio que les proclamé, el
cual también recibieron, y en el cual ahora están permaneciendo; por
el cual también están siendo salvos, si se están aferrando a las
palabras que les proclamé; de otra forma han creído en vano.”
(I Corintios 15:1-2; ver también I Corintios 1:18).
Pero
también hay un punto definitivo en el cual, una persona es “salva”—esto
es, que tienen que llegar a estar bajo la gracia de Dios. Sin embargo—contrario
a la falsa enseñanza protestante de que “una
vez salvo, eres salvo para siempre”—este status
no es automáticamente permanente. Mientras el creyente permanezca fiel
en el camino de vida de Dios, y permanezca bajo Su gracia, él o ella podrán
estar confiados en su salvación completa. Como veremos, el proceso de salvación
se completa, solamente cuando uno nace en la familia divina de Dios,
como un hijo o hija de Dios, compuesto del espíritu.
Directamente
relacionado a este “proceso de salvación”
está la conversión. En Mateo 18:3 Jesús dijo, “Verdaderamente
les dijo, a menos que sean convertidos [un proceso]
como niños pequeños [como niños
en corazón y en espíritu], de ninguna manera entrarán en el
reino de los cielos.” Pedro dijo, “Por
tanto, arrepiéntanse y sean convertidos para que sus pecados puedan ser
borrados…” (Hechos 3:19).
La
conversión genuina, es mucho más que simplemente “aceptar
a Jesús” o “darle su corazón al Señor.”
La conversión significa cambio. Comienza con arrepentimiento
profundo y sincero del pecado—la
transgresión de la ley de Dios—y rogando a
Dios por su perdón, a través de la sangre del sacrificio de Jesucristo. Y
aunque comienza con el arrepentimiento y bautismo, la conversión es un proceso—un
proceso de cambio que dura toda la vida. De cualquier manera, el
proceso de salvación en su totalidad, comienza con un llamamiento
especial, y personal por parte de Dios mismo.
La salvación comienza con el llamamiento de Dios
Aunque
sea físico, Dios ha dado a todo hombre y mujer un espíritu humano—llamado
el “espíritu en el hombre” –el
cual da la vida, conciencia, y la capacidad de pensar, imaginar y planear, y tomar
decisiones y opciones.
A causa de
este “espíritu en
el hombre” (Job 32:8;
Eclesiastés 3:21), nuestras mentes son capaces de comprender conceptos
abstractos, como matemáticas o economía. No obstante, sin importar que tan
sorprendente pueda ser la mente humana, nosotros somos incapaces de
ciertos conceptos espirituales superiores, de parte de Dios, necesarios para la
salvación. Tal como escribió Pablo, El hombre necesita un espíritu adicional—El Espíritu
de Dios: “Porque ¿Quién entre los hombres entiende las cosas del
hombre excepto por el espíritu del hombre el cual está en él?
En la misma manera también, nadie entiende las cosas de Dios excepto por
el Espíritu de Dios.” (I Corintios 2:11).
Es en este mismo Espíritu en el cual Dios el Padre inicia
su llamado personalmente, guiándolo(a) espiritualmente hacia Él, por
medio de Jesucristo. “Nadie
puede venir a Mí a menos que el Padre, Quien Me envió, lo llame…”
(Juan 6:44). Ciertos conceptos espirituales son revelados por el Espíritu Santo
de Dios, mientras Él comienza a trabajar con su mente y espíritu. Dios comienza a iluminar su mente, dándole el deseo
de buscarlo, el deseo de comprender Su camino, y la voluntad de seguirlo.
El Espíritu de Dios—el Espíritu de verdad (Juan 14:17) —lo guía a
entender las opciones que Dios pone frente a cada uno de nosotros. Todos
han vivido a la “manera del hombre” la antítesis de la manera de Dios (Efesios 2:1-3; Isaías
55:8) —el
camino que parece correcto, pero el cual lleva a la muerte. “Hay un camino el cual parece recto al
hombre, pero el fin del mismo es el camino de muerte” (Proverbios 14:12; ver también 16:25). De hecho, “Todos los caminos del hombre son
limpios en sus propios ojos, pero el SEÑOR pesa los espíritus.”
(Proverbios 16:2; 21:2). El profeta Jeremías escribió acerca del corazón humano
“El corazón es engañoso
sobre todas las cosas, y desesperadamente malo…”
(Jeremías 17:9). Mientras Dios continúa trabajando con usted, en su debido
tiempo, usted se verá así mismo como Dios lo ve a usted. Al final, Dios lo
guiará al arrepentimiento, a través de Su gracia. Noten lo que escribió Pablo: “¿O
desprecian las riquezas de su bondad e indulgencia y paciencia, no sabiendo que
la gracia de Dios los guía al arrepentimiento?”
(Romanos 2:4). Es a través de la gracia de Dios, que usted llega a ver
la maldad de su propia naturaleza humana—para
comprender la enormidad y consecuencias de sus actos— ¡para
entender hasta lo más profundo de su ser lo que el pecado es en realidad!
A
través de su gracia, Dios lo guía hacia Jesucristo—dándole
fe o creencia en Jesús. ¿De dónde viene esta creencia? ¿Cómo es
que usted llega a creer? El hecho es, que nosotros creemos en Jesucristo como
nuestro Salvador ¡por la gracia de Dios.! Pablo se refiere a los santos,
como “aquellos que habían creído a través de la gracia”
(Hechos 18:27).
Aun así, ¿Por
qué es tan difícil elegir el camino de Dios? Es por nuestras mentes carnales,
la naturaleza con la que nacen todos los seres humanos. La naturaleza humana
quiere seguir su propio camino, y no el camino de Dios. Humanamente, nosotros
simplemente no queremos obedecer a Dios. “Porque
la mente carnal es enemistad contra Dios, porque no está sujeta a la ley
de Dios; ni en verdad puede estarlo…. Porque la
creación fue sujeta a vanidad, no voluntariamente, mas por causa de Él, quien
la sujetó en esperanza, para que la creación misma pueda ser librada de la
esclavitud de corrupción, a la libertad de la gloria de los hijos de Dios.”
(Romanos 8:7, 20-21).
La salvación es un proceso
Dios, sometió
a los humanos a una naturaleza carnal con la esperanza de que—a pesar de
nuestros propios impulsos—al final escojamos el camino de vida de Dios,
el camino a la vida eterna. Jesús dijo, “Yo
soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan
14:6). Algunos versos después, Él resumió para sus discípulos que el camino
consiste en: “Si Me aman, guarden los mandamientos—a
saber, Mis mandamientos.”
(Verso 15). Es la misma opción que Dios le dio al antiguo Israel cuando les
dijo, “llamo al cielo y a la tierra para registrar este día contra ustedes
que he colocado delante de ustedes vida y muerte, bendición y maldición.
Por lo tanto, escojan vida, para que ustedes y su simiente puedan vivir”
(Deuteronomio 30:19).
El
verdadero cristiano elige deliberadamente vivir a la manera de Dios,
cuando él o ella aceptan la salvación dada gratuitamente por parte de
Dios—su gracia inmerecida—a
través del sacrificio de Jesucristo.
Arrepentimiento y Justificación
En el día de
Pentecostés, Pedro dijo a la multitud, “Arrepiéntanse
y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para la
remisión de pecados, y ustedes mismos recibirán el
regalo del Espíritu Santo.” (Hechos 2:38).
¿Arrepentirse
de qué? De sus propios caminos para romper la ley de Dios—de
hacer lo que a sus propios ojos parece correcto. Arrepentirse de “obras
muertas” de la carne (Hebreos 6:1; 9:14; Gálatas 5:19-21). Arrepentirse de vivir
en el pecado.
Pero,
¿Qué es “pecado”? Muchos solo tienen una idea difusa de
la definición del pecado, y por consiguiente, no entienden realmente qué es
aquello de lo que necesitan arrepentirse. “Todo
el que comete pecado quebranta la ley, porque el pecado es la transgresión
de la ley” (I Juan 3:4, Versión Reina Valera). La definición
bíblica de “pecado” es el quebrantamiento de la ley
de Dios. La ley de Dios define el pecado y muestra a la gente de
qué manera vivir sus vidas. Ni las leyes ceremoniales del antiguo Israel,
ni las regulaciones estrictas del Judaísmo Farisaico, ni los códigos de
conducta humanos, impuestos por organizaciones corporativas religiosas—tienen
un propósito espiritual semejante. Solo la eterna ley de Dios le muestra
a la humanidad cómo vivir—y de esta
manera, el pecado se define como el quebrantamiento de dicha ley.
El
verdadero arrepentimiento—el prerrequisito
para recibir la gracia de Dios y perdón del pecado—involucra,
aborrecer el pecado y la completa rendición a Dios y a su camino. “Lávense
ustedes mismos, límpiense ustedes mismos; repudien el mal de sus obras
de delante de Mis ojos; cesen de hacer el mal; aprendan a hacer el
bien… Vengan ahora, y razonemos juntos,”
dice el SEÑOR. “Aunque sus pecados sean como
escarlata, serán tan blancos como la nieve; aunque sean rojos como carmesí
serán como la lana.” (Isaías 1:16-18). “El
impío abandone su camino, y el hombre injusto sus pensamientos;
y vuelva al SEÑOR, y Él tendrá misericordia de él; y a nuestro Dios, porque Él
perdonará abundantemente.”
(Isaías 55:7).
La
descripción de arrepentimiento es igual en el Nuevo Testamento—apartarse
del camino del pecado y comenzar a obedecer a Dios. Santiago, el
hermano de Jesucristo escribió, “Acérquense a
Dios, y Él se acercará a ustedes. Limpien sus manos, ustedes
pecadores, y purifiquen sus corazones, ¡ustedes de doble mente!”
(Santiago 4:8). Noten que Pablo escribió a los Romanos: “Porque
los oidores de la ley no son justos delante de Dios, sino los
hacedores de la ley serán justificados.”
(Romanos 2:13).
Pablo
no está diciendo que uno es justificado “por”
obediencia a la ley. Él está diciendo que uno no puede ser justificado si no
está dispuesto a comenzar a obedecer la ley. El prerrequisito para el
perdón es volverse de la transgresión de la ley—dejar
de pecar. Usted no puede ser perdonado en sus pecados mientras
usted continúe cometiéndolos deliberadamente; usted sólo puede ser perdonado de
sus pecados pasados cuando usted se vuelve de ellos. Está claro
que todos pecamos ocasionalmente—porque somos
débiles y carnales. Pero la intención del corazón no es practicar
el pecado como un estilo de vida.
Cuando
uno se arrepiente verdaderamente de sus pecados ante Dios, y pide Su perdón, es
solo entonces que se aplica la sangre de Cristo, cancelando los pecados
pasados del individuo y pagando la deuda de la pena de muerte, la cual fue
incurrida a través del pecado. Juan nos dice, “la
sangre de Jesucristo… nos limpia de todo pecado.”
(I Juan 1:7). Pablo añade “No por la sangre
de machos cabríos y terneros, sino por los medios de Su propia sangre, Él entró
una vez por todas en el santísimo, habiendo por Si mismo asegurado
redención eterna para nosotros.” (Hebreos
9:12).
Después
de que usted se ha arrepentido y ha recibido el perdón de sus pecados, el
siguiente paso es bautizarse por inmersión en agua—no
para formar parte de una organización religiosa, sino para formar parte del cuerpo
espiritual de Cristo (Hechos 2:38; Mateo 28:19-20). El bautismo simboliza,
el seguir a Cristo en Su muerte, su sepultura, y su resurrección. Pablo escribió,
“¿O son ustedes ignorantes que nosotros, como tantos que fuimos
bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en Su muerte? Por tanto, fuimos
sepultados con Él a través del bautismo en la muerte; para que, así como Cristo
fue levantado de los muertos por la gloria del Padre, en la misma forma,
debemos también caminar en novedad de vida.”
(Romanos 6:3-4).
Después
del bautismo, al nuevo creyente le es dado el Espíritu santo de Dios a través
de la oración, y de la imposición de manos. “Entonces
les impusieron sus manos, y recibieron el Espíritu Santo.”
(Hechos 8:17). Lo que nosotros recibimos hasta este punto es una porción inicial
de Espíritu Santo de Dios—como un
enganche rumbo a nuestra herencia final de la salvación. Pablo escribió que el
Espíritu Santo “es las arras de nuestra
herencia hasta la redención de la posesión comprada, para la
alabanza de Su gloria.” (Efesios
1:14). De hecho, “Entonces Quien está trabajando en
esto mismo por nosotros es Dios, Quien también nos ha dado la prenda del
Espíritu.” (II Corintios 5:5).
Así,
se cumple la etapa inicial de la salvación. Usted ha sido “salvo”—o
bien, justificado y reconciliado con Dios por medio de la
limpieza de sus pecados (Romanos 5:9). La pena del pecado—la
segunda muerte en fuego consumidor (Romanos 6:23; Apocalipsis 20:6, 11-15) —ha
sido removida. Usted está ahora “bajo la
gracia de Dios”—la cual no se ganó, ni puede ganarse.
La salvación es un proceso
La
justificación—el ser colocado en una posición
correcta frente a Dios el Padre—viene por
Su perdón misericordioso de sus pecados pasados a través del sacrificio de
Cristo. Por medio de la muerte, Jesús pago en lugar suyo, la pena
de muerte que usted se había ganado. “Porque todos
hemos pecado, y estamos destituidos de la gloria de Dios; Pero estamos siendo
justificados gratuitamente por Su gracia a través de la redención que está
en Cristo Jesús” (Romanos 3:23-24). Esta redención
es “a través de Su sangre [la del sacrificio de Cristo], incluso
la remisión de los pecados, de acuerdo a las riquezas de Su gracia
[la gracia de Dios]” (Efesios 1:7).
De
todos los aspectos, de la múltiple gracia de Dios, la justificación—junto
con el don subsecuente de la justicia espiritual—es
lo más importante. “Porque nosotros también fuimos una
vez tontos, desobedientes, engañados, sirviendo toda clase de lujurias y
placeres, viviendo en malicia y envidia, odiosos y odiando uno al otro.
Pero cuando la gracia y el amor de Dios nuestro Salvador hacia el hombre
apareció, no por obras de justicia las cuales practicábamos, sino de acuerdo a
Su misericordia Él nos salvó, a través del lavado de regeneración y la
renovación del Espíritu Santo, el cual Él derramó sobre nosotros ricamente a
través de Jesucristo nuestro Salvador; para que, habiendo sido justificados por
Su gracia, llegáramos a ser herederos de acuerdo a la esperanza de vida
eterna.” (Tito 3:3-7).
Capítulo dos
Entendiendo la gracia
Como vimos en
Efesios 2:8-9, la salvación es por la gracia de Dios. Pero ¿Qué es la “gracia de
Dios”? Simplemente
diga, que es el favor de Dios, misericordia, o buena voluntad hacia nosotros. Gracia
implica que algo ha sido hecho libremente por alguien que no tiene ninguna
obligación de hacer tal cosa—y que el receptor, no tiene que “pagar” por tal
gracia. Es a través de la gracia gratuita de Dios—Su amor,
favor y misericordia—que usted y yo somos salvos. Dios no está “obligado” a salvarnos,
en ninguna manera—y usted nunca se podrá “ganar” tal salvación.
La Salvación, es entonces, el resultado del favor de Dios por gracia hacia
nosotros—completamente
gratuita por parte de Él, e inmerecida por parte nuestra.
La gracia de
Dios, o Su favor, es una expresión de su insondable amor hacia nosotros—aunque
nosotros aún éramos pecadores (Romanos 5:8). Como una expresión de Su amor,
Dios “dio
a Su hijo unigénito engendrado” como sacrificio por los pecados de la
humanidad, “para
que todo el que crea en Él”—lo cual como
veremos implica obediencia a sus enseñanzas—“no
pueda morir, sino pueda tener vida eterna” (Juan 3:16).
La creencia en Cristo y la aceptación de Su sacrificio—junto con el
arrepentimiento genuino del pecado, el cual es la transgresión de la ley
de Dios (I Juan 3:4) —lleva al perdón del pecado y la absolución
de la pena final por parte de Dios, la segunda muerte. Todo esto se cumple
como parte de la “operación de gracia”—el favor inmerecido y
gratuito por parte de Dios.
Pero la
gracia y el favor de Dios también involucran más que el perdón del pecado. El
estar “bajo la
gracia” denota una relación
continua entre Dios y el creyente—en la cual el creyente
está recibiendo el amor divino de Dios, su favor, su bendición, su ayuda,
dones, y bondad. La gracia establece una nueva relación espiritual entre el
creyente, Dios el Padre y Jesucristo. A través del regalo inmerecido del favor
de Dios, el creyente es llamado, escogido, perdonado y aceptado por Dios el
Padre, y engendrado con el Espíritu Santo, haciéndolo(a) un hijo(a) de Dios, y
un heredero a la vida eterna—la cual es concedida en la primera resurrección
al retorno de Jesús.
Como revelan
las escrituras, el vivir “bajo la gracia” requiere que
el creyente viva por cada palabra de Dios con amor completo y devoción a
Dios el Padre y Jesucristo. Cuando Dios el Padre lo perdona a usted por haber
quebrantado Su Ley, Él espera que usted no viva más en el pecado.
La gracia de ninguna manera, le da licencia a uno para practicar el
pecado, ignorando o rechazando los mandamientos de Dios. Solo aquellos que
guarden Sus mandamientos, pueden permanecer en su amor y estar bajo su gracia.
Cada creyente que recibe la gracia de Dios, tiene una obligación personal
con Dios el Padre y Jesucristo, de abandonar sus viejos pensamientos y
practicas pecaminosas, y vivir una nueva vida, creciendo día con día en la
gracia y conocimiento de Cristo. De nuevo, Jesús le dice a todos sus
seguidores, “Si
Me aman, guarden los mandamientos…” (Juan
14:15).
Como un nuevo
creyente, usted debe estar determinado(a), a vivir por las leyes y mandamientos
de Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo con la ayuda del Espíritu de Dios. El pecado
seguirá ocurriendo, pero dejara de ser su forma de vida. Para cada
creyente que vive bajo la gracia, Jesucristo funge como redentor, Sumo
Sacerdote, y Abogado. Y cuando peca un cristiano, Jesús—en el
arrepentimiento del creyente—intercede ante el Padre, para obtener su
misericordia y gracia, convirtiéndose así, en la propiciación para tales
pecados. “Sin
embargo, si caminamos en la luz, como Él está en la luz, entonces
tenemos compañerismo unos con otros, y la sangre de Jesucristo, Su propio
Hijo, nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, estamos
engañándonos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si
confesamos nuestros propios pecados, Él es fiel y justo, para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado,
lo hacemos a Él un mentiroso, y Su Palabra no está en nosotros.” (I Juan
1:7-10).
También
noten: “Mis
pequeños hijos, les estoy escribiendo estas cosas para que no pequen. Y aun
así, si alguno peca, tenemos un Abogado con el Padre, Jesucristo el
Justo; Y Él es la propiciación [expiación
continua] por nuestros pecados; y no solamente por nuestros
pecados, sino también por los pecados del mundo entero. Y por este estándar
sabemos que Lo conocemos: si guardamos Sus mandamientos. Aquel que dice, “Lo
conozco,” y no guarda Sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está
en él. Por otro lado, si cualquiera está guardando Su Palabra,
verdaderamente en aquel el amor de Dios está siendo perfeccionado. Por este medio
sabemos que estamos en Él. Cualquiera que reclame vivir en Él está obligándose
a sí mismo también a caminar incluso como Él mismo caminó.” (I Juan
2:1-6). Juan también demuestra que el cristiano bajo la gracia no practica el
pecado: “Todo
aquel que ha sido engendrado por Dios no practica pecado porque Su semilla de
engendramiento está viviendo dentro de él, y no es capaz de practicar
pecado porque ha sido engendrado por Dios.”
(I Juan 3:9).
Lejos
de abolir las leyes y mandamientos de Dios, la relación personal entre Dios el
Padre, Jesucristo y el verdadero creyente—la
cual está basada en la gracia—establece la
ley por medio de amor y obediencia.
Ley, gracia—o ¿ambos?
En
su amor, en el momento de la creación, Dios le dio al hombre una ley
fundamental para mostrarle cómo vivir. De hecho, el vivir a la manera
de Dios es la clave para la felicidad verdadera y duradera. Esta ley básica
de Dios ha existido desde la creación, y más tarde fue codificada para la nación
de Israel en el Monte Sinaí. Es, de hecho una ley eterna (Salmo
119:144).
Cuando
se le preguntó a Cristo que nombrara la mayor de las leyes, Él respondió, “‘Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente.’ Este es el primero y más grande mandamiento; Y el
segundo es como este: ‘Amarás a tu
prójimo como a ti mismo.’ De
estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas.”
(Mateo 22:40). En resumen, esta es la ley del amor.
Noten que
Cristo no dijo que las dos grandes leyes de amar a Dios y de amar al prójimo
reemplazaban la Ley y los Profetas. Más bien, Él dijo que la Ley y los
profetas, están basados en la ley del amor—como una
instrucción en cómo amar a ambos, a Dios y al prójimo. Las leyes de Dios
reflejan Su mismísima naturaleza, e incluyen los Diez Mandamientos, además de
principios tales como la paz, la misericordia, y el dar. El quebrantamiento de
la ley espiritual de Dios—y no el fracaso de realizar sacrificios o
rituales—es pecado (I
Juan 3:4).
Después de
afirmar sin lugar a dudas de que Él no vino a anular las leyes de Dios
(Mateo 5:17- 18), Jesús expuso sobre la aplicación espiritual de la ley
de Dios en el “Sermón del
Monte” (Mateo
5-7). Él explicó que los cristianos deben vivir por el espíritu de cada
uno de los mandamientos de Dios, no simplemente la letra. Las “bienaventuranzas” de Mateo
cinco, son un maravilloso perfil de la mismísima naturaleza de Dios—la manera
perfecta en que Él vive. Ésta es la manera a la que Cristo incita a sus
seguidores que se conviertan: “Por tanto, serán [vendrán a
ser] perfectos, incluso como su Padre que está
en el cielo es perfecto” (Mateo 5:48). Este es su objetivo final, y es
un proceso que toma toda la vida.
Entendiendo la gracia
El espíritu y
la intención de la ley fundamental de Dios es el amor—el cual
refleja la mismísima naturaleza y carácter de Dios mismo, por cuanto Dios es
amor (I Juan 4:8,16). Cada mandamiento, precepto o estatuto de Dios refleja un
aspecto diferente de Su propia naturaleza—la naturaleza
que Él quiere que usted desarrolle, a medida que avanza por la vida. El
practicar las leyes de Dios es practicar la piedad—el construir
en usted los hábitos de pensar y actuar de acuerdo a la naturaleza de Dios. A
través de su obediencia amorosa, Dios esta progresivamente escribiendo Sus
leyes de amor en su mente y en su corazón. De hecho, un nuevo pacto
entre Dios y el hombre, ha reemplazado el antiguo. ¿Significa esto que la Ley
de Dios es obsoleta? Leamos los términos del nuevo Pacto: “Este
es el [nuevo] pacto que estableceré con ellos después
de aquellos días,’ dice el Señor: ‘Yo
daré Mis leyes dentro de sus corazones, y las inscribiré en sus mentes’” (Hebreos
10:16). Así, las leyes y mandamientos de Dios son tan válidos hoy bajo el
Nuevo Pacto, como lo fueron en el Antiguo. De hecho, las leyes de Dios son aún
más vinculantes sobre el cristiano porque Dios requiere de obediencia del corazón
de sus hijos e hijas engendrados, en el espíritu de la ley ampliada y
magnificada por Jesucristo (Mateo 5-7). En este forjamiento de la naturaleza
misma de Dios en el cristiano convertido está el meollo del desarrollo de la “mente de
Cristo” (Filipenses
2:5).
El guardar la Ley... ¿Se opone a la gracia?
Cuando se
habla de ley y gracia, ¿se tratará realmente de un caso de “uno u otro”? ¿Está la
ley de Dios de alguna manera opuesta a Su gracia?
Entendamos.
Mientras las leyes de Dios son con frecuencia tenidas en desprecio, y vistas
como un conjunto abrumador de “reglas” legalistas, la Biblia
revela que en realidad son un reflejo de Su amor—de su propia
naturaleza. “Porque
este es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos
no son pesados.” (I Juan
5:3). Dios, en forma amorosa, le dio al hombre
Sus leyes básicas en el momento de la creación—destinadas
para toda la humanidad, para siempre—para que supiéramos
cómo vivir. Las leyes de Dios nos protegen—nos
mantienen alejados del daño, infelicidad, dolor, y muerte que son consecuencia
de vivir contrariamente a la manera de Dios.
El
rey David, un hombre conforme al corazón de Dios, consideró la ley de Dios
como una gran bendición. Noten su actitud positiva hacia las leyes,
mandamientos y preceptos del Creador: “Nunca olvidaré
Tus mandamientos, porque con ellos Tú me has dado la vida…¡Oh
cuanto amo Tu ley! Es mi meditación todo el día. Tus
mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos, porque ellos están
siempre conmigo. Tengo más entendimiento que todos mis maestros, porque
Tus testimonios son mi meditación. Entiendo más que los ancianos porque
guardo Tus preceptos. He refrenado mi pie de todo camino malo, para que
pueda guardar Tu palabra. No me he apartado de Tus ordenanzas, porque Tú me has
enseñado. ¡Cuan dulces son Tus palabras a mi paladar! Sí, ¡más dulces que miel
a mi boca! A través de Tus preceptos obtengo entendimiento; por tanto odio todo
camino falso. Tu Palabra es una lámpara a mis pies, y una luz a mi senda.” (Salmo 119:97-105). Él añade,
“Tus testimonios son maravillosos; por tanto mi alma los guarda. La
entrada de Tus palabras da luz; da entendimiento al simple…. Grandiosa
paz tienen aquellos que aman Tu ley, y no hay
piedra de tropiezo para ellos.” (Versos
129-130, 165).
La
ley de Dios define el pecado, para que lo podamos evadir—así
como un señalamiento de vialidad, le advierte a un conductor de peligro
inminente. Noten lo que Pablo escribió también: “¿Qué
pues diremos? ¿Es la ley pecado? ¡NUNCA PUEDA SER! Pero yo no había
conocido el pecado, excepto a través de la ley. Más aun, yo no hubiera
estado consciente de lujuria, excepto que la ley dijera, “No
codiciarás.” (Romanos 7:7). En el verso 12, él añadió:
“Por tanto, la ley es ciertamente santa, y el
mandamiento santo y justo y bueno.”
Por
otro lado, la gracia tiene una operación completamente diferente. A través
de la gracia de Dios, o su favor divino, Él perdona y remueve sus pecados
pasados—removiendo la pena de muerte causada por esos pecados. Por
supuesto que esto, se cumple por fe, a través del sacrificio de Jesucristo—Su sangre
derramada (Romanos 3:24-25).
Así, usted necesita
la gracia de Dios y su perdón, porque ¡usted ha quebrantado su ley!
Cuando usted se arrepiente de tal quebrantamiento de la ley (pecado), usted
recibe Su gracia, por la cual usted es perdonado. Claramente, ¡usted no
comienza a pecar de nuevo intencionalmente, violando la ley de Dios!
Lamentablemente,
los evangelistas comunes citan Efesios 2:8—“Porque
por gracia han sido salvos a través de fe”—para
asegurar a sus seguidores que no hay nada que deban hacer para ser
salvos, excepto “aceptar a Jesucristo”
o “entregarle su corazón al Señor.”
Supuestamente esto los pone bajo la “gracia”—la
cual estos predicadores interpretan para significar “no
ley.” Ellos representan la ley y la gracia falsamente como opuestos irreconciliables.
¡Nada puede estar más alejado de la verdad!
De
hecho, hay un prerrequisito para la gracia de Dios—una
precondición. Es simplemente esto: Si alguien ha de estar bajo la gracia
de Dios, él o ella debe arrepentirse genuinamente del pecado, y tener fe en el
sacrificio expiatorio de Jesucristo, y Su sangre derramada. Sin embargo—noten
esto cuidadosamente—este prerrequisito no gana en
ninguna manera el favor ni la gracia de Dios. La gracia de Dios es un regalo—dado
gratuitamente. Y Dios no va a concederle esta gracia sin
cuidado alguno, a cualquier persona que se oponga a su camino de vida—el
cual es definido por Sus santas y justas leyes. Sólo aquellos que
voluntariamente estén dispuestos a vivir a la manera de Dios—siendo
evidentes por sus “frutos dignos de arrepentimiento”
genuinos (Mateo 3:8) —pueden
llegar a estar bajo la gracia salvadora de Dios.
Similarmente,
hay obligaciones colocadas sobre el creyente, una vez que él o ella han
venido a estar bajo la gracia de Dios. Usted debe continuar en el camino de
vida de Dios—el cual, de nueva cuenta, es definido por Sus leyes y
preceptos, espiritualmente amplificados en el Nuevo Testamento. ¿Por qué volvería
usted a quebrantar la ley de Dios—las cuales
lo pondrían a usted bajo la pena de muerte?
El
libro de Santiago nos muestra que la ley y la gracia (fe) van de la mano. “En
la misma manera también, fe, si no tiene [buenas]
obras, es muerta, por si misma. Pero
alguien va a decir, “Usted tiene fe, y yo tengo obras.” Mi
respuesta es: Usted pruébeme su fe a través de sus obras, y
yo le probaré mi fe a través de mis obras.”
(Santiago 2:17-18).
¿Significa
esto que los cristianos son perfectos y nunca pecan? No, usted siempre va a
batallar contra el pecado en un grado u otro (I Juan 1:8-9). La clave es que
usted no practique el pecado como una forma de vida (I Juan 3:9).
Mientras usted se esté esforzando para mantenerse cerca de Dios, de Cristo y en
vivir por cada palabra de Dios, usted permanece bajo la gracia de Dios—incluso
cuando resbala. Dios lo perdona, porque usted permanece en una actitud de
arrepentimiento continuo.
Entendiendo la gracia
Pero
note bien este punto crítico: Guardar los mandamientos no puede “ganarle”
su salvación.
La salvación es posible solo a través del sacrificio de Jesucristo—y es el regalo
de Dios para usted. Pablo nos deja esto muy claro: “Por
tanto, por obras de ley [cualquier tipo de obras o por
guardar la ley] ninguna carne será justificada
delante de Él; porque a través de la ley es el conocimiento del
pecado [el propósito de la ley es identificar el pecado]. Pero
ahora, la justicia de Dios [la
justificación dada por Dios] que es separada de
ley ha sido revelada, siendo atestiguada por la Ley y los Profetas; incluso la
justicia de Dios que es a través de la fe de Jesucristo,
hacia todos y sobre todos aquellos que creen; porque no hay diferencia.” (Romanos
3:20-22).
La pena del
quebrantamiento de ley en el pasado—la cual es
muerte—no puede ser
borrada, sin importar cuantas veces guarde la ley en el futuro. La futura
obediencia a Dios, no nulifica la desobediencia pasada. Solo el
arrepentimiento continuo y la confesión de los pecados—y la
verdadera fe en la vida, muerte, y resurrección de Jesucristo—pueden
mantenerlo en un estado de justificación y salvación. Pero la futura obediencia
a Dios es absolutamente requerida, si usted ha de permanecer bajo la
gracia de Dios.
La fe conduce a la obediencia
La fe es la confianza
completa en Dios. Es la creencia de que Dios cumplirá lo que ha
prometido. Esta creencia lo habilita y lo motiva a usted a cumplir con
los mandamientos de Dios. Como un primer ejemplo para los cristianos de hoy,
fue la fe o la creencia lo que motivó a Abraham a obedecer a
Dios. “Porque
la promesa a Abraham, o a su simiente, que debería ser heredero del mundo, no fue
dada a través de ley; sino, fue a través de la justicia de fe….
Por esta razón es de fe, para que pudiera ser por
gracia, a fin de que la promesa pudiera ser segura para toda la simiente—no
solamente para aquel que es de la ley, sino también para el que es de la
fe de Abraham, quien es el padre de todos nosotros, (Exactamente como
está escrito: “Yo te he hecho padre de muchas naciones.”)
delante de Dios en Quien creyó, Quien da vida a los muertos y llama las cosas
que no son como si fueran. Y quien contra esperanza creyó en esperanza,
para poder hacerse padre de muchas naciones, de
acuerdo a eso que fue hablado, “Así será tu simiente.” Y él, no
siendo débil en la fe, no consideró
su propio cuerpo, ya habiéndose hecho muerto, siendo más o menos de cien años
de edad, ni consideró la falta de vida de la matriz de Sara; Y no dudó la promesa de Dios por incredulidad; sino que,
fue fortalecido en la fe, dando gloria a Dios; Porque fue completamente
persuadido de que lo que Él había prometido, es también capaz de hacer. Como
resultado, eso también le fue imputado por justicia” (Romanos 4:13, 16-22).
La fe y la
obediencia, no son mutuamente exclusivas; por el contrario, están unidas
entre sí de manera inextricable. Santiago cita dos ejemplos de fe cuando
escribió, “¿No fue nuestro padre Abraham justificado por obras cuando ofreció a
Isaac, su propio hijo, sobre el altar? ¿No
ven que la fe estaba trabajando juntamente con sus obras, y por obras
su fe fue perfeccionada? Y la escritura fue cumplida la cual dice, “Entonces
Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”;
y fue llamado un amigo de Dios. Entonces, ¿ven? Que un hombre es justificado
por sus obras y no solo por su fe. Ahora, también de la misma manera, ¿no
fue justificada por obras la ramera Rahab cuando, después de recibir a los
mensajeros, ella los envió fuera por otro camino? Porque como el cuerpo sin el
espíritu está muerto, en la misma forma también, la fe sin obras está
muerta.” (Santiago 2:21-26). Esto
de vivir y actuar “por
fe”, es de hecho obediencia. En Hebreos 11, vemos numerosos
ejemplos de aquellos que vivieron y actuaron “por
fe” (Hebreos 11:4-5, 7-8, 11, 17, 20-23, 27-31).
Aunque
usted no puede ser justificado por “obras”
de obediencia, tampoco puede vivir una vida con Cristo sin ellas. Es la fe—la
cual es dada por Dios—la que le da ambas: la voluntad y la habilidad
para obedecer a Dios y hacer las obras buenas que Él desea (Gálatas 2:20;
Filipenses 2:13).
Entonces, la
fe es la confianza y creencia en Dios, y la disposición para
obedecerle, sabiendo que si lo hacemos como Él lo ordena en actitud de amor
desde el corazón, las cosas que Él ha prometido son seguras (Hebreos 11:11-19).
Nosotros confiamos y le creemos a Dios cuando Él dice que Él ha perdonado
nuestros pecados—y que nosotros heredaremos la salvación y la vida eterna con
Él (Efesios 4:32; Colosenses 2:13; I Juan 1:9).
“¿Salvación por obras?”
El decir que
hay requerimientos de cualquier tipo para la salvación, es arriesgarse a
ser acusado de enseñar “salvación por obras.” Después de
todo, ¿no dijo Pablo, “no por obras, para que nadie se jacte”?
Absolutamente. Su salvación no viene como resultado de ningún tipo de
obras que usted pueda hacer. De y por sí misma, ni siquiera una vida entera
guardando los mandamientos podría “ganarse” la salvación
y la vida eterna. Pero ¿Niega esto la necesidad de hacer buenas obras?
A aquellos a
quienes les encanta citar Efesios 2:8-9, rara vez agregan el siguiente verso:
“Porque
somos Su hechura, creados en Cristo Jesús hacia las buenas obras que
Dios ordenó de antemano para que pudiéramos caminar en ellas.”
(Verso 10). (Tenga cuidado con aquellos que solo citan pasajes bíblicos que parecen
apoyar doctrinas que rechazan obras. Obtenga una historia completa. Cristo
nos dice que vivamos por cada palabra de Dios, no solo por unos cuantos
pasajes.) Escribiéndole a Tito, Pablo dice virtualmente lo mismo que acabamos
de leer en Efesios 2:8-10—que habiendo
recibido el perdón de Dios, nosotros debemos de ser diligentes en hacer
buenas obras: “Esta
es una palabra fiel, y yo deseo que ustedes afirmen fuertemente todas
estas cosas, para que aquellos quienes han creído a Dios, puedan aplicarse
ellos mismos a hacer buenas obras. Estas cosas son buenas y provechosas
para los hombres.” (Tito 3:8).
Es a través
del desarrollo del hábito de buenas obras, que Cristo está creando el
carácter de Dios en usted. Pero es un esfuerzo conjunto: Dios proveerá la ayuda
que necesite—su parte es
prepararse usted mismo, y estar listo para “hacer
el bien a todos, y especialmente, a aquellos quienes son parte de la familia de
la fe.” (Gálatas
6:10). Usted ha de ser un “ejemplo de buenas obras” en todas las cosas
(Tito 2:7) —pero,
es Dios Quien “animará
sus corazones y los establecerá en cada buena palabra y obra.”
(2 Tesalonicenses 2:17). Como escribió Pablo, “Porque
Dios es capaz de hacer que toda gracia abunde hacia ustedes
para que en toda forma puedan siempre tener suficiencia en todas las
cosas, y puedan abundar hacia toda buena obra.”
(II Corintios 9:8). Note, que es Dios Quien lo perfeccionará en buenas obras. “Y
pueda el Dios de paz, Quien levantó a nuestro Señor Jesús de entre los muertos—aquel
gran pastor de las ovejas—a través de la
sangre del pacto eterno, los perfeccione en toda obra buena, para que
puedan hacer Su voluntad; cumpliendo en ustedes eso lo cual es
placentero su Sus vista, a través de Jesucristo, a Quien sea la
gloria en las eras de la eternidad. Amén.” (Hebreos 13:20-21).
Entendiendo la gracia
No hay
conflicto entre fe y obras. Usted debe tener fe en el perdón de Dios, y fe en
Su poder para salvarlo. No puede ganarse ninguna de las dos—porque son
dadas por gracia. Pero usted también debe tener las obras—amar la
obediencia a las leyes de Dios—por las cuales usted desarrolla la mente de
Cristo. El desarrollo de la naturaleza de Dios en nosotros es todo el
propósito de la creación del hombre. Pero necesitamos la gracia de Dios y su
perdón para aquellas veces en las que con frecuencia nos quedamos cortos de Sus
estándares.
Capítulo tres
¿Qué debe usted hacer ahora?
Siempre tenga
en mente, que la conversión inicial, es solo el comienzo del proceso
espiritual de salvación. Durante esta vida, después de la conversión inicial,
nosotros debemos de crecer “Hasta que
todos vengamos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, hacia
un hombre perfecto, hacia la medida de la estatura de la plenitud
de Cristo” (Efesios 4:13), y de esta manera, preparados para
la etapa final de salvación—el nacimiento
nuevo a la mismísima familia de Dios en la primera resurrección. Usted
tiene que edificar sobre la gracia inicial de Dios, y expandir su conocimiento
y entendimiento espiritual, en un proceso continuo de crecimiento espiritual.
El apóstol Pedro dice “estén
creciendo en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo.”
(II Pedro 3:18). Usted necesita crecer en—que
es edificar sobre—la gracia de
Dios, y el conocimiento de Jesucristo, que Dios le ha otorgado gratuitamente.
Conforme
pasa el tiempo, Dios—a través de la morada de Su Santo
Espíritu—forma en usted la propia mente de Cristo, Quien nunca jamás
quebrantó ninguno de los mandamientos de Su padre. “Esté
esta mente en ustedes, la cual estuvo también en
Jesucristo; Quien, aunque existió en la forma de Dios, no lo consideró
robo ser igual con Dios, sino que se vació a Si mismo, y fue
hecho en la semejanza de hombres, y tomó la forma de un siervo; y
habiéndose encontrado en la forma de hombre, se humilló a Si mismo, y
llegó a ser obediente hasta la muerte, incluso la muerte de la
cruz.” (Filipenses 2:5-8).
De
hecho, Dios está formando a Cristo en usted (Colosenses 1:27; Gálatas 4:19). Su
parte es permanecer comprometido a una vida de obediencia a Dios—el
buscar Su amor continuamente, Su espíritu, y practicar Su camino
de vida. Al hacer esto, usted desarrollará y crecerá en el amor de Dios, y lo
amará más perfectamente con todo su corazón, con toda su mente, y con todas sus
fuerzas. Esto cumple con el más grande de todos los mandamientos (Mateo
22:37-38).
¿Cómo
“ama” usted a Dios? Cristo no contesta
con términos ambiguos: “Si Me aman,
guarden los mandamientos—a saber, Mis
mandamientos.” (Juan
14:15). “Si guardan Mis mandamientos, vivirán en Mi amor...”
(Juan 15:10). Juan reitera esto en su primera epístola general: “Porque
este es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos; y Sus
mandamientos no son pesados.” (I Juan
5:3).
Si
usted es realmente convertido, y ahora es guiado por el Espíritu Santo de Dios,
Él está en el proceso de escribir Sus leyes en su mente y en su corazón
(Hebreos 10:16). Éste proceso ocurre a través de su vida entera. Dios le da de
Su Espíritu Santo para ayudarle a amarlo y para que obedezca Sus
leyes y mandamientos—no solo en la letra, sino en su
intención espiritual. La práctica continua de esta obediencia, desde lo
más profundo de su ser, edifica en usted el mismo corazón, mente, y carácter
de Jesucristo, Quien amó la ley de Dios y la guardó perfectamente. Es por estar
guardando la ley de Dios, que ésta misma llega a estar “escrita en su
corazón.” Con el
tiempo, el cristiano que ame a Dios, y practique Su camino de
vida, llegará a madurar espiritualmente, “entrenado
para discernir entre el bien y el mal” (Hebreos 5:14), y
crecerá en entendimiento espiritual continuamente. “Pero
de acuerdo a como está escrito, “El ojo
no ha visto, ni el oído ha oído, ni han entrado al corazón del
hombre, las cosas que Dios ha preparado para aquellos que lo aman. Pero
Dios nos las ha revelado por Su Espíritu, porque el Espíritu examina todas las cosas—incluso las
cosas profundas de Dios. Porque ¿Quién
entre los hombres entiende las cosas del hombre excepto por el espíritu
del hombre el cual está en él? En la misma manera también, nadie
entiende las cosas de Dios excepto por el Espíritu de Dios. Entonces
no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que es de
Dios, para que pudiéramos saber las cosas graciablemente dadas a nosotros
por Dios, Tales cosas también hablamos, no en palabras enseñadas por
sabiduría humana, sino en palabras enseñadas por el Espíritu
Santo para comunicar cosas espirituales por medios espirituales.” (I
Corintios 2:9-13).
En pocas palabras,
la parte de Dios en el proceso de formar a Cristo en usted, es
convertirlo y darle de Su Espíritu Santo, por el cual Él lo guía y fortalece a
usted para vivir a Su manera. La parte suya es orar diariamente a Dios,
estudiar Su Palabra, meditar en ella con oración, y después vivir por ella.
Esto incluye, traer incluso sus mismos pensamientos a la obediencia a
los mandamientos de Dios. “Porque aunque caminamos en la
carne, no guerreamos de acuerdo a la carne. Porque las armas de nuestra
guerra no son carnales, sino poderosas a través de Dios para el
derrocamiento de fortalezas, Echando abajo vanas imaginaciones, y toda
cosa alta que se exalta a sí misma contra el conocimiento de Dios, y trayendo
a cautividad todo pensamiento a la obediencia de Cristo.”
(II Corintios 10:3-5).
La salvación conduce a una nueva creación espiritual
Lo
que Dios está creando en usted—a través de
la habitación de Su Espíritu Santo—es a Cristo
en usted. Pablo escribió, “Hijitos míos,
por quienes estoy de nuevo laborando en dolor, hasta que Cristo haya sido
formado en ustedes…” (Gálatas
4:19). Y “A quienes Dios quiso dar a conocer cuáles son
las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; el cual es Cristo
[formado] en ustedes,
la esperanza de gloria” (Colosenses
1:27).
A
través del proceso de Dios viviendo en usted, que dura toda una vida, el
“viejo hombre” de su
naturaleza humana, es reemplazado gradualmente con el “nuevo
hombre” interior de la naturaleza de Dios.
Pablo declaró, “He sido crucificado con Cristo, aun
así vivo. Ciertamente, ya no soy más yo; sino Cristo vive en mí.
Porque la vida que estoy ahora viviendo en la carne, la vivo
por fe—esa misma fe del Hijo de Dios, Quien me amó y Se dio
a Si mismo por mí.” (Gálatas 2:20). Es por este proceso
de dejar que Cristo viva en, y a través de usted, que su “hombre
exterior está siendo traído a decadencia, aun así el [su] hombre
interior está siendo renovado día a día.”
(II Corintios 4:16). De hecho, usted tiene que “deshacerse
del viejo hombre junto con sus hechos,” mientras usted “debe
vestirse el nuevo hombre, quien está siendo
renovado en conocimiento, de acuerdo a la imagen de Aquel Quien lo creó”
(Colosenses 3:9-10).
De
esta manera, cada cristiano convertido, guiado por el Espíritu, está siendo
desarrollado en una nueva persona o creación, espiritualmente. “Por
tanto, si alguno está en Cristo, él es una nueva creación; las
cosas viejas han pasado; he aquí, todas las cosas han sido hechas nuevas.”
(II Corintios 5:17). De nuevo, esto se logra a través del trabajo
del Espíritu Santo de Dios, en conjunto con nuestro espíritu humano. “Porque
tantos como son guiados por el Espíritu de Dios, esos son los
hijos de Dios. Ahora ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud otra vez
hacia temor, sino han recibido el Espíritu de filiación, por el cual
gritamos, ‘Abba, Padre.’ El Espíritu
mismo da testimonio conjuntamente con nuestro propio espíritu, testificando
que somos hijos de Dios.” (Romanos
8:14-16).
Noten
cómo el Apóstol Pedro describe este proceso de crecimiento personal y
desarrollo, basado en las maravillosas promesas de Dios: “Gracia
y paz sean multiplicadas a ustedes en el conocimiento
de Dios y de Jesús nuestro Señor, de acuerdo a Su divino poder nos ha dado
todas las cosas que pertenecen a la vida y a la santidad,
a través del conocimiento de Quien nos llamó por Su propia gloria y
virtud; a través de la cual Él nos ha dado las más grandes y preciosas
promesas, que a través de estas ustedes pueden convertirse en participes de la
naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que está en
el mundo a través de lujuria. Y por esta misma razón también, habiendo
además aplicado toda diligencia, añadan a su fe, virtud; y a la virtud,
conocimiento; y al conocimiento, auto-control; y al auto-control, resistencia;
y a la resistencia, santidad; y a la santidad, amor fraternal; y
al amor fraternal, el amor de Dios. Porque si estas cosas existen
y abundan en ustedes, no les harán estar carentes de esfuerzo ni
carentes de fruto en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.”
(II Pedro 1:2-8).
Mientras
continuemos “agitando” y utilizando
el regalo de Dios—Su Espíritu Santo en nosotros (II
Timoteo 1:6) —y sigamos el ejemplo de Cristo acerca de cómo vivir (I Pedro
2:21-22; I Juan 2:6), Dios va a desarrollar en nosotros el amor, mente,
actitud, y la mismísima naturaleza de Jesucristo, “Hasta
que todos vengamos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios,
hacia un hombre perfecto, hacia la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).
El
proceso de salvación, finalmente culmina, en su nuevo nacimiento espiritual a
la familia de Dios—como un hijo o hija de Dios, nacido
del espíritu. Para aquellos que permanezcan firmes durante sus vidas,
este último paso de entrar al Reino y familia de Dios, ocurre en la primera
resurrección al retorno de Jesucristo. Aquellos que han muerto en la fe,
resucitarán de los muertos, mientras que aquellos que sigan con vida serán transformados—fortalecidos
con cuerpos espirituales inmortales, para heredar la eternidad. (I
Tesalonicenses 4:16-17; I Corintios 15:23, 49-52).
Como seres
espirituales glorificados, recibiremos la herencia completa de la tierra y del
universo. “Entonces
si somos hijos, somos también herederos—verdaderamente,
herederos de Dios y coherederos con Cristo—si
ciertamente sufrimos junto con Él, para que podamos también ser glorificados
junto con Él. Porque considero que los sufrimientos del tiempo presente no son
dignos de ser comparados con la gloria que será revelada en nosotros.”
(Romanos 8:17-18). Seremos exactamente como Cristo mismo, “Quien
transformará nuestros viles cuerpos, para que
puedan ser conformados a Su glorioso cuerpo, de acuerdo al trabajo
interno de Su propio poder, por el cual Él es capaz de someter todas las
cosas a Si mismo.” (Filipenses 3:21). También,
regiremos con Cristo, sobre todas las cosas que Dios el Padre ha puesto “bajo
Sus pies” (Hebreos 2:8; Apocalipsis 3:21; 20:4-6; Daniel 7:27).
Como
verán, esta vida es un tiempo de preparación para un reinado divino. ¿A
quiénes tendrá Cristo asistiéndole en los tiempos venideros? Solo a aquellos
que hayan desarrollado mentes, actitudes, y carácter divinos, viviendo a Su
manera en esta vida—quienes
hayan crecido en la gracia que Él da, como regalo gratuito (II Pedro
3:18; Lucas 19:11-26).
La salvación requiere su participación activa
Digamos que
usted ha aceptado a Jesucristo como su salvador personal, habiéndose
arrepentido de sus pecados. Usted es perdonado por las violaciones a Su ley, y
la pena de muerte ha sido removida. Usted ha recibido la gracia de Dios, y Su
Espíritu Santo. Usted sabe que sus obras no le han ganado su salvación, ni lo
podrán hacer sus acciones futuras; pero Dios, por Su gracia, le concedió este
regalo gratuito, a través del sacrificio de Jesucristo. ¿Qué debe usted
hacer ahora? ¿Que debe de “hacer” usted con este regalo de la salvación? ¿Continuará
viviendo
como siempre lo ha hecho, como si nada hubiera cambiado su vida? ¿Es
realmente requerido el crecimiento espiritual? Tal vez eso es hacer la pregunta
equivocada.
Mírelo de
esta manera: Si usted está dispuesto a hacer sólo lo que es “requerido”, eso no lo
hace mas que un “siervo inútil” (Lucas 17:10). De hecho, si hay alguna lección
que resalte en la parábola de las minas, es que Dios espera que uno desarrolle
cualquiera que sea el regalo que Él nos da (Lucas 19:11-27). Como es
mencionado, Pedro dice que “estén creciendo en la gracia y
el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (II Pedro 3:18)—lo cual es, construir
sobre la gracia de Dios y el conocimiento de Jesucristo, los cuales Dios
le ha dado gratuitamente. No hay “requerimiento” para cuanto
crecer; pero si usted realmente ama a Dios, usted querrá parecerse a
Él lo más que se pueda.
Dios le da a
usted como cristiano un papel crítico en este proceso de crecimiento
espiritual, que dura toda una vida. Usted puede ayudar en el proceso haciendo
su parte, o perjudicar el proceso con negligencia, andando sin cuidado, o
continuando en sus viejas prácticas pecaminosas. O como algunos, podría dejarse
convencer por falsos maestros de que “realmente no importa lo
que haga”, o que “la ley ya no
es tomada en cuenta.” Su parte en el proceso continuo de Dios, de formar a Cristo
en usted, es el ponerse el “hombre nuevo” buscando Su
Espíritu diariamente, y viviendo la vida a la manera de Dios. Noten lo
que escribió Pablo a la iglesia en Éfeso: “[Ahora] concerniente a su antigua
conducta, [les amonesto a] ustedes [que] se quiten el viejo hombre,
el cual es corrupto de acuerdo a la lujuria engañosa; Y que sean
renovados en el espíritu de su mente; Y que se pongan el nuevo hombre,
el cual es creado en justicia y santidad de la verdad de acuerdo a Dios.” (Efesios
4:22-24).
Como
cristianos, debemos de seguir el ejemplo de Jesucristo (I Pedro 2:21),
Quien obedeció completamente las leyes de Dios establecidas, como el estándar
de conducta para la humanidad. El camino de Dios es definido por sus leyes básicas—los Diez
Mandamientos en particular, junto con numerosos principios acerca de la
misericordia y el dar. En Su “Sermón del Monte” (Mateo 5-7),
Cristo destaca ambas actitudes interiores, y las acciones exteriores,
que se espera que los cristianos manifiesten en sus vidas diarias. No tiene
nada que ver con sacrificios, rituales, vestimentas o artefactos; tiene todo
que ver con amar a Dios y al prójimo.
Lejos de ser
el final, el estar bajo la gracia de Dios y el recibir su Espíritu Santo, es solo
el comienzo—el principio de toda una vida caminando con Cristo
hacia su reino Eterno. El caminar con Cristo, significa caminar en la misma
dirección en que Él caminó (Juan 14:15; 15:10). El apóstol Juan escribió, “Cualquiera
que reclame vivir en Él está obligándose a sí mismo también a caminar
incluso como Él mismo caminó.” (I Juan 2:6). Jesucristo viviendo en usted caminará en la
misma manera en la que caminó cuando Él estuvo en la carne, hace casi 2000
años—si usted lo
busca, y le permite al Espíritu de Dios que lo guíe.
Claves vitales para el crecimiento espiritual
Hay claves
definitivas para el crecimiento espiritual—la oración,
estudio, meditación, ayuno, y convivencia. Si usted verdaderamente ama a
Dios por todo lo que Él ha hecho por usted, entonces tomará en serio el crecer
en gracia y en el conocimiento de nuestro Señor. Usted no pensará que estas
claves son una carga de “deber,” sino oportunidades
emocionantes para trabajar con Dios, en el proyecto más importante jamás
realizado—la creación
espiritual de nuevos miembros de Su familia. Usted querrá acercarse aún
más. “a la medida
de la estatura de la plenitud de Cristo.” Este
crecimiento espiritual, en preparación para el Reino de Dios, se convierte en la
prioridad más importante de su vida (Mateo 6:33). ¿Cómo puede estar seguro
de que logrará el crecimiento espiritual necesario?
Al momento de
su conversión, hubo una nueva creación engendrada en usted—un “hombre
interior” (o mujer
interior) del Espíritu—el cual requiere regularmente de sustento espiritual
para crecer, para ser “renovado día con día” Usted atrae
crecimiento espiritual, por el contacto diario con Dios, a través
de la oración, el estudio Bíblico, meditación, y ayuno ocasional. Usted también
es sustentado espiritualmente, por la convivencia regular en el sábado de Dios
con otros fieles seguidores de Cristo, y por el oír la palabra de Dios expuesta
a través de un maestro dedicado de Dios (Romanos 10:17). Mientras va
adquiriendo entendimiento, usted también crece al vivir a la manera de Dios
en todos los aspectos de su vida diaria.
A través de
estas herramientas espirituales, usted vendrá a entender gradualmente, la
grandeza del amor de Dios, y el trabajo milagroso que Él está obrando en su
vida. Usted crecerá para amarle con todo su corazón, con toda su alma, con toda
su mente, y con toda su fuerza. Mientras construye una relación profunda y
amorosa con Dios, usted estará altamente motivado para agradarle en todos
aspectos, y para trabajar con Él, en lo que Él está haciendo con usted.
Oración diaria
Dios está
estableciendo una relación profunda y amorosa con usted, como un hijo o
hija engendrado(a). Usted construye sobre esa relación, por medio del contacto
y comunicación regular con Él. Su amor por Dios lo debería motivar a buscar
el contacto diariamente con Él por la oración—hablar con Él
sobre sus necesidades y las necesidades de otros. “Busquen
al SEÑOR mientras pueda ser encontrado; invóquenlo mientras está cerca.”
(Isaías 55:6). “[Dios] es un
galardonador de aquellos que diligentemente Lo buscan.”
(Hebreos 11:6). La oración no es algo a lo que un cristiano debería acercarse
casualmente.
Si
lo deja para cuando tenga oportunidad, pueden pasar demasiados días con un
contacto inadecuado con Dios. Tenga la certeza de hacer de la oración la prioridad
número uno de cada día.
Tan
solo el diario vivir en esta época puede ser difícil. Usted necesita orar a
Dios para Su guía, Su protección, y por Su poder espiritual que necesita para
resistir el pecado. La oración es la herramienta más importante para adquirir más
del Espíritu de Dios, y la fuerza que necesita en sus batallas espirituales.
Pablo escribió que usted debe de “avivar el
don de Dios” que está en usted por la imposición de manos (II Timoteo 1:6).
Usted logra esto a través del contacto diario con Dios.
Por
otro lado, algunos se imponen cuotas así mismos para la oración. Si dejan pasar
un día, en que no hayan “hecho sus
oraciones” puede ser que anden cargando con un sentimiento de culpa,
pensando que Dios está enojado con ellos por haberse quedado cortos en la oración.
Pero en ningún
lugar de la Biblia dice, que Dios “requiere” una cierta
cantidad de oración diaria. Dios no espera que usted ore al lado del reloj. Si
usted realmente ama a Dios, usted querrá comunicarse con Él
frecuentemente. Si usted está orando de corazón—cubriendo sus
necesidades y las necesidades de los demás adecuadamente—usted pasará
suficiente tiempo orando. De hecho, el tiempo no es lo que importa, lo que
importa es la calidad y la efectividad en el desarrollo de su relación con
Dios.
Noten
lo que Escribió el Apóstol Pablo en Efesios 6:10-18. “Finalmente,
mis hermanos, sean fuertes en el Señor, y en el poder de Su fuerza. Vístanse
toda la armadura de Dios para que puedan ser capaces de aguantar contra las
artimañas del diablo. Porque no estamos luchando contra carne y sangre, sino
contra principados y contra poderes, contra los gobernadores del mundo
de la oscuridad de este siglo, contra el poder espiritual de maldad en lugares
altos. Por tanto, tomen toda la armadura de Dios para que puedan ser capaces de
resistir en el día malo, y habiendo resuelto todas las cosas, estar de
pie. Estén por tanto, teniendo sus lomos ceñidos con verdad, y vistiendo la
coraza de justicia. Y teniendo sus pies calzados con la preparación del
evangelio de paz. Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el
cual tendrán el poder de apagar todos los dardos fieros del maligno; y vístanse
el casco de salvación, y la espada del Espíritu, la cual es la Palabra de Dios;
orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y
en esta misma cosa siendo vigilante con toda perseverancia y súplica por todos
los santos”
Como
dijo Pablo, usted necesita orar por las necesidades de otros—ministros
y maestros, hermanos cristianos, miembros familiares, compañeros de trabajo,
por cualquiera que usted sepa que está sufriendo pruebas o enfermedad. Usted
también debería orar por la guía de Dios para aquellos que están en posiciones
de decisión gubernamental, cuyas acciones afectan la vida de muchos. La oración
por los demás, es una de las maneras de crecer en el amor no egoísta de
Dios.
Existe
un número de ejemplos en los Salmos, de cómo David oraba a Dios. El Salmo tres
es un clamor a Dios para liberación; en el Salmo seis, David pide a Dios que
sea gentil al corregirlo. El Salmo ocho es una alabanza de David para Dios por
Su creación; El Salmo trece es el clamor de David, cuando parecía que Dios lo
había abandonado. El Salmo 51 es una oración de profundo arrepentimiento
(probablemente después del pecado de David con Betsabé). El salmo 103 enlista
muchas de las maneras en que Dios provee para Su pueblo, y habla de Su
misericordia y amor. El Salmo 119 habla en su totalidad acerca de los
incontables beneficios de guardar la ley de Dios, y de la actitud convertida
que uno debe de tener hacia las leyes de Dios. Casi toda razón o propósito para
orar, puede ser encontrado en los Salmos.
Cristo dio
algunos principios generales de la oración a Sus discípulos, como parte de Su “Sermón del
Monte” (Mateo 6:
5-8). Después dio una oración muestra (Versos 9-13). Él no refirió
estas palabras de “La oración del Señor” para ser
recitadas repetidamente, como es hecho hoy en muchas reuniones públicas. Noten:
“Y
cuando oren, no usen repeticiones vanas, como hacen los paganos; porque ellos
piensan que multiplicando sus palabras, van a ser escuchados” (verso 7). Más
bien, cada una de las frases en la oración modelo de Jesús, es dada como
un ejemplo de un tema por el cual orar. Usted debe de orar acerca de
esos temas (y también sobre otros temas que usted necesite discutir con Dios) de
corazón—no de
memoria.
Estudio bíblico
A través de
la oración, usted “habla con Dios” Pero usted necesita una conversación de doble
sentido con Dios. Usted necesita dejar que Él le hable a usted. Usted
hace esto a través del estudio de la Biblia en oración. Su relación con Dios
debe ser “en
espíritu, y en
[la] verdad” (Juan 4:24).
Cristo dijo que Sus mismas palabras—la Biblia—son espíritu
y vida
(Juan 6:63). También son verdad—la verdad (Juan 17:17).
Entonces, el crecimiento espiritual continuo, requiere de un estudio regular de
la Biblia.
Si usted ha
aceptado a Cristo como su salvador—y si usted es realmente
convertido—usted estará estudiando
y viviendo, por cada una de las enseñanzas de Jesús. Así como Pablo
amonestó al evangelista Timoteo, “Estudia
diligentemente para mostrarte a ti mismo aprobado a Dios, un obrero que no necesita
ser avergonzado, dividiendo correctamente la Palabra de la verdad”
(II Timoteo 2:15) Jesús dijo, “Yo
[esto es, Sus enseñanzas, y el ejemplo que Él dio] soy el
camino, la verdad y la vida” (Juan
14:6). Cristo dejó el ejemplo perfecto de cómo hemos de vivir (Juan 15:10; I
Pedro 2:21; I Juan 2:6). ¿Cómo podrá aprender de Su ejemplo, a menos que lo lea?
Usted
aprende del camino de vida de Dios—la manera en
que Cristo mismo vivió—a través del
estudio de la Biblia. “El hombre no vivirá por pan
solamente, sino por cada palabra que procede fuera de la boca de Dios.”
(Mateo 4:4) —la Palabra inspirada de Dios. Usted acepta el regalo gratuito de
la gracia, y crece: “Sino, estén
creciendo en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo.” (II Pedro 3:18). Al estudiar la
palabra de Dios, usted vendrá a conocer íntimamente a Jesucristo, y el camino
que Él vivió.
Muchos
evitan el estudio de la Biblia, porque es trabajo—tensión
cerebral. Tal vez alguna vez usted intentó leer, o estudiar la Biblia, pero sin
ser capaz de entender. No espere entender toda la Biblia a la primera. El
estudio de la palabra de Dios, es un proyecto a largo plazo que dura toda una
vida. Si las primeras lecturas no parecen darle mucho entendimiento, no se
rinda. Si Dios inspiró toda escritura (II Timoteo 3:16), Él también lo puede
inspirar a usted para que las entienda. Cristo prometió a Sus seguidores, “Sin
embargo, cuando ese haya venido, el Espíritu de la verdad, los guiará a toda
verdad…” (Juan 16:13).
La
clave para entender la Biblia, es la guía del Espíritu Santo de Dios. “Porque ¿Quién entre los hombres entiende las cosas del
hombre excepto por el espíritu del hombre el cual está en él?
En la misma manera también, nadie entiende las cosas de Dios excepto por
el Espíritu de Dios.” (I Corintios 2:11). “Pero el hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios;
porque son tonterías para él, y no puede entenderlas porque son discernidas
espiritualmente.” (Verso 14). Comience cada sesión de estudio Bíblico, pidiéndole a Dios
de Su guía, para entender Su Palabra—y Su ayuda para poder vivir por ella. Recuerde, Él
da de Su Espíritu a aquellos que le obedecen (Hechos 5:32).
Si usted ha de crecer espiritualmente, hay demasiado que
aprender acerca de Jesucristo—Su personalidad, Su carácter, Sus enseñanzas, y Su
ejemplo. Usted también necesita las enseñanzas de Sus apóstoles, ya que fueron
inspirados para exponer el camino de Dios. Y usted necesita entender el Antiguo
Testamento, porque es el fundamento sobre el cual se sostiene el
verdadero Cristianismo, junto con Cristo y los apóstoles (II Timoteo 3:15-17).
Mírelo de esta manera: Durante la preparatoria y la
universidad, usted estudió libros de texto, y trabajó para aprender lo
que necesitaba saber, para que pudiera tener una vida adulta exitosa,
incluyendo el tener un buen trabajo. Usted tenía que hacerlo, y lo hizo. Pero
esa educación solo era necesaria para ésta vida. El estudio de la
Palabra de Dios, es para su vida eterna. ¡Lo que está en juego es mucho
más alto!
Para combatir influencias espirituales incorrectas, usted
necesita ponerse “La armadura de Dios” (Efesios 6:11-17) —la cual lo equipará para su lucha espiritual
diaria contra Satanás, el mundo, y su propia naturaleza humana. Al menos tres
de esas piezas de la “Armadura Espiritual” son requeridas a través del estudio de la
Biblia: el “ceñir
nuestros lomos con la verdad” (Juan 17:17), la “preparación del evangelio de paz” (Marcos 1:14),
y la “espada
del Espíritu, la cual es la palabra de Dios” (Hebreos 4:12).
Como ya ha visto, el estudio de la Biblia es una herramienta
clave, para el crecimiento espiritual (I Pedro 2:1-2; II Pedro 3:18). Usted
crece en gracia, al ir creciendo también en el conocimiento de Cristo,
de Sus enseñanzas, y del ejemplo que Él dejó—y después, siguiendo Su ejemplo.
(Para instrucciones en cómo estudiar la Biblia, vea “Catorce reglas para estudio bíblico” en la página
de internet de la Iglesia de Dios Cristiana y Bíblica, www.iglesiadedioscristianaybiblica.org).
Evitando el engaño
En esto tiempos problemáticos, usted necesita estar bien
cimentado en la Palabra de Dios para poder discernir a los verdaderos
maestros, de los falsos maestros—y para no dejarse guiar por falsos
maestros (Efesios 4:14-15). Solo usted es responsable de conocer la
Biblia lo suficiente, para determinar si alguna enseñanza es “de Dios” (I Juan
4:1).
De hecho, el
dejar que otros estudien, y piensen por usted es un grave error. Usted es
advertido una, y otra vez, que no se deje engañar. Cristo advirtió acerca de
los falsos maestros en Mateo 24:4-5. Pablo le advierte que no deje ser “llevado por
doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que, para engañar,
emplean con astucia los artificios del error” (Efesios
4:14 VRV). La Palabra de Dios, nos advierte repetidamente que hay
engañadores allá afuera. Satanás no se ha tomado ningunas vacaciones, ¡y está
muy ocupado!
Pablo dice
que los ministros de Satanás, se muestran como ministros de luz. “Porque
tales son falsos apóstoles—trabajadores
engañosos que están transformándose a sí mismos en apóstoles de Cristo. Y no es
de maravillarse, porque Satanás mismo se transforma a sí mismo en un ángel de
luz. Por tanto, no es gran cosa si sus siervos también se transforman a
sí mismos en ministros de justicia—cuyo fin será
de acuerdo a sus obras.” (II Corintios 11:13-15).
Ese
predicador simpático y carismático que vio en televisión, quien dijo muchas
cosas atractivas, podría ser uno de ellos. Muchos predicadores enseñan
deliberadamente, lo que creen que la gente quiere oír. Debemos juzgar, no por
su apariencia, su comportamiento, ni por si nos “gusta lo que
dicen,” sino por su mensaje—si está de
acuerdo con las escrituras. Y usted solamente lo sabrá si está estudiando la
Biblia.
Para evitar
el engaño, usted debe estudiar la Biblia por sí mismo, y probar qué es
verdad, y qué no lo es. Usted está advertido específicamente a “probar todas
las cosas. A retener aquello que es bueno” (I
Tesalonicenses 5:21). Cualquier enseñanza que esté en conflicto con las
Escrituras, debe ser rechazada; usted debe tener cuidado de nunca “razonar las
Escrituras” para
continuar con una creencia privada. De hecho, las Escrituras no han de
ser “interpretadas” de forma
aislada. Dios ha inspirado Su Palabra, de manera que si un pasaje es difícil de
entender, sea interpretado por otras escrituras—no por ideas
humanas (II Pedro 1:20). No toda la historia sobre un tema determinado,
es encontrada en un solo lugar; más bien, es “aquí
un poquito, allá un poquito” (Isaías 28:10-13). Es por esto que usted
necesita estudiar toda la Biblia, y aprender como “dividir
correctamente” la Palabra de la verdad (II Timoteo 2:15).
¿Qué debe usted hacer ahora?
Tanto
el profeta Isaías, como el apóstol Juan, nos advierten para poner a prueba
a todos los aspirantes a maestros religiosos por este criterio: “¡A
la ley y al testimonio! [La Biblia] Si ellos no
hablan de acuerdo a esta Palabra, es porque no hay luz en ellos.”
(Isaías 8:20). Este es uno de los pasajes más importantes en la Palabra de Dios—así
que márquelo bien. El no aplicar esta advertencia, ha llevado a muchos a un
peligroso engaño religioso. Juan advierte a los Cristianos, “Amados,
no crean a todo espíritu, sino prueben los espíritus, si son de Dios, porque
muchos falsos profetas han salido al mundo”
(I Juan 4:1). No tome la palabra de ninguno para ninguna enseñanza
religiosa— “pruébelo” para
asegurarse que es “de acuerdo a ésta Palabra,” la Biblia.
Pablo escribió:
“Estén
en guardia para que nadie los tome cautivos a través de filosofía y vano
engaño, de acuerdo a las tradiciones de hombres, de acuerdo a los elementos
del mundo, y no de acuerdo a Cristo” (Colosenses
2:8). Esto es exactamente lo que están haciendo muchos predicadores populares,
una mezcla de pasajes bíblicos selectos, y tradiciones filosóficas—las
cuales terminan en conflicto con lo que realmente dice la Biblia. De
hecho, usted no puede profesar que adora a Dios “en
verdad” mientras crea y practique un montón de tonterías filosóficas que
contradicen la Palabra de Dios. Sólo la Palabra de Dios—en
su TOTALIDAD—es la verdad (Juan 17:17). Usted debe desechar todas las
tradiciones y enseñanzas, que contradigan la Biblia—mientras
aprende, cree, y obedece la Palabra de Dios, aplicándola a su vida.
Algunos
dirán, “No puedo confiar en mí mismo para estudiar y entender la Biblia.
Necesito a alguien que la interprete por mí.”
Es verdad que usted no puede confiar en sí mismo para entender la
Biblia. Salomón nos advierte, “Confía en el
SEÑOR con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento”
(Proverbios 3:5). Usted necesita mirar hacia Dios—no
hacia los hombres—para ayudarle a entender las
Escrituras. Pablo escribió, “Porque es
obligatorio para aquel que viene a Dios creer que Él existe, y que
Él es un galardonador de aquellos que diligentemente Lo buscan”
(Hebreos 11:6). Usted necesita creer que Dios es real, y que Él está
listo para revelarse a Sí Mismo, a aquellos que verdaderamente quieren conocerlo.
“Toda
la Escritura es respirada por Dios y es
útil para doctrina, para convicción, para corrección, para instrucción en
justicia” (II Timoteo 3:16). Si Dios puede inspirar la Biblia para ser
escrita, entonces, Él lo(a) puede inspirar a usted para que la entienda—si
usted se lo pide. Cristo nos lo promete, “Porque
todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y al que golpee le será
abierto.” (Mateo 7:8). Y “verdaderamente les digo, cualquier
cosa que pidieran al Padre en Mi nombre, Él les dará.” (Juan
16:23).
Concerniente
al Espíritu Santo, Jesús también dijo, “Sin
embargo, cuando eso haya venido, el Espíritu de la verdad, los guiará a toda
verdad…” (Juan 16:13). Cristo promete,
que Él, a través del Espíritu Santo, lo guiará en el estudio de Su Palabra—la
verdad (Juan 17:17). “Por tanto,
Jesús le dijo a los judíos que habían creído en Él, “Si
continúan en Mi Palabra, son verdaderamente Mis discípulos. Y conocerán la
verdad, y la verdad los liberará.” (Juan
8:31-32).
Como
ya se mencionó, sin el Espíritu de Dios para darnos entendimiento, ninguno de
nosotros podría entender las enseñanzas de la Biblia (I Corintios 2:9-14). Así,
el estudio de la Biblia siempre debe de comenzar con oración para
entendimiento. Y noten la condición clave que Cristo colocó en “conocer la
verdad”—“Si continúan en
Mi palabra”
Como
reconocer a los verdaderos ministros de Dios: Como se mencionó
anteriormente, los ministros de Satanás se disfrazan astutamente como “ministros de
justicia” (II
Corintios 11:13-15). De acuerdo con Judas, tales maestros falsos han
entrado en las Iglesias de Dios “sigilosamente” “pervirtiendo
la gracia de nuestro Dios, convirtiéndola en libertinaje, y están
personalmente negando al único Señor Dios y a nuestro Señor Jesucristo”
(Judas 4). ¿Cómo puede usted discernir entre los ministros falsos de
Satanás, y los maestros que son siervos de Dios?
Obviamente,
usted debe estar cerca de Dios el Padre y de Jesucristo continuamente, a
través de la oración, meditación, y el ayuno ocasional. Usted debe estar profundamente
cimentado en la Palabra de Dios, y completamente familiarizado con las enseñanzas
fundamentales de las Escrituras. Un buen entendimiento de la Palabra de Dios,
es su mejor defensa contra los falsos maestros; es también a través del
conocimiento de las Escrituras, que usted reconocerá a los verdaderos maestros
de Dios.
Un
verdadero ministro de Dios, es aquel que “divide”
correctamente, la Palabra de Dios (II Timoteo 2:15) —esto
es, que es experto en manejar las Escrituras, construyendo la doctrina línea
por línea, precepto sobre precepto, y verdad sobre verdad (ver Isaías 28:10).
Al presentar doctrina, un verdadero ministro de Dios utiliza todas
las Escrituras, sobre un tema—nunca está “escogiendo
y seleccionando” los pasajes que parezcan apoyar
cierto punto de vista. Un verdadero ministro de la Palabra de Dios, deja que la
Biblia se interprete a sí misma.
Noten
lo que Pablo escribió, acerca del ministerio de los apóstoles: “Por
tanto, teniendo este ministerio [dado por Dios], de
acuerdo a como hemos recibido misericordia, no somos pusilánimes. Porque hemos
renunciado personalmente a las cosas escondidas de ganancia deshonesta,
no caminando en mañosa astucia, ni manipulando la Palabra de Dios engañosamente
[como hacen los ministros de Satanás]; sino
por manifestación de la verdad [El uso correcto de las
escrituras], nos estamos encomendando nosotros mismos a toda conciencia de
hombre delante de Dios.”
(II Corintios 4:1-2). A diferencia de falsos maestros, quienes usan “las
artimañas de hombres en astucia” (Efesios
4:14), los ministros verdaderos de Dios, simplemente enseñan la Palabra de
Dios—entendiendo que sólo la Escritura misma es “respirada
por Dios y es útil para doctrina, para convicción, para corrección, para
instrucción en justicia; para que el hombre de Dios pueda ser completo,
totalmente equipado para toda buena obra.”
(II Timoteo 3:16-17). Ellos enseñan las Escrituras abiertamente, dejando que la
palabra de Dios hable por sí misma.
Tal
y como advirtió Pablo a los Colosenses, los falsos maestros usan engaños con
sutileza, para ganar seguidores. “Entonces esto
digo para que nadie pueda engañarlos con palabras persuasivas…
Estén en guardia para que nadie los tome cautivos a través de filosofía y
vano engaño, de acuerdo a las tradiciones de hombres, de acuerdo a los
elementos del mundo, y no de acuerdo a Cristo”
(Colosenses 2:4, 8). ¡Ahí está la clave! Un
verdadero ministro y siervo de Dios, siempre va a enseñar “de
acuerdo con Cristo”—exactamente en acuerdo, con lo que
Cristo
mismo enseñó.
Pablo instruyó
a Tito, un compañero ministro, a resistir falsas enseñanzas y a refutarlas con sana
doctrina—de acuerdo con las enseñanzas de Cristo. Él
escribió, que un verdadero ministro de Dios debe estar “Sosteniéndose
firmemente a la palabra fiel, de acuerdo a las enseñanzas de Jesucristo,
para que pueda ser capaz de animar con sana doctrina y condenar a
aquellos que contradicen” (Tito 1:9).
Pablo también advirtió a Timoteo: “Si cualquiera
enseña cualquier doctrina diferente [de lo que
fue enseñado originalmente], y no
se adhiere a palabras sanas, aquellas de nuestro Señor Jesucristo,
y a la doctrina que es de acuerdo a la piedad, él es un
orgulloso y no sabe nada. Más bien, tiene una morbosa atracción a
cuestiones y discusiones sobre palabras, de las cuales vienen envidias,
argumentos, blasfemias, sospechas malignas, vanos razonamientos de hombres que
han sido corrompidos en sus mentes y están destituidos de la
verdad—hombres que creen que
ganancia es piedad. De tales retírate tú mismo.”
(I Timoteo 6:3-5).
De
hecho, es como Cristo dijo, “Si continúan
en Mi Palabra, son verdaderamente Mis discípulos”
(Juan 8:31). Esto aplica igualmente a los ministros—y
los verdaderos ministros de Dios, enseñan solamente de acuerdo con la
Palabra de Cristo.
Los
verdaderos maestros, siervos de Dios, aman genuinamente a Dios y a Su Palabra.
A diferencia de “asalariados”
quienes solo buscan posición, poder, y la alabanza de los hombres, los
ministros de Dios enseñan Su Palabra porque Dios los ha llamado a tal
posición, y porque les ha dado el don de enseñar (Efesios 4:11). Hay un
amor genuino hacia el pueblo de Dios, un deseo de servir y de dar. Un
verdadero siervo de Dios nunca asume el rol de maestro presuntuosamente; más
bien, Dios pone a Sus ministros escogidos, en tales posiciones de servicio.
También, un verdadero ministro de Dios predicará la verdad de Dios
fielmente, inclusive ante el riesgo de pérdida personal, y de privaciones.
Cuando
se trata de discernir entre los falsos ministros de Satanás, y los verdaderos
ministros de Dios, el consejo de Cristo en Mateo 7:15-20 es muy profundo. “Pero
tengan cuidado de los falsos profetas [maestros,
ministros] quienes vienen a ustedes [engañosamente] en
ropa de oveja porque por dentro ellos son lobos rapaces. [¿Cómo
los conocerán?] Los conocerán por sus frutos.
Ellos no reúnen uvas de espinos, o higos de cardos, ¿o sí? En la misma forma,
todo buen árbol [ministro] produce buen
fruto, pero un árbol corrupto [ministro falso] produce
fruto malo. Un buen árbol no puede producir fruto malo, ni puede un árbol
corrupto producir buen fruto. Todo árbol que no esté produciendo
buen fruto es cortado y echado dentro del fuego. Por tanto, seguramente los
conocerán por sus frutos.”
Examine
el fruto producido por alguien que viene como ministro de Dios. Si es de
Dios, el fruto será bueno. Así como Pablo amonestó a los Tesalonicenses,
ustedes deben de “probar [poner a prueba] todas las
cosas” (I Tesalonicenses 5:21). Para ver si son de Dios; ustedes tienen
que “probar los espíritus, si son de Dios”
(I Juan 4:1). Usted debe seguir el ejemplo excelente de los de Berea, quienes
fueron elogiados por haber escudriñado las Escrituras
diligentemente, para ver si las enseñanzas de Pablo, eran de Dios. “Estos
[Judíos en Berea] eran más nobles que aquellos [Judíos
no creyentes] en Tesalónica, porque recibieron la Palabra
[Enseñada por Pablo] con toda disposición de mente y
examinaron las Escrituras diariamente para ver si estas cosas
[Enseñadas por Pablo] eran así.”
(Hechos 17:11). Éstos de Berea tenían una “mente
preparada”—ellos no aceptaban a ciegas, lo que Pablo enseñaba,
ni tampoco rechazaron temerariamente lo que Pablo les trataba de decir. Sino más
bien, ellos examinaron las Escrituras cuidadosamente, para probar por ellos
mismos, que Pablo de hecho les estaba enseñando el verdadero mensaje de
Dios concerniente a Cristo.
De
igual manera, usted debe buscar y examinar diligentemente las Escrituras,
para poder discernir la verdadera doctrina, de la falsa doctrina, a los
verdaderos maestros, de los falsos maestros. También recuerde, que Dios le ha
dado a usted de Su Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad, para ayudarlo a
discernir lo verdadero de lo falso. “Y Yo pediré
al Padre, y Él les dará otro Consolador, para que eso pueda estar con
ustedes a través de los siglos: El Espíritu de la verdad, el cual el
mundo no puede recibir porque no lo percibe, ni lo conoce; pero
ustedes lo conocen porque vive con ustedes, y estará dentro de ustedes... [Pero]
cuando el Consolador venga, el Espíritu
Santo, el cual el Padre enviará en Mi nombre, ese les enseñará todas las
cosas, y les traerá a su memoria todas las cosas que les he dicho.”
(Juan 14:16-17, 26).
De
nuevo, el estándar por el cual usted ha de “probar
los espíritus” y “probar todas las cosas”
es la mismísima Palabra de Dios. De hecho la “prueba
ácida” es dada por el profeta Isaías: “¡A
la ley y al testimonio! Si ellos [aquellos quienes vienen como
ministros] no hablan de acuerdo a esta Palabra [ambos el
Antiguo y Nuevo Testamento], es
porque no hay luz en ellos.”
(Isaías 8:20).
Meditación
En
el sentido bíblico, el “meditar”
significa esencialmente “pensar.”
En el mundo, el término tienen casi un significado opuesto: “no
pensar”—vaciar su mente de todo pensamiento consciente,
de manera que esté repitiendo sin fin, alguna especie de “mantra.”
Casi en todos los lugares en las Escrituras, donde se usa la palabra meditar,
se refiere a estar pensando en Dios, en Sus caminos, o en Su Palabra
(Salmo 1:2; 119:97; etc.). Nunca se refiere a vaciar su mente de todo
pensamiento. Tenga cuidado de cualquier sistema de “meditación”
que lo advoque a vaciar su mente de todo pensamiento consciente. Eso lo podría
exponer a influencias espirituales satánicas. Siempre pídale a Dios que guíe
su meditación.
La
mejor meditación suele suceder durante el Estudio de la Biblia en oración. Básicamente,
usted está pensando en lo que está leyendo, pidiéndole a Dios que le ayude a
entender, y a asimilar el significado de la escritura en su mente y en su corazón.
Por
ejemplo, uno puede meditar en cómo podría ser algún aspecto particular de la
vida, durante el reinado milenial de Cristo—o cómo se
podría resolver algún problema humano en particular—mientras
estudia sobre profecía. Tal meditación, frecuentemente provee intelecto en cómo
la Palabra de Dios y Sus leyes, pueden ser aplicadas hoy en día.
El control de
sus pensamientos, es el meollo de su guerra espiritual con Satanás. A
excepción de cuando usted está haciendo algo que temporalmente requiera de su
total atención y concentración, su mente puede perderse en un sinnúmero de
ideas, fantasías, o imaginaciones. La pregunta es ¿Son tales ideas sanas,
valiosas y piadosas? Satanás intentará cualquier cosa para poner el “pie en la
puerta” de su mente.
La meditación, en los términos de Dios, puede ser una herramienta muy efectiva,
para librar su mente del pensamiento carnal. Para sacar aire de un vaso,
usted necesita llenarlo con algo, como agua; para sacar
pensamientos equivocados de su mente, usted necesita poner activamente,
pensamientos correctos. De esta manera, usted puede aprender a “traer
a cautividad todo pensamiento a la obediencia de Cristo” (II Corintios 10:15).
Es altamente
benéfico, separar un tiempo específico para “solo meditar”—aunque usted
debería tener algún tema en mente, para que sus pensamientos no anden vagando
sin rumbo. Tal vez tenga una pregunta en particular, o un problema personal que
usted necesita resolver. La meditación en oración, puede guiarlo en el camino
hacia una solución inspirada por Dios.
Si usted
despierta durante la noche, la meditación en oración, puede ayudarlo a dormir.
David recontó en numerosos salmos, como él meditaba en Dios, y en Sus leyes,
sobre su cama. Del hombre justo, David dice, “Sino
que su deleite está en la ley del SEÑOR; y en Su ley medita día y noche” (Salmo
1:2). El añade, “Mi alma estará satisfecha como con medula y
grosura; y mi boca Te alabará con labios gozosos. Cuando Te recuerde sobre mi
cama y medite en Ti en las vigilias nocturnas.”
(Salmo 63:5-6). “He recordado Tu nombre, Oh SEÑOR, en
la noche… Mis ojos anticipan a las vigilias nocturnas, para que pueda
meditar en Tu Palabra” (Salmo 119:55,148). Noten que
David siempre estaba meditando en un tema particular. Recuerde, la meditación
espiritual, siempre es sobre algo que pertenece a Dios o a Su
Palabra.
El Ayuno
El
profeta Isaías describe ambas motivaciones, buenas y malas, para ayunar (Isaías
58:1-10). Los hombres de Dios en la Biblia, ayunaban cuando querían acercarse a
Dios – especialmente cuando estaban en cierta tribulación o prueba. Moisés,
Daniel, y Jesucristo, dejaron ejemplos de cómo, y cuándo ayunar. (Éxodo 34:28;
Daniel 9:3; 10:3; Mateo 4:2).
Ayunar
también puede ayudarle en su arrepentimiento ante Dios. Como parte de su arrepentimiento,
David ayunó después de que el profeta Natán lo confrontó por su pecado con
Betsabé, y la orquestación de la muerte del esposo de ella (II Samuel 12:1-20).
El Salmo 51, escrito por David, tiene la reputación de ser parte de su oración
hacia Dios durante este ayuno.
Un ayuno
espiritual, involucra abstinencia de ambos, comida y bebida. Las primeras veces
que usted ayuna, es mejor no ayunar por más de un día entero. Cualquiera que
tenga una condición médica seria, debe de tener precaución, y tal vez ayunar
por períodos de tiempo más cortos. Es preferible, apartar una porción larga del
ayuno para orar, para estudiar la Biblia, y para meditar. El propósito
principal del ayuno es humillarse usted mismo ante Dios, y pedirle que
le ayude a crecer en una actitud santa y obediente hacia Él. Si usted (o
alguien cercano a usted) están teniendo un problema o tribulación serio, el
ayunar humildemente ante Dios, puede ayudar a que sus oraciones sean más
efectivas.
Es importante
que recuerde que su propósito para ayunar, no debe ser “querer que
Dios le cumpla sus deseos”—sino pedirle que le muestre Su voluntad,
y que después le de la fuerza para seguir Su voluntad. Si el problema
requiere de la intervención de Dios en favor suyo, usted puede pedir esa
intervención en una actitud sumisa y humilde—pero nunca
demandar nada de Dios.
Conviviendo el Sábado—Con Dios y
los hermanos
A diferencia
de aquellos “del mundo” quienes están
atrapados en las festividades paganas del ocultismo—como
Halloween, Navidad, Pascuas, etc. —la vida del verdadero
cristiano, gira alrededor del sábado semanal, y los días Santos de Dios. Los sábados
semanales, y anuales, reflejan el mismísimo plan de Dios—sirven como “puntos
focales” para
aquellos quienes buscan seguir a Dios. Por otra parte, Dios le dio el sábado al
hombre, con el propósito de convivir con Él. (Génesis 2:1-3; Éxodo
20:8-11; 31:13-17). Es a través de esta convivencia, que usted llega a conocer
a Dios en una manera sumamente personal. Noten lo que escribió el Apóstol Juan,
concerniente a este aspecto vital de la vida Cristiana: “Eso
que hemos visto y hemos oído estamos reportándoles para que también puedan
tener compañerismo con nosotros; porque el compañerismo—ciertamente,
nuestro compañerismo—es
con el Padre y con Su propio Hijo, Jesucristo. Estas cosas
también estamos escribiéndoles, para que su gozo pueda ser completamente pleno.”
(I Juan 1:3-4). Ésta convivencia con Dios es especialmente importante en el día
sábado. La verdad es, que usted no puede tener una relación íntima y creciente
con Dios el Padre y Jesucristo, sin esta convivencia en el Sábado.
Hablando
a través del profeta Isaías, Dios tiene esto que decir acerca de la importancia
del Sábado: “Si alejan su pie de [pisotear] el Sábado, de
hacer sus propios deseos en Mi día santo, y llaman al Sábado una delicia, el
santo del SEÑOR, honorable; y lo honran a Él, no haciendo sus propios
caminos, ni buscando sus propios deseos, ni hablando sus propias
palabras, Entonces se deleitarán en el SEÑOR; y Yo haré que monten sobre
los lugares altos de la tierra, y se alimenten con la herencia de Jacob su
padre, porque la boca del SEÑOR lo ha hablado.”
(Isaías 58:13-14). El Sábado—como
ningún otro día—provee una oportunidad especial para
acercarse a Dios el Padre y a Jesucristo. Así como la palabra de Dios es viva
(Hebreos 4:12), el Sábado también está vivo espiritualmente, por así
decirlo. A través del Espíritu Santo, Dios está singularmente presente en el día
Sábado.
De
hecho, su convivencia en el Sábado y los días santos con Dios, ¡es la clave
para su vida eterna! Si usted es realmente llamado y convertido por Dios, si
usted posee y está siendo guiado por El Espíritu Santo de Dios, entonces
usted le pertenece a Él—“Sin embargo,
ustedes no están en la carne, sino
en el Espíritu, si el Espíritu de Dios está ciertamente viviendo
dentro de ustedes. Pero si cualquiera no tiene el Espíritu de Cristo, no
pertenece a Él. Porque tantos como son guiados por el Espíritu de Dios,
esos son los hijos de Dios.”
(Romanos 8:9,14). Como un hijo o hija guiado por el espíritu de Dios, usted
tiene un hambre profunda por la Palabra de Dios. Usted también está
hambriento de una relación íntima con Dios el Padre y con Jesucristo en
el día Sábado. Y tal convivencia sólo es posible a través de la morada del
Espíritu de Dios. El vivir el camino de vida de Dios a través del Espíritu
Santo, el vivir en el amor de Dios, el convivir con Dios y con
hermanos guiados por el Espíritu—son las
verdaderas claves para la vida eterna.
Jesús
declaró, que Él es el Señor del Sábado; y Él lo observó como nuestro ejemplo,
atendiendo regularmente a los servicios en la sinagoga (Lucas 4:16; Marcos
2:28). Los servicios del Sábado, proveen una oportunidad clave para ser alimentados
espiritualmente, a través de escuchar la Palabra de Dios (Romanos 8:14-17)
—y el Sábado es un tiempo maravilloso para convivir con nuestros
hermanos espirituales. De hecho, el convivir con otros creyentes verdaderos en
el Sábado, es absolutamente vital—y
mejorará en gran manera su crecimiento y desarrollo espiritual. No hay mejor
tiempo que el sábado para discutir sobre temas bíblicos con aquellos que son de
nuestro mismo pensamiento—“hierro
afilando hierro” (ver Proverbios 27:17). Y el compartir su vida con otros es de
lo que trata el amor piadoso. A través de la convivencia y la
comunicación con otros cristianos—especialmente
en el sábado—usted se vuelve más atento a las oportunidades para dar, servir, y
ayudar (Filipenses 2:4).
Hoy
en día, la mayoría de la Iglesia de Dios está esparcida. Muchos tienen pocas, o
ninguna oportunidad para asistir a los servicios organizados del Sábado, y
deben guardar el día Sábado solos o en grupos pequeños. Esto hace aún más
importante el acercarnos unos a otros—el estar
conscientes de las necesidades de los demás—el
asegurarnos de que a nadie le falte convivencia en el Sábado. Tenga en mente
que cuando usted convive con aquellos que tienen el Espíritu de Dios,
usted también está conviviendo con Dios mismo (I Juan 1:3). Cuando usted ayuda
a otras personas, usted está ayudando a Cristo (Mateo 25:31-48). Usted está
haciendo a los demás lo que le gustaría que le hicieran a usted (Mateo 7:12).
Al hacer esto usted está siguiendo el ejemplo mismo de Cristo—y está
aprendiendo a ser más como Él.
Viviendo el camino de vida de Dios
Nosotros
hemos discutido sobre varias herramientas para el crecimiento espiritual,
tales como la oración y el Estudio de la Biblia. Sin embargo, todos sus
esfuerzos para establecer un fundamento de fe al aprender acerca de Dios
pueden ser derrotados si usted olvida a Dios en su vida diaria, y
simplemente vive como siempre lo ha hecho. A medida que usted crece en el
conocimiento de los caminos de Dios, usted necesita aplicar ese conocimiento
a su vida. Usted necesita vivir la vida de un verdadero cristiano,
motivado por el amor piadoso; usted debe estar dedicado a seguir el ejemplo de
Jesucristo en cada aspecto de su vida—en cada momento de
vigilia, en cada momento de decisión y elección. Usted necesita preguntarse en
oración, cómo Cristo, u otras personas en la Biblia manejarían varias
situaciones—y cuál de las
leyes de Dios aplicaría. Nunca olvide— ¡usted está en
entrenamiento para la vida eterna!
La
experiencia—la práctica—de vivir por
los estándars y preceptos de Dios, y el carácter construido al hacer lo
correcto en el momento correcto, mejorará su crecimiento espiritual y le ayudará
verdaderamente a ser más como Jesucristo y el Padre. Pablo escribe en I
Corintios 3:11-15 acerca de edificar sobre el fundamento de Jesucristo
(el conocimiento de Él, de Sus enseñanzas, y Su ejemplo): “Porque
nadie es capaz de colocar ningún otro fundamento además de ese que ha
sido colocado, el cual es Jesucristo. Entonces si cualquiera edifica sobre
este fundamento oro, plata, piedras preciosas, madera, heno o rastrojo,
la obra de cada uno será manifestada; porque el día de prueba la
declarará, porque será revelada por fuego; y el fuego probará que clase de obra
es la de cada uno. Si la obra de cualquiera es quemada, sufrirá perdida;
pero él mismo será salvo, sin embargo a través de fuego.”
A medida que usted viva diligentemente por el ejemplo de Cristo,
su fundamento se irá solidificando—así como
también se irá fortaleciendo la superestructura que usted construya sobre éste.
Jesús dijo, “Si
continúan en Mi Palabra, son verdaderamente Mis discípulos.”
(Juan 8:31). ¿A qué se refería Jesús acerca de “si
continúan en mi palabra”? Aquel que
oye las palabras de Dios, y las pone en práctica, Cristo lo compara con
un hombre sabio (ver Mateo 7:24-27). Usted “continúa”
en Su Palabra, al aplicarla en su vida. La clave para entender la
Palabra de Dios es obediencia—porque
Dios da Su Espíritu sólo a aquellos que le obedecen (Hechos 5:32). Si su corazón
está dispuesto a obedecer, Él promete darle la guía de Su Espíritu, y
del entendimiento de Su Palabra. Recuerde, los hacedores de la Ley, serán
justos ante Dios (Romanos 2:13).
Hay una
historia de un músico, quien un día estaba caminando por la calle en Nueva
York, cuando de repente un auto se detuvo a su lado y alguien exclamó, “¿Cómo llego a
Carnegie Hall?” El músico
contestó, “Practica,
practica, practica.” Para el músico, la única manera de llegar a ser
lo suficientemente bueno para tocar en Carnegie Hall era practicar
constantemente. Para el cristiano, la única manera de llegar a ser como Cristo
y eventualmente alcanzar Su reino, es el practicar el camino de vida de
Dios constantemente—la manera en que Cristo vivió como nuestro ejemplo.
Un aspirante
a ser pianista, mientas se prepara para tocar una pieza de música nueva, puede
encontrarse con un pasaje que no puede tocar lo suficientemente bien para la
presentación. Podría ser que tenga que practicar esa parte lentamente al
principio, para poder tocarla correctamente. Pero al estar tocando el pasaje
una, y otra, y otra vez, gradualmente tendrá la capacidad para tocarla con el
tiempo adecuado—mientras retiene ambos la precisión, y la suavidad para un
buen desempeño.
Los
investigadores en neurología, han encontrado que cada vez que una persona
repite un movimiento habilidoso—tales como el aprendizaje de una habilidad
musical—las vías
neurológicas involucradas se mejoran. Después de varias repeticiones, las vías
son notablemente más gruesas, dejando que la señal viaje con mayor facilidad.
Eventualmente, la acción se vuelve virtualmente automática.
Para ser un
buen músico, usted necesita practicar, hasta que se vuelva automático.
Para ser como Dios, usted debe practicar la piedad, hasta que se vuelva
automática. Pablo dice que nosotros podemos aprender mucho sobre Dios y la
manera en que Él trabaja por medio de Su creación física (Romanos
1:20). ¿Será posible que cada vez que tomamos una decisión para obedecer una de
las leyes, o preceptos de Dios, hacemos crecer nuestras “vías
nerviosas”
espirituales, y nos volvemos hábiles en ser piadosos—poniéndonos
la mismísima naturaleza de Dios?
El seguir
los preceptos y leyes de Dios—y el ejemplo perfecto de Cristo—le aseguran
que usted está practicando la piedad. En última instancia, usted será
como aquellos “quienes
a través de repetida práctica han tenido sus sentidos [mente
y pensamientos] entrenados para discernir
entre bien y mal.” (Hebreos
5:14).
Conclusión
Continuando hacia la Perfección
Usted es salvo
por gracia—no por
ninguna obra que haya podido hacer o que hará. Se espera que usted tome esa
gracia, gratuitamente dada por Dios, y que crezca espiritualmente, en
preparación para Su reino. Usted crece cada vez en semejanza a Dios el Padre, y
a Jesucristo, a través de la oración regular, el estudio de la Biblia, la
meditación, y el ayuno ocasional; usted crece por medio de la convivencia, y
del servicio con los compañeros cristianos; usted crece, al ser instruido por
los verdaderos maestros, siervos de Dios—posteriormente,
viviendo de acuerdo a lo que aprende. Esto involucra
deshacerse de sus caminos pecaminosos humanos, y aprender a vivir a la manera
de Dios. Significa cambiar sus prioridades, para que buscar el Reino de Dios, y
el parecerse más a Él, sea más importante para usted que cualquier otra cosa
en la vida (Mateo 6:33).
Pero Dios
nunca prometió que sería sencillo—al contrario. Acerca de vivir en este mundo sin
Dios, Jesús dijo, “Estas cosas les he hablado, para que en Mí puedan
tener paz. En el mundo tendrán tribulación [angustia,
dificultades, problemas] ¡Pero sean valientes! Yo he vencido
al mundo.” (Juan 16:33). Y así como Cristo venció, nosotros también podemos
vencer. “Ustedes son de Dios, pequeños hijos, y los han
vencido… porque más grande es Quien está en
ustedes [Cristo] que aquel que está en el mundo
[Satanás].” (I Juan
4:4).
Usted
también es instruido, que en esta vida, usted va a tener diversas pruebas para probar
y perfeccionar su fe—y para enseñarle
a depender de Dios para ayudarle. Pedro tiene mucho que decir acerca de
este aspecto necesario de su llamamiento: “Amados,
no estén sorprendidos en la prueba feroz entre ustedes la cual está
teniendo lugar para probarlos, como si alguna cosa extraña estuviera pasándoles.
Pero al grado que ustedes tienen una parte en los sufrimientos de Cristo, alégrense;
para que, en la revelación de Su gloria, ustedes puedan también alegrarse
excesivamente.” (I Pedro 4:12-13). De hecho, usted es llamado para que su fe y su
compromiso sean probados— “porque
Cristo también sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo, que deberían seguir en Sus
pasos” (I Pedro 2:21). Es a través de tal tribulación y prueba, que Dios
probará su fe: “En esto ustedes mismos se alegran
grandemente; aunque por el momento, si es necesario, están en aflicción por un
rato sometidos a varias pruebas; para que la prueba de su fe, la cual es
mucho más preciosa que el oro que perece, aunque está siendo probada
por fuego, pueda ser encontrada hacia alabanza y honor y gloria en la
revelación de Jesucristo” (I Pedro 1:6-7).
Pero
la Palabra de Dios también promete que, “No
ha venido sobre ustedes ninguna tentación [o tribulación]
excepto lo que es común para la humanidad.
Porque Dios, Quien es fiel, no les permitirá ser tentados más allá de lo
que son capaces de soportar; sino que con la tentación [o
tribulación], Él hará un camino de escape, para que
puedan ser capaces de soportarla.” (I
Corintios 10:13). Como el rey David de antaño, usted debe de aprender a confiar
en Dios para ayuda y liberación clamando, “Se
graciable a mí. Oh Dios, se graciable a mí; porque mi alma confía en Ti; sí, en
la sombra de Tus alas haré mi refugio hasta que estos grandes problemas pasen.”
(Salmo 57:1). Usted, al igual que David, debe de aprender a decir “Pero
Yo cantaré de tu poder; sí, cantaré en voz alta de Tu misericordia en la mañana;
por cuanto Tú has sido mi fortaleza y refugio en el día de mi angustia”
(Salmo 59:16).
Tales
tribulaciones y pruebas, son parte de lo que Pablo llama, continuar hacia la
“perfección” (Hebreos
6:1). Cristo mismo nos advirtió por adelantado de este proceso: “Yo
soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Él quita cada rama en Mí que
no lleva fruto; y limpia cada una [poda] que
lleva fruto, para que pueda llevar más fruto… En
esto es Mi Padre glorificado, en que lleven mucho fruto”
(Juan 15:1-2,8). ¿Qué tipo de fruto es el que Dios desea? “Pero
el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe,
mansedumbre, autocontrol; contra tales cosas no hay ley.”
(Gálatas 5:22-23).
La
verdadera clave para continuar hacia la perfección, es una relación íntima,
y creciente con Dios el Padre, y Jesucristo. Esto requiere de un profundo
estudio personal de la Biblia, oración de corazón, meditación enfocada, ayuno,
y obediencia. Noten lo que escribió el Apóstol Juan, concerniente a nuestra
relación espiritual con Dios: “Eso que hemos
visto y hemos oído estamos reportándoles para que también puedan tener compañerismo
con nosotros; porque el compañerismo—ciertamente,
nuestro compañerismo—es
con el Padre y con Su propio Hijo, Jesucristo.”
(I Juan 1:3). Cristo, en lo que fue una de Sus últimas oraciones antes de
morir, expresó este compañerismo de otra manera. Él oró para que “Para
que todos ellos [los que Dios ha llamado a través de las edades]
puedan ser uno; así como Tú, Padre, estas en Mí, y Yo en Ti;
que ellos también puedan ser uno en Nosotros, para que el mundo pueda creer
que Tú sí Me enviaste. Y Yo les he dado la gloria que Me diste, para que
puedan ser uno, en la misma forma que Nosotros somos uno: Yo en
ellos, y Tú en Mí, para que puedan ser perfeccionados en uno; y que el
mundo pueda saber que Tú sí me enviaste, y que los has amado como Me has amado.”
(Juan 17:21-23). Es así como llegamos a ser “perfectos,
incluso como su Padre que está en el cielo es perfecto.”
(Mateo 5:48).
Dios
tiene una herencia fantástica y asombrosa, esperando a todos los santos al
retorno de Jesucristo. Él dice, “Y he aquí, Yo
vengo prontamente; y Mi recompensa está Conmigo, para hacer a cada uno de
acuerdo a como será su obra.”
(Apocalipsis 22:12). Nosotros somos “herederos de
Dios y coherederos con Cristo” (Romanos
8:17). Él tiene una asignación importante para cada uno de nosotros—para
usted personalmente—en Su
gobierno venidero. “Y el reino y dominio, y la grandeza del reino
bajo todo el cielo, será dado al pueblo de los santos del Altísimo…”
(Daniel 7:27). “[Y] y vivieron y
reinaron con Cristo mil años.”
(Apocalipsis 20:4).
¿Es
esta promesa lo suficientemente importante, para que usted busque a Dios, Su
amor, y el crecimiento que Él quiere que tenga en preparación para ese
cargo, diligentemente? Por favor, dese cuenta de que usted puede “hacer
todas las cosa en Cristo” (Filipenses 4:13). Ahora es el
tiempo para aceptar la gracia otorgada por Dios gratuitamente y crecer
en ella. Ahora es el tiempo para ser diligentes en el negocio de trabajar
con Dios, para hacer crecer a “Cristo en
usted.”